“Debemos orar más, debemos interceder más…” Cierto. Pero todo esto no servirá para nada si los corazones del pueblo no se han vuelto a Dios, si el templo no está siendo limpiado, si el holocausto de la entrega total a Dios no asciende delante del Señor desde
corazones rotos y contritos.
Ezequías
ere un buen rey; y al llegar al trono de Judá, su primera preocupación fue restaurar la adoración y la gloria del
templo de Dios… y Dios le dio un gran avivamiento.
Lo
primero que hizo fue “abrir las puertas
de la casa del SEÑOR y repararlas” (2ª Crónicas 29:3). Los sacerdotes y los levitas se
reunieron en Jerusalén para comenzar la tarea de limpiar el templo de Dios. Tenían una batalla por
delante y Dios lo sabía. ¿Por qué no los introdujo en campamentos de
entrenamiento militar? Porque la armadura de Dios es “la armadura de la
luz” y por eso, su primera preocupación era Su templo. El templo tenía que ser limpiado. Si
no, habría derrota en la batalla. Era el momento de que el pueblo de Dios
entendiera esto.
Dios quiere verdad en lo íntimo. Este
es el día de la limpieza de la casa de Dios. No una clase de intervención
meramente legalista, externa… sino una profunda y penetrante obra del Espíritu
de Dios en los corazones y en las vidas. Cuando Dios limpia y cambia los
corazones de los hombres, lo externo también será limpio.
El
holocausto tenía que ser restaurado. Los corazones de los
hombres tenían que ser puestos sobre el altar y totalmente expuestos a los
fuegos de Dios.
“Cuando comenzó el holocausto, comenzó
también el cántico de Jehová...” (v. 27). Hay muchas canciones bonitas en la iglesia hoy, y mucha
música profesional. Pero “el cántico del
SEÑOR” es completamente distinto: canciones del Espíritu que penetran el corazón
y producen quebranto, y un sentido de asombro por causa de la presencia de
Dios. No escuchas realmente el CÁNTICO DEL SEÑOR hasta que haya un
holocausto, una entrega completa a Dios, el sacrificio de un espíritu roto y
contrito.
Después
viene el orden divino. “Y quedó
restablecido el servicio de la casa de Jehová.” (v.35). Generalmente esto
es lo primero en nuestra agenda: Organizarnos bien con un edificio, un
liderazgo bien estructurado, y tenerlo todo listo para que Dios se mueva. Y de
este modo lo que tenemos es el orden del hombre, que pronto termina en otro
Babel—desorden, división y conflicto. El orden de Dios se basa en un pueblo reunido por el
Espíritu Santo, que viene a la plenitud de la entrega y del sacrificio,
ofreciéndose voluntariamente a sí mismo al Señor.
Pronto
el avivamiento se extendió a otras partes de la tierra. Salieron mensajeros de
Jerusalén a varias ciudades y pueblos, invitando a la gente a venir a Jerusalén
a celebrar y guardar la Pascua y a volverse de nuevo al
Señor. Algunos se burlaron y se rieron de los mensajeros con desdén.
Otros se humillaron y vinieron y buscaron al Señor. Comenzaron a tener lugar
las sanidades (¡aunque no se nos dicen los nombres de los que ministraron la
sanidad!). Los corazones del pueblo se abrieron a la palabra y surgieron
maestros para dirigir al pueblo de Dios por Sus caminos. El resultado final de todo ello
fue el GOZO. Hubo “gran gozo en
Jerusalén”. Esto era muy distinto del gozo forzado que los hombres están
intentado fabricar en nuestras iglesias hoy día. No hay nada como el
gozo del Espíritu Santo… el gozo que procede de un pueblo que es llevado
bien bajo a Sus pies por causa del holocausto, y que espera ante Él en humildad
y contrición de corazón, y que aprende de Él y anda en Sus caminos.
Después
vino el quebrantamiento de las imágenes y de los lugares altos de idolatría que
abundaban en la tierra.
¡Me pregunto cuántos ídolos vamos a descubrir cuando Dios comience a juzgar Su
casa y a escudriñar a Su pueblo con los siete ojos de llama de fuego del
Espíritu de Dios! ¡Que Dios continúe esta gran obra que Él ha comenzado en la
tierra, que Su Templo (la Iglesia), pueda ser restaurado, y que el pueblo de
Dios sea limpiado, purificado y enriquecido con todas las gloriosas provisiones
de Su gracia! Y no seamos disuadidos para abandonar esta visión por
causa de maestros ignorantes que se burlan: “Este pueblo está sentado ahí fuera
intentando perfeccionarse, en lugar de salir y trabajar para Dios.”
El Día del Señor está muy cerca, y en eso es
en lo que consiste esta gran preparación. El enemigo ha maquinado un complot maligno para destruir al
pueblo de Dios de golpe, y si el
Templo de Dios no es limpiado y Su pueblo consagrado en el altar del
holocausto, no vamos a sobrevivir el incendio de ese gran día. Así,
leemos:
“Después
de estos actos de fidelidad, Senaquerib, rey de Asiria, vino e invadió a Judá y
sitió las ciudades fortificadas, y mandó conquistarlas para sí” (2ª Crónicas
32:1).
Pero Jerusalén estaba preparada para ellos.
No sentían que estuvieran listos y eso
trajo un gran temor a los corazones de todos. Pero en su entrega al Señor
habían penetrado en los mismos cielos. Cómo queremos enfatizar que sólo cuando el pueblo de Dios ES
CONOCIDO EN LOS CIELOS Y RECONOCIDO DELANTE DEL TRONO, conocerá la victoria
sobre las arremetidas del Maligno aquí abajo.
¿Qué
hizo Ezequías en esa hora de gran inquietud y peligro? Envió un mensaje al
profeta Isaías en el que confesaba (y una vez más parecía ser una confesión muy negativa): “Este día es día de angustia, de reprensión
y de blasfemia; porque los hijos están a punto de nacer, y la que da a luz no
tiene fuerzas.” A Ezequías le parecía que todas las cosas buenas que
Dios había hecho por ellos y el avivamiento que habían conocido, en realidad
estaban a punto de terminar en desastre. “¡La
que da a luz no tiene fuerzas!”. Ahora bien, Ezequías significa
“Jah es Fuerza”,
pero Ezequías no tenía ninguna fuerza
propia, y tampoco había ninguna en Israel. Pero el secreto de su victoria reposaría precisamente en este mismo
hecho… que estaban desvalidos, y lo sabían… y que Dios era su suficiencia.
Ezequías
recibió una carta larga y amenazante del general de Senaquerib, que se resumía
en este simple ultimátum: “¡Rendíos, si no…!” Ezequías no tenía respuesta con
qué contestar. De modo que llevó la carta al templo y “la abrió delante del Señor”. Dijo, “Señor, lee esto… No sé qué
hacer al respecto.” Ezequías había tocado el trono. Sé que somos exhortados: “Debemos orar más, debemos interceder más…” Cierto. Pero todo esto no servirá
para nada si los corazones del pueblo no se han vuelto a Dios, si el templo no
está siendo limpiado, si el holocausto de la entrega total a Dios no asciende
delante del Señor desde corazones rotos y contritos. El pueblo de Dios había
penetrado en los Cielos y fueron reconocidos por los ejércitos del Cielo. Dios
pronto revelaría lo que iba a hacer. ¡La batalla era del SEÑOR!
Isaías
devolvió a Ezequías la seguridad de que Dios había escuchado su clamor y que
daba a al Rabsaces la respuesta que Ezequías era incapaz de dar. Era una
denuncia mordaz de Senaquerib y todos sus ejércitos, y acabó la carta diciendo:
“Porque yo ampararé esta ciudad para
salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo. Y aconteció que
aquella misma noche salió el ángel de Jehová, y mató en el campamento de los
asirios a ciento ochenta y cinco mil; y cuando se levantaron por la mañana, he
aquí que todo era cuerpos de muertos.” (2ª Reyes 19:34,35). En los días de la escuela, teníamos una
poesía en nuestras lecturas del famoso escritor inglés Lord Byron, en la que
describe dramáticamente esta gran confrontación y me gustaría incluirla aquí:
LA DESTRUCCIÓN DE SENAQUERIB
Los asirios vinieron como el lobo en el redil,
Y sus séquitos brillaban en púrpura y oro;
Y el lustre de sus lanzas era como las estrellas sobre el mar,
Cuando la ola azul da vueltas cada noche en la profunda Galilea.
Como las hojas del bosque cuando el verano es verde,
Esa multitud con sus estandartes vistos en la puesta del sol;
Como las hojas del bosque cuando el otoño ha nacido,
Esa multitud yace seca y perdida.
Porque el Ángel de la Muerte extiende sus alas al toque de
trompeta
Y sopla al rostro del enemigo al pasar;
Y los ojos de los dormidos se vuelven moribundos y fríos
Y sus corazones una vez cargados, y para siempre tranquilos.
Y ahí estaba el corcel con su nariz abierta,
Pero por ahí no salía el soplo de su orgullo;
Y la espuma de jadeo yacía blanca sobre el terreno,
Y frío como el rocío del oleaje golpeando las rocas.
Y ahí yacía el jinete, desfigurado y pálido,
Con el rocío sobre su cejas y el óxido en su malla;
Y las tiendas estaban en silencio, los estandartes solos,
Las lanzas sin levantar y la trompeta sin tocar.
Y las viudas de Asur son ruidosas en su lamento,
Y los ídolos son rotos en el templo de Baal
¡Y los poderosos de los gentiles, no golpeados a espada
Se derriten como nieve ante la mirada del Señor!
(Extracto del cap. 3 del libro "¿Quienes Sois?" de george Warnock. Resaltados han sido añadidos. El libro completo puede leerse aquí: http://txemarmesto.blogspot.com.es/2012/06/libro-quienes-sois-george-h-warnock.html)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecemos cualquier comentario respetuoso y lo agradecemos aún más si no son anónimos. Los comentarios anónimos no serán respondidos.