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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2024/11/the-filet-mignon-of-the-word-part-6-our-inheritance/
[CORRECCIÓN: En los dos blogs anteriores, afirmé que la caída de Samaria en el año 721 a. C. ocurrió en el 19.º Jubileo desde el cruce del Jordán. En realidad, el año 686, o el 14.º Jubile. Hice las correcciones en línea. Gracias al lector que me avisó].
Hay cuatro características principales en la estructura de cualquier reino: un rey, ciudadanos, leyes y territorio. Nuestro Rey es Su Majestad, Jesucristo. Para ser ciudadano, uno debe ser su seguidor, tener fe en Él y estar sujeto a sus Mandamientos (Leyes).
Los ciudadanos del primer reino fueron llamados a salir de Egipto, y en Hechos 7: 38 se hace referencia a ellos como “la iglesia en el desierto”. Fueron organizados como reino por pacto en el monte Sinaí, cuando Dios les dio Leyes que reflejaban su naturaleza y carácter. Cuarenta años después, Dios les dio territorio. Por esto vemos que Dios transformó a Israel en un reino de manera gradual y no de una sola vez.
Durante el tiempo de los jueces, Dios era su Rey. Se trataba de Jesucristo en su forma preencarnada, pues Él es el Yahweh (Jehová) del Antiguo Testamento. Como mostré antes, los ciudadanos de ese Reino se impacientaron y exigieron un rey antes de que la tribu de Judá todavía estuviera en condiciones de proporcionarlo. Así que el primer rey en condiciones de ser elegido fue David, que pertenecía a la décima generación de Judá, y cuando fue coronado rey, el primer Reino quedó completo.
Este Reino, sin embargo, estaba compuesto de ciudadanos mortales y corruptos que no pudieron retenerlo a largo plazo. Por esta razón, para usar la metáfora de Jeremías 18: 4 KJV, el Reino de Israel fue “desfigurado en las manos del Alfarero”, así que Él lo destruyó y comenzó de nuevo, haciendo un nuevo vaso espiritual bajo el Nuevo Pacto.
En este nuevo Reino, Jesucristo ha seguido siendo el Rey. Los ciudadanos eran aquellos que creían en Él. Los rebeldes fueron excluidos, exiliados, por así decirlo, de manera muy similar a lo que les ocurrió a los rebeldes en el primer Reino. La Segunda Iglesia, bajo la unción de Pentecostés, todavía era imperfecta. Se diseñó a semejanza del rey Saúl, no de David, por lo que no era realmente el Reino que Dios había planeado.
En cambio, esta Iglesia permaneció en un desierto de cuarenta jubileos antes de que llegara el momento de recibir la herencia de la tierra que prometía el Nuevo Pacto. Aunque 1986-1987 fue el 120.° Jubileo desde Adán, el año 1993 fue el 40.° Jubileo de la Iglesia en la Edad Pentecostal. Por eso, Dios levantó los Ministerios del Reino de Dios (GKM) en 1991 y los activó en 1993. Su propósito ha sido “entrar en la tierra”, por así decirlo, y tomar la tierra a través de la guerra espiritual.
La primera campaña de oración se llevó a cabo del 21 al 29 de noviembre de 1993, aproximadamente seis meses después del 40° Jubileo de la Iglesia. Tenga en cuenta que esta Iglesia comenzó el día de Pentecostés del año 33 dC, y, por lo tanto, terminó en Pentecostés, el 30 de mayo de 1993. El Jubileo real no se celebraría en Pentecostés, sino en el Día de la Expiación, pero la Iglesia había estado funcionando con una unción pentecostal, por lo que esta era otra forma de Jubileo.
Recordemos que ya he explicado otros dos ciclos jubilares, el primero basado en el Calendario Jubilar de la Creación y el segundo basado en el Calendario del Cruce del Jordán. Dios no ha tenido ningún problema en utilizar ambos calendarios al mismo tiempo, y lo mismo sucedió con el Calendario Jubilar Pentecostal (si podemos llamarlo así).
En los meses previos a la Campaña de Oración del Jubileo, Dios reveló dos patrones que estábamos observando. El primero fue la transición de siete años y medio de Saúl a David (2º Samuel 5: 4, 5 ). Proféticamente hablando, “la Iglesia de Saúl murió” el 30 de mayo de 1993, y el período de transición terminó el 30 de noviembre del 2000.
El segundo patrón se vio en Daniel 4, que relata el sueño del rey Nabucodonosor. Su sueño se cumplió en un período de “siete tiempos” (Daniel 4: 32), es decir, siete años. Observamos que desde el clímax de nuestra campaña de oración el 29 de noviembre de 1993 hasta el mismo día del año 2000 transcurrieron exactamente siete años. Por lo tanto, el 29 y el 30 de noviembre del año 2000 marcarían la transición a la siguiente fase de la edificación del Reino.
En ese momento pensé que podríamos entrar en la plenitud del Reino al final de estas transiciones, pero Dios tenía más trabajo en mente para nosotros. Este ciclo de 7 años y medio se relaciona específicamente con David, cuya tribu (Judá) recibió el Cetro temporalmente hasta que se pudiera establecer la Primogenitura de José (Génesis 49: 10). El 29 y 30 de noviembre del 2000 completaron el tiempo del surgimiento de la Casa de David, pero luego entramos en la siguiente fase: el surgimiento de la Casa de José.
La fase de “José” se completó el 12 de abril de 2009. Luego Dios añadió el ministerio profético de Eliseo, que continúa hasta el día de hoy. La Compañía de Eliseo prepara el camino para la Segunda Venida de Cristo, así como Elías (Juan el Bautista) preparó el camino para la Primera Venida de Cristo.
La herencia del Reino del Nuevo Pacto
La disposición principal del Nuevo Pacto era escribir las Leyes (naturaleza) de Dios en los corazones de los ciudadanos del Reino (Jeremías 31: 33). Las Leyes de Dios serían así internalizadas por la obra del Espíritu Santo, de modo que la naturaleza misma del hombre pudiera ser cambiada para conformarse a la imagen de Cristo. Esto era sustancialmente diferente del Antiguo Pacto, donde la ley era dada en tablas de piedra y donde se requería que los hombres se conformaran a la imagen de Cristo aparte de la obra y el poder del Espíritu.
En mi estudio anterior sobre La Carne de la Palabra, analicé los cambios en la Ley a medida que pasamos del Antiguo Pacto al Nuevo. La herencia de la tierra también era diferente. Bajo el Antiguo Pacto, a Israel se le dio la tierra de Canaán para heredar, pero esto resultó ser inadecuado mientras los corazones de los hombres permanecieran corruptibles y mortales. Es sólo cuando heredamos la tierra que compone nuestros cuerpos que realmente recibimos la herencia que perdimos cuando Adán pecó.
Génesis 2:7 deja claro que Adán fue formado del polvo de la tierra. Antes de su pecado, a ese polvo se le dio una medida de gloria, de modo que no necesitaba otra vestimenta (Génesis 2: 25). A través del pecado, Adán perdió la vestimenta de la gloria de Dios, y esta gloria puede ser recuperada solo a través de Jesucristo y el Nuevo Pacto. Pablo escribe sobre esto en 2ª Corintios 5: 2-4:
2 Porque en verdad, también nosotros gemimos en esta casa, deseando ser revestidos de nuestra morada celestial, 3 pues, habiéndonos vestido de ella, no seremos hallados desnudos. 4 Porque en verdad, mientras estamos en esta tienda gemimos, agobiados; porque no queremos ser desvestidos, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.
Pablo dice que actualmente y temporalmente estamos “vestidos” de cuerpos mortales, pero que esperamos, en algún momento, cambiarnos al vestido de la inmortalidad. En otras palabras, recuperaremos por medio de Cristo la herencia que perdimos por medio de Adán.
Esta es nuestra herencia de la tierra del Nuevo Pacto. Es mucho mayor que la herencia de la tierra del Antiguo Pacto que se le dio a la Primera Iglesia. El pensamiento del sionismo basado en el Antiguo Pacto, todavía se basa en términos de territorio, mientras que al mismo tiempo no ha tenido un cambio genuino de corazón. El resultado es que están dispuestos a maltratar e incluso asesinar a cualquier palestino que se interponga en su camino. No saben nada del llamado abrahámico de bendecir a todas las naciones, porque están demasiado concentrados en bendecirse a sí mismos a expensas de los demás.
Pero Pablo dice en Romanos 8: 23:
23 Y no sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
Redención es un término legal que tiene que ver con recuperar aquello que se ha vendido a otro. El pecado de Adán creó una deuda que no podía pagar, y por eso él, su esposa, sus hijos y toda su propiedad (es decir, la Creación) fueron vendidos como esclavos a causa del pecado (Mateo 18: 25). Cristo, a quien se le llama “el último Adán” (1ª Corintios 15: 45), con su sangre pagó el precio para redimirnos de la Ley que exigía que se vendiera nuestra herencia. Nuestro beneficio es “la redención de nuestro cuerpo”.
Esta es la herencia celestial, que difiere de la herencia terrenal. No es que tendremos una “mansión” (Juan 14: 2) en el cielo a lo largo de la Calle Dorada. La palabra griega para “mansión” es la forma sustantiva del verbo “morar”. Así dijo Jesús en Juan 15: 4, 5:
4 Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer.
Permanecer en Cristo es descansar en Él, sin hacer nada más que lo que vemos hacer a nuestro Padre y sin hablar nada más que lo que oímos decir a nuestro Padre. La imagen común que tienen los creyentes es la de una mansión de tres pisos en la que vivir. Si de verdad alguien quiere un edificio así, no veo ningún problema en que se le proporcione, pero ¿realmente alguien necesitará una morada así en el Cielo? En segundo lugar, Cristo también debe morar en nosotros. En otras palabras, nuestros cuerpos son templos de Dios (1ª Corintios 3: 16), pero no como normalmente nos imaginaríamos un templo.
Cuando nuestros cuerpos sean “transformados” (1ª Corintios 15: 51), y cuando seamos “transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2ª Corintios 3: 18), entonces nuestros cuerpos serán redimidos y permaneceremos verdadera y plenamente en Él. Esta es la gran esperanza de la herencia de la tierra del Nuevo Pacto que Dios nos ha prometido. Esta herencia es más antigua que la tierra de Canaán, pues se remonta al principio en Génesis.
Éste es uno de los cambios en la Ley a medida que pasamos del Antiguo Pacto al Nuevo.
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