ESTUDIO-VIDA DE GÁLATAS
MENSAJE OCHO
LA VERDAD DEL EVANGELIO
Lectura bíblica:
Gá. 2:5b, 14a, 16, 19-20a; 3:11, 23-25; 4:2; 6:15
En 2:5 y 14 Pablo habla de la verdad del evangelio. La palabra
“verdad” en estos versículos no se refiere a la doctrina o enseñanza del
evangelio, sino que denota la realidad del evangelio. Aunque Gálatas es un
libro breve, nos proporciona una revelación completa de la realidad del
evangelio. Esta revelación, sin embargo, no es dada en detalle, sino a manera
de ciertos principios básicos. Por lo tanto, en este mensaje abarcaremos la
verdad del evangelio revelada en estos principios básicos.
I. EL HOMBRE NO ES JUSTIFICADO POR
LAS OBRAS DE LA LEY
El primer aspecto de la
verdad del evangelio es que el hombre
caído no puede ser justificado por las obras de la ley. En 2:16
Pablo dice: “Sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley”. Al final de este versículo Pablo
declara: “Por las obras de la ley ninguna
carne será justificada”. La palabra “carne” mencionada en
2:16 se refiere al hombre caído, el cual ha llegado a ser carne (Gn.
6:3). Ningún hombre será justificado por las obras de la ley. Además, en 3:11
Pablo dice: “Y que por la ley ninguno se
justifica ante Dios, es evidente”. En estos versículos Pablo nos dice
claramente que nadie es justificado por las obras de la ley.
Los adventistas del séptimo día insisten en la estricta
observancia del sábado. Sin embargo, parece que se les olvida que al esforzarse por guardar la ley con
respecto al sábado, se hacen a sí mismos
deudores tocante a guardar todos los mandamientos. El Nuevo Testamento dice
que si guardamos todos los mandamientos menos uno, infringimos toda la ley
(Jac. 2:10). Romanos 7
prueba que no podemos guardar todos los mandamientos. En el versículo 7 Pablo
se refiere al mandamiento acerca de la codicia: “Yo... tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: ‘No
codiciarás’ ”. Luego, en el versículo 8 él dice además: “Mas el pecado, tomando ocasión por el
mandamiento, produjo en mí toda codicia”. Cuanto más trató Pablo de guardar este mandamiento, más
fracasó. Esto indica que es imposible que el hombre caído guarde todos los
mandamientos de Dios. ¡Qué ridículo es volver a la ley y
tratar de guardarla! Simplemente no tenemos la capacidad de guardar la ley.
Como Pablo dice en Romanos 7:14, la ley es espiritual, pero nosotros somos
carnales, vendidos al pecado. Por lo tanto, por las obras de la ley ninguna
carne será justificada.
II. LA LEY ES EL CUSTODIO
QUE GUARDABA AL PUEBLO ESCOGIDO DE DIOS
HASTA QUE CRISTO
VINIESE
Ya que no es posible que el hombre caído guarde la ley, podemos
preguntarnos por qué fue dada la ley. No era la intención de Dios al dar
la ley que el hombre la guardara. Cuando Dios dio la ley, Él sabía
que el hombre no podría guardarla. El propósito de Dios al dar la ley
fue usarla como un custodio para guardar a Su pueblo hasta que Cristo viniese (3:23-24;
4:2). La intención de Dios era usar la ley como un redil para guardar a Sus
ovejas.
Tal vez usted se pregunte por qué Cristo no vino antes de cuando
lo hizo. ¿Por qué no vino en los tiempos de Moisés? Si Cristo hubiese venido
mil seiscientos años antes, la ley no habría sido necesaria. ¿Por qué no vino
antes que la ley fuese dada? La mejor manera de contestar esta pregunta es
recurrir a las Escrituras. Romanos 3:19 y 20 dicen: “Ahora bien sabemos que todo lo que la ley dice, lo dirige a los que
están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el
juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ninguna
carne será justificada delante de Él; porque
por medio de la ley es el conocimiento claro del
pecado”.
En Gálatas 3:19 Pablo pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley?”. En el mismo versículo él
contesta su propia pregunta: “Fue añadida
a causa de las transgresiones”. La ley fue dada para exponer
qué es el hombre y dónde está. La mejor manera de que el hombre sea expuesto es
hacer que su situación sea vista a la luz de los atributos de Dios. Los Diez
Mandamientos se componen principalmente de cuatro atributos divinos: santidad,
justicia, luz y amor. Dios es santo y justo; Él es también luz y amor.
Si usted examina los Diez Mandamientos, verá que son la expresión de la
santidad, la justicia, la luz y el amor divinos. Por esta razón, la ley llegó a
ser el testimonio de Dios. En
otras palabras, los Diez Mandamientos testifican que Dios es santo y justo, y
que Dios es luz y amor. Dios usó este testimonio para exponer al hombre. Cuando el hombre está ante este testimonio, su naturaleza pecaminosa se ve expuesta.
Cuando la ley fue dada, los
hijos de Israel prometieron obedecer los mandamientos de Dios (Ex. 19:8). Antes de que los hijos de Israel
respondieran de esta forma, la atmósfera en torno al Monte Sinaí no era
amenazadora. Pero cuando el pueblo
declaró que ellos guardarían los mandamientos de Dios, la atmósfera cambió y se
volvió aterradora. Dios ejercitó Su Santidad y al pueblo ya no se le permitió
acercarse. Aterrorizados por la manifestación de la santidad de Dios, el pueblo
pidió a Moisés que intercediera ante Dios por ellos. Esto indica que la función
de la ley es exponer a la humanidad caída.
Al mismo tiempo que la ley
funciona para exponer a la gente,
también los guarda. Por eso, la ley
fue usada por Dios como un custodio para guardar a Su pueblo, de la misma
manera que un redil guarda a un rebaño durante el invierno o durante una
tormenta. La época anterior a la venida de Cristo puede ser comparada con
una estación de invierno. Por eso, Dios usó la ley como un redil para guardar
al pueblo. En su ceguera los judaizantes pensaron que la ley había
sido dada para que ellos la guardaran. No comprendieron que la ley
fue dada para guardar al pueblo de Dios en custodia. Pablo aclara este
principio básico en Gálatas 3:23. “Pero antes
que viniese la fe, estábamos bajo la custodia de la ley, encerrados para
aquella fe que iba a ser revelada”. En el versículo 24 él dice además: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe”.
Estos versículos revelan claramente que la ley tiene la función de guardián. Al mismo tiempo que exponía la
transgresión del hombre, guardaba al pueblo de Dios hasta que Cristo viniese.
Ahora que Cristo ha venido, la ley ha llegado a su
fin. Pero los insensatos judaizantes querían volverse a la ley y tratar de
guardarla. No se dieron cuenta de que la
ley tiene una función dispensacional. Una vez cumplida esta función, la ley
ya no debe permanecer. Los necios judaizantes no sabían el propósito que Dios
tenía al dar la ley. Por lo tanto, aún después de que Cristo hubo venido, se
aferraron a la ley. Esto
está en contra del principio básico de la economía de Dios.
III. DESPUÉS DE QUE CRISTO HA VENIDO,
LA LEY YA NO TIENE FUNCIÓN
En 3:25 Pablo dice: “Pero venida la fe, ya no
estamos bajo ayo”. Puesto que Cristo ha venido, la ley ya no tiene
función. Los adventistas del séptimo día necesitan aprender esta verdad básica.
Ahora que Cristo ha
venido, el propósito que Dios tuvo al dar la ley se ha cumplido. La ley ha
entregado el pueblo de Dios a Cristo. Es una rebelión contra la economía de
Dios arrebatar de Cristo a la gente y llevarlos otra vez a la ley.
Debemos ser audaces y decirles a los adventistas del séptimo día que, como
cristianos, no debemos regresar a la ley. La ley ha cumplido su propósito.
IV. BAJO LA ECONOMÁA
NEOTESTAMENTARIA DE DIOS
A. El hombre es justificado por la
fe en Cristo
Bajo la economía
neotestamentaria de Dios, nosotros no
debemos guardar la ley. Al contrario, somos justificados por la fe en Cristo (2:16). Tal
vez estemos tan familiarizados con la expresión “justificado por la fe en Cristo” que simplemente la aceptemos.
Pero, ¿qué es en realidad la fe en Cristo y qué significa ser
justificado por la fe en Cristo? La fe en Cristo denota una unión orgánica por medio de creer. Predicar adecuadamente el
evangelio no consiste en predicar una doctrina,
sino en predicar la Persona del Hijo de
Dios. El Hijo de Dios es la incorporación del Padre y es hecho realidad
como el Espíritu. Predicar el evangelio es predicar esta Persona.
Siempre que prediquemos el evangelio, debemos impresionar con la Persona
viviente del Hijo de Dios a los que nos escuchan. No importa cual sea el tema
de nuestro mensaje evangélico, el centro de nuestra predicación debe ser esta
Persona viviente.
La fe en Cristo por la cual los creyentes son justificados está
relacionada con la apreciación que ellos tengan de la Persona del Hijo de Dios.
Por ejemplo, en Hong Kong hay vendedores que son hábiles en presentar el jade y
sus características a la gente. Cuanto más hablan del jade, más los oyentes
espontáneamente aprecian el jade. Esta apreciación puede ser comparada con lo
que nosotros queremos decir cuando hablamos de la fe. En nuestra predicación del evangelio debemos
presentar a Cristo como el verdadero jade. Debemos presentar a Cristo como el
Ser más valioso. Cuanto más lo describamos y hablemos de Su preciosidad, tanto
más será infundido algo dentro del ser de los oyentes. Esta infusión llegará a
ser su fe, y esta fe hará que respondan a nuestra predicación. De este
modo apreciarán a la Persona que les estamos presentando. Esta apreciación es
la fe de ellos en Cristo. De
esta apreciación por el Señor Jesús, nacerá en ellos un deseo de poseerlo a Él.
El Cristo que les ha sido predicado llegará a ser en ellos la fe por la cual
crean. La fe es Cristo predicado en nosotros para que sea nuestra capacidad de
creer por medio de nuestra apreciación por Él.
Cuando yo era joven, oí un precioso mensaje del evangelio. Aunque
yo había estado en el cristianismo por muchos años, nunca había oído un mensaje
como ése. Después de oír ese mensaje, mi corazón quedó capturado, porque cierto
elemento precioso había sido infundido dentro de mi ser. No hice el intento de creer,
pero hubo en mí una apreciación espontánea por el Señor Jesús. Estuve dispuesto a abandonar las cosas del
mundo a fin de tenerle a Él. Esto es la fe.
Podemos citar Hebreos 11:1, y aun así sólo tener una definición
doctrinal de la fe. La
genuina definición de la fe en nuestra experiencia es que la fe es la preciosidad de Jesús infundida en nosotros. Mediante
tal infusión, espontáneamente tenemos fe en el Señor Jesús. Esta
definición de la fe coincide con nuestra experiencia. La enseñanza de la
doctrina no nos impresionó con la preciosidad de la Persona del Hijo de Dios.
Pero un día oímos un mensaje viviente lleno de la preciosidad de Cristo. Cuando
esta preciosidad fue infundida en nosotros por medio de la predicación del
evangelio, espontáneamente comenzamos a apreciar al Señor Jesús y a creer en Él.
Dijimos: “Señor Jesús, te amo. Tú eres mi tesoro”. Esto es lo que significa
tener fe en Cristo.
Esta fe produce una unión orgánica en la cual nosotros y
Cristo somos uno. Por lo tanto, la expresión “por fe en Cristo” en realidad denota una
unión orgánica efectuada por medio de creer en Cristo. El término “en Cristo” se refiere a esta
unión orgánica. Antes de que creyéramos en Cristo, había una gran
separación entre nosotros y Cristo. Nosotros éramos nosotros y Cristo era
Cristo. Pero por medio de
creer fuimos unidos a Cristo y llegamos a ser uno con Él. Ahora estamos en Cristo y Cristo está en nosotros. Esta es una unión
orgánica, una unión en vida.
Esta unión es ejemplificada por el injertar de la rama de un árbol
en otro. Mediante la fe en
Cristo somos injertados en Cristo.
Por medio de este proceso de injerto espiritual, dos vidas llegan a ser una
sola vida.
Muchos cristianos tienen un entendimiento superficial de la
justificación por fe. ¿Cómo podría Cristo ser nuestra justicia si no
estuviéramos orgánicamente unidos a Él? Es por medio de nuestra unión orgánica
con Cristo que Dios puede contar a Cristo como nuestra justicia. Debido a que
nosotros y Cristo somos uno, todo lo que le pertenece a Él es nuestro. Esta es
la base sobre la cual Dios cuenta a Cristo como nuestra justicia.
El matrimonio es un ejemplo útil de esto, aunque es inadecuado.
Supongamos que una mujer pobre está unida en matrimonio a un hombre rico.
Mediante esta unión ella participa de las riquezas de su esposo. De la misma
manera, por medio de
nuestra unión orgánica con Cristo, nosotros compartimos todo lo que Cristo es y
tiene. Tan pronto como esta unión acontece, ante los ojos de Dios,
Cristo llega a ser uno con nosotros, y nosotros llegamos a ser uno con Él. Sólo
de esta manera podemos ser justificados delante de Dios.
Muchos cristianos tienen solamente un entendimiento doctrinal de
la justificación por fe. Según el concepto que ellos tienen, Cristo es Aquel
que es justo y recto, quien está en el trono ante la presencia de Dios. Cuando
creemos en Cristo, Dios considera a Cristo como nuestra justicia. Este modo de
entender la justificación es muy superficial. Como hemos señalado, a fin de ser
justificados por la fe en Cristo, necesitamos creer en el Señor Jesús, y este
creer debe ser producto de una apreciación de Su preciosidad. Cuando la
preciosidad de Cristo es infundida en nosotros por la predicación del
evangelio, espontáneamente apreciamos al Señor y lo invocamos. Esto es el creer
genuino. Por medio de tal creer, nosotros y Cristo llegamos a ser uno. Por lo
tanto, Dios debe contarlo a Él como nuestra justicia.
Cuando creímos en el Señor Jesús, tuvimos este tipo de
experiencia, aunque no teníamos la terminología para expresarla. Cuando oímos
el evangelio, empezamos a sentir la preciosidad del Señor. Esto motivó la fe
viviente que nos unió a Cristo orgánicamente. De ahí en adelante, Cristo y
nosotros llegamos ser uno en vida y en realidad. Por lo tanto, la justificación por fe no es meramente un
asunto de posición. Es también un
asunto orgánico, un asunto en vida.
La unión orgánica con Cristo es efectuada espontáneamente por la fe viviente
producida por nuestra apreciación por Él. En esto consiste ser justificado por
la fe en Cristo.
B. El hombre tiene vida y vive por
fe
En la economía neotestamentaria de Dios, el hombre también tiene
vida por fe y vive por fe. En 3:11 Pablo dice: “El justo (tendrá vida y) vivirá
por la fe”. Esta palabra “vivirá” implica tener vida.
Como resultado de la unión orgánica, tenemos vida en nosotros. Además, vivimos
por la fe, que es nuestra apreciación por el precioso Señor Jesús. No solamente tenemos vida, sino
que también vivimos por esta vida.
C. El hombre ha muerto a la ley
a fin de vivir para Dios
En 2:19 Pablo dice: “Porque
yo por la ley he muerto a la ley, a
fin de vivir para Dios”. Es muy difícil explicar doctrinalmente lo que
significa morir a la ley a fin de vivir para Dios. Es muy útil considerar este
asunto a la luz de nuestra experiencia. Nuestra experiencia cristiana prueba que tan pronto como
nuestra unión orgánica con Cristo aconteció, tuvimos el sentir de que estábamos
muertos al mundo, al pecado, al yo, y a todas las obligaciones de la ley. Al
mismo tiempo, tuvimos consciencia del hecho de que estábamos vivos para con
Dios. Probablemente cuando por primera vez nos dimos cuenta de esto, no
tuvimos el conocimiento ni la terminología para explicarlo. Tal vez usted dijo:
“Señor Jesús, de aquí en adelante no me importa nada que no seas Tú. No me
importa mi educación, mi trabajo ni mi futuro. Ni siquiera me importa mi
familia ni mi propia vida. Señor Jesús, sólo me importas Tú”. Esto es estar
muerto a todo a fin de vivir para Dios.
D. Cristo vive en el hombre
Puesto que hemos muerto a la ley y vivimos para Dios, tenemos a
Cristo viviendo en nosotros. En 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. Este es otro aspecto básico de la verdad del evangelio.
E. El hombre es una nueva creación
Otro aspecto de la verdad del evangelio es que en Cristo, el
hombre ha venido a ser una nueva creación. Gálatas 6:15 dice: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la
incircuncisión, sino una nueva creación”. La nueva
creación es la mezcla de Dios con el hombre. La nueva creación
comienza cuando el Dios Triuno en Cristo por el Espíritu es forjado en nuestro
ser. Esto es el mezclarse de la divinidad con la humanidad. Vivir en esta nueva creación
sobrepasa con mucho el tratar de guardar la ley. ¡Qué insensatos eran
los creyentes gálatas en regresar a la ley! Debieron permanecer en Cristo por
medio de la fe. En esta unión con Cristo, Cristo vive en nosotros, y nosotros
venimos a ser una nueva creación. Aunque seguimos siendo hechura de Dios,
estamos mezclados con Dios el Creador. Habiendo llegado a ser uno con el
Creador, Su vida llega a ser nuestra vida, y nuestro vivir llega a ser Su
vivir. Este mezclar produce una nueva creación. Esto no es efectuado por las obras de la ley, sino por
la fe en Cristo.
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