TRADUCTOR-TRANSLATE

APOCALIPSIS - Libro VIII - Cap. 10 - EL JUICIO DEL GRAN TRONO BLANCO (De la mayoría de los creyentes y de los incrédulos), Dr. Stephen Jones

 




Apocalipsis 20:11-12 dice:


11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se halló para ellos. 12 Y vi a los muertos, al grande y al pequeño, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.


Esta es la Segunda Resurrección, e incluye a todos los que han vivido desde el principio de los tiempos. Es obviamente diferente de la Primera Resurrección, la cual estuvo limitada a aquellos llamados gobernantes para la Era Mesiánica, es decir, el Gran Milenio Sabático. Los profetas generalmente tratan este juicio como el clímax de la Era, aunque más tarde hay un clímax mayor en la Restauración de Todas las Cosas.


No obstante, el Gran Trono Blanco es donde toda rodilla se dobla y toda lengua confiesa lealtad a Cristo (Isaías 45: 23-25; Filipenses 2: 9-11). En otras palabras, es el momento de la verdad, cuando todos los hombres reconocen a Cristo como Rey y se hacen creyentes, confesando que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Pablo también nos dice en 1ª Cor. 12: 3,


3 Por tanto, os hago saber que nadie, hablando por el Espíritu de Dios, dice: “Maldito sea Jesús”; y nadie puede decir: "Jesús es el Señor", sino por el Espíritu Santo.


Por lo tanto, cuando todos los hombres en el Gran Trono Blanco confiesan lealtad a Cristo, llamándolo "Señor", solo pueden hacerlo "por el Espíritu Santo". Por lo tanto, cuando toda rodilla se dobla ante el Gran Trono Blanco, no se dobla en contra de su voluntad, sino que se dobla como reacción a la dirección del Espíritu Santo dentro de ellos. En otras palabras, no solo serán justificados por la fe en Él, sino que también serán llenos del Espíritu Santo en ese momento.


Aun así, esto no anulará su juicio, pues ellos, como todos los creyentes, deben experimentar el bautismo de fuego para que el Espíritu Santo pueda llevarlos a la madurez espiritual. Experimentarán la Pascua cuando confiesen a Jesucristo y se inclinen ante Él, pero Pentecostés y su bautismo de fuego es un proceso más largo, donde los hombres aprenden la obediencia hasta ponerse de acuerdo con Dios. Así también esto caracterizará la Era del Juicio que sigue al Gran Trono Blanco.



El primer juicio sobre Adán


La última batalla de la Era del Reino le da a Dios el derecho legal de reclamar todas las demás partes de la Tierra por derecho de conquista y de acuerdo con las Leyes de la Guerra. Como Creador, Él siempre fue dueño de la Tierra, pero en un sentido legal, fue vendida a otro en pago de una deuda, la deuda en la que Adán incurrió cuando pecó al principio.


Tal venta habría sido innecesaria, excepto por el hecho de que a Adán se le había dado autoridad o “dominio” en Génesis 1: 26. Al delegar autoridad, Dios no renunció a su soberanía, pero aun así sometió toda la prueba a un proceso legal. Este proceso llevó tiempo y estuvo sujeto a las Leyes del Tiempo, un largo ciclo jubilar de 49.000 años, dividido en siete períodos de “semanas”.


Toda la propiedad de Adán (toda la Tierra) fue vendida a un comprador anónimo para que se hiciera el pago, de acuerdo con el principio legal que Jesús estableció en su parábola en Mat. 18: 25,


25 Pero como no tenía los medios para pagar [la deuda], su señor ordenó que lo vendieran, junto con su esposa e hijos y todo lo que tenía, y que se hiciera el pago.


Por la Ley de la Autoridad, no solo Adán, sino toda su propiedad fue vendida para pagar la deuda, e incluso esto fue insuficiente. Así Adán y su familia también fueron vendidos como esclavos al pecado, y Pablo reconoce esto en Rom. 7: 14, diciendo: "… soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado". Trata al pecado como dueño de esclavos, y a su carne (identidad adámica) como a un esclavo a quien se le ordena hacer su voluntad por la ley del pecado (Rom. 7: 25).


Debido a que la Ley expresa la mente, la voluntad y la naturaleza de Dios mismo, Él no estaba dispuesto a invalidar la Ley o desecharla. En cambio, comenzó el largo proceso legal de reclamar su Creación. Pero debido a que la Ley ordenaba que los esclavos trabajaran durante seis años (Éxodo 21: 2), la humanidad tuvo que permanecer en cautiverio durante 6.000 años. Sin embargo, la misma Ley ordenaba una liberación del trabajo en el año sabático, y esto le dio a Dios el derecho legal de instituir la Primera Resurrección, liberando al primer grupo de creyentes conocido como Vencedores.


Pero la Ley reconoce que algunas deudas requieren más de seis años de trabajo y que algunos hombres deben ser esclavos hasta el año del jubileo. Por lo tanto, después del año sabático, los que todavía son deudores deberán volver a trabajar al comienzo del octavo año. Este es el trasfondo legal del juicio del Gran Trono Blanco al inicio del Octavo Milenio, en el cual la mayoría de la humanidad es juzgada y debe continuar su labor hasta el Jubileo de la Creación.


Comprender la Ley también nos ayuda a definir el “lago de fuego” en términos prácticos, como veremos en breve.



La Ley de Propiedad


El juicio del Gran Trono Blanco se basa en el derecho de propiedad de Dios. Dios es dueño de todas las cosas por derecho de Creación, pero el uso de estas cosas está limitado por la Ley. Ya hemos mostrado cómo la Creación fue vendida por la Ley del pecado como pago de la deuda de Adán. Esto puso límites a la soberanía de Dios en un sentido legal, pero no tanto como para que Dios fuera derrotado. Solo significó que Dios estaba limitado por su propia naturaleza justa para reconciliar todas las cosas durante un período de tiempo en un proceso legal.


Por lo tanto, al final Dios será un Ganador rotundo. Él no perderá la mayor parte de la Creación que posee y ama, como han pensado tantos teólogos. Todo lo que Adán perdió se perdió temporalmente a causa de su autoridad; pero Dios nunca renunció a su soberanía, que es mayor que toda autoridad. Su soberanía prevalecerá al final, y Dios volverá a ser todo en todos (1ª Corintios 15: 28).


Una de las Leyes de Propiedad se encuentra en la breve parábola de Jesús en Mat. 13: 44,


44 El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que un hombre halló y escondió; y de alegría por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.


Jesús es el “hombre” que encontró un tesoro escondido. Israel fue llamado el “especial tesoro de Dios (Éxodo 19: 5 KJV), y específicamente los que temen al Señor y estiman su nombre serán las joyas de Dios (Mal. 3: 16-17). Pero el hombre de la parábola no robó el tesoro. Para tener derecho a reclamar el tesoro, tuvo que comprar el campo donde estaba escondido el tesoro. Así que Jesús entregó todo lo que tenía (es decir, entregó su propia vida) para comprar el campo y obtener el tesoro.


En una simple parábola, Jesús expuso el plan divino. Anteriormente, Él dijo en Mat. 13: 38, el campo es el mundo. Por lo tanto, para obtener el tesoro (los que temen al Señor), compró todo el campo (el mundo). Era la única forma lícita de obtener lo que quería, porque si hubiera tomado el tesoro sin ser dueño primero del campo, habría violado su propia Ley. Jesús no pecará para que la gracia abunde. No importa cuánto desee poseer el tesoro, lo obtendrá de manera lícita.


De hecho, son su integridad y justicia las que aseguran la estabilidad del Universo, porque si Uno que es soberano violase la Ley (el carácter de Dios), el Universo sería vendido al pecado, y no habría nadie calificado para redimirlo.


Este principio de propiedad se ve más en la última batalla contra Gog y Magog en Apocalipsis 20: 9. Es la intención de Dios tomar posesión de toda la Tierra, pero debe hacerlo de manera legal. Al liberar al diablo para que tiente a Gog y Magog (para que provoque que su ira y resentimiento internos se manifiesten) para que ataquen el Reino, Jesús contraataca mediante la Ley de la Autodefensa contra su agresión ilícita.


Esta victoria y conquista pone al resto del mundo bajo el control legal de Jesucristo, permitiéndole tomar el tesoro escondido en el campo que entonces será Suyo. En este caso, el tesoro escondido será el resto de los muertos (Ap. 20: 5), y convocarlos a todos en la Segunda Resurrección será el momento en que Él reclame el resto del tesoro escondido (o enterrado) en el campo.



El impedimento final de la Ley


El juicio, entonces, se basa legalmente en la propiedad de Dios del mundo entero y todo lo que hay en él. Dios finalmente tiene el derecho legítimo de cumplir su pasión de salvar a toda la humanidad y restaurar todas las cosas en la Creación. En ese momento, los impedimentos de la Ley se eliminarán en gran medida; sin embargo, no del todo, porque Él todavía deberá juzgar a los que resucitan para cumplir toda justicia. Jesús dijo en Mat. 5: 17-18,


17 No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no vine para abolir, sino para cumplir. 18 Porque de cierto os digo, que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde pasarán de la Ley, hasta que todo se haya cumplido.


Mientras los juicios de Dios sean relevantes, la Ley se mantiene. Solo cuando todas las cosas hayan sido reconciliadas, y todas estén de acuerdo con Dios y su naturaleza, la Ley ya no necesitará juzgar a nadie. Cuando no haya juicio que hacer, entonces la Ley permanecerá solo como la definición de la naturaleza de cada hombre, porque la Ley estará escrita en cada corazón (Heb. 8: 10). En otras palabras, la Ley será pasiva, en lugar de activa. Ya no será necesario enseñarla, porque todos la cumplirán en todo lo que hagan, y, porque nadie la violará, no habrá más juicio por el pecado.


Pero entre el Gran Trono Blanco y el Jubileo de la Creación, aún quedará mucho juicio por hacer. La ley de fuego, como la llamó Moisés en Deut. 33: 2 (KJV), estará activa durante ese tiempo, imponiendo obediencia siempre que sea necesario, hasta que todos hayan llegado al acuerdo por naturaleza.



El Anciano de Días


Juan nos dice en Apocalipsis 20: 11: Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. Él no nos dice QUIÉN estaba sentado en ese trono. Sin embargo, debido a que vio la misma escena que vio Daniel, podemos identificarlo como el Anciano de Días (Daniel 7: 9). La Versión Concordante lo llama el Transmisor de los Días.


Ambas traducciones son correctas, mostrando un doble significado. Él es "anciano" o "antiguo" o, como podría traducirse, "avanzado en años", pero también transfiere autoridad de uno a otro. A medida que avanzan los “días” en el tiempo, hay un cambio de autoridad, primero de Babilonia a los Santos del Altísimo, y en segundo lugar de las naciones en general a Aquel que está sentado en el Gran Trono Blanco.


Daniel y Juan tienen cada uno su perspectiva única. Uno ve detalles que el otro no ve, pero ambos tienen suficiente revelación en común para hacernos saber que están viendo la misma escena.


¿Quién, entonces, está sentado sobre ese Gran Trono Blanco? Dan. 7: 13-14 nos dice,


13 Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, y se acercó al Anciano de Días y se presentó ante Él. 14 Y le fue dado dominio, gloria y reino…


Por lo tanto, vemos dos Seres aquí. El primero es el Anciano de Días, pero el segundo es Cristo, que viene con las nubes del cielo. Cuando el sumo sacerdote le ordenó a Jesús que dijera toda la verdad en el tribunal de justicia donde estaba siendo juzgado, testificó en Mat. 26: 64, “de ahora en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo en las nubes del cielo.


Según Lucas 22: 70, el Concilio le preguntó a Jesús directamente: ¿Entonces eres tú el Hijo de Dios?” Y Él les dijo: 'Sí, lo soy' . Por lo tanto, Jesús se identificó como Aquel a quien el Anciano de Días le daría dominio, gloria y reino. Luego fue crucificado bajo el cargo de blasfemia por supuestamente dar falso testimonio bajo juramento.



Por qué se delegó la autoridad a Cristo


La información de Daniel termina en ese punto, y Juan dice aún menos sobre la identidad del que está en el Trono. La revelación importante para Juan es que los muertos estaban siendo juzgados. Sin embargo, no hay duda de que Juan sabía que el Anciano de Días había delegado todo el juicio al Hijo, porque leemos las propias palabras de Jesús en Juan 5: 21-23,


21 Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. 22 Porque ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo el juicio dio al Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.


Podemos concluir, entonces, que el Padre es el Anciano de Días que se sienta en el Gran Trono Blanco, pero ha delegado (o transferido) toda autoridad al Hijo, Quien está llamado a juzgar a todos los hombres. Además, debido a que Jesús se convirtió en la víctima del sacrificio por el pecado de todo el mundo (1ª Juan 2: 2), se ganó el derecho de perdonar o condenar. Por lo tanto, el Hijo también da vida a quien Él quiere.


Esta transferencia de autoridad para juzgar se basó en la Ley de Derechos de las Víctimas. Entonces vemos que aunque todos los hombres han pecado contra el Anciano de Días, tan pronto como Jesús asumió la responsabilidad de todos los pecados sobre Sí mismo, también recibió el derecho de perdonar o condenar. La Ley de Derechos de las Víctimas es la razón legal POR LA QUE se delegó el juicio al Hijo.


Conocemos la intención final de Cristo, por supuesto, porque Él lo declaró mientras estaba en la cruz: Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen (Lucas 23: 34). Su intención es perdonar, pero esto no elimina un cierto nivel de juicio. El juicio responsabiliza a los hombres para instruirlos en los caminos de la rectitud y la justicia. Solo cuando entendemos que el juicio es temporal, podemos ver cómo Cristo tiene la intención de equilibrar el juicio con la misericordia y lograr su objetivo final de perdonar y salvar a todos aquellos cuyos pecados lo victimizaron.



Miedo a su Rostro


Apocalipsis 20: 11 dice:


11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de cuya presencia [prosopon, “rostro”] huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se halló para ellos.


Esta afirmación parece extraña. ¿Por qué la Tierra y el Cielo querrían huir del rostro o de la presencia de Dios? ¿Se debe temer o amar al Anciano de Días? Una vez más, debemos interpretar esto con ojos hebreos, en lugar de griegos o cualquier otro punto de vista. La palabra griega prosopon significa “rostro”, y lleva el significado de la palabra hebrea panah y su plural, paniym. Literalmente significa "cara, caras", pero a menudo es intraducible. Por ejemplo, Éxodo 34: 23 dice:


23 Tres veces al año todos vuestros varones se presentarán delante [paniym, del rostro] de el Señor Dios, el Dios de Israel.


Fueron instruidos para presentarse ante el rostro del Señor Dios. Estar frente a la cara de uno era estar en la presencia de uno. Entonces, la NASB traduce Ap. 20: 11, "de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo". La traducción es precisa, aunque no literal.


En la antigüedad se creía comúnmente que si alguien veía a Dios cara a cara, moriría. Tal creencia era precisa en el sentido de que ninguna carne mortal y pecaminosa puede vivir en la presencia de Dios (Éxodo 33: 20). Pero, ¿qué pasa con las personas inmortales que son justas, o aquellas que han sido imputadas como justas? Se nos ha prometido la capacidad de ver a Dios y vivir.


Cuando el rostro de Moisés resplandecía cuando regresaba del Monte (Éxodo 34: 29), la presencia (rostro) de Dios estaba en su rostro, y esto definió la promesa de Dios para todos nosotros. Los israelitas huían del rostro de Moisés hasta que Él usó un velo para ocultar la gloria de Dios (Éxodo 34: 30). El viejo hombre de carne no puede evitar huir de la presencia de Dios. La carne carece de la fuerza de voluntad para estar ante el rostro de Dios. Y puesto que el pecado ha penetrado tanto en el Cielo (el segundo cielo) como en la Tierra, se dice que ambos huyen ante el rostro de Dios.


Sin embargo, en la resurrección, toda carne es convocada a presentarse ante el rostro de Dios en el Gran Trono Blanco. Este es un mandato del Juez, no una sugerencia que podría persuadir a los pecadores a venir. El punto de vista de Juan sobre el llamado se contrasta así con el deseo de la carne de huir, mostrando que no hay lugar para correr y esconderse. Por lo tanto, “no se halló para ellos ningún lugar [al que huir]. Esta es una declaración que muestra que la voluntad de Dios prevalece sobre la voluntad del hombre. El hombre es arrestado y llevado ante el Juez, y la voluntad del hombre es impotente en este punto de la historia.


El Anciano de Días, el Viejo, ha venido, y todos resucitarán, como profetiza la Ley en Lev. 19: 32. Por el Antiguo Pacto, la Ley manda a los hombres levantarse, pero al final, la voluntad del hombre puede o no cumplir con la Ley. Pero por el Nuevo Pacto, la Ley es una promesa y una profecía, basada en la voluntad de Dios, que la voluntad del hombre no puede resistir.



El grande y el pequeño


Juan continúa en Apocalipsis 20: 12,


12 Y vi a los muertos, al grande y al pequeño, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.


Sabemos por la declaración anterior de Juan que los Vencedores resucitarán mil años antes que el resto de los muertos. Entonces, es evidente que en el Gran Trono Blanco, el resto de los muertos que resucitan incluyen a todos menos a los Vencedores. Jesús nos dice en Juan 5: 28-29 que esta Resurrección General incluirá tanto a los creyentes como a los incrédulos. Los creyentes recibirán “vida” en ese momento, mientras que los incrédulos recibirán “juicio”. Pablo confirma esto en Hechos 24: 14-15.


Pablo también nos dice en 1ª Cor. 3: 11-15 que esos creyentes—aquellos que han puesto a Cristo como su fundamento pero alcanzaron a ser Vencedores—serán salvos así como por fuego. Si edificaron sobre su fundamento con obras hechas de madera, heno, paja, sus obras serán quemadas. Si construyeron con obras de fe hechas con oro, plata, piedras preciosas, el fuego no consumirá tales obras, y serán recompensados en consecuencia.


Por lo tanto, “los grandes y los pequeños” son juzgados según sus obras, ya sean creyentes o incrédulos. Pero los creyentes, teniendo fe en Cristo, reciben “vida” inmortal, incluso si muchas de sus obras no fueron hechas en obediencia a su voluntad. Se nos dice muy poco acerca del juicio real sobre tales creyentes. Los escritores bíblicos suponen que ya habremos estudiado la Ley, por lo que sabremos cómo se juzga a los pecadores.


Es una suerte para los creyentes que el fuego de Dios no sea literal. Todos los que han experimentado Pentecostés han entrado en el fuego de Dios incluso en su vida en la Tierra. Es el bautismo de fuego, profetizado por Juan el Bautista en Mat. 3: 11-12, que se cumplió el día de Pentecostés (Hechos 2: 3). El propósito del fuego del Espíritu Santo es funcionar como un fundidor (Mal. 3: 3) para purificarlos y refinarlos como oro y plata.


En otras palabras, el oro, la plata, las piedras preciosas que pasarán por el fuego en el día del juicio no deben verse como un montón de obras que arderán fuera de nosotros. En cambio, nuestras obras son parte de nosotros, ya sean espirituales o carnales, y por lo tanto necesitamos ser purificados y refinados.


Juan el Bautista cambia la metáfora por el trigo cuya paja se está quemando, mientras se guarda la parte comestible del trigo que se almacena en el "granero" de Dios (Mat. 3: 12).


Se nos ha dado la fiesta de Pentecostés como un don divino del Espíritu Santo, no para destruirnos por su bautismo de fuego, sino para purificarnos y refinarnos y prepararnos para la Fiesta de Tabernáculos. Si permitimos que Pentecostés haga su obra dentro de nosotros, entonces seremos Vencedores que calificarán para la Primera Resurrección, y ya no necesitaremos el fuego para ser refinados en el Gran Trono Blanco.


El hecho de que busquemos la Fiesta de Tabernáculos no significa que despreciemos la Pascua o Pentecostés. En cambio, estamos llamados a ser justificados a través de la Pascua y luego a recibir el bautismo de fuego del Espíritu Santo, abrazando el a menudo doloroso ardor de nuestra carne, para conseguir, con todos los Vencedores, una mejor resurrección (Heb. 11: 35).


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradecemos cualquier comentario respetuoso y lo agradecemos aún más si no son anónimos. Los comentarios anónimos no serán respondidos.