(Extracto del capítulo 11 del libro "Deuteronomio, Segunda Ley, Parte III")
Dos Extremos Gubernamentales
Había
dos problemas principales
en Israel cuando se trataba del gobierno.
El primero
fue visto en el propio Monte Horeb, cuando el pueblo insistió en que
Moisés debería ser quien escuchara la Palabra de Dios y luego
relatara esa Palabra a la gente. Esto
sembró las semillas del denominacionalismo,
mediante el cual los hombres dependen de sus líderes para decirles
lo que Dios ha dicho, en
lugar de querer aprenderlo de Dios directamente.
El segundo
problema era el extremo opuesto. Coré y sus amigos rechazaron
la idea de que Dios llama
a ciertas personas y les diera autoridad en la Iglesia. Sin
embargo, bajo el Antiguo y el Nuevo Pacto, vemos personas que
recibieron llamamientos específicos.
Los
cinco ministerios de Efesios 4:11, por
ejemplo, se establecieron para construir la Iglesia y para llevarla a
un lugar de madurez espiritual. Otro ejemplo es la patria
potestad, que se estableció para llevar a los niños a la
madurez. En ambos casos, la
autoridad no fue diseñada para ser perpetua,
sino para llevar a los hijos al lugar donde puedan, a su vez,
encargarse de la autoridad de los suyos.
La
autoridad espiritual no se le da a los niños, incluso si están
destinados a ser herederos de todas las cosas (Gál. 4: 1). La
rebelión de Coré ganó apoyo entre algunos israelitas que pensaban
que eran espiritualmente maduros. En su orgullo, pensaban que
podían gobernarse a sí mismos, porque según ellos también podían
escuchar la voz de Dios.
De
hecho, estaban descontentos con las restricciones morales impuestas a
ellos, no por Moisés o Aarón, sino por las leyes de Dios mismo. En
otras palabras, querían desechar las restricciones de la Ley de Dios
y decidir por sí mismos qué código moral seguir.
Democracia
Los
líderes de la rebelión trataron de usar la verdad como una
herramienta para derrocar a Moisés y Aarón y para ganar poder sobre
el pueblo. La verdad que trataron de utilizar a su favor era que
Dios habla a todos los hombres. Por este motivo, dijeron, las
personas debían ser autónomas y no necesitaban Moisés o Aarón
para guiarlos. El problema, por supuesto, era que en el Monte
Sinaí el pueblo ya había rechazado oír la voz de Dios y ya habían
adorado al becerro de oro. En su conjunto, la nación había
demostrado que aún era incapaz del auto-gobierno sin líder.
En
las Escrituras, la
humanidad sólo es capaz de auto-gobierno cuando la Ley está escrita
en los corazones, para
luego poder hacer la voluntad de Dios por instinto. Pero en ese
momento, Israel no estaba preparada para esto. Al igual que los
niños necesitaban liderazgo, y Dios había escogido a Moisés para
guiarlos. El mismo hecho de que Coré cuestionara que Moisés
fue llamado a dirigir a Israel, mostró que en realidad no estaba
escuchando a Dios en absoluto.
Los
motivos subyacentes de Coré fueron rebelión y ser un sin Ley. Él
realmente no tenía ningún deseo de hacer la voluntad de Dios, sino
gobernar en lugar de Moisés. Coré sabía que la democracia le
gusta a la gente, pero también sabía que no hay tal cosa como la
democracia pura. No
hay democracia que haga a
todos iguales
en autoridad; siempre habrá liderazgo, incluso en una
democracia. Cuanto más igualitario es el pueblo, más poder
tienen los líderes, y porque son imperfectos, tienden a convertirse
en dictadores. Lo hemos visto claramente en el siglo pasado en
el movimiento comunista. En nombre de la igualdad, tales
gobiernos producen esclavos que son todos iguales en su esclavitud.
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