Capítulo
6
LOS
VENCEDORES Y LA IGLESIA
(2a.
parte)
La
armadura de Dios
La
Biblia registra una lucha de la Iglesia contra el enemigo de Dios,
las fuerzas malignas de las tinieblas; y el Señor nos ordena
vestirnos con toda la armadura de Dios, para poder salir victoriosos
en ese inevitable enfrentamiento; porque es necesario que luchemos en
el Señor, en Su poder, y no en el nuestro. El vestirnos con la
armadura de Dios es una orden, un mandato de Dios, y una necesidad
para nosotros, no es opcional; pero el ponérnosla es un acto
voluntario nuestro, un ejercicio voluntario. Toda arma meramente
humana no sirve para esta lucha, es más bien de estorbo.
"10Por
lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de
su fuerza. 11Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis
estar firmes contra las asechanzas del diablo. 12Porque no tenemos
lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. 13Por
tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en
el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes"
(Ef. 6:10-13).
Aquí
la Iglesia es presentada como un guerrero, pero lo lamentable es que
no todos están vestidos con esta armadura. Muy pocos, los
vencedores, están vestidos con toda la armadura de Dios; otros sólo
tienen parte de esa armadura, y el resto, la mayoría, no tiene nada.
Tengamos en cuenta que nosotros vemos a las personas con nuestros
ojos físicos, pero detrás de las personas (carne y sangre) están
los titiriteros, los verdaderos enemigos de Dios, los ángeles
rebeldes que ostentan en este siglo los poderes malignos de Satanás,
el cual cuenta con una organización sofisticada en los lugares
celestes, los aires, y ejercen su poder sobre las naciones del mundo.
Cada nación tiene su propio príncipe de las tinieblas (Daniel
10:20) dentro de esa organización, el cual a su vez maneja una
verdadera jerarquía de poderes y especialidades a su cargo, para
infringirle daño a la Iglesia y a las naciones, que están regidas y
esclavizadas por esas tinieblas. Pero debemos estar firmes en la
victoria de Cristo, que es nuestra propia victoria, por cuanto
Satanás y sus huestes de maldad están destinadas a ser vencidas por
nosotros; por eso debemos resistir, es decir, estar firmes. La
armadura de Dios la toma Pablo, en su parte externa, del modelo del
soldado romano de su tiempo, el cual era muy famoso por su disciplina
y vigilancia. La armadura consta de las siguientes partes:
-El
cinto de la verdad.
"Estad,
pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad"
(v. 14a). Ceñirse el cinto tiene la connotación de estar listo para
la acción, en este caso para la batalla espiritual; pero es
necesario que nos ciñamos con la verdad, la cual es Cristo, el cual
vertió Su sangre por nosotros. ¿Cómo comieron el cordero los
hebreos, el día de su liberación? "Y
lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en
vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano"
(Ex. 12:11a). Cuanto más conocemos a Dios y a Su Cristo, más
tenemos conciencia que Él es nuestra única verdad y realidad
cotidiana, en nuestro andar como cristianos. "Jesús
le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí"
(Juan 14:6).
-La
coraza de la justicia.
La coraza era la parte de la armadura que revestía y protegía el
pecho
del soldado romano, es decir, nuestra
conciencia.
"Y
vestidos con la coraza de justicia"
(v. 14b). Cristo
ha sido hecho por Dios nuestra justificación, y de esa justicia
hemos sido revestidos desde que creímos, la cual se ha convertido en
nuestra coraza en nuestra condición de soldados;
la obra de Cristo en la cruz nos ha hecho justos, pero en nuestra
lucha contra Satanás, debemos tener nuestra conciencia limpia y
protegida con la justicia de un corazón recto delante de Dios y de
los hombres, lo cual es la vida de Cristo en nosotros; porque Satanás
constantemente nos está acusando, y no debemos permitir que esas
acusaciones desmedren nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Si
nuestra conciencia no nos acusa, no debemos permitir que seamos
atemorizados y avergonzados por el enemigo.
-El
calzado del evangelio.
"Y
calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz"
(v. 15). El hombre estaba enemistado con Dios, pero el Señor Jesús
en Su obra en la cruz sirvió de mediador para establecer la
paz, tanto con Dios como con los hombres; esa es la disposición
fundamental del evangelio, con el cual debemos estar calzados y
parados firmemente.
Ahora estamos parados sobre la roca firme, y en esa posición
entramos con confianza a participar en la batalla espiritual. Debemos
caminar con el Señor en la paz que Él nos ha conquistado; no en
nuestra propia paz, ni en la paz de los hombres. Ya
no caminamos sobre la tierra, porque no somos de este mundo. La
salvación separa a los creyentes de la tierra sucia, y nos hace
libres.
Además, nuestro testimonio exige que estemos en paz con Dios y con
los hombres.
-El
escudo de la fe.
"Sobre
todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los
dardos de fuego del enemigo"
(v.16). El escudo era una arma defensiva para el soldado romano, para
protegerse tanto de las flechas como de los ataques con espada, lanza
u otras armas de la época. El escudo es fundamental para protegerse
de los ataques del enemigo. El escudo del soldado romano era de
cuero, o de metal; pero el escudo del creyente es la fe. Hay
creyentes que carecen de fe, luego no tienen el escudo para apagar
los dardos
de fuego y ataques del maligno, como las dudas, las tentaciones, los
enredos mentirosos, las incitaciones y propuestas al pecado.
Otros creyentes tienen un escudo muy pequeño, con el cual sólo
podrán apagar ciertos dardos, pero no todos, pues su fe no es lo
suficientemente grande; y otros, los menos, tienen un escudo grande;
son los vencedores.
-El
yelmo de la salvación.
"Y
tomad el yelmo de la salvación"
(v.17a). El yelmo era la parte de la armadura antigua que resguardaba
la cabeza y el rostro, de modo que es fácil entender que, en la
guerra espiritual, el
yelmo de la salvación de Dios guarda la mente del creyente, su
intelecto, de ansiedades, preocupaciones, acusaciones, temores,
vergüenza, amenazas de Satanás, que vayan directamente dirigidas a
nuestra mente,
para debilitarnos, desorientarnos y postrarnos en una situación de
derrota y culpabilidad. Pero hemos sido salvados por Dios en Cristo;
ahora somos hijos de Dios, y es Cristo quien vive en nosotros
permanentemente. Satanás continuamente está lanzando sus dardos a
nuestra mente. Satanás sabe que es en la mente del hombre en donde
se maquinan y perfilan todas las cosas, y por eso es en la mente de
los creyentes donde se libran las grandes batallas contra el enemigo,
pues los argumentos y pensamientos pertenecen a la mente. Leemos en 2
Corintios 10:3-6: "3Pues
aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4porque las
armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para
la destrucción de fortalezas, 5derribando argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo, 6y estando prontos para
castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta".
Para entrar a participar en la guerra espiritual es necesario andar
conforme al espíritu; de ahí que las armas deben ser espirituales,
poderosas en Dios, para poder derribar fortalezas del enemigo. Todos
los que desobedecen a Dios son portadores de las fortalezas de
Satanás; por eso todo pensamiento debe ser llevado cautivo a la
obediencia a Cristo.
-La
espada del Espíritu.
"Y
la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios"
(v.17b). La espada es la única pieza de la armadura que es usada
para atacar al enemigo. Cristo es el Verbo de Dios encarnado, y la
Biblia es la Palabra de Dios (gr. logos)
inspirada por el Espíritu Santo, o soplada por el aliento de Dios
(gr. theopneustos),
de manera que cuando es usada la palabra específica (gr. rhema)
para dar un golpe mortal y contundente al enemigo, es Cristo mismo
hablando por Su Espíritu y por la Palabra. Las Escrituras han sido
tergiversadas y manipuladas abundantemente a través de la historia,
en tal forma que esas tergiversaciones han facilitado el camino para
introducir herejías en la Iglesia del Señor, contribuyendo a las
múltiples divisiones sustentadas con aparente respaldo bíblico. He
ahí el gran peligro, que apoyados con una falsa base bíblica, se
protocolice la división del Cuerpo de Cristo. El celo religioso no
es de Dios, ni el orgullo sectario, ni la vanagloria del progreso
humano. Todo eso le ha hecho mucho daño a la unidad de la Iglesia;
se ha quebrantado la verdadera expresión de la unidad del Cuerpo del
Señor. De ahí que debe ser usar la espada del Espíritu en el
Espíritu y por el Espíritu. Es de suma importancia saber cuál es
la versión bíblica en nuestro idioma que guarde más fidelidad con
los manuscritos originales.
-La
oración. "Orando
en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y
velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los
santos"
(v.18). La oración no está relacionada dentro de la armadura de
Dios, pero es el elemento indispensable para recibir la armadura y
usarla convenientemente en el momento apropiado.
-El
manto de la humildad.
Aun los vencedores vestidos con toda la armadura de Dios, tienen sus
peligros, y si se descuidan, pueden caer de cualquier altura de donde
se encuentren; no importa el grado de madurez espiritual que se
tenga. Dice 1 Co. 10:12: "Así
que, el que piensa estar firme, mire que no caiga".
El brillo de la armadura, puede deslumbrar al vencedor que se
descuida, y en vez de mirar al Señor, se mira a sí mismo; no tiene
conciencia de que su armadura no tiene protección para su espalda,
en donde puede ser herido por los dardos del enemigo, dardos llamados
orgullo; y ya herido, se va llenando de cierta aureola alrededor de
sí mismo, y, sin darse cuenta, se va debilitando espiritualmente de
tal manera que al final no tiene fuerzas suficientes para sostener la
espada y el escudo (la Palabra de Dios y la fe), y como consecuencia
viene el engaño en cuanto a la Palabra y en cuanto a la fe, y
empieza a declarar que ya no necesita usar la espada y el escudo; y
al final se despojará asimismo de toda la armadura. Entonces, ¿cuál
es el remedio preventivo? Los reyes, los grandes de este mundo y los
cristianos orgullosos, se cubren con un manto de púrpura, pero el
manto del cristiano vencedor es la otra cara de la moneda; el
manto que nos cubre la espalda de los dardos de la altivez, es la
humildad, la pobreza en el espíritu.
1 Pedro 5:5b-6 dice: "5Y
todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. 6Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios; para que él os exalte cuando
fuere tiempo".
El
vestido de humildad es la vestidura de un esclavo en aptitud de
servicio. El altivo hace alarde por encima de los demás; es
despreciativo. El orgulloso se llena tanto de confianza en sí mismo,
que llega el momento en que cree que ya no necesita usar la Palabra
de Dios, la fe y la confianza en el Señor, y la armadura en general,
y es enredado fácilmente en el engaño de toda índole. Todo
guerrero necesita toda la armadura de Dios, pero vestido de humildad,
"4porque
las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas, 5derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo"
(2 Co. 10:4-5). La guerra contra los demonios no se hace con las
habilidades de la carne; ni con fuerza carnal y física, ni con
elocuencia natural, ni con humana sabiduría, ni derribando a las
personas al piso en las reuniones; no estamos luchando contra los
hombres. Por tanto, las armas deben ser espirituales, poderosas en
Dios. Los dardos del enemigo van dirigidos a llenar nuestra mente de
argumentos y razonamientos que nos inducen al chisme, a la búsqueda
de faltas en nuestros hermanos, a la acusación, a la falta de
perdón, al egocentrismo, al juicio injusto, a los celos y
contiendas, al rechazo, a la amargura, a la lujuria; pero uno de los
más fuertes y devastadores ataques viene del orgullo. En cambio, la
Palabra de Dios nos insta a ser "unánimes
entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No
seáis sabios en vuestra propia opinión"
(Ro. 12:6). Debemos estar vigilantes, porque abundan los falsos
ropajes de humildad.
Dice Mateo 5:3: "Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos".
Con este versículo, el Señor en el sermón del monte comienza la
descripción de la verdadera naturaleza de los que son aptos para
participar en el reino de los cielos; y todas las características
descritas, son el polo opuesto del cristiano orgulloso. Delante de
Dios, el humilde tiene la posición más alta, porque refleja la
llenura de Dios y de Su gracia; porque Santiago 4:6 dice: "Pero
él da gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios y da
gracia a los humildes".
Entonces, amados hermanos, para
que no nos deslumbre el brillo de la armadura y nos impida ver la
verdadera naturaleza del enemigo, debemos taparla con el manto de la
humildad.
-El
amor.
Por Su Santo Espíritu, el Señor nos ha dado dones espirituales,
como herramientas para nuestro trabajo en esta era, y como anticipo
de los poderes del siglo venidero; pero lo más excelente, importante
y poderoso de todas las herramientas recibidas de parte del Señor es
el amor del Padre. Muchos, como los corintios, buscan los dones
exteriores, pero el amor es la manera excelente de ejercerlos, y es
la expresión de Dios dentro de nosotros como vida y aliento. La
naturaleza de Dios es amor (1 Juan 4:16), y la expresión de ese amor
es lo que nos lleva a ser espirituales. Podemos tener una magnífica
comprensión de la Palabra de Dios, podemos tener todos los dones
espirituales, podemos comprender todos los principios del reino,
podemos poseer una fe gigantesca, pero si carecemos del amor del
Padre, nada somos. No hemos logrado comprender todavía lo suficiente
y en su justa medida el capítulo 13 de la primera epístola a los
Corintios. Cuanto más nos alimentemos de Cristo, más llenos somos
de Su amor, porque Él, que es amor, se va apoderando de todo nuestro
ser; no sólo del espíritu, sino también del alma y todas sus
facultades, y hasta del cuerpo. El Señor ha venido a vivir dentro de
nosotros para siempre; nunca se irá de nosotros; esta es Su casa;
pero debemos buscar que Él nos llene de Su Espíritu y de Su amor
para que le seamos fieles; Su
amor nos libra del egocentrismo, y nos hace ver más allá de nuestro
entorno físico.
Saturados de Su amor, podremos tener la visión del tercer cielo, y
predicarlo. Con el amor, podemos manejar la armadura de Dios con
eficacia.
La
sexta promesa
La
Iglesia ha fallado, pero en la historia el Señor comenzó a
restaurar todo lo que se había perdido en el cautiverio babilónico;
por tanto comenzó el período de Filadelfia, del amor fraternal, los
hermanos que, aunque con poca fuerza, guardan la Palabra de Dios,
retienen firmemente lo que tienen y no niegan el nombre de
Jesucristo. Es en Filadelfia donde mejor se expresa la realidad
actual del reino de los cielos entre los creyentes neotestamentarios,
y particularmente para los vencedores de Filadelfia hay hermosas
promesas. Dice Daniel 4:26: "Y
en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del
mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego
que reconozcas que el cielo gobierna".
En
Filadelfia comenzamos a experimentar que el cielo gobierna en
nuestras vidas.
En la carta del Señor a Filadelfia encontramos una hermosa promesa
para los vencedores, de ser guardados de la hora de la prueba, es
decir, la gran tribulación que ha de ser manifestada sobre toda la
tierra habitada (Mateo 24:21). Dice en Apocalipsis 3:10: "Por
cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te
guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo
entero, para probar a los que moran sobre la tierra".
En este versículo y en el contexto de la carta vemos que los santos
que guarden la palabra del Señor y no
nieguen el nombre del Señor Jesucristo, es decir, no lo cambien por
nombres denominacionales o de líderes religiosos,
serán guardados por Dios de la gran tribulación en tiempos del
gobierno del anticristo. No significa esto que algunos santos hayan
de ser transformados y arrebatados al cielo antes de la gran
tribulación, puesto esto sería creer en un rapto de la iglesia en
dos etapas, pues la Iglesia de Cristo estará en la tierra durante
todo el gobierno del anticristo. (Nota
administrador:
Creemos que el hermano Arcadio aquí tiene un concepto del rapto
parcialmente errado. Los vencedores recibirán su cuerpo glorificado
antes de la G.T., por lo que obviamente no podrán ser afectados
aunque coyunturalmente tomen cuerpos terrenales durante ese periodo,
para ministrar. Si es cierto, que el resto de la Iglesia pasará por
la tribulación, si es que hay alguna. Pensamos con Stephen E. Jones
y otros que la visión historicista del Apocalipsis es la correcta,
por lo que la G. T. ya ha ocurrido; aunque puede que el alguna manera
el ciclo profético se repita en el tiempo final; en cuanto al “polvo
y el ruido” que Babilonia produzca al caer. Al día de escribir
esta nota, 25-3-15, creemos que hemos asistido, hace como una semana,
a la caída de Babilonia, mientras que la mayoría todavía están
esperando a que comiencen los primeros capítulos del Apocalipsis, en
cuanto a sellos, trompetas y copas; es decir, para ellos Apocalipsis
no ha comenzado, para nosotros, estamos justo al final del mismo
(cap. 18). Véase:
http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2015/03/hundimiento-de-la-kabala-khazara-y-el.html;
http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2015/03/babilonia-ha-caido-problemas-futuros.html)
Columnas
en el templo
"Al
que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y nunca
más saldrá de allí"
(Ap. 3:12a). Si los vencedores de Filadelfia logran retener
firmemente lo que tienen, el Señor los hará columnas en el templo
de Dios. En
Filadelfia vencer es retener. Todos los santos neotestamentarios son
piedras del templo del Señor, pero no todos llegan a ser columnas
del templo de Dios.
Hay que diferenciar la condición de ser columna
del templo de Dios y el ser una simple
piedra
del edificio. El vencedor de Sardis será transformado en una
piedrecita para el edificio de Dios, pero el de Filadelfia será una
columna edificada en el templo de Dios. La columna es fundamental, no
puede ser quitada sin que peligre la estructura misma de la
edificación; es decir, que el vencedor de Filadelfia, que guarde la
Palabra del Señor y no niegue Su nombre va, a recibir en el reino
milenario el premio de ser un sostenedor del templo de Dios, y nunca
más será quitado de allí. El vencedor sabe perfectamente que no
pertenece a este mundo, que no habita aquí como si perteneciera a
esta esfera. Una vez pertenecimos aquí, pero si somos vencedores,
ahora no pertenecemos a este mundo. Al contrario, esta era es tan
malvada, que los vencedores, ya como un ejército, vendrán con
Cristo a ponerle fin (Apocalipsis 17:14; 19:14, 19-21). Ahora somos
posesión de Dios, de Cristo y de la Nueva Jerusalén. Fuera de su
hogar celestial, la vida del vencedor es la cruz y el vituperio. Hoy
tiene poca fuerza, y mañana es una columna en el templo de Dios, por
el poder del Señor.
El
nombre de Dios
"Y
escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad
de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi
Dios, y mi nombre nuevo"
(Ap. 3:12b). Al vencedor de Pérgamo se le promete darle en el
milenio una piedra con un nombre escrito, pero al vencedor de
Filadelfia se le hará una columna sobre la cual serán escritos tres
nombres: el de Dios, el de la Nueva Jerusalén y el nuevo de Cristo,
como señal de pertenencia a Dios, de herencia eterna y de testimonio
de Cristo y de que se ha hecho uno con Dios, con la Nueva Jerusalén
y con el Señor; todo lo cual se cumplirá en el reino milenario.
Llevar
el nombre de Dios significa que Dios fue formado en ti; llevar el
nombre de la Nueva Jerusalén significa que haces parte de la Ciudad
Santa, porque ha sido también formada en ti, y llevar el nombre
nuevo del Señor significa que el Señor se ha formado a Sí mismo en
ti, en tu experiencia, en tu andar.
En resumen, Filadelfia es la única iglesia que es completamente
aprobada por Dios. Filadelfia no niega el nombre del Señor; los
hermanos de Filadelfia no se apellidan con otros nombres; en
Filadelfia no hay bautistas, ni presbiterianos, ni pentecostales, ni
puritanos, ni cuadrangulares; sencillamente son de Cristo, son
cristianos, y en consecuencia reciben una preciosa promesa de que
será escrito sobre ellos el nombre de Dios, el nombre de la ciudad
de Dios y el nuevo nombre de Cristo.
El
nuevo nombre de Cristo
"Y
mi nombre nuevo"
(Apo. 3:12b). El vencedor de Filadelfia recibirá un premio especial,
el nuevo nombre del Señor Jesucristo. El nombre del Señor es el
Señor mismo; lo cual significa que Cristo es pertenencia del
creyente vencedor. El nombre del Señor ha sido forjado en el
creyente vencedor. ¿Cuál es el nombre nuevo de Cristo? Tú
conoces el nombre nuevo de Cristo cuando experimentas de una manera
nueva al Señor.
Para muchos santos ya Cristo se ha vuelto viejo, se ha vuelto algo
así como una vida religiosa rutinaria; pero si tomas la decisión de
vencer, Cristo llegará a ser nuevo para ti; siempre será tu
alimento fresco. El vencedor de Filadelfia retiene el nombre del
Señor y la unidad del Cuerpo de Cristo. El vencedor de Filadelfia ha
vencido la ruptura del Cuerpo de Cristo. Es un error pensar que para
que haya unidad en la Iglesia es necesario que se lleve a cabo bajo
la apariencia del ecumenismo. Mientras subsistan las divisiones
denominacionales y sectarias no puede haber unidad. Es un error
pensar que para que haya unidad en la Iglesia necesariamente debe
haber uniformidad. Una cosa es la uniformidad externa y otra la
verdadera comunión del Espíritu. Hay énfasis doctrinales que no
revisten carácter fundamental, y que por ende no afectan la
salvación ni rompen la unidad del Cuerpo; y hay denominaciones que
se han formado y se han apartado del resto del Cuerpo debido a que le
han dado carácter fundamental a algo que la Escritura no tiene como
fundamental ni afecta la salvación. A este respecto vale la pena
traer a colación las palabras del hermano Martín Stendal, en
relación con la Iglesia: 'A
través de la era de la Iglesia, ha habido muchos individuos y grupos
involucrados en "guerras" y con "sangre" en sus
manos, que sí han intentado edificar el Templo del Señor a la
manera de determinada denominación, grupo o movimiento organizado.
Estos intentos han terminado por edificar monumentos muertos, en vez
de unir piedras vivas que serían una verdadera luz para las
naciones. El hombre mide el éxito por el número de "fieles",
o por las instalaciones, o por los éxitos terrenales cuando Dios lo
mide por la justicia y la rectitud en el corazón, y por obediencia a
Su ordenanza y a Su Palabra'.*(1)
También dice el hermano Grau: "Los
mismos reformadores no intentaron fundar una nueva religión, ni
siquiera una nueva Iglesia. Tanto ellos como nosotros tenemos un solo
Maestro. El mensaje de la Reforma no nos dice que nos hagamos
luteranos o calvinistas, sino cristianos".*(2)
*(1)
Martín Stendal. El
Tabernáculo de David.
Colombia para Cristo. 1998.
*(2)
José Grau. Catolicismo Romano - Orígenes y Desarrollo. E.E.E..
1987, pág. 543
Además,
como lo hemos venido estudiando en la Palabra de Dios, el grado de
madurez y santidad de los hermanos bíblicamente no es uniforme, ni
tampoco se debe esperar uniformidad en el procedimiento y el orden.
Ni
aun en los vencedores hay uniformidad espiritual. En el reino, unos
recibirán mejores recompensas que otros.
La posición en el reino y aun en la eternidad en el nuevo cielo y la
nueva tierra, depende y es producto de nuestra vida terrenal después
de haber creído. Ser vencedor requiere sacrificio, obediencia y
entrega, y cuanto más se escale aquí, se traduce en que tendremos
un nivel mayor en el reino y en la eternidad. Cada vez tenemos más
claro que nuestra vida y andar con Cristo no se debe tomar
livianamente.
Cuando se habla de vencedores es porque hay
creyentes derrotados. Los
que vencen son los cristianos espiritualmente normales; los demás
hermanos siguen siendo nuestros hermanos, pero son espiritualmente
anormales.
"Porque
todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria
que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al
mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1
Juan 5:4,5).