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Un Año de Despertar
El año
2009 fue un año de mucha convulsión en mi vida, gracias a Dios. Fue
también un año de bastante convulsión política, social
y económica en nuestro país, Honduras. Durante ese año yo
experimenté los más grandes efectos de mis pecados y fracasos
pasados y presentes, los efectos de mi conocimiento errado así como
de mi orgullo. Mi matrimonio estaba en bancarrota, no había forma de
que yo pudiera cubrir mis deudas responsablemente y mi relación con
Dios quedó expuesta por lo que realmente era – una farsa.
Pero ese
también fue el año en que Dios me llamó a salir de en medio de las
obras religiosas de los hombres, lo cual fue mi práctica diaria por
años, y a tener un encuentro con Él fuera de las iglesias de este
mundo. Fue algo que yo no pedí, pero yo estaba gimiendo por dentro
por un cambio genuino. Sin embargo, yo no tenía idea de cómo eso
iba a ocurrir.
Mis Primeros Años
Yo había
oído hablar de Dios desde niño. Siendo el mayor de seis hermanos y
una hermana, a mí me enseñaron que yo debía ser un ejemplo para
ellos. Por supuesto, no tuve éxito en eso, no positivamente.
Mi madre
siempre trató de llevarnos a la iglesia, por lo menos a la escuela
dominical, pues ella sentía que era su responsabilidad guiarnos en
el camino del Señor ya que mi padre fue contrario a la fe de ella
por los primeros 13 años de matrimonio. Durante mis primeros años,
yo sólo sabía que ir a la iglesia era lo más normal para mi
familia. Aprendimos “buenas cosas” acerca de Dios y de la Biblia
en la escuela dominical, acerca de todas las historias sobre Jesús y
sus discípulos y de algunos patriarcas y profetas del Viejo
Testamento. Esas lecciones me gustaban en cierta forma y fui bueno
para aprenderme versículos de la Biblia. Sin embargo, en realidad no
me gustaba la rutina de la iglesia.
Cuando
tenía como 9 años, quizá un poco antes, mi papá le prohibió a mi
mamá que siguiera yendo a la iglesia. Pero fue para ese tiempo
cuando yo asistí a unos cultos especiales donde presentaron una
película llamada El
Infierno.
En esa película, la cual miré como tres veces, se presentaban los
horrores del infierno para los que se rehúsan a aceptar a Jesucristo
como su Salvador personal.
Al final
de la presentación, el pastor hacía una corta reflexión y
preguntaba quiénes querían aceptar a Jesús e ir al cielo y así
evitar ir al infierno. Yo levanté la mano con la convicción que no
quería ir al infierno, e hice lo mismo las tres veces que vi la
película, sólo para asegurarme que estaba “listo.” No me
interesaba mucho lo de ir al cielo, pues la idea que yo entendía por
los sermones era que el cielo era un lugar donde la gente estaría
eternamente postrada delante de Dios, “adorándole.” Jugar fútbol
con mis amigos era mucho más atractivo que eso para mí.
En mi
adolescencia, miré que se dieron algunos cambios en mi casa. Nos
mudamos a otro vecindario, a nuestra propia casa, y ya no estábamos
asistiendo a la iglesia. Luego mi madre tuvo una plática con un
pastor de una iglesia pentecostal y ella hizo un nuevo compromiso en
ese tiempo.
Poco
tiempo después, para sorpresa nuestra, mi padre también decidió
“aceptar a Jesús.” Ya él había dejado el alcohol antes de ir a
una iglesia; él tomó la decisión de no continuar con ese vicio
probablemente porque se dio cuenta de que se estaba destruyendo a sí
mismo y a su familia.
Entonces
retomamos nuestra asistencia a la iglesia, pero para ese tiempo yo ya
había comenzado a cuestionar lo que oía en la iglesia, en la
escuela y en mi casa.
Recuerdo
que cuestionaba a mi mamá y la dejaba sin respuestas claras cuando
le preguntaba: “¿Cómo es que creer en Dios es un asunto
voluntario, cuando si uno no cree, se va al infierno? Veo que no nos
dan opción allí, y si no hacemos la voluntad de Dios, hacemos la de
Satanás; entonces, ¿dónde queda nuestra propia voluntad?”
No sé
exactamente de dónde sacaba yo esas ideas, pues no hablaba de esos
asuntos con mis amigos, excepto con Roberto, uno de mis tíos quien
era más como un amigo y quien también se crio yendo a la iglesia.
Sin
embargo, yo seguí yendo a la iglesia por algún tiempo durante mi
adolescencia, pero a mí no me gustaba lo que veía en los círculos
pentecostales. Anteriormente, habíamos asistido a la Iglesia de
Santidad, una iglesia conservadora. Sucedió con el tiempo que esta
iglesia pentecostal tuvo algunos problemas de liderazgo, algunas
divisiones internas que nunca se admitió que eran divisiones, lo
cual hizo que mis padres decidieran buscar otra iglesia. Mi padre se
encontró otra Iglesia de Santidad, la cual le pareció a él muy
interesante. Los líderes eran jóvenes “conocedores” de las
escrituras. No tenían tanto de la locura religiosa que habíamos
visto en la iglesia pentecostal. En verdad, estos jóvenes eran gente
bastante nítida.
Por un
tiempo asistí a esa iglesia con mis padres, pero luego me desanimé
totalmente por la rutina y preferí pasarla con mis amigos. Para ese
entonces yo había empezado con mi interés por las muchachas y por
la música, especialmente la música rock, la cual se volvió una
adicción para mí, aunque esa fue mi motivación inicial para
empezar a aprender inglés, el cual hoy me sirve tanto. Mi papá
decidió no obligarme ni a mí ni a mis hermanos a ir a la iglesia
con ellos, así que yo sólo iba en ocasiones, pero era una
asistencia sin propósito. Logré obtener algún conocimiento
intelectual, pero eso no tenía un valor práctico en mi vida.
Primer Compromiso Serio
Como a
mis 17 años, yo tenía un amigo muy cercano con quien compartíamos
muchas cosas, buenas y malas, más malas que buenas. Un día oímos
de una campaña cristiana que había en una iglesia de nuestra
colonia, la iglesia pentecostal donde mis padres habían asistido por
unos años. Decidimos asistir a uno de los cultos, pero con la idea
de reírnos de la gente en ese lugar. Sin embargo, al llegar allí,
había ujieres en la puerta quienes nos llevaron a una de las bancas
de en medio. Tratamos de rehusarnos pero nos tomaron de la mano y nos
metieron al templo.
Nos
sentíamos tan raros en medio de aquel “avivamiento” – gente
cantando, gritando, llorando, hablando en “lenguas,” y toda clase
de cosas que se miran en un culto pentecostal. Nos sentíamos
realmente tontos entre esa gente, pues no entendíamos lo que estaban
haciendo. Nos esforzamos por no reírnos de lo que veíamos, pero
fracasamos.
Cuando
la predicadora invitada, una señora robusta en sus cincuentas, había
terminado su “poderoso” mensaje, empezó a llamar a la gente a
pasar en frente y “aceptar a Jesús.” Mi amigo Henry y yo
tratamos de escondernos de la insistencia de ella en que la gente
aprovechara esa “oportunidad única” de “ponerse a cuentas con
Dios.” Luego, ella se dirigió directamente a nosotros – creo que
fue su venganza porque nos estábamos riendo – y nos pidió que
pasáramos al frente. Ella hizo un gesto con su mano a algunos
líderes para que nos llevaran al frente y para orar por nosotros.
Nos sentimos realmente tontos, pero no fuimos capaces de rehusarnos.
Después
del culto, sentimos una extraña sensación de que no podíamos tomar
aquel evento a la ligera, o nos meteríamos en problemas. Nosotros
sabíamos que nuestras vidas eran insignificantes, así que tomamos
una decisión. Dijimos: “Bien, intentémoslo en serio. No más
andar detrás de las chicas, no más masturbación, no más malas
palabras, no más andarse riendo de la gente.”
Por un
tiempo corto, parecía que estaba funcionando. Yo empecé a leer la
Biblia y a orar a la manera que podía. Íbamos a la iglesia
regularmente y tratamos de ser “buenos cristianos.”
Increíblemente,
dejamos de decir malas palabras, lo cual había sido una condición
vergonzosa que teníamos; usábamos malas palabras para cada idea que
expresábamos, no en la casa, por supuesto. Sin embargo, Henry y yo
nos confesábamos nuestros pecados y faltas el uno al otro, y nos
encontramos con que era imposible dejar la masturbación. Luego,
vinieron nuevas chicas a la iglesia, y ese era otro asunto con qué
lidiar. Ellas se volvieron nuestra motivación para ir a la iglesia,
pero ellas también nos “ayudaron” a descarriarnos.
En todo
ese tiempo, parecíamos ser buenos muchachos en la iglesia y en la
casa. Poco después, Henry se desanimó y decidió salirse de la
iglesia. Yo me quedé allí por un poco más de tiempo y llegué a
bautizarme en agua. Esperaba que después de ese acto, me convertiría
en un nuevo hombre, un verdadero hijo de Dios. Sin embargo, mi
miseria se volvió más grande, pues me sentía más condenado cuando
pecaba otra vez, y ahora mis amigos se reían de mí porque yo seguía
siendo el mismo. Ni la oración, ni la lectura de la Biblia, ni el
ayuno me ayudaron ni un poquito para convertirme en una verdadera
nueva criatura como se prometía y se exigía desde el púlpito.
Rebelión y Búsqueda
Después
de un año de estar asistiendo a la iglesia y participando en varias
actividades, aunque había recibido algo de conocimiento bíblico, me
sentía como un total fracaso. Me daba envidia que mis amigos podían
ir a fiestas y andar con chicas mientras yo me reprimía. Un día
hice una oración muy honesta. Llorando de rodillas en una banca de
atrás en el templo, dije, “¡Dios, realmente lo siento! No puedo
seguir así. Mi verdadero deseo es conocer el mundo; no puedo negarte
a Ti que quiero pecar, y yo no puedo vivir esta vida ‘cristiana’.”
Ese fue
el último día que fui a la iglesia por un tiempo.
Luego
comencé la búsqueda de un verdadero significado de la vida. Me
encontré con que no podía disfrutar el mundo abiertamente porque
todavía tenía lo que yo pensaba que era el temor de Dios. Sin
embargo, cada vez que pude, furtivamente, caí en fornicación,
pornografía y cosas similares. Me sentía miserable porque no podía
pecar abiertamente, y yo estaba convencido de que no quería poner un
pie en una iglesia otra vez. Allí me había cansado de mi
hipocresía, pero también resentía la hipocresía de los líderes
adultos, llenos de arrogancia, mentiras y chismes. Detestaba las
prédicas, las cuales eran redundantes y sin sentido, eternamente
aburridas.
Yo
siempre tuve curiosidad por los misterios de la vida y del universo.
Continuamente me acechaba la idea de que tenía que haber algo acerca
de Dios más grande que lo que se enseñaba en la iglesia. Así que
me obsesioné con la literatura sobre OVNIS y con algunos libros de
Nueva Era, especialmente de Wayne Dyer y Deepak Chopra, y otros
materiales relacionados con las culturas antiguas y el misticismo.
Pensaba que estaba descubriendo por qué yo no estaba satisfecho con
lo que había aprendido en la iglesia. Esas nuevas enseñanzas me
resultaron tan fascinantes que llegué a pensar que los cristianos
que yo conocía no tenían ni un diez por ciento de la “sabiduría”
que estaba encontrando en esos libros. En realidad, no estaba tan
equivocado sobre eso.
Nuevo Intento de Enderezarme
Pasaron
ocho años y yo seguía firme en mi decisión de no regresar
a la iglesia. Sin embargo, conseguí un trabajo en una escuela
cristiana (no mi empleo actual) donde la directora me preguntó sobre
mi relación con Dios. Le dije que no tenía ninguna relación por el
momento y ella me dijo: “Dios tiene Sus propósitos, y ¿quién
sabe si Él tiene algo para usted aquí?” Yo necesitaba el empleo,
así que lo acepté con gusto.
Esa
escuela realizaba retiros anuales para “ministrar” a los
estudiantes. Yo decidí asistir a uno de esos retiros para ver qué
sucedía allí. En ese retiro me sentí literalmente bombardeado.
Cada actividad y enseñanza me confrontaban con el hecho de que yo
necesitaba a Dios en mi vida de acuerdo a todo lo que ellos decían.
Me resistí hasta el último culto donde me sentí abrumado por una
atmósfera de muchachos y muchachas “entregándole sus vidas a
Jesús.” De repente, empecé a sentir la convicción de que yo le
había fallado a Dios miserablemente. Se me salieron las lágrimas y
no pude evitar irme con la corriente. Otra vez me “reconcilié”
con Jesús.
Comencé
a ir a la iglesia de nuevo, a otra iglesia de Santidad que operaba en
el mismo edificio de la escuela donde yo trabajaba. Para entonces yo
tenía como 26 años. El pastor era un hombre muy preparado,
balanceado en sus enseñanzas, y para mí, él hablaba con sensatez.
Él se me acercó y dijo que quería discipularme.
Estudié
la Biblia con él por un par de años, pero luego caí en pecado otra
vez, aunque yo era de los discípulos más prometedores según el
pastor. Esta vez yo no sabía qué hacer, pero traté de mantenerme
fuera de problemas hasta donde pude. Por alguna razón, ciertamente
no mi físico, varias chicas siempre estaban poniendo a prueba mi
“santidad.” Por supuesto, fallé otra vez.
Buscando Pastos Más Verdes
Un día
me invitaron a otra iglesia, “Palabra Revelada”. Me dijeron que
allí tenían estudios Bíblicos muy interesantes los días martes y
que yo estaba invitado aunque perteneciera a otra iglesia. La primera
vez que entré en esa iglesia, me impresionó la mujer que estaba
predicando. Se miraba tan diferente a cualquier otro predicador que
yo había conocido u oído. Ella sonaba valiente y como alguien que
tenía autoridad en lo que decía.
Para ese
tiempo, yo había estado haciendo el negocio de Amway y encontré que
las “enseñanzas de fe” de PR eran similares a los seminarios
motivacionales de Amway. Ella también sonaba tan mística como los
libros de Nueva Era que yo había leído antes. Luego conocí a su
esposo quien, temporalmente, pastoreaba otra sección de la iglesia
en otro local de la ciudad. Él se miraba bastante salvaje; yo lo
comparaba con Juan el Bautista por la forma en que se vestía y por
su forma alocada de enseñar (yo sé que Juan el Bautista no era
así). Este hombre no se parecía en nada a ningún pastor
tradicional que yo hubiera conocido. Por un momento pensé, “¡Esto
es! ¡Es lo yo que había estado buscando!”
Invité
a dos amigas a que me acompañaran, a Tirsa, mi mejor amiga en ese
tiempo, y a Delia, quien se convirtió en mi esposa. (Ellas no
estaban involucradas en ninguna iglesia.) Ellas también se
impresionaron, pero dudo que haya sido por las mismas razones. Yo
pensé que podría combinar las enseñanzas de la Iglesia de Santidad
y las de Palabra Revelada. Sin embargo, Delia y yo ya estábamos
involucrados físicamente y ambos sabíamos que andábamos mal y que
tendríamos que enfrentar nuestro pecado. Salí de la Iglesia de
Santidad y me uní a Palabra Revelada. Decidimos hablar con los
pastores de PR y ellos nos prestaron su atención muy
comprensivamente. Ellos trataron de ayudarnos tanto como pudieron,
guiándonos a arrepentirnos y a separarnos en lo físico hasta que
estuviéramos listos para casarnos, si esa era la voluntad de Dios.
Se llegó
el día en que estábamos listos para casarnos. Los pastores fueron
muy generosos con nosotros, dándonos todo su apoyo para vernos
“restaurados.” Nosotros también creíamos que estábamos siendo
restaurados, y comenzamos a hacer todo lo que podíamos y a aprender
y a servir diligentemente en esa iglesia. La pastora, Mirna Símonson,
una vez dijo que miraba un “gran llamado” sobre mi vida. Esa era
la segunda vez que yo oía decir tal cosa de mí. Honestamente, yo
quería creer eso, pero no tenía idea de lo que me estaban hablando,
y tampoco estaba tan interesado en averiguarlo.
Comienzo del Trabajo Duro
Al pasar
el tiempo, llegamos a ser líderes en esa iglesia. Comenzamos
visitando gente con el ministerio de evangelismo, y yo me uní al
grupo de alabanza; luego quedé a cargo del ministerio de jóvenes, y
finalmente llegué a ser uno del equipo de pastores de la iglesia, y
luego también mi esposa llegó a ser pastora. Servimos en todas las
formas que pudimos, desde colocar las sillas para los cultos hasta
predicar, dar consejerías y cualquier cosa que se nos pidiera.
Nuestra agenda estaba siempre llena de actividades de la iglesia –
cultos, reuniones, consejerías, reuniones especiales de oración,
retiros, seminarios, etc. La gente creía que nosotros éramos un
buen ejemplo en la iglesia, y nosotros también lo creímos, por un
tiempo.
A la
gente de esa iglesia les caíamos bien por varias razones que
mencionaban, y nosotros siempre tratábamos de estar a la orden de
quienes lo requirieran. Sin embargo, nunca pudimos desarrollar una
relación cercana y profunda con los pastores principales, ni con
nadie más en realidad. Queríamos ser cercanos con los pastores, y
creo que ellos también, y de algún modo lo intentamos, pero
simplemente no fue posible. Ellos trataron de darnos apertura,
especialmente cuando tratamos de hablar de nuestros problemas
matrimoniales, los cuales se habían vuelto más serios con el paso
de los años. Nosotros siempre pensamos, y agradecimos, el hecho de
que ellos hicieron muchas cosas por nosotros, como el apoyarnos en
nuestros “ministerios” y hasta ayudarnos económicamente en
algunas ocasiones.
Yo no
entendía con claridad por qué nunca podíamos prosperar en nada, y
aun si recibíamos algún buen ingreso, como sucedió en ocasiones,
nunca era suficiente. Dábamos diezmos y ofrendas, y creíamos que lo
hacíamos con corazones sinceros, pero no mirábamos la bendición en
ello. Otros miembros sinceros de la congregación también nos decían
que a ellos les sucedía igual.
Como yo
no estaba experimentando satisfacción en ninguna área de mi vida,
empecé a preguntarme si es que algo no estaba bien con la iglesia en
general. Para empezar, yo sabía de mis pecados y fracasos
personales, pero pensé que eso me pasaba sólo a mí. Sin embargo,
yo miraba que nuestros amigos también estaban cansados y frustrados
con el trabajo de la iglesia y en reuniones y consejerías, nos
dábamos cuenta de pecados y de situaciones de sus vidas personales.
Delia y yo nos sentíamos frustrados e impotentes al ver que no
éramos capaces de ayudar, aunque algunos pensaban que les
ayudábamos. En realidad, en muchas formas nosotros estábamos peor
que alguna gente que tratábamos de ayudar.
Un Año Crucial
Al
inicio de 2009, empezamos un estudio Bíblico con y para los líderes
de la iglesia. Yo era uno de los maestros, y una de las lecciones del
programa se trataba de la cruz. Ese tema me tuvo ocupado en mi mente
y en mi corazón. Cuanto más leía sobre el mismo en la Biblia, más
me daba cuenta de que eso no era real en mí, ni en nadie más que yo
conociera.
Empecé
a clamarle al Señor que me mostrara el camino de la cruz. Yo me
preguntaba por qué ninguno de los cristianos que yo conocía eran
perseguidos, aborrecidos, o rechazados por el mundo, excepto por
nuestras molestas actitudes o por nuestra hipocresía. También
observaba que en los niveles más altos, “apóstoles” y
“profetas” de la misma ciudad realmente no tenían buenas
relaciones entre sí; más bien actuaban como gente de negocios, muy
diplomáticos, quienes siempre buscan su propia conveniencia en
cualquier relación.
Yo creía
que la cruz era algo que yo nunca había experimentado en mi vida, y
no es que yo entendía de qué se trataba realmente. En una ocasión,
después de predicar en el culto de un domingo por la tarde, terminé
llorando y orando con estas palabras: “Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de mi
Dios?” (Salmo 42:1) No podía dejar de orar esas palabras; fue un
gemir muy real en mi corazón, no simple poesía como para
impresionar a la audiencia.
En
abril del mismo año, yo estaba buscando información sobre falsos
profetas en el internet. Llegué a The
Path of Truth donde
encontré una larga lista de falsos profetas y maestros. Leí algo de
información que tenían allí y luego miré una ventana con una
invitación a hablar con ellos. Entré al chat y hablé con Paul
Cohen. Le dije algo sobre mí y le comenté que andaba buscando
información sobre falsos profetas en caso de que yo o mis pastores
tuviéramos alguna marca de falsedad. Por supuesto que yo no creía
eso, pero me sentí movido a expresarlo así. Chateamos por unos
minutos y luego le dije que escribiría más acerca de mí mismo y de
mi iglesia.
Le
escribí una carta a Paul contándole sobre mi situación en la
iglesia y lo que yo estaba percibiendo durante esos días. Le conté
sobre las cosas buenas que según yo teníamos y acerca de algunas
inquietudes mías. Le dije que yo temía que habíamos terminado
sirviendo más a los cultos de la iglesia que al Señor de la
Iglesia.
Cuando
Paul me respondió, me escribió una extensa carta que realmente me
impactó. Primero, pensé que se requería que alguien tuviera la
vida de Dios para que se tomara el tiempo de responderme en forma tan
cuidadosa, profunda y extensa, siendo yo un extraño. Sentía que
Dios había empezado a hablarme y empecé a experimentar una profunda
necesidad de salir de la iglesia para ver la realidad de Dios, pero
no estaba tan seguro que ese fuera el camino correcto. Algo que hasta
me dio miedo fue que Paul me dijo que sentía testimonio de que en
nuestra iglesia había adulterio y fornicación tanto en lo
espiritual como en lo físico. Años atrás, yo había cometido
adulterio físico y me lo había guardado en secreto. Yo no quería
enfrentar esa realidad con nadie. También sentía yo que, a pesar de
todo, yo le pertenecía al Señor, así que entonces estaba en
adulterio espiritual si estaba en una iglesia que no era Su Iglesia.
Tuvimos
algunos intercambios tratando varias ideas sobre los caminos de los
hombres y los caminos del Señor, pero yo no estaba totalmente
convencido de que estuviera oyendo la verdad absoluta. De hecho,
aunque yo había dicho que andaba investigando sobre los profetas
falsos para ver si mis pastores o yo pudiéramos caer en esa
categoría, yo no esperaba que tal posibilidad fuera real. Entonces
preferí apartarme y volver a hacer lo que sabía hacer en la
iglesia, pero tratando de hacerlo mejor o de poner más diligencia en
mi “ministerio” y en mis clases de “discipulado.”
Abriendo Los Ojos
Los
siguientes seis meses fueron una verdadera tortura para mí y para mi
esposa. Habíamos estado destruyéndonos el uno al otro más que
suficiente, pero las cosas empeoraron en nuestro matrimonio, y el
trabajo de la iglesia se volvió una pesada carga, tan abrumante que
ya casi no lo podíamos soportar. La rutina, la monotonía, la falta
de realidad que vivíamos cada día y cada semana en la iglesia era
un buen reflejo de nuestra relación matrimonial, o al revés. Todo
se estaba derrumbando, llenos de engaño, misterio y de vanos
esfuerzos para que las cosas funcionaran.
En cada
culto, yo empecé a notar más errores en las enseñanzas, como nunca
antes. Sin embargo, yo consideré que esa no era una buena razón
para tomar una decisión radical de dejar la iglesia. Pero yo seguía
clamando a Dios que me mostrara el camino. Yo no estaba seguro de
cuál era el camino, pero hubo algo de lo que me convencía cada vez
más: Estábamos en el camino equivocado, el cual no nos llevaba más
que a nuestra inevitable destrucción, junto con muchas otras
personas.
Curiosamente,
al inicio de ese mismo año, Mirna había dado una interesante
profecía. Ella dijo: “Este año tomaremos un camino que nunca
hemos andado, cruzaremos un Jordán espiritual y ¡la ramera será
desnudada!” Me pregunto si ella llegó a averiguar de qué estaba
hablando ella misma; nunca lo explicó. Sin embargo, esas palabras se
hicieron realidad para nosotros en una forma muy seria.
Mi
esposa se preocupó cuando le anuncié que definitivamente dejaríamos
la iglesia. Ella se sentía insegura, pero a la vez, ella sentía la
misma necesidad. Ella no soportaba estar allí con una idea en mente
que no se realizaba. Me preguntó: “¿De verdad vamos a salirnos de
la iglesia? ¿Qué vamos a hacer después? ¿Cuándo tomaremos
acción?”
Después
que salimos de la iglesia, el “apóstol,” Bernardo Símonson,
especuló que fue mi esposa quien me sacó de la iglesia. En cierta
forma, así fue, pero no como él se imaginó. En octubre de 2009, le
dije a Delia que yo sentía que Dios nos iba a confirmar nuestra
salida durante la siguiente reunión de liderazgo de ese mes. El 21
de octubre tuvimos un retiro de liderazgo donde se darían nuevos
lineamientos en cuanto al sistema de trabajo de la iglesia para el
siguiente año.
Curiosamente,
Bernardo empezó su participación diciendo: “Hemos oído la
palabra ‘iglesia’ por tanto tiempo, y yo les puedo decir que no
tenemos idea de lo que eso significa. Es mucho más de lo que hemos
pensado, y pronto les voy a estar hablando más de eso. Por ahora,
puedo decirles que tenemos mucho por hacer, pero queremos trabajar
solamente con los que de verdad estén comprometidos. Los que se
sienten vacilantes, mejor vayan y búsquense otro lugar ahora.
Decídanse, pues no vamos a caminar con gente a medias…”
Esas
palabras retumbaron en mi corazón como el sonido de una trompeta.
Era como que Dios me estuviera diciendo, “¿Quieres mas
confirmación?”
Luego,
le tocaba hablar a Mirna. En cada sesión que teníamos con líderes
y pastores, Bernardo y de Mirna se quejaban de nuestro trabajo, pero
¡esta vez, ella se lució! Empezó dirigiéndose a los jóvenes,
diciéndoles que no pusieran su mirada en nosotros - los adultos -
como ejemplos a seguir.
“Esta
es una generación vetusta; ellos ya no harán mucho. Sus corazones
se han endurecido y ya no van a cambiar. Ustedes son los llamados a
hacer la obra, pero no hagan como estos han hecho…” dijo ella,
entre otras cosas, en una forma abrupta.
¡Vaya,
esas palabras siguen resonando en mi mente! No porque me ofendieran –
yo sabía que ella tenía razón por lo menos en parte. Pero yo
estaba sorprendido de que ella pensara que sus “pastores” y
líderes mayores estuvieran en tal condición, y aun así
considerarlos pastores y líderes. Esa era una terrible
contradicción.
Yo ya le
había preguntado a ella, en otra reunión de pastores, qué estaba
ocurriendo en la iglesia. Yo le pregunté: “Si nosotros no damos la
talla como pastores, ¿cómo podemos esperar que las ovejas algún
día lleguen a conocer al Señor?” Luego agregué: “Siento que
algo anda terriblemente mal con la iglesia en general, no sólo la
nuestra, sino como un todo. Esto me hace pensar en las palabras del
apóstol Pablo a los Corintios donde él les dijo que temía que
ellos hubieran sido engañados así como la serpiente engañó a
Eva.”
Mirna
trató de comprenderme y dijo que se iba a tomar el tiempo de
platicar conmigo en privado, como yo se lo había pedido. Ella lo
hizo así, y cuando le expresé mis pensamientos con más detalles,
ella dijo que yo me estaba enfocando en la forma externa de hacer las
cosas. Dijo que era una crisis personal por la que yo estaba pasando,
un ciclo de cansarme de hacer lo correcto en mis propias fuerzas,
descarriarme y luego regresar al camino.
“¡Usted
tiene que romper con ese ciclo!” concluyó ella.
Yo vi
que sus palabras tenían sentido. Yo sabía que yo “obedecía” a
Dios solamente por un tiempo y luego volvía a caer en pecado, sin
experimentar un verdadero cambio en mí, así que pensé que ella
podía tener razón en lo que me dijo. Sin embargo, yo seguía
sintiendo que estábamos llenos de contradicciones, las cuales
realmente yo no entendía. Por ejemplo, ¿cómo podía ser yo un
pastor?
Tiempo de Partir
Entonces,
en esa reunión de líderes en octubre, Dios usó las palabras de
Bernardo y de Mirna para confirmarme que era tiempo de partir. Todo
el año, yo me había estado preguntando qué pasaría con la
profecía que se dio al inicio. Después de ese retiro, llamé a
Mirna y le pedí que nos diera un tiempo para hablar con ella y con
Bernardo.
“Creo
que es hora de que nosotros crucemos ese Jordán de una vez por
todas,” le dije.
Ella
aceptó reunirse con nosotros al día siguiente. Cuando anuncié mi
decisión de salir de la iglesia, ella se sorprendió, pero dijo que
ya se esperaba algo así desde el momento en que la llamé. Yo les
dije que estábamos muy agradecidos por todo lo que ellos habían
hecho por nosotros y que no teníamos problemas con nadie de la
iglesia.
“Sin
embargo, siento que si no tomo este camino, me muero,” concluí.
Ellos se
sintieron algo confundidos por el hecho de que yo no sabía hacia
dónde me dirigía. No iba para ninguna iglesia y fui enfático en
que no pensaba iniciar una nueva. También aclaré que no íbamos a
persuadir a que nos siguiera nadie de la iglesia.
Mirna
dijo que por muchos años en su ministerio, ella había visto gente
ir y venir, pero nosotros éramos los primeros de quienes ella
realmente no sabía qué pensar. “Con todo y todo,” concluyó
ella, “no quiero ser un obstáculo en algo que el Señor podría
querer hacer con ustedes. Así que no podemos detenerlos, aunque
quisiéramos que no se fueran.”
Yo le
había orado a Dios que si era Su voluntad que saliéramos, nuestra
plática con Bernardo y Mirna sería en paz. Bernardo quiso
persuadirnos, pero Mirna dijo que estaba bien dejarnos ir. Quedamos
en que tendríamos una plática más adelante por si había algo que
yo quisiera expresar una vez que me sintiera libre de la presión de
que ellos fueran autoridad sobre nosotros. A mí me pareció muy bien
esa idea, así que establecimos una fecha para dirigirnos a todos los
líderes para despedirnos y aclarar que nos íbamos en paz con todos.
El 4 de
noviembre de 2009, tuvimos esa reunión. Fue en uno de los salones de
la iglesia y era con todos los líderes y pastores de la iglesia
local y de otras iglesias hijas de fuera de la ciudad. Yo llegué
allí más temprano que todos. Como estaba solo, abrí mi Biblia y me
fui directo al libro de Lamentaciones, a un pasaje que nunca me había
detenido a mirar:
“Se
ha cumplido el castigo de tu iniquidad, oh hija de Sion: Nunca más
te haré llevar cautiva…” (Lamentaciones 4:22).
Cuando
leí esa Escritura, se me llenaron de lágrimas los ojos, y sentí
como que estaba saliendo de una prisión, aunque había sido
necesaria en mi vida. Sentí que el Señor realmente me estaba
hablando, animándome a tener fe y seguir todo el camino.
La gente
nos bendijo en esa reunión y oraron por nuestro bienestar en el
camino que habíamos decidido tomar. Teníamos emociones mezcladas –
paz, temor, libertad, dolor, etc. Pero yo tenía la convicción de
que estábamos obedeciendo al Señor antes que a los hombres, y así
se lo declaré a la congregación. Con lágrimas en mis ojos, les
dije que ellos habían sido nuestra familia todos esos años, pero
que el Señor nos estaba llamando a salir, de modo que era mejor
obedecerle a Él aunque nos costara todo.
Mi
esposa estaba algo resentida porque habíamos oído comentarios de
que habíamos caído en apostasía; creíamos que Bernardo había
hecho esos comentarios sin mencionar nuestros nombres. Era bastante
obvio de quiénes estaba hablando, pero él nunca nos lo dijo
directamente y hasta trató de aclarar que no estaba refiriéndose a
nosotros. Eso sólo Dios lo sabe con seguridad. Entonces Delia se
quejó de ellos como cuerpo de líderes, diciéndoles que si hubieran
sido los amigos que decían ser, no estarían juzgándonos por
nuestra decisión, pues ni siquiera entendían por lo que estábamos
pasando. Les dijo que era obvio que nunca nos habían conocido.
Fue gran
discurso el que pronunció Delia, aunque habíamos acordado que no
íbamos a mencionar nada del asunto. Eso molestó mucho a Mirna y
probablemente la hizo cambiar de opinión sobre si era el Señor el
que estaba tratando con nosotros. Ella hasta nos aconsejó allí
mismo, que nos olvidáramos de esa iglesia y que no volviéramos a
poner atención a lo que pasara allí. Ella nos advirtió que, “como
madre,” era su deber proteger a sus hijos. Por supuesto, ella dijo
esas cosas en forma muy diplomática. Luego ellos oraron por nosotros
y toda la congregación vino y nos despidieron con besos y abrazos,
llorando y confundidos acerca de por qué exactamente era que nos
teníamos que ir.
Dos días
después, se convocó una reunión de líderes. Con preocupación,
algunos amigos que quedaron en la iglesia nos informaron que a todos
ellos se les advirtió acerca del “espíritu” que nos había
atrapado. Mirna les dijo que el Espíritu Santo le había revelado a
ella que nosotros habíamos sido engañados en el internet. Es
interesante el hecho de que en esos días yo estaba desconectado de
cualquier persona, real o virtual, aunque yo seguía leyendo de
varios sitios del internet; nos sentíamos muy solos, solamente con
la esperanza de que Dios estaba de nuestro lado para liberarnos.
Mirna les dijo que cortaran toda relación con nosotros, en persona o
por teléfono o como fuera. Ella les advirtió que podrían
“contaminarse.”
Mientras
tanto, mi madre y parte de mi familia siguieron en esa iglesia por
algunos meses hasta que el Señor les mostró que las cosas no
andaban bien, que Él no estaba en ese “ministerio.” Pero ésta
es otra historia.
Tiempo de Desierto y de Juicio
Cuando
salimos, el primer domingo nos quedamos en casa. Sentimos una
impresionante sensación de libertad y liberación, como si habíamos
andado caminando por kilómetros y luego tomábamos un descanso. De
verdad que fue un descanso, pues el Señor nos estaba preparando para
confrontar nuestra realidad, la cual estaba oculta aun a nosotros
mismos. Ese domingo leímos todo el libro de Oseas, y sentimos que
todo el libro nos hablaba directamente a nosotros, así como a la
iglesia, pero no sabíamos exactamente cómo. Yo seguí leyendo los
libros de los profetas y cada día miraba yo en ellos cómo era que
el Señor miraba a las iglesias de estos días.
Dos
meses después de nuestra partida, el 31 de diciembre de 2009, yo
decidí contactar a Paul Cohen en The
Path of Truth otra
vez. Yo le había estado pidiendo dirección al Señor, pues yo
admitía que no podríamos lograrlo nosotros solos. No podíamos ser
llaneros solitarios. Algunas personas nos habían dicho que si
empezábamos una iglesia, con gusto se unirían a nosotros. Yo pensé
en la condición tan ciega que estaba el pueblo; ellos no tenían ni
idea que nosotros podríamos estar mucho peor que ellos.
Le
escribí una carta a Paul y le conté acerca de los últimos
acontecimientos. Paul me informó que Víctor me había escrito una
carta que yo nunca respondí, pero la verdad es que nunca recibí esa
carta. Todo fue obra del Señor para Sus propósitos con nosotros,
especialmente para mostrar que Su obra con nosotros era más interna
que externa, de modo que no pusiéramos nuestra confianza en los
hombres o en motivaciones externas para salir fuera del campamento.
Realmente estoy agradecido que hayamos salido del sistema de la
iglesia sin necesidad de presión humana; fue una obra interna que no
me dejaba en paz hasta que obedecí.
La mejor
parte del viaje estaba por comenzar. Ahora que yo había establecido
una comunicación más estable con Víctor y Paul, ellos empezaron a
aclararme muchas cosas. Una cosa que dijeron fue que habíamos sido
dolorosamente contaminados por la Ramera. Esto se hizo evidente en lo
que seguimos adelante, y cuando se llegó el tiempo de confrontar
nuestros pecados y nuestra naturaleza de pecado. El Señor comenzó a
exponer nuestros pecados ocultos, por sueños y directamente.
Tuvimos
un tiempo tan difícil con la confrontación y la confesión de
pecados, pues habíamos sido entrenados – no directamente, pero
implícitamente – a guardarnos las cosas como para preservar
nuestra imagen intacta. Fue tan duro admitir nuestra maldad y pedir
perdón y perdonar. Sin embargo, fue la experiencia más liberadora
el ser capaz de admitir y confesar nuestros pecados ocultos los
cuales habían resultado en circunstancias que claramente
testificaban contra nosotros. Estoy hablando de confesar adulterio
(espiritual y físico), mentiras, orgullo, engaños y temores
perversos. En realidad nunca habíamos conocido al Señor y más bien
éramos Sus enemigos completamente, aborreciendo la verdad y amando
las mentiras, prefiriendo nuestras propias vidas antes que la Suya.
El Señor me mostró una Escritura que, entre muchas otras, yo
aprendí dolorosamente en la práctica:
Salmo
50:16-21 (RVG)
(16) Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que narrar Mis leyes, y que tomar Mi pacto en tu boca?
(17) Pues tú aborreces la instrucción, y echas a tu espalda Mis palabras.
(18) Si veías al ladrón, tú corrías con él; y con los adúlteros era tu parte.
(19) Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño.
(20) Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia.
(21) Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto sería Yo como tú; pero Yo te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.
(16) Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que narrar Mis leyes, y que tomar Mi pacto en tu boca?
(17) Pues tú aborreces la instrucción, y echas a tu espalda Mis palabras.
(18) Si veías al ladrón, tú corrías con él; y con los adúlteros era tu parte.
(19) Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño.
(20) Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia.
(21) Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto sería Yo como tú; pero Yo te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.
Durante
estos años que han pasado desde que salimos de la iglesia, hemos
visto la impresionante bondad del Señor, así como también hemos
podido ver nuestra iniquidad. Estábamos tan engañados sobre
nosotros mismos que podíamos engañar a otros, pero a Dios no se le
puede engañar, definitivamente.
Su
misericordia ha sido mucho más grande que nuestras expectativas; Él
ha estado haciendo un maravilloso trabajo de exponer, limpiar, sanar,
reprender, enseñar y restaurar en formas muy específicas, como
nunca antes. Él nos ha dado, junto a otros pocos aquí en Honduras,
la gracia para ver la realidad por lo que es. Ahora podemos
diferenciar entre la verdad y el error mas fácilmente; nuestro
juicio de las cosas y de nosotros mismos había estado tan torcido
que hasta creíamos saber mucho, así como tanta gente, pero ya no
estamos engañados, por la gracia de Dios.
Doy
gracias al Señor por lo que Él nos ha provisto en The
Path Of Truth,
un verdadero refugio contra la tormenta, porque Él está presente
aquí. Yo tuve un sueño, breve pero muy significativo, cuando yo no
sabía mucho acerca de Víctor y Paul, pero sí había leído algo en
su sitio web:
Yo veía
que mi familia y yo llegábamos a un lugar al pie de una montaña. La
tierra se miraba tan fértil, tan suave y limpia, rodeada de colinas
llenas de pinos verdes. Llegamos a una pequeña cabaña, hecha de
trozos de roble, como las que yo sólo había visto en películas. De
la cabaña salieron dos hombres muy altos, como de 3 metros de
altura. En medio de ellos dos estaba mi papá quien había muerto en
2004. Ellos vinieron a recibirnos muy contentos, invitándonos a
quedarnos. Yo iba al frente; mi esposa, mi mamá y otras personas
venían después de mí. Yo empecé a hablar con aquellos hombres y
con mi padre, pero no sé qué decíamos, sólo que ellos nos daban
una bienvenida muy cálida.
Ese fue
el final del sueño. Así que aquí estoy hoy, junto con otros
familiares y amigos, aprendiendo los caminos del Señor que son
contrarios a los que habíamos conocido antes. Ha sido un verdadero
reto, nada fácil, pero por Su gracia, estamos en el camino que
debemos andar. Él nos ha hecho saber, en muchas formas, que Él ha
fijado sus ojos sobre nosotros, no porque seamos algo, sino porque no
somos nada. Y por Su gracia continuaremos hasta el final.
“El
que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su
nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi
Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalipsis 3:5 RVG)
Edwin
Martin Romero
Tegucigalpa,
Honduras
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NOTA DEL ADMINISTRADOR:
Sobre este ministerio sugerimos leer la nota introductoria, que pusimos en nuestro primer artículo:
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