Fecha de publicación: 07/01/2023 Tiempo estimado de lectura: 7 - 8 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2023/07/the-way-god-answers-prayer/
A menudo oramos, teniendo en mente respuestas específicas, solo para descubrir que Dios responde esas oraciones de manera inesperada e incluso decepcionante.
Lecciones del Éxodo
Un excelente ejemplo de esto es el caso de los israelitas que trabajaban bajo la opresión de Faraón. Éxodo 2: 23-25 dice:
Ahora bien, aconteció en el transcurso de esos muchos días que murió el rey de Egipto. Y los hijos de Israel gimieron a causa de la servidumbre, y dieron voces; y su clamor de ayuda a causa de su servidumbre se elevó hasta Dios. 24 Así oyó Dios el gemido de ellos; y Dios se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. 25 Dios vio a los hijos de Israel, y Dios se fijó en ellos.
La respuesta de Dios fue dar a luz a Moisés. Pero Moisés tenía ochenta años cuando liberó a Israel de Egipto (Éxodo 7: 7). ¿Cuántos israelitas murieron sin ver contestadas sus oraciones?
Cuando Moisés había sido entrenado completamente como pastor en la tierra de Madián, Dios se le apareció en la zarza ardiente y le dijo:
9 Ahora, he aquí, el clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí; además, he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. 10 Ven, pues, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.
No hay duda de que los israelitas querían un libertador, pero solo podemos imaginar cuán frustrados y decepcionados estaban por la larga demora. Cuando Moisés finalmente se acercó a Faraón para exigir la liberación de los israelitas, la situación empeoró. Éxodo 5: 7-9 nos dice que Faraón aumentó su trabajo diciéndoles que consiguieran su propia paja para hacer ladrillos.
Entonces comenzaron las diez plagas. El pueblo volvió a sentirse desilusionado porque tuvo que esperar diez plagas antes de poder salir de Egipto. Sin duda, muchos pensaron que una o dos plagas serían suficientes. Pero Éxodo 10: 1 nos dice,
1 Entonces el Señor dijo a Moisés: “Ve a Faraón, porque Yo he endurecido su corazón y el corazón de sus siervos, para que pueda realizar estas señales mías entre ellos”.
Ya en la aparición de Dios en la zarza ardiente, Dios le había dicho a Moisés que endurecería el corazón de Faraón (Éxodo 4: 21). Por lo tanto, esa fue una revelación para Moisés, pero no para los israelitas como un todo. ¿Cuántos israelitas podrían haber manejado esta revelación? ¿No habría cuestionado la mayoría de ellos a Dios mientras continuaban haciendo ladrillos? Para ellos, cada día era otro retraso que los impactaba severamente. Hoy leemos el relato desde nuestros sillones sin realmente ponernos en su lugar.
Aun así, tenemos nuestros propios desafíos, nuestras propias ataduras, nuestras propias promesas retrasadas. Así que la experiencia de los israelitas tiene relevancia para nosotros a nuestra manera.
El retraso de los días festivos
Una vez que llegó el día en que los israelitas debían salir de Egipto, la columna de nube los condujo al Monte Sinaí, en lugar de a la Tierra Prometida. Lo que debería haber sido un viaje de unos pocos días resultó ser mucho más largo. ¿Cuántos israelitas se quejaron de esto? Hoy podemos mirar hacia atrás y entender el Plan divino para establecer los días festivos, pero no tenían tal revelación en ese momento. Para ellos, era solo otro retraso.
El Plan de Dios se revela progresivamente a medida que lo llevamos a cabo. Las generaciones posteriores ven las lecciones del pasado sin comprender completamente el difícil proceso que dificultó que la generación anterior obtuviera esa revelación. Sabemos ahora que tuvieron que esperar hasta el día 15 del primer mes (Pascua), 430 años después de la promesa a Abraham (Gálatas 3: 17; Éxodo 12: 41) y 400 años desde el nacimiento de Isaac, “tu semilla” (Génesis 15: 13 KJV).
Es dudoso que alguno de ellos recordara estas promesas o entendiera el tiempo inherente a ellas. Dios parece hacer que olvidemos el momento de los eventos prometidos hasta que se acerca el momento en que esas promesas se cumplirán. Quizás esto sea para evitar que generaciones enteras se desanimen, diciendo, por ejemplo, “Aún nos quedan otros dos siglos de espera”.
Venidas de Cristo
Esta es probablemente también la razón por la que Dios no reveló el tiempo de la venida de Cristo, al menos no en formas que ellos pudieran entender. Todo lo que tenían era la revelación de Daniel de las “setenta semanas” (Daniel 9: 24), pero aun así su cronología de la historia no era muy precisa en esos días. Nadie podía decir con certeza cuándo el Mesías cumpliría la profecía de Daniel.
De hecho, ni siquiera se dieron cuenta de que Cristo tendría que venir dos veces. Los judíos todavía no tienen ese conocimiento, aunque la Ley lo revela en Levítico 14 y 16.
Aquellos que esperan la Segunda Venida de Cristo también han sido mantenidos en la oscuridad, porque Dios no consideró apropiado revelar cuántos años precisaríaeso (Hechos 1: 7). Algunos pensaron que Cristo vendría en el año 1000; otros pensaron que vendría en 1844; otros pensaron que vendría en 1917, o en 1948, o en 1988. Obviamente, todos estaban equivocados. Es sólo en los últimos años que se nos ha dado una revelación seria de tiempo, e incluso entonces, mucho ha permanecido en relativa oscuridad.
El Rey prometido
En Génesis 49: 8 Jacob profetizó que el rey de Israel vendría a través de Judá. Pero luego todos los israelitas fueron a Egipto, donde fueron esclavizados por mucho tiempo. Cuando Moisés finalmente los sacó de Egipto y los formó en un reino, no tuvieron rey durante siglos. Cada tribu era gobernada por su propio “príncipe” hasta la llegada de Saúl, un benjamita.
No sabían que la tribu de Judá había sido descalificada por diez generaciones (Deuteronomio 23: 2) a causa del asunto de Tamar en Génesis 38. El pueblo exigió un rey en la novena generación. David fue la décima generación de Fares (o Pérez), según Rut 4: 18-22.
La demora hizo que el pueblo demandara un rey demasiado pronto, por lo que Dios les dio un benjamita para que los gobernara temporalmente, hasta que Judá estuviera calificada para proporcionarles un rey. No entendían las demoras de Dios, y parece que la mayoría de ellos había perdido toda esperanza. Antes de juzgarlos por su falta de resistencia, reflexionemos sobre nuestro propio problema. Aunque tenemos un mayor entendimiento a través del estudio de las Escrituras, todavía hay mucho que no entendemos.
Cuando Pablo habló de “los misterios de Dios” (1ª Corintios 4: 1 KJV), dijo: “Nada sé por mí mismo” (1ª Corintios 4: 4 KJV). Su consejo en 1ª Corintios 4: 5 dice:
5 Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará los designios de los corazones; y entonces todo hombre tendrá alabanza de Dios.
No necesariamente tendremos que esperar a la Segunda Venida de Cristo, cuando todo se aclarará completamente, pero ciertamente debemos tener cuidado de no juzgar las cosas antes de que se conozcan todos los hechos. Tendemos a pensar que conocemos todos los hechos necesarios para llegar a una conclusión fija. Sin embargo, siempre debemos reconocer nuestras limitaciones.
Las respuestas de Dios pueden ser extrañas
El tiempo siempre ha sido un problema, pero la manera en que Dios responde la oración siempre ha sido otro problema. Cuando los israelitas pidieron un rey, es probable que muchos de ellos pensaran que Dios les daría un rey de Judá. Algunos objetaron (1º Samuel 11: 12). ¿Por qué? No se nos dice. Pero es posible que muchos señalaran Génesis 49: 8 para respaldar su punto de vista. Si es así, técnicamente tenían razón en su punto de vista de las Escrituras, pero estaban equivocados porque desconocían la prohibición de diez generaciones. En otras palabras, no tenían la imagen completa.
Para ir del punto A al punto B, por lo general se requiere un largo e inesperado desvío. Durante esos tiempos, debemos ser fieles, perseverando hasta el final. Nuestra fidelidad es probada por la incertidumbre del camino. Somos guiados por el Espíritu, pero la luz de la revelación se nos da poco a poco. A menudo parece que vamos en la dirección equivocada, y es posible que técnicamente estemos en lo correcto. Si se supone que debemos ir al norte, entonces ¿por qué el Espíritu nos lleva al sur?
Dios no nos lleva a menudo por el camino de la menor resistencia. No suele llevarnos por la ruta más directa. El viaje en sí está diseñado para enseñarnos cosas a lo largo del camino, cosas que necesitaremos saber una vez que lleguemos al destino prometido. Comprender esto contribuye en gran medida a darnos la capacidad de perseverar hasta el final.
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