“En el desierto, Moisés aprendió a ser nadie. Pero fue también en el desierto donde aprendió que Dios es todo”. Es la frase de una imagen que vi hace unos días.
Cuando leemos un poco sobre la historia de Moisés, es como si toda su vida estuviera guiada por Dios. Fue en el agua donde rescataron su pequeño cuerpo mientras yacía en una canasta. De la nada vino, hasta llegar a codearse con los lujos y riquezas, de nada más ni nada menos, que del mismo Faraón. Luego, mientras iba un día por las calles de Egipto, observó que un egipcio golpeaba a uno de sus hermanos. Lo asesinó, pensando que nadie vería su proceder, pero la cosa no salió como lo esperaba y esto llego a oídos del mismo Faraón, quien lleno de ira procuró matarlo. Aquí empieza su jornada.
¿Quién iba a creer que el joven Moisés sería presa de sus propias decisiones y de sus propios miedos? La Escritura registra que no lo hizo en defensa propia, sino que fue premeditado (Éx. 2: 12). ¿Será que asesinó a un alto oficial que envidiaba y que eso fuera lo que alteró al Faraón al punto de buscarlo para matarlo? Lo cierto es que su propia decisión cambiaría su destino y el de toda una nación.
El desierto lo aguardaba. Dios estaría esperando este momento por 4 siglos. Dios sólo oía el clamor que salía de Egipto, pero es en lo más denso del desierto donde revela sus verdaderos planes. Y la excusa serían las simples ovejas para revelarse a Moisés después de algunos años. Esto me hace recordar de otra historia. Bueno, lo cierto es que Dios prepara al hombre para darse a conocer, porque solo cuando el hombre está preparado es cuando llega el momento de Dios para hacer lo suyo.
Y de pronto la zarza. No se consume. Y la voz del: “Yo soy el que Soy”. Es que Dios cuando se revela no lo hace como pensamos. Viene como fuego consumidor. Otras veces como el silbo apacible y delicado. Y a partir de ahí nunca somos los mismos. ¿Es que acaso Dios no puede cambiar un corazón en un instante? Sus llamas penetran y queman la escoria. Pero esto sólo puede lograrse después del proceso de desintoxicación. Egipto tenía que salir del corazón de Moisés en todos esos años para llegar a hablar cara a cara con el gran Yo Soy.
Llevamos muchos años en el desierto esperando la Tierra Prometida. Creo que la Tierra que fluye leche y miel está próxima a manifestarse. Estamos viendo como Pablo en un espejo borroso (1ª Cor.13: 12). Pero la luz de la aurora pronto llegará y ese día todo será perfecto (Pr. 4: 18).
Moisés murió en ese día, antes de morir años después en el monte Nebo, y sus sandalias tuvieron que quedarse ese día frente a la zarza ardiente donde se consumió todo lo que era y lo que había sido hasta el momento (Ex. 3: 5). No podemos ver la gloria de Dios con nuestras sandalias atadas a nuestros pies. Jesús mismo tuvo que quitar las sandalias de sus discípulos en aquel lavamiento para darles a entender que si no lo hacían no tendrían parte con Él (Jn. 13: 8). Sandalias que representan nuestra humanidad.
Moisés aprendió que Dios no puede ser Todo si nosotros no dejamos de ser alguien. Y esto fue lo que impidió el entrar en la Tierra Prometida más adelante, cuando el pueblo no obedeció la voz de quien es el Todopoderoso y quisieron ir a tomar posesión de la Tierra pensando que eran fuertes. Y ya era demasiado tarde. Dios no puede glorificarse cuando pensamos que somos más que suficientes.
Moisés tuvo que olvidarse de quién era para llegar a cumplir los propósitos más elevados y ser el instrumento para la liberación de su pueblo. En el desierto murió a su vanagloria. Allí murió a su orgullo. Allí murió a su posición. Allí murió a su envidia. Allí murió a su miedo al Faraón. Allí murió a sí mismo.
Culmino con esto: Uno de los significados de Nebo es “el que anuncia, el que ve, elevado”. Moisés fue separado para ver, anunciar y profetizar lo que representaba la Tierra Prometida. Hoy, como Cuerpo, estamos anhelando esa patria cuyo arquitecto y constructor es el Señor y cuyas piedras vivas se van edificando hasta llegar a ser la ciudad del gran Rey. Vivamos bajo la Luz de Tabernáculos, muriendo cada día y cuando veamos ya estaremos caminando por las calles de la Nueva Jerusalén. Aleluya.
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