JOSÉ:¡¡¡Excelente!!! Todo cambia cuando, callando, dejamos de argumentar y de replicar y, en verdad, comenzamos a obedecer sin rechistar.
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JOB, SUFRIMIENTO Y FILIACIÓN (MUDANZA DEL CAUTIVERIO AL YO AL CAUTIVERIO A CRISTO), Romeu Bornelli
A través del dolor, Dios operó en Job una mudanza de cautiverio.
Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era éste hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal… y era aquel varón más grande que todos los orientales … De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”. – Job. 1: 1-3; 42: 5-6.
Los primeros libros de cada sección del Antiguo Testamento son libros fundamentales. Génesis es el libro básico en el Pentateuco; Josué, en la sección histórica; Job, en la sección poética, e Isaías, en la sección profética. Estos primeros libros contienen todos los conceptos de los restantes, las semillas o verdades más esenciales.
En la sección poética, tenemos a Job como el libro básico. Sin Job, no tendríamos Salmos, no tendríamos alabanza y adoración. ¿Cuál es la lección clave en este libro? A menudo, en los estudios sobre Job, vemos: «el problema del sufrimiento», «el sufrimiento del inocente», y cosas afines. Pero ese no es el tema. El problema del sufrimiento del justo es mencionado aquí, pero ésa no es la clave.
La clave del libro de Job está en una palabra: Filiación. El propósito de Dios al obrar en Job era una plena filiación o madurez espiritual. Si nos perdemos en los sufrimientos –aun en el sufrimiento del justo– no entenderemos. Lo que Dios obra aquí es lo que Él hace en las vidas de aquellos que pertenecen a Él.
La Filiación
Job es el mayor poema de la Biblia. Si la esencia del libro fuese el sufrimiento, no habría cuarenta capítulos de poesía. Él énfasis es la plena filiación. ¿Cómo Dios puede escribir tal poema? Los ojos naturales ven sufrimiento tras sufrimiento; mas, los ojos espirituales ven filiación y madurez espiritual, «el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp. 3: 14).
La palabra que Pablo usa aquí para «supremo», significa ascensional. Al final de su trabajo en Job, Dios le habla en medio de un torbellino. El torbellino siempre actúa desde abajo hacia arriba; elevando algo a un nivel superior. Por eso, Dios habló con Job desde un torbellino.
Los dos primeros capítulos del libro son prosa narrativa. A partir del capítulo 3, comienza la poesía. El escrito es poético hasta Job 42: 5-6, que dice: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza». Aquí termina la sección poética. Al final, desde 42: 7, hay otra sección breve en prosa, que narra lo que pasó después con la vida de Job.
La gran lección en el libro de Job, la filiación, es que Dios hará una mudanza de cautiverio en Job, y esto es central en el libro. Job vivía en el cautiverio del yo; y él sería trasladado al cautiverio de Cristo. Una mudanza drástica, un cambio profundo en el corazón; por eso, Dios actuó de esa forma en la vida de Job.
«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús…» (Ef. 2: 10). La palabra «hechura», en griego, es poiema. Nosotros somos poema de Dios. Dios está escribiendo su poema, obrando en la vida de su pueblo, para que seamos su obra maestra. Este es el tema del libro de Job.
La división en el libro de Job sigue una serie de discursos. La sección poética comienza en el versículo 3: 1, y va en ascenso hasta el versículo 11: 20. Esta es la primera serie de discursos.
Los amigos de Job y las esferas del alma
Job tiene tres amigos. Diríamos que, con esos amigos, nadie necesita de enemigos. Cada uno de ellos representa una esfera del alma. Primero habla Elifaz. Sin duda, él representa las emociones. Él es todo emocional, y analiza el sufrimiento de Job en forma emocional.
«El asunto también me era a mí oculto; mas mi oído ha percibido algo de ello. En imaginaciones de visiones nocturnas, cuando el sueño cae sobre los hombres, me sobrevino un espanto y un temblor, que estremeció todos mis huesos; y al pasar un espíritu por delante de mí, hizo que se erizara el pelo de mi cuerpo. Paróse delante de mis ojos un fantasma, cuyo rostro yo no conocí, y quedo, oí que decía: ¿Será el hombre más justo que Dios? ¿Será el varón más limpio que el que lo hizo?» (Job 4: 12-17).
Noten el lenguaje de Elifaz. «Al pasar un espíritu por delante de mí, hizo que se erizara el pelo de mi cuerpo». Es un lenguaje emocional. Cuando interpreta los sufrimientos de Job, por ser él tan emocional, toca las emociones de Job, y éstas quedan todas perturbadas. ¿Por qué? Porque Job está sufriendo, él no sabe por qué, y necesita descubrir la causa de su sufrimiento.
«Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón más grande que todos los orientales» (Job 1: 3). Job era el mayor del oriente, y Dios mismo da un quíntuple testimonio sobre él. «Y Yahweh dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?» (1: 8). Una vida maravillosa. Ese es el testimonio de Dios.
Pero había un problema con Job, que él mismo desconocía. Él era cautivo de su belleza, de su justicia propia y de su gloria propia. ¡Ninguno hay como Job! Se dice que, cuando él iba a las plazas, los jóvenes se retiraban, los príncipes ponían la mano en sus bocas, porque Job era el mayor de los orientales. Él producía espanto en la vida de los demás. Entonces Dios obrará en su vida, para llevarlo a un nivel que él no conocía, de relación e intimidad con Dios, y también a una visión de sí mismo.
Cuando Job entra en el sufrimiento, sus tres amigos lo visitan. Se dice que ellos expresaban lo máximo de la sabiduría humana, y así ellos abordan a Job. Después de Elifaz, que tipifica las emociones, habla Bildad (capítulo 8). Bildad es racional; él tipifica la mente, e intenta ayudar razonando sobre los sufrimientos de Job, buscando su interpretación en la mente y los pensamientos, de Job. Pero Job no halla respuesta. Job dirá que Bildad está errado, porque él es justo, íntegro y santo; luego, las razones de Bildad no corresponden. Mas, lo importante aquí es que él logra agudizar la mente de Job.
En el capítulo 11, habla Zofar, arbitrario e impaciente. Él representa la voluntad. En la última de las tres series de discursos, Zofar ni siquiera habla; ya perdió la paciencia con Job.
El propósito de Dios
Emociones, mente y voluntad, son las facultades de nuestra alma. Cuando viene el sufrimiento, lo primero que habla es nuestra alma. De alguna manera, buscamos una respuesta emocional, o racional, o en el terreno de la voluntad, de las decisiones. Pero el propósito de Dios es usar los sufrimientos con un objetivo mucho mayor: aquello que Job llama al final del libro: «Ahora mis ojos te ven». ¡Visión de Dios!
Sin embargo, hay una contraparte: «Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (42: 6). La palabra «aborrecer», usada aquí, es una palabra específica en hebreo, que siempre es usada en relación con la adoración de ídolos. En el libro de Samuel está escrito que la idolatría es abominación a los ojos del Señor.
Cuando Job dice que se abomina, en otras palabras, está diciendo: «Yo era mi propio ídolo. Yo me adoraba, como aquel que mantiene un espejo delante de su rostro todo el día». «Yo soy justo, recto, íntegro, temeroso de Dios y apartado del mal». ¡Ese era Job! Todo el día, Job estaba con un espejo ante él, contemplándose. Entonces, Dios usó los sufrimientos para quebrar aquel espejo.
Cada vez que Dios trabaja en nosotros, Él es soberano en el arreglo de las circunstancias. No estamos en las manos del destino o de la suerte, sino en las manos del Señor. Entonces Él usa todas las situaciones para operar en nuestras vidas. ¿Cuál es su propósito? Una filiación plena, un cambio de cautiverio: del cautiverio del ego al cautiverio de Cristo. Esta mudanza es muy profunda.
Job entró en un proceso de enfermedad. Se nombran al menos quince síntomas de sus males: heridas en todo el cuerpo, fiebre, piel reseca, etc. Este proceso duró unos seis meses. Dios estaba escribiendo su poema. ¡Qué misterio maravilloso!
El poema se desarrolla en la primera serie (3: 1 al 11: 20). Luego una segunda serie (12: 1 al 20: 29), y una tercera (21: 1 al 28: 28). Así llegamos a los «discursos de desafío» de Job. Lo que está ocurriendo aquí es que Job no conocía a Dios adecuadamente, y, por tanto, él no se conocía a sí mismo adecuadamente.
Autoglorificación, autocompasión y autojustificación
Job 29 es el capítulo de la autoglorificación. Después que el alma de Job fue tan estimulada, él ya está cansado, sufriendo tanto, que hará sus discursos de desafío. Su hablar nos recuerda a un abogado, porque él dice: «Ya he encaminado mi causa, y que el Todopoderoso se defienda». ¡Impresionante!
Job cree estar en un tribunal humano, y acusa a Dios, diciendo: «Mi causa es segura, muy firme, muy fuerte. Yo soy justo, íntegro y recto; apartado del mal, temeroso de Dios. Entonces, que el Todopoderoso se defienda». El problema de Job era que Dios no descendía a aquel tribunal. A menudo, en nuestros sufrimientos, Dios nos responde con silencio, y éste es ensordecedor, porque nuestras emociones, nuestra mente y voluntad están revolucionadas. No sabemos explicarlo. Y Dios está callado.
Cuando Eliú comienza a hablar, representa la voz del Espíritu Santo. ¿Por qué él fue el último en hablar? Porque era el más joven. En el oriente, sería imposible que los jóvenes hablaran antes que los viejos.
Cuando sufrimos, primero hablan las facultades del alma: emociones, pensamientos y voluntad. Esto nos acontece siempre, porque nuestro viejo hombre es más antiguo que el nuevo hombre. Entonces el viejo habla primero, y el nuevo al final. Pero cuando el Espíritu Santo viene y nos interpela, nuestra boca calla.
¿Saben cuál es una de las frases más bellas del libro de Job? «Aquí terminan las palabras de Job» (Job 31: 40). Esa es una bella frase. Ahora su boca está cerrada; Job está agotado; sus emociones ya no responden a nada, su mente no consigue aquietarse. Él ya expuso su causa y su defensa; pero Dios no dice nada, no se manifiesta. Job está en el fin de sí mismo. Su boca calla, pero su corazón está bien vivo.
Los capítulos 29 al 31 son la cima del egocentrismo. Job 29 es el capítulo de la autoglorificación. Job sufrió y sufrió, y su ego se fue inflando e inflando. Él no se contenía, y entonces habla delante de Dios: «Volvió Job a reanudar su discurso, y dijo: ¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba, cuando hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, a cuya luz yo caminaba en la oscuridad; como fui en los días de mi juventud, cuando el favor de Dios velaba sobre mi tienda; cuando aún estaba conmigo el Omnipotente, y mis hijos alrededor de mí» (29: 1-5).
«Dios me guardaba (pasado)… hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara (pasado)… en los días de mi juventud… el favor de Dios velaba sobre mi tienda». ¿Cómo hace Dios esta lectura? «Dios me está persiguiendo».
El nombre Job tiene dos significados: «Perseguido», y «Volviendo siempre a Dios». Por un lado, él es perseguido, y por el otro, es aquel que siempre se vuelve a Dios.
Pero, antes que Job se vuelva a Dios, él se vuelve a sí mismo. «Los oídos que me oían me llamaban bienaventurado, y los ojos que me veían me daban testimonio» (v. 11). «Me vestía de justicia, y ella me cubría; como manto y diadema era mi rectitud» (v. 14). «Me oían, y esperaban, y callaban a mi consejo» (v. 21). «Tras mi palabra no replicaban, y mi razón destilaba sobre ellos» (v. 22). Todo este capítulo es autoglorificación. Job habla todo el tiempo de sí mismo, y de la gloria que él tenía. «Pero la amistad de Dios ya no está sobre mi tienda». Esa era la evaluación de Job, pero no la de Dios.
Todo el capítulo 30 es el capítulo de la autocompasión. Vean cuán osado era Job. «Pero ahora se ríen de mí los más jóvenes que yo, a cuyos padres yo desdeñara poner con los perros de mi ganado» (30: 1). Está diciendo que él es infinitamente mejor que ellos.
«Se han revuelto turbaciones sobre mí; combatieron como viento mi honor, y mi prosperidad pasó como nube» (v. 15). «Él me derribó en el lodo, y soy semejante al polvo y a la ceniza» (v. 19). «Te has vuelto cruel para mí; con el poder de tu mano me persigues. Me alzaste sobre el viento, me hiciste cabalgar en él, y disolviste mi sustancia» (v. 21-22).
Cuando Simón dice: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca» (Mat. 16: 22), ¿qué buscaba Satanás detrás de la mente de Simón? Llevar el corazón del Señor Jesús a la autocompasión. La autocompasión es maligna. Cada vez que estamos sufriendo, tenemos tendencia a mostrar a todos: «Miren cómo estoy sufriendo, cómo estoy necesitado; todos oren por mí». Nuestro egocentrismo es tan agudo.
Y el capítulo 31 es el capítulo de la autojustificación. Job dirá que ninguna viuda dejó de ser cuidada por él, ningún huérfano pasó hambre a su puerta. Él se autojustifica, en el clímax del ego. Autoglorificación, autocompasión y autojustificación. Así, llegamos a esta frase especial: «En lugar de trigo me nazcan abrojos, y espinos en lugar de cebada. Aquí terminan las palabras de Job» (Job 31: 40).
La voz del Espíritu Santo
En el capítulo 32, Eliú, figura del Espíritu Santo, comienza su discurso. «Para que no digáis: Nosotros hemos hallado sabiduría; lo vence Dios, no el hombre» (32: 13). «Porque lleno estoy de palabras, y me apremia el espíritu dentro de mí» (v. 18). Eliú prosigue hasta el capítulo 37.
«Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. Por sueño, en visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres, cuando se adormecen sobre el lecho, entonces revela al oído de los hombres, y les señala su consejo, para quitar al hombre de su obra, y apartar del varón la soberbia» (Job 33: 14-17).
Soberbia, es una palabra clave. Dios estaba tratando con Job, y éste es el gran motivo: la soberbia. La soberbia son aquellos ojos que miran hacia adentro. «Yo soy justo, soy íntegro, soy recto; yo temo a Dios, me desvío del mal. Yo, yo y yo…». Tal es la soberbia, un pecado tan sutil, que camina paso a paso con nuestro crecimiento espiritual. Esa es la tragedia de la soberbia.
La soberbia
Cuando nosotros estamos creciendo espiritualmente, la soberbia nunca dejará de caminar a nuestro lado y ella nos dirá: «Tú estás creciendo, estás madurando, te estás volviendo más santo, tú, tú y tú». La soberbia es muy sutil, porque acompaña aun nuestro crecimiento espiritual. Entonces, ¿cuál es nuestra oportunidad de libertarnos?
¿Recuerdan cuando David dejó Jerusalén y fue al desierto? Absalón se rebeló contra él y tomó el trono, y David se retiró al desierto. Él era el ungido de Dios, el rey conforme al corazón de Dios. David sale al desierto de Judá, cuando un descendiente de Saúl, llamado Simei, se coloca al lado de la caravana, y va maldiciendo a David, diciéndole: «¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso!» (2º Sam. 16: 7).
Un general de David no se conforma con esto: «¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza. Y el rey respondió: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Si él así maldice, es porque Yahweh le ha dicho que maldiga a David… Dejadle que maldiga, pues Yahweh se lo ha dicho» (16: 9-11).
De la misma manera, la soberbia camina junto al corazón. El general daba oídos a Simei, pero no David. Si la soberbia camina a nuestro lado, no debemos darle oídos. No estamos volviéndonos mejores: Cristo va siendo formado en nosotros; es la vida de Cristo, es la gloria de Cristo.
Un secreto de la madurez cristiana es percibir que nuestros valores, nuestros recursos, todo aquello que requerimos, no está exactamente en nosotros, sino en Cristo, y Él está en nosotros. Si trasladamos los valores suyos a nosotros, vamos por un camino peligroso. Nos gloriaremos en cosas que no son nuestras, son de Cristo, seguirán siendo de Él, y siempre serán de Él.
Una trompeta de Dios
Job no aprendió esta lección; entonces Dios trató con él. Dios puso su mano en Job, porque éste era soberbio. «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Prov. 16: 18). Hay una luz al final del túnel. Dios es bueno y misericordioso. Sabiendo que nuestra soberbia nos arruinará, él pone su mano en nosotros.
C.S. Lewis, un siervo del Señor del siglo pasado, dijo: «El sufrimiento es una trompeta de Dios para despertar a un mundo sordo». En nuestra vida cristiana, Dios tiene una trompeta, el sufrimiento, y la va a usar para despertar nuestros corazones, para que no seamos muertos por la soberbia, para que no vivamos una vida cautiva al ego, porque la soberbia precede a la ruina, y la altivez de espíritu, a la caída.
Ese es el motivo del sufrimiento de Job. El énfasis no es el sufrimiento del justo. No. Es el propósito de Dios, una filiación plena, que nos lleva, de un nivel del conocimiento de Dios, a otro nivel más alto.
¿Cómo Dios hace eso? Mediante tres series de discursos, toda el alma de Job es agitada; él no sabe más que lo que siente, no sabe más que lo que piensa, no sabe explicar nada más. Entonces, todo lo que él tiene que decir es sobre su tesoro. La boca habla de lo que está lleno el corazón. Job estaba lleno de sí mismo, entonces habla de sí mismo, se autoglorifica, tiene autocompasión y se autojustifica.
Las preguntas de Dios a Job
Tras los discursos de Eliú, llegamos a la voz de Dios, capítulo 38. «Entonces respondió Yahweh a Job desde un torbellino y dijo: ¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría?». ¡Qué bella pregunta! Dios dice que Job no conoce nada de lo que Dios está haciendo con él. Luego, Dios hace un cuestionario para Job, con preguntas maravillosas. Vean el capítulo 39.
«¿Sabes tú el tiempo en que paren las cabras monteses o miraste tú las ciervas cuando están pariendo?… ¿Quién echó libre al asno montés y quién soltó sus ataduras?… ¿Querrá el búfalo servirte a ti o quedar en tu pesebre?» (Job 39: 1, 5, 9).
«¿Diste tú hermosas alas al pavo real, o alas y plumas al avestruz? El cual desampara en la tierra sus huevos, y sobre el polvo los calienta, y olvida que el pie los puede pisar, y que puede quebrarlos la bestia del campo. Se endurece para con sus hijos, como si no fuesen suyos, no temiendo que su trabajo haya sido en vano; porque le privó Dios de sabiduría, y no le dio inteligencia. Luego que se levanta en alto, se burla del caballo y de su jinete» (v. 13-18).
¡Qué impresionante! Dios se compara a Sí mismo con un avestruz. El avestruz trata duramente a sus hijos, pero carece de sabiduría, no tiene propósito ni entendimiento. Pero Dios, cuando trata a sus hijos, es pleno de sabiduría y de propósito.
Las preguntas que Dios hace a Job en este relato están llenas de significado. Resumiendo en pocas frases, podemos decir que la excelencia de la sabiduría, la excelencia del propósito, están en todo aquello que Dios hace. Dios actúa siempre con sabiduría y con propósito.
«Mi mano pongo sobre mi boca»
El discurso va hacia un final maravilloso. Dios habla con Job desde un torbellino, en dos fases. En la primera, Dios pone a Job cabeza abajo, y éste no tiene respuesta. «Además respondió Yahweh a Job, y dijo: ¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto. Entonces respondió Job a Yahweh, y dijo: He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar» (Job 40: 1-5).
Son maravillosas estas frases. Job no tenía qué responder. De alguna manera él está entendiendo que Dios, en su sabiduría y propósito, está lidiando con él. Así, la primera fase de la interlocución con Dios termina, y Job pone su mano en su boca.
La frase «Yo soy vil», es tan diferente a otras que Job había hablado. Antes, él afirmaba ser íntegro. «Estoy limpio y sin transgresión, yo soy puro y no tengo iniquidad» (33: 9). «Job ha dicho: Yo soy justo y Dios me ha quitado mi derecho» (34: 5). «¿Piensas que es cosa recta lo que has dicho: Más justo soy yo que Dios?» (35: 2). Ese era el pensamiento de Job. Pero ahora afirma: «He aquí que yo soy vil» (40: 4).
Job estaba llegando al lugar donde Dios quería llevarlo. Aquí hay un misterio maravilloso. Dios podrá continuar hablando con Job, porque Job puso su mano en su boca. Quizá no tendríamos esta segunda fase, si Job no lo hubiese hecho.
«Respondió Yahweh a Job desde el torbellino, y dijo» (40: 6), la misma frase del capítulo 38. Son dos etapas, y, ¿qué hay en el medio? La confesión de Job: «Yo soy indigno; pongo mi mano en mi boca». Eso permitió a Dios continuar su obra en Job. ¡Qué importante lección! La manera cómo respondemos a los tratos de Dios, determinará si Él continuará su obra con nosotros. Nuestra respuesta es muy importante. (ADMINISTRADOR: ¿Escogeremos seguir en la amargura del hijo mayor o entraremos a la fiesta en la Casa?)
Behemot y Leviatán
Estamos casi al final del libro, sin duda su parte más preciosa. Dios compara a Job con dos animales: «He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti» (40: 15). «¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo, o con cuerda que le eches en su lengua?» (41: 1). Aunque algunos piensan que behemot es un hipopótamo, parece más bien ser un rinoceronte, porque dice que Dios le proveyó de espada, aludiendo quizás al cuerno de este animal. Pero lo importante aquí es lo que Dios quiere enseñarle a Job.
Primero, el rinoceronte. Job 1: 3 decía que Job era el mayor de los orientales. Nadie puede empujar y derribar un rinoceronte; es tan pesado (más de tres toneladas). «Sus huesos son fuertes como bronce, y sus miembros como barras de hierro» (40: 18). Así era Job, tan firme en su propia justicia, en su gloria.
Aquí hay una expresión interesante: «He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti», como diciendo: «Mira a este animal y te verás ti mismo, armado con una espada». Nadie se aproxima a él, afirmado en sus piernas, tan robusto, tan fuerte, tan lleno de vigor. Ése era Job.
La segunda pregunta es: «¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo?» (41: 1). Y: «No guardaré silencio sobre sus miembros, ni sobre sus fuerzas y la gracia de su disposición. ¿Quién descubrirá la delantera de su vestidura? ¿Quién se acercará a él con su freno doble? ¿Quién abrirá las puertas de su rostro? Las hileras de sus dientes espantan. La gloria de su vestido son escudos fuertes, cerrados entre sí estrechamente. El uno se junta con el otro, que viento no entra entre ellos. Pegado está el uno con el otro; están trabados entre sí, no se pueden apartar» (40: 12-17).
«¿Quién descubrirá la delantera de su vestidura? ¿Quién se acercará a él con su freno doble?». Así como leviatán, Job tenía una doble coraza. Aquellas escamas son tan yuxtapuestas, que no entra ni siquiera el aire. Job era inquebrantable; ninguna lanza podía penetrar su coraza. Dios pregunta: «¿Quién puede sacar al cocodrilo? ¿Quién puede poner un anzuelo en su nariz?». Y, ¿cuál es la respuesta? Solo Dios mismo. Él lo sacaría y trataría con él, penetrando su coraza, su orgullo.
«De su grandeza tienen temor los fuertes, y a causa de su desfallecimiento hacen por purificarse» (41: 25). «No hay sobre la tierra quien se le parezca; animal hecho exento de temor. Menosprecia toda cosa alta; es rey sobre todos los soberbios» (v. 33-34). Esa es la figura de Job; por eso Dios lo trató de esa manera.
Hacia la madurez espiritual
¿Cuál era el propósito de Dios? ¿Tiene él placer en el sufrimiento? No. Dios quiere conducir a sus hijos a la madurez, a un nivel de intimidad y de conocimiento de Dios que antes no teníamos. Entonces, al final del libro, capítulo 42, vemos un nuevo Job. Y, ¿qué es lo que este nuevo Job dice? Leamos:
«Respondió Job a Yahweh, y dijo: Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42: 1-6).
El papel de Satanás
Cuando comienza el libro, en el capítulo 1, vemos claramente que, quien tocó la vida de Job, fue el diablo. Tras aquella conversación entre Dios y Satanás, Dios permitió que Job fuese alcanzado. Primero Job es tocado en todo lo que poseía, sus animales, sus hijos, y en una segunda fase, es tocado su cuerpo, y él sufre aquellas enfermedades.
En esa etapa de crisis, Job adora a Dios. Él permaneció firme en la crisis, pero falló en el proceso. Durante el proceso, él acusa a Dios. Pero Dios conoce todo sobre Job, sus pensamientos y emociones. Y Dios mantendrá su mano firme.
Aquellos a quienes les gusta pescar, saben que, si el pez muerde el anzuelo, a veces se puede tardar en sacarlo del agua. Y, ¿cuál es el secreto? Mantener la caña firme y dejar que el pez se canse. (Ejemplo de W. Nee sobre el rescatista y el que se estaba ahogando).
Fue eso lo que Dios hizo con Job, cuando éste se debatía con sus ideas y sus sentimientos, Dios mantenía la caña firme, porque el anzuelo estaba puesto en la nariz del cocodrilo y no escaparía del Todopoderoso.
Aunque Satanás tocó la vida de Job, autorizado por Dios, Job no consideró eso. Él no dice: «Yo sé que todo lo puedes, y el diablo fue frustrado», sino: «Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti» (42: 2), o «ninguno de tus planes puede ser frustrado». Job entiende que la acción del diablo estaba dentro del proyecto de Dios. Satanás no es autónomo, no actúa por voluntad propia; hay un único y soberano Señor, que rige todos los asuntos del universo.
¿Cómo lo comprendió Job? A causa de las preguntas de Dios. «¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?». Preguntas como ésta muestran la sabiduría y soberanía de Dios. Ahora Job está claro: «Ninguno de tus planes puede ser frustrado».
Un corazón receptivo
«Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás» (42: 4). Job no dice: «Te preguntaré, y tú me responderás». No está argumentando con Dios; ahora él tiene un corazón receptivo: «Te preguntaré, y tú me enseñarás». ¡Qué maravilla! Job ha mudado de cautiverio; antes, él preguntaba, y demandaba que Dios le diese respuesta. Cuanto más avanzamos en nuestra jornada cristiana, menos preguntas tenemos. Salmos 32: 8 dice: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos». Esa es la promesa que tenemos.
«De oídas te había oído» (42: 5). «Yo te conocía de segunda mano». Ah, jóvenes hermanos y hermanas, quisiera que ustedes fuesen alentados en este conocimiento del Señor. No es solo el Dios de sus padres –un conocimiento de segunda mano y un temor del Señor de segunda mano.
La tragedia en los días de los Jueces fue exactamente ésa: los ancianos que vivían en el tiempo de Josué conocían al Señor; pero luego se levantó otra generación que no conocía al Señor, ni las obras del Señor a través de Josué. Entonces, no expulsaron a sus enemigos.
Como ya dijimos en un encuentro pasado, la primera generación recibe la revelación, pero la segunda solo tiene la tradición. Que no sea así con nosotros; que volvamos a la simplicidad y a la pureza de Cristo.
La intención del Señor al ganar a los padres, es que los hijos puedan ir mucho más allá; que la segunda generación vaya mucho más allá que la primera. Entonces, que el Señor nos anime en este camino.
Cambio de cautiverio
Finalmente, concluyendo el libro, dice: «Y quitó Yahweh la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos» (42: 10). La expresión: «Quitó el Señor la aflicción de Job», tiene un sentido mucho más profundo: «Cambió Yahweh el cautiverio de Job». Antes, él era cautivo de sí mismo; ahora es cautivo de Cristo. Y, ¿cuál es el resultado? Una doble porción. Ésta, en la Biblia es la porción del primogénito.
Job recibió una doble porción, porque, espiritualmente hablando, adquirió un derecho de Primogenitura. Doble bendición. Si pusiésemos en una ecuación el libro de Job, ¿cuál sería ésta? Sufrimiento + la Palabra de Dios = madurez. No es solo el sufrimiento, ni solo la Palabra de Dios, sino que es el sufrimiento, más la Palabra de Dios. Siempre el Señor operará así en nuestras vidas.
A causa de Job, tenemos los Salmos: adoración, alabanza, cánticos. El libro de Job es el fundamento y los otros son la consecuencia. En Cantares, tenemos unión con Cristo. ¿Cuál es la llave de esta unión? Quebrantamiento: sufrimiento, más la Palabra de Dios. Sin el libro de Job, no tenemos la realidad de Cantar de los Cantares.
Filiación y sacerdocio
Concluyendo, cuando el Señor se presentó resucitado por primera vez, la primera en verlo fue María Magdalena. «Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Juan 20: 17).
Cuando el Señor dice: «Subo a mi Padre», este es el Padre eterno, que tiene comunión eterna con su único Hijo. Nadie más podía llamar, a Dios, Padre, solo el Hijo. Mas, ahora, Él tiene un mensaje. Aquel que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado. Él murió y resucitó. Ahora, Él ahora puede decir: «Ve a mis hermanos». Jesús nunca llamó hermanos a sus discípulos. Solo discípulos, apóstoles, siervos, y aun amigos, pero nunca hermanos.
Ahora Él puede decir: «Y diles: subo a mi Padre…». Esto es tan personal. Pero también: «…y a vuestro Padre». «Subo a mi Dios…», tan personal. Mas también: «…y a vuestro Dios». Aquí son puestas dos líneas de oro, que recorren la Biblia de Génesis hasta Apocalipsis, sin interrupción.
La primera línea es la filiación, el tema del libro de Job. «Mi Padre y vuestro Padre». Dios conduciría a Job a esta madurez, a esta vida de unión, a esta pertenencia. Y, ¿cuál era el problema de Dios con Job? Era Job mismo. Por eso, Dios trató con él. Esa es la filiación.
Luego: «Mi Dios y vuestro Dios». Esta es la línea del servicio, del sacerdocio, que va desde Génesis a Apocalipsis. Sus sacerdotes estarán con Él y reinarán con Él. Y habrá un tabernáculo celestial, y el Cordero será su lámpara: la gloria de Dios iluminará, «y sus siervos le servirán y verán su rostro».
En cuanto a la filiación, nosotros ya somos hijos, pero el propósito de Dios es que lo seamos plenamente, conformados a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Por eso, Dios opera así en nuestras vidas.
Cuando Dios nos mira, Él ve a sus bebés, a quienes ama; mas, Él no tiene placer en que sigamos siendo bebés. Él quiere llevarnos a participar con Él, en aquello que Él piensa, que Él quiere, que Él siente – ser compañeros de Dios.
Luego, el sacerdocio. ¿Cuál es la clave del servicio? La plena filiación. Si no crecemos en esta relación con Dios, ¿cómo vamos a servirle? ¿Con nuestras capacidades, con nuestras estrategias, con el equipamiento natural? No. El obrar de Dios siempre pasará por la Cruz, de gloria en gloria. Esto es el libro de Job.
El Señor continúe hablando a nuestros corazones. Amén.
Mensaje impartido en Santiago de Chile, en abril de 2017.
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