https://godskingdom.org/blog/2022/12/kingdom-vision-part-13
Los
que dan fruto son, por definición, el pueblo elegido de Dios
(“Mi pueblo”). En Romanos 11, Pablo los llama los
elegidos, escogidos o el Remanente de Gracia.
En
Éxodo 5: 1, Moisés le dijo a Faraón: “Deja ir a mi pueblo”,
sin definir específicamente quién era “mi pueblo”.
Anteriormente, en Éxodo 4: 22, Dios dijo: "Israel es mi
hijo", pero nuevamente, Dios no definió específicamente
quién era Israel. La mayoría ha definido estos términos
genealógicamente, como lo hice yo durante muchos años, habiendo
crecido en la iglesia entre quienes enseñaban esto.
Sin
embargo, convertirse en “mi pueblo”, era
algo que se suponía que los israelitas debían lograr, no algo que
nacieran naturalmente. En Éxodo 19: 5 leemos,
5
Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto,
seréis mi propiedad [o “tesoro especial”, KJV] entre
todos los pueblos, porque mía es toda la tierra.
Esto
hace que la posición como “mi propiedad”
(es decir, el pueblo de Dios) esté condicionada a su
obediencia—específicamente, a su habilidad de mantener su promesa
de obedecer su Ley. Si ser posesión de Dios se hubiera basado en
su genealogía desde Abraham, entonces la única condición habría
sido que tuvieran los padres correctos.
El
Segundo Pacto
Durante
sus 40 años en el desierto, fallaron prácticamente en todas las
pruebas de fe y obediencia. Así que al final de los 40 años, Dios
hizo un Segundo Pacto con ellos en las llanuras de Moab (Deuteronomio
29: 1). Este pacto no dependía de la habilidad del hombre para
guardar sus votos a Dios. Dependía únicamente de la capacidad de
Dios para cumplir su promesa de hacerlos su pueblo.
Entonces
Moisés reunió al pueblo para escuchar los términos de este pacto,
como leemos en Deuteronomio 29: 12-13,
12
para que podáis entrar en el pacto con el Señor vuestro Dios, y en
su juramento, que el Señor vuestro Dios hace hoy con vosotros,
13 a fin de estableceros hoy como su pueblo y
para que Él sea vuestro Dios, justamente como os habló y como juró
a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob.
Parece
que incluso después de 40 años, aquellos israelitas aún no eran su
pueblo, ni Yahveh era su Dios. El Primer Pacto resultó ser
inadecuado, porque los hombres no pudieron cumplir adecuadamente sus
votos, que habían prometido en Éxodo 19: 8. Por lo tanto, se
necesitaba un nuevo pacto, uno que realmente funcionara, y estaba
modelado según el juramento que “juró a vuestros padres, a
Abraham, Isaac y Jacob”.
Sabemos
que el pacto y juramento que hizo a Abraham fue la base de lo que
luego se llama el Nuevo Pacto. En otras palabras, era el
voto de Dios al hombre. Este juramento no era aplicable solo a
esos israelitas sino a toda la Tierra. Deuteronomio 29: 14-15 dice:
14
Ahora bien, no solo con vosotros hago este pacto y este juramento, 15
sino también con los que están aquí con nosotros hoy en la
presencia del Señor nuestro Dios y con los que no están aquí con
nosotros hoy.
Todos
los israelitas reunidos en el monte “y los extranjeros”
(Deuteronomio 29: 11) debían escuchar los términos de este pacto,
porque se aplicaba a todos por igual. Y no solo a los presentes, sino
también a los no presentes. Entiendo que esto incluye todas las
genealogías en cada generación hasta el final de los tiempos. Es
voto de Dios hacer de todos “mi pueblo”,
aunque el cumplimiento de ese juramento no será completo hasta el
Jubileo de la Creación al final de los tiempos.
La
mayoría de los israelitas que presenciaron el juramento de Dios no
obedecieron de inmediato. Si hubieran tenido fe en la promesa (o
juramento) de Dios, habrían sido justificados por la fe abrahámica,
pero (como nosotros hoy), no habrían sido perfeccionados en ese
momento. Dios prometió hacerlos su pueblo, pero eso era solo el
comienzo de un largo proceso, que se delineó en las tres fiestas
principales: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
No
es mi pueblo
Los
israelitas ocuparon la tierra de Canaán durante más de seis siglos
antes del exilio a Asiria y Babilonia. Oseas fue un profeta de la
Casa del Norte (Israel), quien habló de que los israelitas serían
desechados. Dios habló de ellos como “no mi pueblo”
(Oseas 1: 9). El contexto muestra que Dios estaba a punto de
divorciarse de Israel (Oseas 2: 2), lo que supuso un cambio de
estatus legal de ser “mi pueblo” (ammi) a “no
mi pueblo” (lo-ammi).
Cuando
los asirios finalmente conquistaron Israel y deportaron a los
israelitas a la tierra de Gamir, su genealogía permaneció
inalterada y sin cambios. Solo sufrieron un cambio de estatus legal.
Al estar divorciados de Dios (Jeremías 3: 8), fueron reducidos al
mismo estatus legal que todas las demás naciones que nunca se
casaron con Dios.
Note
que ser “mi pueblo” no fue edificado
sobre su genealogía. Tampoco su regreso a ser el pueblo de Dios
dependería de su genealogía. Los términos se establecieron en
el Pacto con Abraham y más tarde con el Segundo Pacto bajo Moisés.
El Nuevo Testamento explica esto completamente como un asunto de fe
abrahámica (Romanos 4: 21-22).
La
Casa de Israel, dirigida por la tribu de Efraín, fue la
primera en perder su estatus legal, pero la Casa de Judá no fue
diferente. Jeremías 7:15 dice:
15
Os echaré de mi vista, como he echado a todos vuestros hermanos, a
toda la descendencia de Efraín.
De
nuevo, el profeta dice en Jeremías 7: 23-24,
23
Pero esto es lo que les mandé, diciendo: “Oíd mi voz, y yo seré
vuestro Dios, y vosotros me seréis por pueblo, y andaréis en todo
el camino que Yo os mando, para que os vaya bien”. 24 Mas ellos no
obedecieron ni inclinaron su oído, sino que anduvieron en sus
propios consejos y en la dureza de su corazón malvado, y fueron
hacia atrás y no hacia adelante.
Ser
“mi pueblo” dependía de su obediencia a “mi voz”.
Por lo tanto, ni los judíos ni los israelitas pueden llamarse a
sí mismos pueblo de Dios si no responden a la voz de Dios. ¿Por
qué? Porque “la fe es por el oír, y el oír por la palabra de
Cristo” (Romanos 10: 17). Oír es obedecer. No hay audición
sin obediencia.
Al
ver cómo tanto Israel como Judá habían fallado en ser obedientes,
surge la pregunta: ¿Cómo pueden ellos (y otros) convertirse en
el pueblo de Dios? Pablo responde esta pregunta en Romanos 11.
El
Remanente de Gracia
Romanos
11: 1-2 comienza,
11
Digo entonces, Dios no ha rechazado a su pueblo, ¿verdad? ¡De
ningún modo! Porque yo también soy israelita, descendiente de
Abraham, de la tribu de Benjamín. 2 Dios no ha desechado a su
pueblo, a quien de antemano conoció…
Pablo
continúa explicando el significado de “su pueblo”.
Menciona el hecho de que había 7.000 hombres en Israel durante los
días de Elías, que eran el pueblo de Dios, el pueblo “escogido”
(Romanos 11: 7). Luego dice, “los demás estaban endurecidos”,
o “cegados” (KJV). Había más de un millón de
israelitas cegados que NO fueron elegidos, a pesar de su genealogía.
Elías,
sin duda, era parte del Remanente. El rey Acab de Israel no lo era.
De Judá, Absalón pensó que era elegido, pero su rechazo a su padre
David demostró que no lo era. De hecho, Absalón era un anticristo,
a pesar de su genealogía. Pablo mismo era uno de los "cegados"
en su vida temprana, mientras perseguía a la Iglesia. No se
convirtió en uno del pueblo de Dios hasta que fue detenido en el
camino a Damasco.
Pablo
continúa en Romanos 11: 5,
5
De la misma manera, pues, también ha llegado a haber en el tiempo
presente un remanente según la elección de la gracia de Dios.
Sin
duda Pablo se consideraba parte de ese “remanente” en su
día. Aunque era “descendiente de Abraham, de la tribu de
Benjamín”, no se consideraba “elegido” por su
genealogía sino por su fe abrahámica.
La
conclusión es que Dios ha escogido a unos pocos “de toda tribu
y lengua y pueblo y nación” y los ha “convertido en un
reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra”
(Apocalipsis 5: 9-10). Será su trabajo como líderes llevar al resto
de la humanidad al lugar de la fe donde todos puedan ser “mi
pueblo”. Dios llama a unos pocos para bendecir a los muchos.
Al
final, el voto de Dios es salvar a toda la humanidad. El llamamiento
abrahámico es bendecir a todas las naciones, a todas las familias de
la Tierra, haciendo que se arrepientan de sus malos caminos (Hechos
3: 25-26). En otras palabras, nosotros, como hijos de Abraham (por la
fe) somos llamados por Dios para implementar los términos de su
juramento para salvar a toda la humanidad. Solo cuando todos hayan
sido bendecidos para convertirse en el pueblo de Dios, Dios realmente
cumplirá su juramento del Nuevo Pacto.
Cómo
llegar a ser “mi pueblo”
La
única manera de llegar a ser “mi pueblo” es a través de
la fe en Jesucristo. Aparte de Él, no hay salvación (Hechos 4: 12).
Esto se aplica a los israelitas, los judaítas y todos los demás.
Jesús es la única manera de obtener el estatus de "mi
pueblo". Todos deben venir a Él por igual y de la misma
manera. No hay un camino de salvación para los judíos y otro para
los gentiles, como han dicho algunos.
La
ventaja de ser israelita o judío (en la carne) es que se les dio la
Ley y la revelación de la naturaleza de Dios (Romanos 3: 1-2).
Ninguna otra nación vio la gloria de Dios venir a ellos de esa
manera. Los que vivían lejos probablemente no escucharon acerca de
este evento en el Monte Sinaí y, por lo tanto, no tuvieron la
oportunidad de creer en el Dios de Israel.
Como
custodios de la revelación de Dios, los sacerdotes de Israel y Judá
tenían una gran ventaja sobre otras naciones, muchas de las cuales
ni siquiera escucharían el evangelio hasta tiempos recientes. Pero
esto no significa que la Palabra de Dios haya sido dada
exclusivamente a los israelitas. A los israelitas se les confió el
evangelio para bendecir a todas las naciones.
La
Gran Comisión (Mateo 28: 19-20; Marcos 16: 15) se basa en el llamado
de Abraham a bendecir a todas las naciones. Y cuando las personas de
todas las naciones se arrepientan y pongan su fe en Jesucristo, se
les otorgará el mismo estatus legal que a aquellos que compartieron
el evangelio con ellos (Gálatas 3: 27-29), para que todos lleguen a
ser “mi pueblo”.
La
pregunta es si compartimos o no la visión de Dios del Reino. ¿Cómo
pensamos que es el Reino de Dios? ¿Será un Reino en el que los
judíos gobernarán el mundo por su genealogía? ¿O los gobernantes
serán una muestra representativa de cada nación, como nos dice
Juan? ¿Será Jesús rey en la Jerusalén terrenal en un templo
reconstruido, con sacerdotes levitas sirviéndole con sacrificios de
animales, como enseñó Scofield?
Necesitamos
una visión más bíblica del Reino para que podamos cumplir mejor
con el llamado abrahámico.