10 de septiembre de 2020
Hace unos días cenaba con mi esposa en un restaurante con motivo de nuestro aniversario y asistimos a una representación teatral improvisada, gratuita y sin haberlo solicitado.
Escogimos una mesa en el exterior, nos quitamos el bozal al momento de sentarnos (sin que nadie se entere..., confesamos que nosotros siempre llevamos la antena detectora de humos fuera del mismo).
Al poco rato llegaron dos parejas y se ubicaron a nuestra derecha. Los dos hombres se quitaron el bozal muy poco después de sentarse, pero sus cívicas y respetuosas cónyuges cumplieron con su heroico deber y no se la quitaron hasta pasados unos 20 minutos; transcurridos los cuales una de ellas, debiendo sentir ya su conciencia cívica satisfecha y habiendo acordado con los pululantes bichos que después de eso ya no podían picarla pues se había portado bien, se la quitó.
Su amiga, queriendo ganar en tal competencia de civismo, aguantó un poco más, pero al final sucumbió, tal vez pensando que no podría comer como debiera con ella puesta. Debió creer, después de su heroico y estoico acto de sumisión a las autoridades plandémicas, que los bichos a su servicio habían quedado suficientemente cumplimentados y decidieron irse con sus picoteos a otra parte.
Mi esposa y yo, no sabemos bien cómo, pero salimos de allá sin contaminarnos, aunque todavía nos preguntamos que sería de esos cuatro amigos … ¿Quedarían o no fulminados?
Lamentablemente esto es lo que pasa todo el tiempo en todas partes, ¡y nadie parece percatarse de tamaña farsa pantomímica!
¡Genialidades made in Spain! ...
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