Debemos ser como ríos que reciben de sus afluentes y dejan seguir la corriente |
Confié en que Dios proveeríapara la publicación de la literatura
Consciente de que algunas personas nunca entrarían a un local de reuniones para escuchar el evangelio, en 1922 comencé a imprimir folletos evangelísticos, pues es necesario que las buenas nuevas lleguen a estas personas. Después de redactarlos, empecé a orar y pedir la provisión necesaria para cubrir los gastos de imprenta y de distribución. Dios me dijo: “Si deseas que conteste tu oración, primero debes quitar todo impedimento”.
El domingo siguiente prediqué sobre el tema “Quitar todo impedimento”. En aquel entonces muchos criticaban a la esposa de uno de mis colaboradores, una hermana que se reunía con nosotros. Cuando yo entré a la reunión para dar el mensaje, la miré e interiormente la juzgué y pensé que los demás tenían razón en criticarla. Después de la reunión, ella estaba de pie cerca de la puerta, y yo la saludé al salir del local.
Luego, cuando nuevamente le suplicaba a Dios que cubriera los gastos de imprenta, diciéndole que había quitado todo obstáculo, El me dijo: “¿Qué me dices del mensaje que acabas de predicar? Tú has menospreciado a aquella hermana; ése es un obstáculo para la oración, el cual debes eliminar. Debes ir a ella y confesar tu culpa”. Le respondí: “No es necesario que confesemos a otros los pecados que están en nuestra mente”. Dios me respondió: “Sí, eso es cierto, pero tu caso es diferente”.
Luego, cuando pensé en confesarle a ella y enfrentar el asunto, vacilé en cinco oportunidades. Aún cuando estaba dispuesto a confesar mi falta, me preocupaba que ella, quien siempre me había admirado, ahora me menospreciaría. Le dije a Dios: “Haré cualquier cosa que me pidas, pero no quisiera confesarle a ella mi falta”. Continué pidiendo a Dios que cubriera los gastos de imprenta, pero Él no escuchaba mis argumentos; al contrario, insistía en que yo me confesara con ella. La sexta vez, por la gracia del Señor, le confesé a la hermana mi culpa. Con lágrimas en los ojos, ambos confesamos nuestras faltas y después nos perdonamos el uno al otro. Fuimos llenos de gozo y, desde entonces, nos amamos en el Señor aún más.
Poco después, el cartero me entregó una carta que contenía quince dólares. La carta leía: “Me gusta distribuir folletos evangelísticos y me sentí movido a ayudarle a imprimirlos. Por favor, acepte mi donación”.
En cuanto fueron eliminados todos los impedimentos, Dios contestó mis oraciones. ¡Gracias al Señor! Esta fue la primera vez que experimenté que Dios respondiera a mis oraciones con respecto a la impresión de las publicaciones. En aquel entonces repartíamos más de mil folletos por día. Se imprimían y se distribuían de dos a tres millones de folletos al año para abastecer a las iglesias en varios lugares. En los primeros años de la publicación de literatura, Dios siempre respondió a mis oraciones y cubrió todas nuestras necesidades.
El Señor también me indicó que publicara la revista El testimonio actual y que la distribuyera sin cargo alguno. En aquel tiempo en China, todas las publicaciones de temas espirituales estaban a la venta; solamente la revista que yo publicaba era gratuita.
El cuarto donde redactaba y editaba los manuscritos era bastante pequeño. Cuando terminábamos los artículos, los enviábamos a la imprenta. Si no había fondos disponibles, oraba a Dios pidiendo que enviara su provisión para la impresión. Al observar lo que estaba haciendo, me reía, pues los manuscritos eran enviados a la imprenta sin que tuviéramos los fondos para pagar la impresión.
Mientras viva, nunca olvidaré aquella vez cuando aún me estaba riendo y escuché a alguien tocar la puerta. Al abrirla, vi a una mujer de mediana edad que siempre venía a las reuniones pero por quien mi corazón sentía una extraña frialdad. Era rica, pero amaba el dinero y trataba diez centavos como si fuesen un dólar. Me extrañé de que pudiera ser ella la que diera el dinero para imprimir la revista. Entonces, le pregunté el motivo de su visita, y me dijo:
“Hace una hora, comencé a sentirme incómoda. Cuando oré a Dios, El me dijo que yo no parecía cristiana, porque nunca he hecho lo correcto en cuanto a ofrendar y amo demasiado el dinero”. Le pregunté qué deseaba que hiciera, y me dijo: “Debes ofrendar dinero para que sea usado en Mi obra”.
Luego ella tomó treinta dólares de plata y los puso sobre la mesa, diciéndome: “Gaste el dinero en lo que usted juzgue necesario”. Sobre la mesa estaban los manuscritos y el dinero. Le agradecí al Señor, sin decirle nada a ella. Ella se despidió, y yo fui de inmediato a pagar a la imprenta.
El dinero que ella dio fue suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de la revista. Otros dieron el dinero para los gastos de franqueo. Ahora imprimimos cerca de siete mil ejemplares de cada edición. Dios nos provee todos los fondos en el momento preciso de la manera que lo he relatado. Nunca le he pedido contribuciones a nadie. Ha habido ocasiones en que las personas me han rogado que les acepte el dinero. En todos estos asuntos siempre he esperado exclusivamente en el Señor.
___________________________________________________
En la narración que Watchman Nee presentó de su historia personal en una reunión el domingo, 4 de diciembre de 1932, él relató los mismos asuntos con más detalles.
___________________________________________________
A fines del año 1922 sentí la carga de publicar una revista, debido a que numerosas personas habían sido salvas en Fuchow, y el número iba incrementándose. En aquel tiempo, el hermano Leland Wang estaba evangelizando lejos en la región de Yangtze. Su esposa y sus hijos quedaron solos en casa; así que me pidió que me mudara a su casa para cuidar a su familia. Todos los días, la hermana Wang y yo orábamos por la revista. En aquel tiempo me encontraba extremadamente limitado en las finanzas. Después de orar por más de un mes, no tenía ni un solo dólar. Una mañana le dije: “No es necesario orar más; eso sería falta de fe. Debo empezar a escribir. ¡Dios no necesita poner el dinero en nuestras manos para que empecemos a escribir! Por consiguiente, dejaré de orar por este asunto, y proseguiré a la preparación de los borradores”.
Cuando todo estuvo listo y la última palabra fue escrita, dije: “Ahora llegará el dinero”. Me arrodillé y volví a orar, diciendo: “Dios, el borrador está listo para imprimirse, pero todavía no tenemos dinero”. Después de orar así, sentí una confianza maravillosa de que Dios daría el dinero, y empezamos a alabar a Dios. Lo más asombroso fue que todavía no habíamos terminado la oración cuando alguien llamó a la puerta. Yo esperaba que viniera alguien con el dinero. Como estaba en casa de la hermana Wang, dejé que ella abriera la puerta. Para mi sorpresa, la persona que vino era una hermana rica pero muy avara. Pensé: “Con seguridad ella no dará el dinero”. Pero me dijo: “Tengo algo extremadamente importante que decirle”. Contesté: “Dígame, por favor”. Entonces ella preguntó: “¿Cómo debe dar ofrendas un cristiano?” Contesté que no debemos adoptar la costumbre del Antiguo Testamento de dar solamente el diezmo; más bien debemos seguir lo dicho de 2ª Corintios 9: 7, según lo cual cada persona debe dar conforme al lo que Dios le indique. Puede dar la mitad, la tercera parte, el diezmo, o la vigésima parte de su ingreso. Entonces ella contestó: “¿Adónde se debe entregar ese donativo?” Contesté: “No la dé a una iglesia que se oponga al Señor ni a los que no creen en la Biblia ni en la redención de la sangre que el Señor derramó. Si nadie les da contribuciones, no podrán llevar a cabo su predicación. Ore antes de dar una ofrenda, y luego dela a los pobres o a alguna obra, pero jamás a una organización que no sea recta”. Ella dijo: “El Señor me ha hablado durante mucho tiempo acerca de mi devoción excesiva al dinero. Al principio no pude aceptarlo, pero ahora sí puedo. Mientras oraba esta mañana, el Señor me dijo: “Ya no tienes que orar más. Sólo empieza a ofrendar tu dinero". Estaba bastante desconcertada, pero ahora estoy aquí con treinta dólares para que los use en la obra del Señor". Este dinero era suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de El testimonio actual. Más adelante, otra persona dio otros treinta dólares más, con lo cual pagamos el envío y demás gastos. Así se publicó el primer número de El testimonio actual.
___________________________________________________
En el testimonio personal que Watchman Nee dio en Kulangsu el 20 de octubre acerca del acontecimiento mencionado arriba, él concluyó con las siguientes palabras:
___________________________________________________
Si una persona se deja dominar por el dinero, sin duda fracasará en otros asuntos. Debemos esperar en Dios con una mente sencilla y nunca hacer nada que deshonre al Señor. Cuando alguien nos dé dinero, lo aceptamos en el nombre de Cristo, pero nunca debemos pedir nada. Agradezco a Dios que después de decirles a mis padres que no volvería a usar su dinero, aún así me fue posible estudiar los dos años que me faltaban. Aunque no sabía de dónde vendría mi sustento, Dios siempre proveyó cuando se presentó alguna necesidad. Algunas veces la situación parecía en extremo difícil, pero Dios nunca me desamparó.
Con frecuencia ponemos nuestra confianza en las personas, pero Dios no desea que dependamos de otros. Debemos aprender la lección de gastar en la medida en que recibimos, y nunca seamos como el mar Muerto, que recibe varios afluentes pero del cual no fluye ninguno; más bien debemos ser como el río Jordán, que recibe de sus afluentes y deja seguir la corriente. Los levitas del Antiguo Testamento se dedicaban exclusivamente a servir a Dios, y aún ellos debían ofrecer sus diezmos.
___________________________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecemos cualquier comentario respetuoso y lo agradecemos aún más si no son anónimos. Los comentarios anónimos no serán respondidos.