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LA TIERRA DEL DOLOR, Scott Hubbard

 



NOTA DEL ADMINISTRADOR:
En este blog hablamos mucho de la senda de la cruz, porque efectivamente, esta tierra es un Valle de Lágrimas o de Dolor. Sin embargo, sabemos por experiencia, que no sólo en la otra vida, sino aquí, ahora, "en la tierra de los vivientes", al otro lado, tras acabar el camino de la "senda estrecha", podemos encontrar el lugar "espacioso"; que tras la rendición y la muerte a la carne, del otro lado de la cruz nos espera la "vida de resurrección", la paz, el gozo y el amor; sí, aquí en esta vida, en la "en la tierra de los vivientes".

JOSÉ,  

PORQUE NUESTRO DIOS ES FUEGO CONSUMIDOR, F. B. Meyer

 



"… porque nuestro Dios es fuego consumidor".

– Heb. 12: 29


¡Qué consuelo hay en estas palabras! En otro tiempo solo nos llenaron de alarma: ahora ellas son oleadas de gran gozo.

A orillas del Mar Rojo, hubo una gran diferencia con relación a cuál lado de la nube estaban los ejércitos. Estar en un lado significaba terror y consternación: «El Señor miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios». Pero estar en el otro lado significaba consuelo y esperanza: «y era nube y tinieblas para aquéllos, y alumbraba a Israel de noche».

De forma similar, hay una gran diferencia en nuestra posición ante Dios, para que las palabras al principio de este capítulo sean un consuelo o una causa de ansiedad. Si estamos contra Dios –enemigos en nuestra mente por obras perversas, pecando contra su apacible Espíritu Santo– poco alivio podremos hallar en la consideración del simbolismo majestuoso del pasaje. Pero si estamos de su lado, resguardados bajo su mano, ocultos en la hendidura de la Roca, conscientes de que estamos en Aquel que es real –entonces podemos regocijarnos con gran gozo de que «nuestro Dios es fuego consumidor».

En la Escritura, el fuego es el símbolo invariable de la naturaleza y el carácter de Dios. Fue como una antorcha de fuego que el Todopoderoso pasó entre los animales divididos del sacrificio de Abraham. Fue como fuego, que no necesita la madera de la acacia para su mantenimiento, que Él se apareció a Moisés en el desierto, para comisionarlo para su obra. Fue como fuego que su presencia brilló en el monte Sinaí, cuando le entregó la Ley.

La aceptación divina de los sacrificios a través del ritual antiguo fue puesta de manifiesto por el fuego que bajó del cielo como una antorcha, pasando a través de la carne de los animales sacrificados. Malaquías dijo que Cristo vendría como el fuego de un refinador; y cuando el precursor anunció su advenimiento, él lo comparó a la obra de la llama rojiza que destruye y purifica: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego». «Él quemará la paja en fuego que nunca se apagará».

Por lo tanto, fue también en armonía perfecta con toda la gama del simbolismo escritural, que el descenso pentecostal del Espíritu Santo fue acompañado por lenguas divididas, como de fuego. Por supuesto, no debemos negar que hay un lado punitivo y terrible en todo esto. No es cosa ligera persistir en el pecado. Él vendrá «… en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo». Él es «temible en hechos sobre los hijos de los hombres».

El fuego es nuestro aliado más útil, que trabaja para nosotros día y noche en hornos y chimeneas. Es inofensivo y servicial, siempre y cuando obedezcamos sus leyes y observemos sus condiciones; pero cuando desobedecemos esas leyes y contravenimos esas condiciones, aquel que bendijo comienza a maldecir, y se abalanza sobre nosotros, llevando la devastación a todas nuestras obras, de modo que los campos prósperos se convierten en basura ennegrecida y nuestros palacios en un montón de ruinas.

Así es con la naturaleza de Dios. Él es apacible y amoroso; pero si un pecador persiste en el pecado, cerrando sus ojos a la luz, y cerrando su corazón al amor de Dios, entonces él descubrirá esto: «Y severo serás para con el perverso». «Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira».

Pero ahora volvamos a algunos de los pensamientos de gracia que se enmarcan en este pasaje. 


La búsqueda del fuego

Esta es seguramente una de nuestras necesidades más grandes. Hay mucho de egoísmo y de pecado en lo mejor de nosotros. A veces obtenemos una ojeada de aquello que somos, y rápidamente apartamos nuestros pensamientos de ese horrible espectáculo.

Y lo que nosotros mismos no nos atrevemos a contemplar, lo ocultamos cuidadosamente de la vista de nuestros amigos más sensibles. ¡Ah, qué orgullosos, qué vanidosos y engreídos somos! Preocupados, si no somos suficientemente admirados; celosos, si somos eclipsados; prontos para aprovecharnos de otros, si sólo pudiéramos hacerlo sin ser descubiertos; capaces de los mismos pecados viles que señalamos en otros.

Ningún crítico maligno ha tocado nunca con palabras penetrantes el mal empedernido de nuestros corazones o ha dicho un ápice de verdad acerca de nosotros. Nosotros nunca hemos comprendido cuán malos somos. No queremos ser enfrentados con la vergüenza y la agonía. Pero es bueno ser escudriñados. Un antiguo lema invita a los hombres a conocerse a sí mismos.

El descubrimiento de lo que somos nos conducirá más pronto a Dios para su limpieza y su gracia. No necesitamos querer insistir en nuestros pecados, como si la salud pudiese venir considerando la enfermedad; pero podemos aceptar de buen grado buscar el fuego de Dios. Conozcamos las cosas malvadas que hay dentro de nosotros. Aprendamos cuánta madera, heno y hojarasca hemos construido sobre ese fundamento que ha sido puesto en nuestros corazones. Sometámonos al descubrimiento de la enfermedad que mostrará el estetoscopio, el dedo que hurga, el cuchillo que sondea. ¡Oh Dios, que eres como fuego, escudríñame y conoce mi corazón; trátame y conoce mis pensamientos!

El fuego limpia. El metal está mezclado con muchos componentes inferiores. La tierra, en la cual ha permanecido por siglos, se aferra a él; la escoria deprecia su valor. Pero húndelo en el horno que brilla intensamente; sube el calor hasta que el resplandor sea casi intolerable a la mirada; mantenlo en ese bautismo de llama. Pronto, el metal será libre de sus impurezas, libre de aleación y apto para verterlo en cualquier molde. ¿No es así que Dios tratará con nosotros? Él es fuego que consume.

En la visión antigua, cuando Isaías lamentó sus impurezas, voló a él uno de los serafines, que había tomado un carbón vivo del altar, y lo puso sobre sus labios, diciendo: «He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado». ¿Y Dios no hará otro tanto por nosotros de nuevo? Hemos sido limpios de las manchas de nuestras muchas transgresiones, pero, ¿no necesitamos esta profunda, esta cuidadosa y ardiente purificación?

Hay tres agentes en la purificación – la Palabra de Dios, la Sangre del Hijo de Dios y el Fuego de Dios, que es el Espíritu Santo. Conocemos algo de los dos primeros, pero, ¿sabemos el significado del último? Hemos sido purificados por el agua y la sangre; pero, ¿hemos pasado también a través del fuego? «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego».

No podemos definir, en muchas palabras, la forma de esta operación sagrada – es un asunto para la conciencia santa; pero el corazón sabe cuándo la ha experimentado. No es que la tentación cese de asaltar; o que no haya ninguna posibilidad de rendirse otra vez al pecado, o que las tendencias malvadas de la vieja naturaleza estén erradicadas; pero allí hay un quemarse y un consumirse de las cosas malvadas cuyo dominio por mucho tiempo había sido admitido y empañaban la gloria de la obra de Dios en el corazón. Hay libertad donde había cautiverio; hay pureza donde había corrupción; hay amor donde había malicia, envidia, mala voluntad. Esta bendita operación del Espíritu Santo puede ser experimentada por aquellos que no la rechazan, y por la fe demandan todo lo que Él espera hacer por ellos. Entonces apropiémonos de esa expresiva oración del himno de Wesley: «¡Fuego refinador, pasa a través de mi corazón!».

El fuego transforma. Ese atizador puesto en la rejilla es duro, frío y negro; pero si tú lo pones por algunos momentos en el corazón del fuego, llega a ser suave, intensamente cálido, y brilla con blancura incandescente. Retíralo otra vez, y todas sus viejas cualidades se reafirmarán; pero mientras esté en el fuego, no pueden ser vistas: el hierro es transformado a la semejanza de la llama en la cual es bañado.

Así ocurre con nosotros mismos. Por naturaleza somos también duros, fríos y oscuros; y la tendencia de nuestra naturaleza irá siempre en estas direcciones, esperando para reafirmarse cuando es dejada a sus propias expensas. Pero si solo podemos para siempre habitar con el fuego devorador y con los ardores eternos del amor y la luz y la vida de Dios, un cambio maravilloso pasará sobre nosotros; y seremos transformados en la misma imagen, de gloria en gloria. Ya sin durezas, seremos moldeados en la forma que él seleccione; ya no más fríos, brillaremos intensamente con amor a Dios y a los hombres; ya no más oscuros, seremos exhibidos en la blancura de una pureza que es producto del calor más intenso.

Por mucho tiempo, hemos sido reducidos por el quemante ardor del horno – no es el dolor, la prueba o la aflicción, sino Dios. Permitámosle proseguir su obra. Abramos nuestra naturaleza, para que Dios, el Espíritu Santo, pueda llenarnos. Entonces llegaremos a ser como Él es; nuestra tosca naturaleza parecerá ascender al cielo en caballos y carros de fuego. En el fuego de Dios nos habremos convertido en fuego.


F. B. Meyer


(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

REGOCIJARSE EN LA ESPERANZA, Joni Eareckson Tada

 



La alegría se encuentra en los lugares más extraños. Considere esta parábola:
“El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre encuentra y oculta. Entonces, lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo” (Mateo 13: 44)
Cuando leemos esto, podemos suponer que el campo es atractivo, algo que nos encantaría comprar de todos modos: un prado bañado por el sol salpicado de flores silvestres, o una parcela de jardín con tierra fértil lista para labrar.

Pero la vida no es así. Podemos ver el campo en esta parábola como una representación de lo que Dios quiere que abracemos por causa de nuestro gozo. Su suerte para ti puede no ser atractiva; puede parecerse a un solar con botellas rotas, latas de aceites oxidados y llantas viejas esparcidas por todas partes. Puede ser un campo desolado, sin nada en él que insinúe siquiera riqueza.

Hasta que descubres que esconde un tesoro. Luego, el trozo de tierra dura y malezas repentinamente rebosa de posibilidades. Una vez que sepa que allí se esconden grandes riquezas, estará listo para venderlo todo para comprarlo. Es lo que me pasó.


Oro llamativo

Al principio de mi parálisis, y casi por accidente, descubrí un tesoro inesperado. Abrí la Palabra de Dios y descubrí un pozo de mina. Hundí mis dedos paralizados en un peso de gloria incomprensible, una dulzura con Jesús que hacía palidecer mi parálisis en comparación.

En mi gran alegría, salí y vendí todo, intercambiando mi resentimiento y autocompasión para comprar el feo campo que nadie más querría. Y encontré oro.

Después de décadas de usar el pico y la pala de la oración y las Escrituras, mi campo ha producido las riquezas del reino de los cielos. He encontrado un Dios que es atronador, gozo desbordante. Su Hijo nada en su propio océano sin fondo de júbilo, y está positiva y absolutamente impulsado a compartirlo con nosotros. ¿Por qué? Como él dice, [para] que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo” (Juan 15: 11). Jesús busca nada menos que nuestro pleno gozo.

Pero en lo profundo de los cimientos de las Escrituras, mi pala golpeó algo duro e inflexible. Dios no es el chico del agua de nadie. Como monarca solemne de todo y de todos, comparte su alegría en sus propios términos. Y esos términos nos llaman a sufrir, y a sufrir, en alguna medida, como lo hizo su amado Hijo cuando caminó sobre la Tierra (2ª Timoteo 2: 12).


Regocíjate en la esperanza

Nadie entiende mejor la relación entre la alegría y el sufrimiento que el Hijo del Hombre. Mi Dios se hizo humano, insistiendo su amor en que yo no esté sola en mis luchas. Cuando me duele, Él lo sabe. Pero Jesús no solo simpatiza conmigo; ha hecho algo al respecto. Por su muerte y resurrección, me ha librado del poder del pecado y, en parte, del sufrimiento que resulta de él. Y él me liberará completamente en la Era venidera.

¡Esa Era venidera es mi gozosa esperanza! Es la esperanza que ve a Jesús en su trono, con su Reino llenando cada rincón del cosmos. Esperanza que vislumbra penas y suspiros borrados de la faz del Universo. Esperanza que aguarda ansiosa el momento en que el dolor y las lágrimas sean desterrados y el mal castigado.

Pero esa esperanza, la mejor patria de Hebreos 11: 16, todavía está en el futuro. Es probable que tenga millas por recorrer antes de dormir, y cada vez es más difícil adaptarse a las duras invasiones de la edad avanzada y al dolor cada vez mayor. Fácilmente, podría arrojar mi pico y mi pala, colapsar al borde de mi feo campo y decir: “Dios, estoy tan cansada de esto. Por favor no más".

Así que avivé mi esperanza. 

Me alienta mi precioso Salvador y la forma en que soportó un sufrimiento impensable por el gozo puesto delante de Él. Lo sigo, estacionando mi silla de ruedas en Romanos 12: 12: “Alegraos en la esperanza, sed pacientes en la tribulación, sed constantes en la oración”. Ahora, es fácil ver por qué Dios nos ordena ser constantes en la oración, ya que puede ser difícil orar cuando estás sufriendo. Y entendemos por qué Dios nos ordena que seamos pacientes en la tribulación, porque es difícil reunir paciencia cuando estás en la miseria.

Pero es realmente difícil regocijarse en la esperanza: la esperanza puede sentirse tan lejana, vaga y nebulosa. Sin embargo, Dios lo ordena. Porque si Jesús se quitó la túnica para revestirse de la enorme indignidad del nacimiento humano por nosotros, entonces su Padre tiene derecho a ordenar nuestro gozo. Él tiene la prerrogativa de suscitar en nosotros una felicidad acorde con el sacrificio de su Hijo. Debemos cultivar un gozo que sea digno de Jesús, nuestra Bendita Esperanza (Tito 2: 13).


Regocíjate en el sufrimiento

“Nos regocijamos en nuestros sufrimientos, sabiendo que el sufrimiento produce paciencia, y la paciencia produce carácter, y el carácter produce esperanza” (Romanos 5: 3). Cultivo el hábito de dar la bienvenida a las pruebas porque produce perseverancia que da como resultado un carácter piadoso, el tipo de carácter que capta fácilmente el atractivo de la hermosura de Cristo y anhela ver completado su magnífico desenlace con su Reino. Esta maravillosa esperanza se agranda cada vez que elijo el gozo en mis aflicciones.

La esperanza, entonces, ya no parece lejana, sino muy cercana. No vaga y nebulosa, sino concreta y real. La esperanza llena mi visión de Jesús, haciendo que mi dolor parezca ligero y momentáneo en comparación con la gloria que se revelará. Así que cuando el sufrimiento comienza a marchitar mi resolución, aviento mi esperanza dando varios pasos:

Canto mi camino a través del sufrimiento. Cada vez que me siento abatida, pido a algunos amigos que oren, y luego adoro a Jesús con himnos robustos llenos de doctrina sólida. Los himnos que se enfocan en la dignidad de Cristo tienen suficiente fuerza espiritual para irrumpir en mi alma desanimada y despertar una respuesta llena de esperanza. Cuando mi mente débil está demasiado nublada para juntar dos frases en oración, mi corazón recurre a los himnos que he memorizado, como "Corónalo con muchas coronas":
¡Despierta, alma mía, y canta

De aquel que murió por ti,

Y salúdalo como tu Rey incomparable

Por toda la eternidad!
Ocupo mi corazón con cosas buenas. No soy fan de la televisión. Si una historia no transmite una virtud moral o una verdad que apunte a Dios, se me embotará el corazón ante el primer comercial.

¿Por qué ceder la preciosa propiedad de mi cerebro a lo que aplana mi espíritu? En cambio, ocupo mi corazón con buenos libros y vídeos, arte, memorizando las Escrituras y la poesía, y buscando amistades edificantes que nutran mi alma. “Es completamente apropiado que nuestros corazones estén puestos en Dios cuando el corazón de Dios está tan puesto en nosotros”, escribió Richard Baxter. “Si Dios no tiene nuestros corazones, ¿quién o qué los tendrá?” (El Descanso Eterno de los Santos, 102–3). Cuando el sufrimiento me abruma, lleno mi corazón con Cristo.

Sirvo a otros que sufren más que yo. Siempre hay personas en peor estado que yo, y mi trabajo es ir a buscarlos y animarlos en Cristo. Es lo que hizo Jesús en sus últimas horas en la cruz. A pesar de su dolor insondable, velaba por los intereses de su madre y del ladrón que estaba junto a Él, e incluso pronunció perdón a los hombres brutales que lo torturaron (Juan 19:26–27 ; Lucas 23:34 , 43 ). Quiero servir como Jesús de la misma manera, así que invierto mi tiempo en esto y sirvo a las familias del mundo que luchan contra la discapacidad. Siempre es mejor, y más alegre, darles alivio que recibirlo yo.


Gozo resistente

Mientras nos regocijamos en nuestro sufrimiento, experimentamos un gozo que es de otro mundo. Este gozo nunca pregunta: "¿Cuánto más puedo tomar?" Sino que se adapta fácilmente a situaciones difíciles con suficiente elasticidad para volver a estar en forma si se siente decepcionado. El gozo resistente hace que la esperanza cobre vida, tanto que podemos estar “tristes, pero siempre gozosos” (2ª Corintios 6: 10). Puedo estar disfrutando de una gloriosa sinfonía, o viendo una impresionante puesta de sol, deleitándome con las rosas de mi jardín, o agradeciendo a Dios por su increíble Creación, y aun así, habrá un dolor que lo acompañe. 

Parte de mi pena está relacionada con mi parálisis y dolor, que nunca desaparece; la otra parte es una conciencia desgarradora de que mi Señor crucificado dio su vida para que yo pudiera disfrutar de las bellezas de este mundo.

El sufrimiento me ha vuelto hipersensible a los gozos de Dios. Tal gozo es una emoción y un fruto del Espíritu: es profundo y ancho, pero cosquillea en los bordes, con un deleite casi vertiginoso, ante las perspectivas de su esperanza celestial.

Este tipo de gozo por el que tanto se ha luchado llena de alegría el corazón de Cristo. Se acerca el día en que Jesús nos liberará por completo de todo pecado y sufrimiento y nos presentará “sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría (Judas 1: 24). No quiero disminuir ese maravilloso momento de ninguna manera. Así que la alegría no es una opción. Se manda "por causa de Cristo”. Y cuando el gozo se convierte en un estilo de vida en vuestro sufrimiento, demostráis la dignidad suprema de Cristo, la cual, a su vez, aumentará.

Ese día de coronación se acerca para esta cuadripléjica que envejece. No hay tiempo que perder. Entonces, estoy de vuelta en mi montón de arena de botellas rotas y malezas con mi pico y pala. De vuelta al campo desolado del dolor y la parálisis, por el que nadie daría siquiera garantías. 

Desde el principio, Dios había puesto su ojo en ese feo campo para mí, y no podría estar más agradecida. Y ciertamente no podría estar más feliz.

Joni Eareckson Tada



(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

EL MISTERIO DEL SUFRIMIENTO (Salmo 44), Vaneetha Rendall

 



El sufrimiento es en gran medida un misterio para mí.

Si bien la gracia y la presencia de Dios han sido inimaginablemente ricas en mi dolor, todavía no entiendo por qué ciertos creyentes que aman a Dios soportan pérdida tras pérdida, hasta que se sienten desesperanzados y confundidos, cubiertos por la oscuridad. No entiendo por qué las personas que no se han desviado del camino de Dios, sino que lo buscan en todas las cosas, se sienten derrotadas y arrastradas al polvo. No entiendo por qué el pueblo de Dios, a quien Él atesora y protege, es llevado como ovejas al matadero.

Y no estoy solo en mi desconcierto. La Biblia reitera que las razones del sufrimiento pueden ser misteriosas y confusas, y desde nuestro punto de vista, incomprensibles. En la escena inicial del libro de Job, por ejemplo, somos llevados al Cielo y somos testigos de un diálogo entre Satanás y Dios. Nos damos cuenta de su intercambio que sucede mucho más en el sufrimiento de lo que cualquiera de nosotros puede ver, con seguridad en la vida de Job, pero también en la nuestra (Efesios 6: 12). 

Dios tiene sus propósitos, que son tanto para nuestro bien como para su gloria, aunque no los podamos entender hasta el Cielo. Hasta entonces, vivimos con una aparente paradoja: que Dios es soberano y bueno y, sin embargo, su pueblo aún puede sufrir pérdidas impensables, incluso cuando confían fielmente en Él.

El Salmo 44 refleja una tensión similar. No conocemos las circunstancias que rodearon su redacción, pero sí sabemos que los israelitas se sintieron abandonados por Dios. El salmista le habla directamente a Dios sobre su desconcertante dolor frente a su poder incomparable y su liberación pasada. Él clama audazmente a Dios, derramando sus preguntas y dudas, confiando en Dios lo suficiente como para presentarse honestamente ante Él. Es un Salmo para los que confían en Dios, pero tienen más preguntas que respuestas en el sufrimiento.

El Salmo comienza con alabanza, reconociendo la bondad y la fidelidad de Dios hacia su pueblo en los días de antaño. En los versículos 1–8, el salmista declara que sus antepasados florecieron y derrotaron a sus enemigos no por su habilidad, sino por la intervención de Dios. Dios se deleitó en Israel y avergonzó a sus enemigos, y su pueblo alabó su nombre. Todo fue obra de Dios, como dice el versículo 3: “No por su propia espada conquistaron la tierra, ni su propio brazo los salvó, sino tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque te deleitaste en ellos”.

Luego el salmista reitera su presente fidelidad a Dios. No confía en sus propios recursos, en su espada y su arco, sino que solo a través de Dios pueden salir victoriosos. Y se gloriarán en Dios y le darán gracias por siempre.

Pero entonces el Salmo da un giro. En los versículos 9 al 16, el salmista dice que Dios fue quien diseñó su posterior desgracia y derrota:
“Nos has rechazado y nos has deshonrado... Nos has hecho retroceder de nuestros enemigos... Nos has hecho como ovejas de matadero... Nos has convertido en burla de nuestros vecinos... un hazmerreír entre los pueblos”.
Los israelitas reconocieron que su sufrimiento venía directamente de Dios. No entendían por qué sucedió, pero sabían de dónde venía. Entendieron que Dios forma la luz y crea las tinieblas; Él hace el bienestar y crea la calamidad (Isaías 45: 7). Él actúa y nadie puede revertirlo.

En los versículos 17–22, el salmista sostiene que las acciones de Dios no se debieron a que los israelitas hubieran pecado. No habían olvidado a Dios ni adorado ídolos ni desobedecido deliberadamente, sino que eran fieles al pacto de Dios. Su corazón no se había vuelto atrás, ni sus pies se habían desviado del camino. Y, sin embargo, Dios todavía los quebrantó.

El versículo 22 es una palabra final que defiende su inocencia y obediencia: “Sin embargo, por causa de vosotros, somos muertos todo el tiempo; somos considerados como ovejas para el matadero”. En otras palabras, “Confiamos en ti, Señor, y morimos por ti. En lugar de rescatarnos, estás detrás de nuestra destrucción terrenal”. Ese puede ser el grito de los mártires de todo el mundo hoy, que proclaman el amor de Dios mientras son conducidos a la muerte. Y puede ser el lamento de los cristianos fieles que luchan contra un cáncer terminal, un dolor interminable y una pérdida precipitada. Nuestras vidas están en las manos de Dios, y estamos siendo aplastados.

Esto se siente impactante. Que Dios nos guíe voluntariamente como ovejas para ser sacrificadas cuando le estamos sirviendo fielmente, puede hacernos preguntar si se preocupa por nosotros. Lo que hace aún más sorprendente que Pablo citara este versículo en Romanos 8: 36, como un ejemplo de cómo nunca podemos estar separados del amor de Dios. La implicación es que cuando estamos en nuestro punto más bajo, sintiéndonos abandonados por Dios y cada vez más desesperanzados, Dios en realidad nos está prodigando su amor. Él nos está haciendo más que Vencedores en el lugar donde hemos estado saboreando una amarga derrota y no podemos sentir su presencia.

Mientras asociamos los tiempos de abundancia y éxito con el favor de Dios, Pablo nos recuerda que el amor de Dios es más fuerte que nunca cuando nos enfrentamos a la desesperación e incluso a la muerte. El salmista se lamentó porque Dios los había rechazado y aplastado, lo que implica que Dios estaba en contra de ellos, pero Pablo reformula esa perspectiva para los cristianos, afirmando que incluso en nuestros momentos más oscuros, Dios está trabajando para nuestro bien.

La referencia directa de Pablo al Salmo 44 demuestra que cuando sentimos que a Dios no le importa y es indiferente a la difícil situación de los fieles, estamos completamente equivocados. Dios no podría estar más por nosotros.

La cita se intercala entre la sorprendente declaración de Pablo de que, “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?" (Romanos 8: 31–32), y su magnífica proclamación de que somos más que Vencedores por medio de Aquel que nos amó porque nada en toda la Creación puede separarnos del amor de Dios (Romanos 8: 37–39).

Podemos vivir con preguntas persistentes sobre nuestro sufrimiento. Muchas preguntas pueden quedar sin respuesta, particularmente la inquietante pregunta de ¿por qué? Podemos confiar en que Dios tiene razones (quizás diez mil razones), aunque muchas de ellas no las veamos ni entendamos en esta vida. Pero la razón principal radica en la gloriosa verdad de Romanos 8: 31–39.

Si bien ahora podemos ver solo en parte, podemos confiar en que todo lo que Dios hace es por su incomparable e insondable amor por nosotros.

El salmista concluye pidiendo ayuda directamente a Dios, diciendo: “¡Despierta! ¿Por qué duermes, oh Señor? ¡Despiértate!" (Salmo 44: 23). Cuando Jesús dormía en una barca en medio de una tormenta peligrosa, los discípulos se preguntaron si se preocupaba por ellos. Después de que Jesús calmó la tormenta, les preguntó por qué habían tenido miedo (Marcos 4: 35–41). Jesús sabía exactamente lo que estaba pasando. Pero al igual que los discípulos, cuando Dios no está actuando, podemos preguntarnos si no sabe o no le importa, las cuales cosas son imposibles.

El salmista luego exclama: “¿Por qué escondes tu rostro? ¿Por qué te olvidas de nuestra aflicción y opresión?” (Salmo 44: 24). Esas son las preguntas que le hacemos a Dios. ¿Por qué no podemos ver su rostro? ¿Por qué no está haciendo nada acerca de lo que está sucediendo? Podemos sentir la agonía del salmista por aquellos que se sienten abandonados, postrados en el polvo. Sin embargo, la verdad tranquilizadora es que Dios nunca puede olvidar a su pueblo, porque están tallados en las palmas de sus manos (Isaías 49: 16).

El Salmo 44 cierra con esta súplica: “Levántate; ¡ven en nuestra ayuda! ¡Redímenos por causa de tu misericordia!” (Salmo 44: 26). Está apelando a Dios por rescate, no basado en su propia fidelidad, sino en el carácter de Dios y su amor inagotable. Como vemos en Romanos 8, todo vuelve al amor de Dios.

Este Salmo es un hermoso lamento para los que nos preguntamos dónde está Dios en nuestro sufrimiento. Dios es quien nos ha ayudado en el pasado, y Dios es quien nos deja sufrir ahora. Sin embargo, cuando Pablo entreteje el Salmo 44: 22 en Romanos 8, vemos que Dios está derramando su amor por nosotros, incluso cuando somos conducidos como ovejas al matadero. Dios nos invita a clamar a Él, expresando nuestras preguntas y detallando nuestra angustia, confiando en su amor inquebrantable, incluso, y quizás especialmente, ante el sufrimiento que no tiene sentido.


Vaneetha Rendall

(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

LO AMAMOS MÁS AHORA QUE NUNCA, Tim Challies

 



Hay un profundo misterio en el sufrimiento. Si bien la Biblia deja en claro que debemos esperar encontrarnos con momentos de tristeza y pérdida, de prueba y dolor, a menudo no sabemos por qué llegan esos momentos. Aunque sabemos que Dios está tejiendo un tapiz maravilloso que mostrará maravillosamente su gloria, también sabemos que es uno cuya belleza apreciaremos plenamente solo cuando la fe se convierta en vista.

Fue en las últimas semanas de 2020 que mi familia enfrentó nuestra hora más oscura, porque fue entonces cuando el corazón de mi hijo Nick, de 20 años, se detuvo repentina e inesperadamente y se fue a estar con el Señor. En un momento era un seminarista que dirigía a algunos compañeros en un juego, y al siguiente estaba en el Cielo. Su partida nos conmocionó, nos devastó y nos dejó preguntándonos por qué. ¿Por qué elegiría Dios esto para nosotros, y por qué nos elegiría Dios para esto?

Después de esa terrible noche, recurrí a algunos de mis amigos más queridos, amigos que vivieron y murieron hace muchos años, pero a quienes he llegado a conocer a través de los libros y sermones que dejaron. Si se necesita multitud de consejeros para planear bien, ¿cuánto más para consolar bien (Proverbios 15: 22)? En los días más difíciles y en las horas más oscuras, me aconsejaron y consolaron.

Theodore Cuyler fue un compañero cercano y constante que me animó a aceptar que Dios siempre pone bendiciones brillantes detrás de las nubes oscuras de su providencia. FB Meyer me aseguró que la paz vendría a través de la sumisión a la voluntad de Dios, y que debería confiar en Él tanto en el tomar como en el dar. Pero fue en las palabras del anciano predicador JR Miller que encontré una pieza de sabiduría que me ayudó especialmente a aquietar mi corazón y dirigir mi camino:
“A menudo, la razón principal por la que los hombres piadosos son llamados a sufrir es para dar testimonio de la sinceridad de su amor por Cristo y la realidad de la gracia divina en ellos. El mundo se burla de la profesión de fe. Se niega a creer que es genuino. Afirma desafiantemente que lo que se llama principio cristiano es solo egoísmo, y que no resistiría una prueba severa. Entonces, los hombres piadosos están llamados a soportar la pérdida, el sufrimiento o la tristeza, no porque haya algún mal particular en ellos mismos que deba ser erradicado, sino porque el Maestro necesita su testimonio para responder a las burlas del mundo”.
En cada época, escuchamos de profesos creyentes que abandonan la fe tan pronto como son llamados a sufrir. Están lo suficientemente contentos de expresar confianza en Dios siempre que su voluntad parezca perfectamente alineada con la de ellos, siempre que su providencia decrete lo que elegirían de todos modos. Pero cuando son llamados a perder en lugar de ganar, a llorar en lugar de reír, a enfrentar la pobreza en lugar de la prosperidad, rápidamente se desvían y se apartan (Mateo 13: 20–21). Como torres construidas sobre arena, muchos que se mantienen firmes en días de calma se derrumban en días de inundación (Mateo 7: 26–27).

No es de extrañar, entonces, que muchos incrédulos se convenzan de que la fe cristiana no está a la altura de los grandes desafíos, que los cristianos se adherirán a Cristo solo mientras la vida sea fácil y las circunstancias favorables. No es de extrañar, entonces, que los escépticos se burlen, ya que han observado a muchos cuya fe no fue más fuerte que su primer gran desafío. Y no es de extrañar, entonces, que incluso muchos creyentes sinceros se pregunten si su fe es suficiente para tiempos de profunda tristeza, si podría resistir un golpe terrible. Justo aquí, las palabras de Miller han sido tanto reconfortantes como desafiantes.

En tiempos de gran dolor, naturalmente anhelamos respuestas. Anhelamos saber por qué un Dios que es bueno y que nos ama tanto ha decretado una providencia tan dolorosa. Miller me consoló con la seguridad de que no necesitamos asumir que Dios nos está castigando por el pecado que hemos cometido o castigando por la justicia que no hemos logrado. No necesitamos creer que estas circunstancias de alguna manera escaparon a su atención y escaparon de su control. No necesitamos preguntarnos si todo es simplemente sin sentido y sin propósito, como si "todas las cosas ayudan para bien", excepto las pérdidas extenuantes.

No, podemos estar seguros de que Dios tiene propósitos importantes para nuestro sufrimiento, y podemos estar igualmente seguros de que uno de estos propósitos es simplemente que nos mantengamos firmes, que sigamos profesando nuestra lealtad a Él. Si Pablo pudo decir que su encarcelamiento “realmente ha servido para el avance del evangelio”, ¿por qué no deberíamos decir lo mismo de nuestros duelos (Filipenses 1: 12)?

Tanto los incrédulos como los cristianos necesitan la seguridad de que nuestra fe no depende de que Dios entregue solo lo que nosotros mismos elegiríamos y que nuestro amor por Dios no depende de circunstancias que nunca contradigan nuestros deseos. Tanto los incrédulos como los cristianos necesitan que se les muestre, que el pueblo de Dios será tan fiel a Él en lo poco como en lo mucho, con el corazón quebrantado como con el todo, con las manos vacías como con las llenas. Se debe mostrar a todos que aquellos que bendijeron a Dios al dar, lo alabarán aún al recibir, que aquellos que derraman lágrimas de tristeza aún levantarán manos de adoración, que aquellos que confían en Él en los verdes pastos confiarán en Él aun cuando los conduce a través de valles oscuros. Y esto es precisamente a lo que me llamó mi querido amigo JR Miller.

Por la gracia de Dios, puedo profesar desde el valle de sombra de muerte que mi Pastor es bueno. Puedo atestiguar desde un lugar de profunda tristeza que Dios está brindando un dulce consuelo. Puedo proclamar que mientras mi corazón está roto, mi fe está intacta. Puedo afirmar que un amor por Dios formado en días de sol verdaderamente puede soportar días de lluvia. Lo mismo pueden hacer mi esposa y mis hijas.

No ha habido la más mínima coerción o la menor medida de desempeño. No ha habido necesidad. Porque juntos hemos aprendido que mientras nuestra fuerza es pequeña, la de Dios es grande. Mientras que nuestro control sobre Él es débil, su control sobre nosotros es fuerte. Si bien ciertamente seríamos insuficientes para este desafío, Dios nos ha dado lo que necesitamos. El amor constante del Señor no ha cesado; sus misericordias no han llegado a su fin, sino que han sido nuevas cada mañana. Grande ha sido su fidelidad (Lamentaciones 3: 22–23).

No sabemos todas las razones por las que Dios eligió llevarse a Nick a una edad tan temprana, pero tampoco tenemos derecho a exigirle respuestas a nuestro Dios o a insistir en que rinda cuentas de su providencia. Nuestra confianza no descansa en su explicación sino en su carácter, no en lo que ha hecho sino en quién es Él: el que conoce “el fin desde el principio y desde tiempos antiguos las cosas que aún no se han hecho, diciendo: 'Mi consejo permanecerá, y cumpliré todo mi propósito'” (Isaías 46: 10).

Y desde el primer momento de aquella primera noche de nuestro dolor, ha estado presente y siendo bondadoso, fiel y bueno. Ha sido fiel a todas sus promesas. Lo amamos más ahora que nunca.


Tim Challies

(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

¿POR QUÉ UN DIOS DE TODA CONSOLACIÓN NOS AFLIGE? Jon Bloom

 




La declaración más conocida y querida de la Biblia sobre la fidelidad de Dios podría ser Lamentaciones 3: 22–23:

“El amor constante del Señor nunca cesa;

sus misericordias nunca se acaban;

Son nuevas cada mañana;

grande es tu fidelidad”.

Lo escuchamos resonar en muchos de nuestros himnos y canciones, como el estribillo del muy amado himno "Grande es tu fidelidad":

"¡Grande es tu fidelidad!" "¡Grande es tu fidelidad!"

Mañana tras mañana veo nuevas misericordias;

Todo lo que he necesitado, tu mano lo ha provisto:

“Grande es tu fidelidad”, Señor, para mí.

Amamos este texto y las canciones que inspira, porque encontramos que la fidelidad de Dios es uno de sus atributos más reconfortantes. Pero un hecho que podríamos pasar por alto cuando citamos o cantamos estos versículos es que esta gran declaración de la gran fidelidad de Dios se hizo en el contexto de una gran aflicción.

El libro de Lamentaciones es un largo y lloroso lamento por un profundo sufrimiento. En ese momento, el pueblo judío estaba sufriendo a manos del feroz ejército babilónico. El autor de Lamentaciones reconoció que esta aflicción venía directamente de la mano del Señor, quien al afligir a su pueblo estaba siendo fiel a su Palabra (Lamentaciones 2: 17).

Ahora, cuando soportamos el sufrimiento, nos consuela la fidelidad de Dios para cumplir su promesa de liberarnos finalmente de nuestro sufrimiento (2ª Corintios 1: 10). Y así es, deberíamos hacerlo. Lo mismo hizo el autor de Lamentaciones (Lamentaciones 3: 21). Pero, ¿podemos derivar esperanza, como lo hizo el autor de Lamentaciones, no meramente de la promesa de Dios de librarnos fielmente de nuestras aflicciones, sino de lo que Dios cumplirá fielmente por nosotros a través de nuestras aflicciones?

La respuesta bíblica a esa pregunta es un rotundo sí. Y para nuestro ánimo, examinemos algunos de los propósitos redentores de Dios cuando, en fidelidad, nos aflige.

El Salmo 119, ese largo, hermoso y antiguo poema acróstico, es precioso para muchos cristianos, y por una buena razón. Porque es, en parte, una celebración extendida y un llamamiento a la fidelidad de Dios para hacer exactamente lo que nos promete.

Al igual que el autor de Lamentaciones, lo que provoca que el salmista escriba es una “gran aflicción” (Salmo 119: 107), un aspecto significativo de la cual es la persecución injusta a manos de personas impías y poderosas (versículo 161). Sin embargo, como alguien que cree en la soberanía de Dios sobre todas las cosas (versículos 89–90) y en la bondad de Dios en todas las cosas (versículo 68), el salmista reconoce que su aflicción también viene de la mano de su buen Dios:

“Yo sé, oh Señor, que tus reglas son justas,

y que en tu fidelidad me has afligido.” (Salmo 119: 75)

El salmista no duda en expresarle a Dios su dolor por esta aflicción (versículo 28) y el costo que está cobrando en todo su ser (versículo 83). Pero también expresa a Dios el bien que ve que la aflicción obra en él:
“Antes de ser afligido anduve descarriado,

pero ahora cumplo tu palabra”. 
(Salmo 119: 67)

“Bueno me es estar afligido,

para que pueda aprender tus estatutos”. 
(Salmo 119: 71)

El salmista es alguien que tiene hambre y sed de justicia, el tipo de persona cuyos anhelos, Jesús dijo más tarde, serían satisfechos (Mateo 5: 6). Y aunque, al principio, puede que no haya esperado que uno de los medios escogidos por Dios para satisfacer sus anhelos sería la aflicción, es un descubrimiento que hace durante su temporada de lucha angustiosa.

Como resultado, llega a amar la Palabra de Dios “sobremanera” (Salmo 119: 167). Se convierte en “la suma de [toda] la verdad” para él, “una luz para [su] camino” (versículo 105) y su refugio cuando se siente amenazado (versículo 114). Entonces, medita en ella durante todo el día (versículo 97) y la encuentra “más dulce que la miel” (versículo 103) y más valiosa que el oro (versículo 72).

En su sufrimiento, el salmista discierne la corrección amorosa de Dios a su tendencia a descarriarse, y, por lo tanto, encuentra consuelo tanto en su aflicción como en la promesa de Dios de librarlo de ella, lo que le permite decir:

“Este es mi consuelo en mi aflicción,

que tu promesa me da vida”. 
(Salmo 119: 50)

Génesis 32 contiene la extraña historia de Jacob luchando literalmente toda la noche con Dios. Luchar físicamente con el Todopoderoso es bastante extraño. Pero aún más extraño es que cuando la enigmática figura “vio que no podía vencer a Jacob, tocó el encaje de su cadera, y la cadera de Jacob se dislocó” (Génesis 32: 25). ¿Por qué Dios aflige a Jacob con una cadera dislocada?

Podemos deducir una razón del contexto de la historia. Por mandato del Señor (Génesis 31: 3), Jacob regresa a Canaán después de veinte años de trabajar para su tío Labán. Originalmente, había huido de Canaán después de enterarse de que su hermano gemelo, Esaú, planeaba matarlo por robarle la legítima bendición paterna de Esaú. Con la esperanza de que el deseo de venganza de Esaú se haya enfriado con el tiempo, Jacob envía un mensajero para informarle a Esaú que regresará a casa. El mensajero regresa con la noticia de que Esaú viene a su encuentro con cuatrocientos hombres (Génesis 32: 6). Esto aterroriza a Jacob, por lo que suplica al Señor:

“Líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le temo, que venga y me ataque la madre con los niños. Pero tú dijiste: "Ciertamente te haré bien, y haré tu descendencia como la arena del mar, que no se puede contar por su multitud". 
(Génesis 32: 11–12)

En otras palabras, le ruega al Señor que sea fiel a su Palabra. El Señor responde apareciendo en forma corporal en la noche y luchando con Jacob. Durante la lucha, de alguna manera le revela a Jacob quién es, y al amanecer hiere la cadera de Jacob. Pero Jacob se niega a dejar ir a Dios sin una bendición, esta vez no una bendición robada, sino una otorgada porque está dispuesto a perseverar en la fe por ella.

Pero ¿por qué la cadera? En parte, porque Dios se propone ayudar a Jacob a temer su Palabra más que las amenazas (Administrador: de cualquier tipo, como familia, falta de dinero, enfermedad, ...) de un hermano enojado.

Y así, la noche antes del encuentro de Jacob con Esaú, Dios fielmente lo aflige para que no pueda huir nuevamente por temor al hombre, sino que se ve obligado a confiar en la fidelidad de Dios a su promesa.

En su segunda carta a los Corintios, Pablo describe cómo el Señor en su gracia le había concedido “visiones y revelaciones” extraordinariamente grandes que eran tan maravillosas y raras en la experiencia humana que él, a través de su pecado interno, debido a ellas fue tentado a la vanidad (2ª Corintios 12: 1–7). Y así, explica, el Señor en su gracia le había concedido “una espina... en la carne, un mensajero de Satanás para acosar[lo], para evitar que se envaneciera” (2ª Corintios 12: 7).

Al principio, le ruega a Dios que lo libere de esta aflicción demoníaca. Pero el Señor responde: “Te basta con mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12: 9). Esta es otra revelación maravillosa para Pablo, que lo mueve a decir con gratitud:

“Por tanto, de buena gana me gloriaré más en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por amor de Cristo, entonces, estoy contento con las debilidades, los insultos, las penalidades, las persecuciones y las calamidades. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 
(2ª Corintios 12: 9–10)

A través de esta aflicción, Dios lo estaba liberando fielmente de un peligro mayor que un atormentador demoníaco: el propio orgullo pecaminoso de Pablo.

Estas historias ilustran tres formas en que Dios manifestó misericordiosamente su fidelidad a sus amados hijos al ordenar sus aflicciones, para librarlos: 
1- De la propensión a desviarse de Él
2- De un temor basado en la incredulidad.
3- Del peligro mortal del orgullo pecaminoso.
Y estos son solo tres de los propósitos redentores de Dios en nuestro sufrimiento. La Escritura revela más, si tenemos oídos para oír. Pero estos ejemplos demuestran las formas de Dios, contrarias a la intuición, de ser fiel al “carácter inmutable de su propósito [último] (Hebreos 6: 17).
“Haré con ellos un pacto perpetuo, de que no dejaré de hacerles bien. Y pondré mi temor en sus corazones, para que no se aparten de Mí. Me regocijaré en hacerles bien... con todo mi corazón y con toda mi alma”. 
(Jeremías 32: 40–41)
¿Podemos obtener esperanza, no únicamente de la promesa de Dios de librarnos fielmente de nuestras aflicciones, sino de lo que Dios cumplirá fielmente por nosotros a través de nuestras aflicciones? La respuesta bíblica es un rotundo sí. Porque cuando se trata de sus hijos, los propósitos de Dios en nuestras aflicciones son siempre redentores, ya que “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8: 28).

Cuanto más veamos la fidelidad de Dios en nuestras aflicciones, más significativa encontraremos la exclamación de Pablo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. (2ª Corintios 1: 3–4). Y cuanto más significativo encontraremos el pasaje que inspiró el gran himno “Grande es tu fidelidad”, porque nos daremos cuenta de que incluida en el “toda consolación” del “Dios de toda consolación” está la aflicción que Dios, en su amor inquebrantable, con fidelidad nos ha afligido.


Jon Bloom

(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

LLEGAR A CASA CON UN CORAZÓN SIN DRAGONES, Scott Hubbard

 



A veces, mientras observas la mano de la providencia de Dios dibujar una imagen en tu vida, el lápiz gira repentinamente y lo que pensabas que sería una flor se convierte en una espina. La oración sin respuesta parecía finalmente escuchada, la esperanza diferida parecía finalmente cumplida, pero no. Alcanzas la margarita y, en cambio, te pincha un cardo.

El matrimonio del autor CS Lewis con Joy Davidman me llama la atención en este sentido. La pareja se casó más tarde en la vida, cuando Joy parecía estar muriendo de cáncer. Sin embargo, después de una oración pidiendo sanidad, Joy se recuperó inesperadamente y tal vez milagrosamente. El amor que pensaban que estaban perdiendo volvió a ellos, un regalo precioso, al parecer, de la mano de un Dios sanador. Pero pronto, el cáncer volvió con furia, poniendo fin a su breve matrimonio. En la crudeza de su dolor, Lewis escribió: “Un hambre noble, largamente insatisfecha, encontró por fin su alimento adecuado, y casi al instante le arrebataron el alimento”.

Experiencias como estas pueden estremecer el alma. No pocos han perdido la fe en ellos. Para muchos otros, esos momentos se convierten en una puerta a un mundo más oscuro, donde Dios parece menos bueno de lo que alguna vez pensamos. Tal vez, en nuestros momentos más desesperados, incluso podamos pensar que es cruel.

Muchos de los que entran en ese mundo nunca encuentran el camino de regreso. Caminan bajo las sombras cada vez más profundas de la desilusión, lejos de los amplios campos y el sol brillante de su anterior fe infantil. Algunos, sin embargo, encuentran el camino de regreso. Nos encontramos con tal alma en el Salmo 73.

Gran parte del Salmo 73 tiene lugar en el mundo oscuro. Asaf, el salmista, se encuentra desilusionado con la vida espiritual. Ve a los que odian a Dios brincando sobre la Tierra: ricos, cómodos, gordos. No importa que se pavoneen por Jerusalén como dioses y desafíen los mismos cielos (Salmo 73: 3–11). “Siempre tranquilos, aumentan en riquezas” (Salmo 73: 12).

Mientras tanto, el piadoso Asaf sufre sin ser visto ni recompensado. Por su obediencia, recibe aflicción; por su devoción, reprensión (Salmo 73: 14). Eventualmente, mira a su alrededor, a sus oraciones, sus canciones, sus años de fidelidad, y con una mano amplia dice: “Todo en vano” (Salmo 73: 13). Con sus esperanzas muertas, entra en el mundo de las sombras.

Cuando nuestras propias esperanzas son postergadas, podemos justificar fácilmente nuestra amargura y apatía espiritual. Sin mucho esfuerzo, podemos arrojarnos como víctimas inocentes bajo la mano dura de la providencia de Dios, siendo comprensible nuestra frustración hacia el Cielo. Sin embargo, Asaf mirándose a sí mismo desde el otro lado de la puerta, ve algo diferente: “Yo era como una bestia para ti” (Salmo 73: 22).

Para aquellos que han regresado del mundo oscuro, las palabras de Asaf no parecerán demasiado contundentes. Yo, por mi parte, todavía puedo recordar los latidos del alma y los gruñidos del corazón de mi alma una vez hastiada. Nuestro dolor en providencias dolorosas puede volverse irregular rápidamente, y nuestros lamentos se convierten en gruñidos, ya sea en silencio o en voz alta.

La amargura puede hacer que el alma se vuelva bestial, y seguirá siendo bestial hasta que (para usar algunas imágenes de “La travesía del viajero del alba” de CS Lewis) Dios nos deshaga del dragón.

Al final del salmo, Asaf ha regresado al mundo brillante, donde una vez más canta como un niño lleno de esperanza:

"¿A quién tengo en los cielos sino a ti?

Y no hay nada en la tierra que deseo fuera de ti.

Mi carne y mi corazón pueden desfallecer,

Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre". 
( Salmo 73: 25–26 )

Asaf resurge en un mundo donde Dios es bueno una vez más, donde el Cielo y la Tierra no tienen nada más grande que dar que Él. Que lo mate la aflicción, que lo golpeen las reprensiones, que toda esperanza quede aplazada: Dios será la fortaleza de su corazón y su abundante porción. La bestia se ha convertido en hombre.

La eliminación del dragón ocurrió, en parte, cuando Asaf “entró en el santuario de Dios” y “discernió [el] fin” de “los que están lejos de ti” (Salmo 73: 17, 27). Pero también discernió algo mejor: “Sin embargo, yo estoy continuamente contigo” (Salmo 73: 23). Aquí está la respuesta a su agitación animal, una respuesta tan simple que podemos pasar por alto su poder para domar.

Considere, entonces, cómo Asaf despliega la respuesta en tres imágenes, y cómo podrían encontrarse con nosotros en nuestra propia bestialidad:

1.- “Tú tomas mi mano derecha”.

El verdadero peligro de un mundo que se oscurece no es el dolor que sentimos allí, ni siquiera la desconcertante disonancia que provocan esos sentimientos, sino la sensación de la ausencia de Dios. La primera mitad del Salmo 73 es un mundo sin Dios, al menos sin un Dios cercano y bueno. Pero en el versículo 15, las cavilaciones más o menos impías de Asaf dan paso a “tú”, el Dios que [sostiene] mi diestra” (Salmo 73: 23). Al regresar por la puerta de la desilusión, ha entrado en la casa de su Padre.

¿Puedes recordar la sensación de desolación cuando, siendo niño, perdiste de vista a tu padre en un mar de gente? ¿Y puede recordar el cálido alivio, que casi vale la pena llorar, cuando su mano familiar encontró la tuya? Algo similar sucede cuando, en la tranquilidad de su propio dormitorio, automóvil o patio trasero, sus pensamientos arremolinados se calman, su alma amargada respira y encuentra la gracia para decirle lentamente a Dios: “Sin embargo, estás continuamente conmigo; tomas mi mano derecha”.

Nada ha cambiado en tus circunstancias; tus problemas pueden todavía dolerte y dejarte perplejo. Pero de alguna manera, tus pies tambaleantes encuentran su equilibrio. Tus aflicciones caen en una perspectiva más amplia. Tu amargura se sacude como tantas escamas. Y bajo la mano de Dios, tu corazón se vuelve un corazón sin dragones.


2.- “Tú me guías con tu consejo”.

No nos quedamos solos en este mundo, por muy perplejos que nos sintamos. Tampoco nos quedamos sin rumbo. No solo tenemos un Dios, sino un guía; no solamente una Presencia, sino un camino. Él agarra nuestra mano para asegurarnos de su cercanía y también para guiarnos a casa a través de este desconcertante desierto. “Me guías con tu consejo” (Salmo 73: 24).

El “consejo” de Dios, su Palabra escrita, no nos dice todo lo que nos gustaría saber, ni mucho menos. No sabemos por qué una recuperación aparentemente milagrosa debería disolverse en la muerte. No sabemos por qué una relación al borde de la restauración debe desmoronarse. No sabemos por qué el corazón de un ser querido, tan próximo al arrepentimiento, se endurece de repente. Pero llegar a casa no depende de conocer los misterios que Dios ha escondido, sino de recibir el consejo que ha revelado.

Y no nos guía como quien nunca ha recorrido el camino Él mismo. Getsemaní presionó y dejó perplejo a nuestro Señor Jesús al punto de sudar sangre y orar por una salida. Nadie se enfrentó a una providencia más amarga; nadie tenía más razón para amargarse y abandonar el consejo de Dios. Sin embargo, la vida de nadie mostró de manera más brillante que seguir el consejo de Dios nunca nos avergonzará. Porque la tumba oscura ahora está vacía.

Somos niños aquí, y el por qué de la voluntad de nuestro Padre a menudo se nos escapa. Pero su consejo no. Entonces, mientras las bestias siguen sus propios instintos, los hijos de Dios dicen: “Seguiré tu consejo mientras dure la noche, e incluso si el alba nunca amanece en esta vida”.


3.- “Después me recibirás en gloria”.

Se acerca el día en que la mano que sostiene se convertirá en un rostro que contempla, y el camino sinuoso en un hogar estable. Hay un después a las preguntas sin respuesta y los bucles abiertos de esta vida. Y en eso después, “me recibirás en tu gloria” (Salmo 73: 24).

Conocer el después cambió todo para Asaf. Ya no envidiaba a los malvados prósperos cuando “discernía su fin” (Salmo 73: 17), y ya no se compadecía de sí mismo cuando discernía el suyo. La aflicción puede demorarse por la noche, pero viene la mañana. Así también con nosotros. Si sabemos que nos dirigimos al mundo brillante, donde ya no nos corroen más preguntas ni más lágrimas corren por nuestras mejillas (Apocalipsis 21: 4), entonces se embota el borde más agudo de nuestro sufrimiento. La gloria nos recibe en la puerta de su hogar, más allá de toda duda y peligro.

En el presente, a menudo tenemos la necesidad de decir con Pablo: “Estamos. . . perplejos” (2ª Corintios 4: 8). Pero en el futuro, la disonancia espiritual de esta era [Traductor: e incluso en esta Tierra de los vivientes, como nos dicen muchos de los salmos. No debemos pensar que nunca alcanzaremos la paz y el gozo aquí, en esta vida: Salmos 27 v. 13] se resolverá en una armonía más allá de la imaginación, como la mano que nos sostuvo y nos guió durante toda la vida.

En un momento del dolor de Lewis, él pregunta si ha estado tratando a Dios como su meta o como su camino. ¿Ha andado por toda buena dádiva como un camino que lleva a Dios, o ha tratado de andar por Dios como un camino que lleva a algún otro lugar? Lewis continúa diciendo: “Él no puede ser usado como un camino. Si te acercas a Él no como la meta sino como un camino, no como el fin sino como un medio, en realidad no te estás acercando a Él en absoluto”. [Traductor: El mismo Jesús dijo: "yo soy el camino"-Jn. 14: 6; y efectivamente lo es y debemos tomarlo como tal. Pablo dice: Colosenses 2 v. 6 Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él.  Esto me lleva a pensar que Lewis tal vez escribió esto con la tinta oscura del dolor y la amargura. Jesús el el Principio, el Camino y el Fin; el Alfa, la Omega y todas las demás letras del alfabeto, en este caso, griego. Cuando nos deshacemos de los dragones, muriendo a la carne en nuestra experiencia de cruz, salimos del otro lado de la resurrección y la tinta oscura se vuelve luminosa y dorada y vemos que es ambas cosas: medio y fin].

A menudo, nuestra propia liberación ocurre cuando nosotros, como Asaf, abrazamos a Dios como meta, no como camino, o quizás mejor, como meta y camino a la vez. Nuestra gran necesidad no es desenredar los aparentes nudos en la providencia de Dios, como si las meras respuestas pudieran domar a la bestia interior. Lo que necesitamos, ahora y para siempre, es una mano sobre la frente, una presencia susurrada para calmarnos. Porque Dios mismo es a la vez camino y fin, camino y hogar, presencia aquí y porción para siempre.

Scott Hubbard

(Getileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

ESPERE EL GOZO AÚN ANTES DE QUE TERMINE SU QUEBRANTAMIENTO, Stephen Witmer

 



Me ha atraído el Salmo 70: 4 durante muchos años, porque reúne dos verdades asombrosas que conmueven el corazón de todo cristiano:

¡Que todos los que te buscan se regocijen y se alegren en ti! Que los que aman tu salvación digan siempre: “¡Dios es grande!”
Solo un corazón espacioso podría respirar una oración tan expansiva. Tenga en cuenta que David no se contenta con que unos pocos (o incluso la mayoría) de los buscadores de Dios se regocijen. No, anhela que todos experimenten la alegría centrada en Dios. Y David está pidiendo más que una pasión parpadeante e intermitente por la gloria de Dios entre el pueblo de Dios; más bien, ora por sus labios y vidas para comunicar el valor de Dios continuamente, en todo momento, sin interrupción.

Esta es una oración de tamaño extra grande. Es tan grande que muchos millones de personas pueden (y tienen que) caber en su interior. David seguramente estaba orando por sí mismo. También lo estaba haciendo por los de su generación y todas las generaciones futuras. De hecho, si estamos buscando a Dios y amando la salvación de Dios, la oración de David es por nosotros. David le está pidiendo a Dios que endulce nuestro gozo y fortalezca nuestra pasión por su gloria.

Aunque he amado el Salmo 70: 4 durante años, no fue hasta hace poco que noté el contexto. Y es el contexto lo que me ha llenado de esperanza.

Esto es lo que he notado: el Salmo 70 no es un salmo soleado. No es un paseo por el parque o un día en la playa. La vida no es buena en este salmo. En cambio, es difícil, muy difícil. De hecho, el salmo es una súplica desesperada, casi incesante por la ayuda de Dios. El verso 1 (el primer verso) y el verso 5 (el último verso) son:
¡Apresúrate, oh Dios, a librarme! ¡Señor, apresúrate a socorrerme!

¡Apresúrate a mí, oh Dios! Tú eres mi ayuda y mi libertador; ¡Oh Señor, no tardes!
Hay una urgencia enfocada aquí. David suena como un soldado inmovilizado por el fuego enemigo, llamando por radio desesperadamente al mando central. Sus enemigos quieren a David muerto, y se regodean con las desgracias de David (versículo 3).

Ya hemos visto la respuesta de David a esta situación oscura. Siente dos deseos abrumadores, uno esperado y otro excepcional. Primero, David quiere salir de la situación. En cuatro de cinco versículos, le ruega a Dios que lo libere rápidamente. Esta reacción es perfectamente natural y completamente comprensible. ¿Quién no querría eso? Por supuesto, todos estaríamos pidiendo el mismo rescate.

En segundo lugar, sin embargo, la intensa presión de las circunstancias de David también saca de su corazón otro grito, este mucho más inusual. Sorprendentemente, la petición en el versículo 4 no es solo para él, sino para los demás. No es nada menos que milagroso que David, en su trinchera, bajo intenso fuego, ore no únicamente por un escape personal, sino por alegría entre todo el pueblo de Dios, y por la continua glorificación de Dios. ¿Qué está pasando aquí?

Algunos de nosotros escuchamos los llamados repetidos de las Escrituras para buscar nuestro gozo y creemos que simplemente está más allá de nosotros en nuestro estado actual. Por el momento, nuestra atención está ocupada por otros asuntos: el pecado, la enfermedad, la soledad, las dificultades financieras, la oposición, el dolor relacional. Sentimos que estamos en la clase 1.0 de "Sobrevivir a nuestros problemas" y que no estamos del todo listos para la clase 2.0 de "Persiguiendo nuestro gozo". Creemos que el versículo 4 es para personas que lo tienen todo bajo control (o al menos un poco más bajo control).

Y es por eso que el contexto del versículo 4 es tan desafiante y alentador, porque el versículo 4 existe en un mar de sufrimiento. David no dice: “Una vez que me libere de mis enemigos, comenzaré a preocuparme por la alegría del pueblo de Dios y la gloria de Dios”. Su oración en la trinchera, en circunstancias preocupantes e incómodas, es por alegría y gloria. Esta es una oración por el mundo. El gozo cristiano es tanto para los días sombríos como para los brillantes.

Si Dios puede obrar este impulso extraordinario en el corazón de David, ¿por qué no puede hacer lo mismo en nosotros? ¿Por qué no puede implantar una pasión renovada por nuestro gozo y su gloria, incluso en medio de intensos sufrimientos? ¿Podría ser que Dios incluso podría usar la desesperación de nuestro quebrantamiento para llevarnos a Él?

En su poema "La tormenta", George Herbert reflexiona sobre cómo, como la fuerza violenta de una terrible tormenta, “una conciencia palpitante, estimulada por el remordimiento, tiene una fuerza extraña: Abandona la Tierra, y aumentando más y más, se atreve a asaltarte y asediar tu puerta”.

Nuestros conflictos internos y externos pueden producir algo bueno. “Ellos purgan el aire dentro del pecho”. Este fue ciertamente el caso de David en el Salmo 70. Su desesperación produjo un clamor apasionado a Dios que continúa animando a los seguidores de Dios hasta el día de hoy.

Puedes hacer una oración como la de David en tu propia situación sombría siguiendo dos pistas del mismo David.

Primero, busca a Dios. “¡Que todos los que te buscan se regocijen y se alegren en ti!” El gozo y la alegría son la posesión inexpugnable de aquellos que fijan sus ojos en Jesús en las tormentas de la vida. Mira más profundamente y con más frecuencia a Jesús de lo que miras a tus enemigos o tus problemas.

Segundo, amar la salvación de Dios. “Que los que aman tu salvación digan siempre: '¡Dios es grande!'” Considera con frecuencia cómo Dios te ha salvado (y cómo está salvando a muchos otros). Deléitate en esta salvación. Descansa en Él. 

Me encanta. 

Cuanto más ames tu salvación, más fácilmente derramarán tus labios una alabanza natural al Dios que te salvó.

Por favor, no espere para buscar su gozo en Dios hasta que Dios haya sanado su quebrantamiento y resuelto sus problemas. El versículo 4 no es una posdata del Salmo 70; no viene después de la crisis de David. Emerge de en medio de ella. Este es un ejemplo y una invitación para nosotros. 

No espere para perseguir su gozo. Empiece ahora mismo.

Stephen Witmer

(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)