Fecha de publicación: 27/03/2025
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Autor: Dr. Stephen E. Jones
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Fecha de publicación: 27/03/2025
José Herrín (08-10-09)El blog de hoy continúa la serie de testimonios de fe práctica en un Dios muy presente. Que su fe sea alentada mientras lo lee.
Jose Alvarez FamilyJosé Álvarez, su esposa Mary y sus hijos viven en Peña Blanca, Nuevo México. Dios los ha estado usando en el ministerio a los indios nativos americanos en los Estados Unidos. Más recientemente, José y María han estado viajando a África para realizar seminarios ministeriales sobre la vida en el Reino y sobre el papel de los apóstoles y profetas en sentar las bases de la Iglesia. Tienen un sitio web donde aproximadamente 100 enseñanzas están disponibles gratuitamente. También hay preciosos testimonios de la hospitalidad que han recibido en África, y el cuidado humilde y amoroso que han recibido de muchos de nuestros hermanos y hermanas en Cristo allí.El siguiente testimonio fue obtenido del sitio web de José Alvarez. José y Mary Alvarez son los autores del mismo.
Cada vez que le hacían una pregunta a Watchman Nee, su respuesta era práctica, iba al grano y estaba llena de claridad, unción y luz. El era completamente normal, afable y muy accesible. El era muy talentoso y tenía un gran corazón. En asuntos espirituales, él subía a las alturas y tenía una gran capacidad de penetración en los temas más profundos; tenía una comprensión y experiencia ricas en cuanto a los principios de Dios y su propósito.
En muchas ocasiones se interpretaba mal lo que compartía, y debido a eso hablaban mal de él, pero él nunca intentó dar explicaciones ni justificarse.
Una vez le preguntaron por qué no daba explicaciones para evitar que lo interpretaran mal. El contestó: “Hermanos, si la gente confía en nosotros, no necesitamos dar explicaciones; y si desconfían de nosotros, nada ganamos con dar explicaciones”. No daba explicaciones de lo que hacía o decía, ni se justificaba a sí mismo cuando lo injuriaban; tampoco argumentaba cuando lo reprendían públicamente.
El menospreciaba las riquezas. Por sus manos pasaba mucho dinero. Le confiaban sumas considerables, las cuales distribuía en la obra del Señor, y además ganó mucho dinero en la empresa que creó. No obstante, lo que recibía, lo distribuía de inmediato. En una ocasión, él dijo: “Creo que entre los que laboramos en China, soy el que con más frecuencia ha gastado el último dólar que le quedaba”. Eso era muy cierto. Quienes lo conocían más de cerca sabían que a menudo se encontraba sin un centavo, ya que no guardaba nada para sí. Aun así, lo daba todo para la obra del Señor y para las necesidades de la iglesia.
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A continuación incluimos el testimonio de una persona que conoció de cerca a Watchman Nee, el doctor Chang Yu-lan, un hermano que estaba en el liderazgo en la iglesia en Taipei, Taiwán:
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Watchman Nee llegó a Chungking el 6 de marzo de 1945, y tres días más tarde asistió a un banquete de amor al cual lo invitó la iglesia en Chungking. Se hospedó en mi casa durante diez días, y seguimos viéndonos durante más de un año. Más tarde, él se mudó a un lugar cercano, llamado la Pequeña Lung-kan. Algunos solíamos ir a su casa una vez o dos veces por semana para conversar con él. Lo hicimos durante más de seis meses. Yo siempre llevaba una serie de preguntas, las cuales le formulaba en ráfaga. Sus respuestas fueron la solución de muchos problemas.
El siempre dejaba una impresión agradable, pero no perdíamos el sentido de respecto ni de solemnidad. Era amable y manso, y sus palabras estaban llenas de unción. Al conversar con él, no había ninguna sensación de distancia, sino de ser reconfortados y abastecidos. A menudo siete u ocho hermanos y hermanas lo rodeaban, hablando con él y haciéndole preguntas por varias horas, pero él no se cansaba. La impresión que dejaban sus palabras era inolvidable.
El nos dijo que cuando estaba estudiando iba cada semana a casa de la señorita Margarita Barber, donde era exhortado constantemente. Cuando no había motivo de reprensión, ella le hacía preguntas hasta encontrar alguna falta; y entonces lo reprendía. El comentó que aquello fue un excelente adiestramiento espiritual.
En una ocasión, Watchman Nee fue reprendido por un empleado. Este lo señalaba con el dedo y agitaba su puño mientras lo regañaba, lo cual se prolongó casi cuatro horas. En cierto momento un vecino trató de intervenir, porque vio que el empleado estaba siendo injusto. Pero Watchman Nee se sentó tranquilamente en su silla a leer un periódico, e imperturbable, como si nada hubiera sucedido. A veces asentía con la cabeza mientras lo reprendían, lo cual yo no podía entender. Ahora sé que él lo recibía como una reprensión de parte de Dios, y se sometía a aquello Dios había permitido.
Frecuentemente Watchman Nee levantaba los ojos al cielo y decía: “¡El es Dios!” Dando a entender que toda circunstancia fue dispuesta providencialmente por Dios, y que estaba dispuesto a recibirla y a someterse
Cuando le lastimaban, él no reaccionaba como los demás. En una ocasión, él dijo: “Los hermanos que caen en algún pecado son como pequeños niños que han caído en el lodo. Su ropa y su pelo quedan sucios, pero si uno les da un baño, quedan limpios de nuevo. En el futuro, todos los hermanos y las hermanas serán piedras preciosas y transparentes en la Nueva Jerusalén”.
En Chungking los hermanos lo invitaron a la reunión de la mesa del Señor. Pero él, aunque asistió, no tomó el pan ni bebió la copa; sólo se sentó y oró en silencio. La razón que dio fue ésta: “El problema que tenemos en la iglesia en Shanghai no se ha solucionado; por tanto, no puedo partir el pan aquí”. Le pregunté cuándo reanudaría su ministerio, y él contestó: “No hay posibilidad alguna de que eso pase”.
En cuanto a la dirección del Señor en la obra, Watchman Nee tenía un discernimiento muy agudo y tomaba decisiones sin titubear. Afirmaba: “Si estoy equivocado, el Señor usará la pared y el asna para detenerme, como lo hizo con Balaam”. Esta actitud indica que Watchman Nee siempre obedecía a la disciplina del Espíritu Santo.
En una ocasión, Watchman Nee nos dijo algunos de nosotros: “Los creyentes deben salir del sistema del cristianismo. Uno debe salir de ese sistema a fin de consagrarse. Es inútil consagrarse estando dentro del sistema”.
Cuando le preguntaron si uno podía jugar a las cartas sin apostar dinero, él contestó: “Para el creyente no existe nada que sea correcto ni incorrecto. Lo que es lícito para uno puede ser ilícito para otro. Lo que el creyente hace o deja de hacer depende del nivel de vida que tenga, y éste se refleja en la cantidad de cosas que no puede hacer”.
Watchman Nee oraba despacio; profería una o dos frases. Cuando estuve en Chungking, inconscientemente empecé a imitar su manera de orar. Al hacerlo, sentí la presencia del Señor en mí. Las palabras estaban dirigidas al Señor y brotaban de mi interior. Más adelante, un hermano que estaba en el liderazgo me reprendió por esto y me dijo que no debía copiar la manera de orar de otros; así que, dejé de orar así. Pero hasta la fecha, en mis oraciones personales, sigo orando de esa manera, derramando sobre Dios una o dos frases y haciendo una pausa. Al orar así, resulta más fácil tocar la unción.
En cuanto a la manera de mantener la comunión con el Señor, Watchman Nee usó el ejemplo siguiente: “Supongamos que un tren viaja de Szechuan a Kunming. Debe pasar por muchos túneles. A veces viaja en la oscuridad, a veces en la luz. Así es la comunión que uno experimenta con el Señor. Si uno está en tinieblas, primero debe confesar sus pecados. Si percibe algún pecado, debe utilizar su voluntad para seguir en comunión con el Señor”.
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En cuanto a madurar en la vida espiritual, Watchman Nee dijo lo siguiente:
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Se requiere tiempo para madurar. Aunque los jóvenes pueden acumular mucha información, en realidad no pueden alcanzar la madurez, ya que ésta depende del ensanchamiento de su capacidad. Debemos permitir que Dios nos dé tiempo para padecer más allá de lo que podemos soportar, puesto que entonces nuestra capacidad se ensanchará. Algunos pueden soportar la pérdida de cinco dólares, pero no resistirían la de cinco mil. Algunos pueden perdonar dos o tres veces, pero a la quinta vez sus manos temblarán. Uno descubre lo maduro o lo inmaduro de una fruta comiéndola. La fruta inmadura tiene un sabor agrio o amargo, y es dura. Sólo las frutas maduras tienen un sabor dulce y un olor agradable.
La señora Guyón tenía el sabor de la madurez. Ella enseñaba a los de edad avanzada y era amiga de los niños. La vida cristiana crece de manera normal. No se trata de desarrollar cierta madurez artificial, como hacen con los plátanos utilizando calor y humedad.
El Hijo del Hombre vino comiendo y bebiendo. El comer y el beber de algunas personas ponen en evidencia su verdadera condición. La vida no es el resultado de perfeccionarnos espiritualmente. Si uno tiene el Espíritu, no necesita tratar de ser espiritual, y si no lo tiene, es imposible perfeccionarse espiritualmente. Los lirios florecen, y las plumas de los pájaros crecen de manera espontánea. Ellos no necesitan tratar de perfeccionar esos rasgos. El esfuerzo por perfeccionarse sólo puede producir “un santo” según el concepto del mundo; no puede producir un creyente verdadero.
Por un lado, basta con tener el sello de la cruz; no tenemos que esforzarnos por llevar fruto, ya que los esfuerzos sólo demoran el crecimiento de la vida y no pueden acelerarlo. Es importante someterse a lo que Dios dispone en nuestras circunstancias, pues esto es la disciplina del Espíritu Santo. Escaparnos una sola vez de lo dispuesto por Dios es perder una oportunidad de ensanchar nuestra capacidad, lo cual prolongará el tiempo necesario para que la vida madure en nosotros y nos obligará a volver a tomar esa lección para llegar a la madurez.
Un creyente no puede ser el mismo después de pasar por los sufrimientos. En dado caso, su capacidad será ensanchada o él se endurecerá. Por esta razón, cuando los creyentes padecen, deben estar atentos y conscientes de que la madurez en la vida espiritual es la suma la disciplina que reciben del Espíritu Santo. Se puede ver si una persona ha madurado en la vida espiritual, pero no se ve la disciplina del Espíritu Santo que esa persona ha recibido secretamente día tras día en el transcurso de los años.
Debemos ser como ríos que reciben de sus afluentes y dejan seguir la corriente |
Consciente de que algunas personas nunca entrarían a un local de reuniones para escuchar el evangelio, en 1922 comencé a imprimir folletos evangelísticos, pues es necesario que las buenas nuevas lleguen a estas personas. Después de redactarlos, empecé a orar y pedir la provisión necesaria para cubrir los gastos de imprenta y de distribución. Dios me dijo: “Si deseas que conteste tu oración, primero debes quitar todo impedimento”.
El domingo siguiente prediqué sobre el tema “Quitar todo impedimento”. En aquel entonces muchos criticaban a la esposa de uno de mis colaboradores, una hermana que se reunía con nosotros. Cuando yo entré a la reunión para dar el mensaje, la miré e interiormente la juzgué y pensé que los demás tenían razón en criticarla. Después de la reunión, ella estaba de pie cerca de la puerta, y yo la saludé al salir del local.
Luego, cuando nuevamente le suplicaba a Dios que cubriera los gastos de imprenta, diciéndole que había quitado todo obstáculo, El me dijo: “¿Qué me dices del mensaje que acabas de predicar? Tú has menospreciado a aquella hermana; ése es un obstáculo para la oración, el cual debes eliminar. Debes ir a ella y confesar tu culpa”. Le respondí: “No es necesario que confesemos a otros los pecados que están en nuestra mente”. Dios me respondió: “Sí, eso es cierto, pero tu caso es diferente”.
Luego, cuando pensé en confesarle a ella y enfrentar el asunto, vacilé en cinco oportunidades. Aún cuando estaba dispuesto a confesar mi falta, me preocupaba que ella, quien siempre me había admirado, ahora me menospreciaría. Le dije a Dios: “Haré cualquier cosa que me pidas, pero no quisiera confesarle a ella mi falta”. Continué pidiendo a Dios que cubriera los gastos de imprenta, pero Él no escuchaba mis argumentos; al contrario, insistía en que yo me confesara con ella. La sexta vez, por la gracia del Señor, le confesé a la hermana mi culpa. Con lágrimas en los ojos, ambos confesamos nuestras faltas y después nos perdonamos el uno al otro. Fuimos llenos de gozo y, desde entonces, nos amamos en el Señor aún más.
Poco después, el cartero me entregó una carta que contenía quince dólares. La carta leía: “Me gusta distribuir folletos evangelísticos y me sentí movido a ayudarle a imprimirlos. Por favor, acepte mi donación”.
En cuanto fueron eliminados todos los impedimentos, Dios contestó mis oraciones. ¡Gracias al Señor! Esta fue la primera vez que experimenté que Dios respondiera a mis oraciones con respecto a la impresión de las publicaciones. En aquel entonces repartíamos más de mil folletos por día. Se imprimían y se distribuían de dos a tres millones de folletos al año para abastecer a las iglesias en varios lugares. En los primeros años de la publicación de literatura, Dios siempre respondió a mis oraciones y cubrió todas nuestras necesidades.
El Señor también me indicó que publicara la revista El testimonio actual y que la distribuyera sin cargo alguno. En aquel tiempo en China, todas las publicaciones de temas espirituales estaban a la venta; solamente la revista que yo publicaba era gratuita.
El cuarto donde redactaba y editaba los manuscritos era bastante pequeño. Cuando terminábamos los artículos, los enviábamos a la imprenta. Si no había fondos disponibles, oraba a Dios pidiendo que enviara su provisión para la impresión. Al observar lo que estaba haciendo, me reía, pues los manuscritos eran enviados a la imprenta sin que tuviéramos los fondos para pagar la impresión.
Mientras viva, nunca olvidaré aquella vez cuando aún me estaba riendo y escuché a alguien tocar la puerta. Al abrirla, vi a una mujer de mediana edad que siempre venía a las reuniones pero por quien mi corazón sentía una extraña frialdad. Era rica, pero amaba el dinero y trataba diez centavos como si fuesen un dólar. Me extrañé de que pudiera ser ella la que diera el dinero para imprimir la revista. Entonces, le pregunté el motivo de su visita, y me dijo:
“Hace una hora, comencé a sentirme incómoda. Cuando oré a Dios, El me dijo que yo no parecía cristiana, porque nunca he hecho lo correcto en cuanto a ofrendar y amo demasiado el dinero”. Le pregunté qué deseaba que hiciera, y me dijo: “Debes ofrendar dinero para que sea usado en Mi obra”.
Luego ella tomó treinta dólares de plata y los puso sobre la mesa, diciéndome: “Gaste el dinero en lo que usted juzgue necesario”. Sobre la mesa estaban los manuscritos y el dinero. Le agradecí al Señor, sin decirle nada a ella. Ella se despidió, y yo fui de inmediato a pagar a la imprenta.
El dinero que ella dio fue suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de la revista. Otros dieron el dinero para los gastos de franqueo. Ahora imprimimos cerca de siete mil ejemplares de cada edición. Dios nos provee todos los fondos en el momento preciso de la manera que lo he relatado. Nunca le he pedido contribuciones a nadie. Ha habido ocasiones en que las personas me han rogado que les acepte el dinero. En todos estos asuntos siempre he esperado exclusivamente en el Señor.
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En la narración que Watchman Nee presentó de su historia personal en una reunión el domingo, 4 de diciembre de 1932, él relató los mismos asuntos con más detalles.
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A fines del año 1922 sentí la carga de publicar una revista, debido a que numerosas personas habían sido salvas en Fuchow, y el número iba incrementándose. En aquel tiempo, el hermano Leland Wang estaba evangelizando lejos en la región de Yangtze. Su esposa y sus hijos quedaron solos en casa; así que me pidió que me mudara a su casa para cuidar a su familia. Todos los días, la hermana Wang y yo orábamos por la revista. En aquel tiempo me encontraba extremadamente limitado en las finanzas. Después de orar por más de un mes, no tenía ni un solo dólar. Una mañana le dije: “No es necesario orar más; eso sería falta de fe. Debo empezar a escribir. ¡Dios no necesita poner el dinero en nuestras manos para que empecemos a escribir! Por consiguiente, dejaré de orar por este asunto, y proseguiré a la preparación de los borradores”.
Cuando todo estuvo listo y la última palabra fue escrita, dije: “Ahora llegará el dinero”. Me arrodillé y volví a orar, diciendo: “Dios, el borrador está listo para imprimirse, pero todavía no tenemos dinero”. Después de orar así, sentí una confianza maravillosa de que Dios daría el dinero, y empezamos a alabar a Dios. Lo más asombroso fue que todavía no habíamos terminado la oración cuando alguien llamó a la puerta. Yo esperaba que viniera alguien con el dinero. Como estaba en casa de la hermana Wang, dejé que ella abriera la puerta. Para mi sorpresa, la persona que vino era una hermana rica pero muy avara. Pensé: “Con seguridad ella no dará el dinero”. Pero me dijo: “Tengo algo extremadamente importante que decirle”. Contesté: “Dígame, por favor”. Entonces ella preguntó: “¿Cómo debe dar ofrendas un cristiano?” Contesté que no debemos adoptar la costumbre del Antiguo Testamento de dar solamente el diezmo; más bien debemos seguir lo dicho de 2ª Corintios 9: 7, según lo cual cada persona debe dar conforme al lo que Dios le indique. Puede dar la mitad, la tercera parte, el diezmo, o la vigésima parte de su ingreso. Entonces ella contestó: “¿Adónde se debe entregar ese donativo?” Contesté: “No la dé a una iglesia que se oponga al Señor ni a los que no creen en la Biblia ni en la redención de la sangre que el Señor derramó. Si nadie les da contribuciones, no podrán llevar a cabo su predicación. Ore antes de dar una ofrenda, y luego dela a los pobres o a alguna obra, pero jamás a una organización que no sea recta”. Ella dijo: “El Señor me ha hablado durante mucho tiempo acerca de mi devoción excesiva al dinero. Al principio no pude aceptarlo, pero ahora sí puedo. Mientras oraba esta mañana, el Señor me dijo: “Ya no tienes que orar más. Sólo empieza a ofrendar tu dinero". Estaba bastante desconcertada, pero ahora estoy aquí con treinta dólares para que los use en la obra del Señor". Este dinero era suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de El testimonio actual. Más adelante, otra persona dio otros treinta dólares más, con lo cual pagamos el envío y demás gastos. Así se publicó el primer número de El testimonio actual.
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En el testimonio personal que Watchman Nee dio en Kulangsu el 20 de octubre acerca del acontecimiento mencionado arriba, él concluyó con las siguientes palabras:
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Si una persona se deja dominar por el dinero, sin duda fracasará en otros asuntos. Debemos esperar en Dios con una mente sencilla y nunca hacer nada que deshonre al Señor. Cuando alguien nos dé dinero, lo aceptamos en el nombre de Cristo, pero nunca debemos pedir nada. Agradezco a Dios que después de decirles a mis padres que no volvería a usar su dinero, aún así me fue posible estudiar los dos años que me faltaban. Aunque no sabía de dónde vendría mi sustento, Dios siempre proveyó cuando se presentó alguna necesidad. Algunas veces la situación parecía en extremo difícil, pero Dios nunca me desamparó.
Con frecuencia ponemos nuestra confianza en las personas, pero Dios no desea que dependamos de otros. Debemos aprender la lección de gastar en la medida en que recibimos, y nunca seamos como el mar Muerto, que recibe varios afluentes pero del cual no fluye ninguno; más bien debemos ser como el río Jordán, que recibe de sus afluentes y deja seguir la corriente. Los levitas del Antiguo Testamento se dedicaban exclusivamente a servir a Dios, y aún ellos debían ofrecer sus diezmos.
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Benjamín Franklin, "La rebelión a los tiranos es obediencia a Dios" |