TESTIMONIO DE EDWIN ROMERO, The Path of Truth

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Un Año de Despertar

El año 2009 fue un año de mucha convulsión en mi vida, gracias a Dios. Fue también un año de bastante convulsión política, social y económica en nuestro país, Honduras. Durante ese año yo experimenté los más grandes efectos de mis pecados y fracasos pasados y presentes, los efectos de mi conocimiento errado así como de mi orgullo. Mi matrimonio estaba en bancarrota, no había forma de que yo pudiera cubrir mis deudas responsablemente y mi relación con Dios quedó expuesta por lo que realmente era – una farsa.
Pero ese también fue el año en que Dios me llamó a salir de en medio de las obras religiosas de los hombres, lo cual fue mi práctica diaria por años, y a tener un encuentro con Él fuera de las iglesias de este mundo. Fue algo que yo no pedí, pero yo estaba gimiendo por dentro por un cambio genuino. Sin embargo, yo no tenía idea de cómo eso iba a ocurrir.

Mis Primeros Años

Yo había oído hablar de Dios desde niño. Siendo el mayor de seis hermanos y una hermana, a mí me enseñaron que yo debía ser un ejemplo para ellos. Por supuesto, no tuve éxito en eso, no positivamente.
Mi madre siempre trató de llevarnos a la iglesia, por lo menos a la escuela dominical, pues ella sentía que era su responsabilidad guiarnos en el camino del Señor ya que mi padre fue contrario a la fe de ella por los primeros 13 años de matrimonio. Durante mis primeros años, yo sólo sabía que ir a la iglesia era lo más normal para mi familia. Aprendimos “buenas cosas” acerca de Dios y de la Biblia en la escuela dominical, acerca de todas las historias sobre Jesús y sus discípulos y de algunos patriarcas y profetas del Viejo Testamento. Esas lecciones me gustaban en cierta forma y fui bueno para aprenderme versículos de la Biblia. Sin embargo, en realidad no me gustaba la rutina de la iglesia.
Cuando tenía como 9 años, quizá un poco antes, mi papá le prohibió a mi mamá que siguiera yendo a la iglesia. Pero fue para ese tiempo cuando yo asistí a unos cultos especiales donde presentaron una película llamada El Infierno. En esa película, la cual miré como tres veces, se presentaban los horrores del infierno para los que se rehúsan a aceptar a Jesucristo como su Salvador personal.
Al final de la presentación, el pastor hacía una corta reflexión y preguntaba quiénes querían aceptar a Jesús e ir al cielo y así evitar ir al infierno. Yo levanté la mano con la convicción que no quería ir al infierno, e hice lo mismo las tres veces que vi la película, sólo para asegurarme que estaba “listo.” No me interesaba mucho lo de ir al cielo, pues la idea que yo entendía por los sermones era que el cielo era un lugar donde la gente estaría eternamente postrada delante de Dios, “adorándole.” Jugar fútbol con mis amigos era mucho más atractivo que eso para mí.
En mi adolescencia, miré que se dieron algunos cambios en mi casa. Nos mudamos a otro vecindario, a nuestra propia casa, y ya no estábamos asistiendo a la iglesia. Luego mi madre tuvo una plática con un pastor de una iglesia pentecostal y ella hizo un nuevo compromiso en ese tiempo.
Poco tiempo después, para sorpresa nuestra, mi padre también decidió “aceptar a Jesús.” Ya él había dejado el alcohol antes de ir a una iglesia; él tomó la decisión de no continuar con ese vicio probablemente porque se dio cuenta de que se estaba destruyendo a sí mismo y a su familia.
Entonces retomamos nuestra asistencia a la iglesia, pero para ese tiempo yo ya había comenzado a cuestionar lo que oía en la iglesia, en la escuela y en mi casa.
Recuerdo que cuestionaba a mi mamá y la dejaba sin respuestas claras cuando le preguntaba: “¿Cómo es que creer en Dios es un asunto voluntario, cuando si uno no cree, se va al infierno? Veo que no nos dan opción allí, y si no hacemos la voluntad de Dios, hacemos la de Satanás; entonces, ¿dónde queda nuestra propia voluntad?”
No sé exactamente de dónde sacaba yo esas ideas, pues no hablaba de esos asuntos con mis amigos, excepto con Roberto, uno de mis tíos quien era más como un amigo y quien también se crio yendo a la iglesia.
Sin embargo, yo seguí yendo a la iglesia por algún tiempo durante mi adolescencia, pero a mí no me gustaba lo que veía en los círculos pentecostales. Anteriormente, habíamos asistido a la Iglesia de Santidad, una iglesia conservadora. Sucedió con el tiempo que esta iglesia pentecostal tuvo algunos problemas de liderazgo, algunas divisiones internas que nunca se admitió que eran divisiones, lo cual hizo que mis padres decidieran buscar otra iglesia. Mi padre se encontró otra Iglesia de Santidad, la cual le pareció a él muy interesante. Los líderes eran jóvenes “conocedores” de las escrituras. No tenían tanto de la locura religiosa que habíamos visto en la iglesia pentecostal. En verdad, estos jóvenes eran gente bastante nítida.
Por un tiempo asistí a esa iglesia con mis padres, pero luego me desanimé totalmente por la rutina y preferí pasarla con mis amigos. Para ese entonces yo había empezado con mi interés por las muchachas y por la música, especialmente la música rock, la cual se volvió una adicción para mí, aunque esa fue mi motivación inicial para empezar a aprender inglés, el cual hoy me sirve tanto. Mi papá decidió no obligarme ni a mí ni a mis hermanos a ir a la iglesia con ellos, así que yo sólo iba en ocasiones, pero era una asistencia sin propósito. Logré obtener algún conocimiento intelectual, pero eso no tenía un valor práctico en mi vida.

Primer Compromiso Serio

Como a mis 17 años, yo tenía un amigo muy cercano con quien compartíamos muchas cosas, buenas y malas, más malas que buenas. Un día oímos de una campaña cristiana que había en una iglesia de nuestra colonia, la iglesia pentecostal donde mis padres habían asistido por unos años. Decidimos asistir a uno de los cultos, pero con la idea de reírnos de la gente en ese lugar. Sin embargo, al llegar allí, había ujieres en la puerta quienes nos llevaron a una de las bancas de en medio. Tratamos de rehusarnos pero nos tomaron de la mano y nos metieron al templo.
Nos sentíamos tan raros en medio de aquel “avivamiento” – gente cantando, gritando, llorando, hablando en “lenguas,” y toda clase de cosas que se miran en un culto pentecostal. Nos sentíamos realmente tontos entre esa gente, pues no entendíamos lo que estaban haciendo. Nos esforzamos por no reírnos de lo que veíamos, pero fracasamos.
Cuando la predicadora invitada, una señora robusta en sus cincuentas, había terminado su “poderoso” mensaje, empezó a llamar a la gente a pasar en frente y “aceptar a Jesús.” Mi amigo Henry y yo tratamos de escondernos de la insistencia de ella en que la gente aprovechara esa “oportunidad única” de “ponerse a cuentas con Dios.” Luego, ella se dirigió directamente a nosotros – creo que fue su venganza porque nos estábamos riendo – y nos pidió que pasáramos al frente. Ella hizo un gesto con su mano a algunos líderes para que nos llevaran al frente y para orar por nosotros. Nos sentimos realmente tontos, pero no fuimos capaces de rehusarnos.
Después del culto, sentimos una extraña sensación de que no podíamos tomar aquel evento a la ligera, o nos meteríamos en problemas. Nosotros sabíamos que nuestras vidas eran insignificantes, así que tomamos una decisión. Dijimos: “Bien, intentémoslo en serio. No más andar detrás de las chicas, no más masturbación, no más malas palabras, no más andarse riendo de la gente.”
Por un tiempo corto, parecía que estaba funcionando. Yo empecé a leer la Biblia y a orar a la manera que podía. Íbamos a la iglesia regularmente y tratamos de ser “buenos cristianos.”
Increíblemente, dejamos de decir malas palabras, lo cual había sido una condición vergonzosa que teníamos; usábamos malas palabras para cada idea que expresábamos, no en la casa, por supuesto. Sin embargo, Henry y yo nos confesábamos nuestros pecados y faltas el uno al otro, y nos encontramos con que era imposible dejar la masturbación. Luego, vinieron nuevas chicas a la iglesia, y ese era otro asunto con qué lidiar. Ellas se volvieron nuestra motivación para ir a la iglesia, pero ellas también nos “ayudaron” a descarriarnos.
En todo ese tiempo, parecíamos ser buenos muchachos en la iglesia y en la casa. Poco después, Henry se desanimó y decidió salirse de la iglesia. Yo me quedé allí por un poco más de tiempo y llegué a bautizarme en agua. Esperaba que después de ese acto, me convertiría en un nuevo hombre, un verdadero hijo de Dios. Sin embargo, mi miseria se volvió más grande, pues me sentía más condenado cuando pecaba otra vez, y ahora mis amigos se reían de mí porque yo seguía siendo el mismo. Ni la oración, ni la lectura de la Biblia, ni el ayuno me ayudaron ni un poquito para convertirme en una verdadera nueva criatura como se prometía y se exigía desde el púlpito.

Rebelión y Búsqueda

Después de un año de estar asistiendo a la iglesia y participando en varias actividades, aunque había recibido algo de conocimiento bíblico, me sentía como un total fracaso. Me daba envidia que mis amigos podían ir a fiestas y andar con chicas mientras yo me reprimía. Un día hice una oración muy honesta. Llorando de rodillas en una banca de atrás en el templo, dije, “¡Dios, realmente lo siento! No puedo seguir así. Mi verdadero deseo es conocer el mundo; no puedo negarte a Ti que quiero pecar, y yo no puedo vivir esta vida ‘cristiana’.”
Ese fue el último día que fui a la iglesia por un tiempo.
Luego comencé la búsqueda de un verdadero significado de la vida. Me encontré con que no podía disfrutar el mundo abiertamente porque todavía tenía lo que yo pensaba que era el temor de Dios. Sin embargo, cada vez que pude, furtivamente, caí en fornicación, pornografía y cosas similares. Me sentía miserable porque no podía pecar abiertamente, y yo estaba convencido de que no quería poner un pie en una iglesia otra vez. Allí me había cansado de mi hipocresía, pero también resentía la hipocresía de los líderes adultos, llenos de arrogancia, mentiras y chismes. Detestaba las prédicas, las cuales eran redundantes y sin sentido, eternamente aburridas.
Yo siempre tuve curiosidad por los misterios de la vida y del universo. Continuamente me acechaba la idea de que tenía que haber algo acerca de Dios más grande que lo que se enseñaba en la iglesia. Así que me obsesioné con la literatura sobre OVNIS y con algunos libros de Nueva Era, especialmente de Wayne Dyer y Deepak Chopra, y otros materiales relacionados con las culturas antiguas y el misticismo. Pensaba que estaba descubriendo por qué yo no estaba satisfecho con lo que había aprendido en la iglesia. Esas nuevas enseñanzas me resultaron tan fascinantes que llegué a pensar que los cristianos que yo conocía no tenían ni un diez por ciento de la “sabiduría” que estaba encontrando en esos libros. En realidad, no estaba tan equivocado sobre eso.

Nuevo Intento de Enderezarme

Pasaron ocho años y yo seguía firme en mi decisión de no regresar a la iglesia. Sin embargo, conseguí un trabajo en una escuela cristiana (no mi empleo actual) donde la directora me preguntó sobre mi relación con Dios. Le dije que no tenía ninguna relación por el momento y ella me dijo: “Dios tiene Sus propósitos, y ¿quién sabe si Él tiene algo para usted aquí?” Yo necesitaba el empleo, así que lo acepté con gusto.
Esa escuela realizaba retiros anuales para “ministrar” a los estudiantes. Yo decidí asistir a uno de esos retiros para ver qué sucedía allí. En ese retiro me sentí literalmente bombardeado. Cada actividad y enseñanza me confrontaban con el hecho de que yo necesitaba a Dios en mi vida de acuerdo a todo lo que ellos decían. Me resistí hasta el último culto donde me sentí abrumado por una atmósfera de muchachos y muchachas “entregándole sus vidas a Jesús.” De repente, empecé a sentir la convicción de que yo le había fallado a Dios miserablemente. Se me salieron las lágrimas y no pude evitar irme con la corriente. Otra vez me “reconcilié” con Jesús.
Comencé a ir a la iglesia de nuevo, a otra iglesia de Santidad que operaba en el mismo edificio de la escuela donde yo trabajaba. Para entonces yo tenía como 26 años. El pastor era un hombre muy preparado, balanceado en sus enseñanzas, y para mí, él hablaba con sensatez. Él se me acercó y dijo que quería discipularme.
Estudié la Biblia con él por un par de años, pero luego caí en pecado otra vez, aunque yo era de los discípulos más prometedores según el pastor. Esta vez yo no sabía qué hacer, pero traté de mantenerme fuera de problemas hasta donde pude. Por alguna razón, ciertamente no mi físico, varias chicas siempre estaban poniendo a prueba mi “santidad.” Por supuesto, fallé otra vez.

Buscando Pastos Más Verdes

Un día me invitaron a otra iglesia, “Palabra Revelada”. Me dijeron que allí tenían estudios Bíblicos muy interesantes los días martes y que yo estaba invitado aunque perteneciera a otra iglesia. La primera vez que entré en esa iglesia, me impresionó la mujer que estaba predicando. Se miraba tan diferente a cualquier otro predicador que yo había conocido u oído. Ella sonaba valiente y como alguien que tenía autoridad en lo que decía.
Para ese tiempo, yo había estado haciendo el negocio de Amway y encontré que las “enseñanzas de fe” de PR eran similares a los seminarios motivacionales de Amway. Ella también sonaba tan mística como los libros de Nueva Era que yo había leído antes. Luego conocí a su esposo quien, temporalmente, pastoreaba otra sección de la iglesia en otro local de la ciudad. Él se miraba bastante salvaje; yo lo comparaba con Juan el Bautista por la forma en que se vestía y por su forma alocada de enseñar (yo sé que Juan el Bautista no era así). Este hombre no se parecía en nada a ningún pastor tradicional que yo hubiera conocido. Por un momento pensé, “¡Esto es! ¡Es lo yo que había estado buscando!”
Invité a dos amigas a que me acompañaran, a Tirsa, mi mejor amiga en ese tiempo, y a Delia, quien se convirtió en mi esposa. (Ellas no estaban involucradas en ninguna iglesia.) Ellas también se impresionaron, pero dudo que haya sido por las mismas razones. Yo pensé que podría combinar las enseñanzas de la Iglesia de Santidad y las de Palabra Revelada. Sin embargo, Delia y yo ya estábamos involucrados físicamente y ambos sabíamos que andábamos mal y que tendríamos que enfrentar nuestro pecado. Salí de la Iglesia de Santidad y me uní a Palabra Revelada. Decidimos hablar con los pastores de PR y ellos nos prestaron su atención muy comprensivamente. Ellos trataron de ayudarnos tanto como pudieron, guiándonos a arrepentirnos y a separarnos en lo físico hasta que estuviéramos listos para casarnos, si esa era la voluntad de Dios.
Se llegó el día en que estábamos listos para casarnos. Los pastores fueron muy generosos con nosotros, dándonos todo su apoyo para vernos “restaurados.” Nosotros también creíamos que estábamos siendo restaurados, y comenzamos a hacer todo lo que podíamos y a aprender y a servir diligentemente en esa iglesia. La pastora, Mirna Símonson, una vez dijo que miraba un “gran llamado” sobre mi vida. Esa era la segunda vez que yo oía decir tal cosa de mí. Honestamente, yo quería creer eso, pero no tenía idea de lo que me estaban hablando, y tampoco estaba tan interesado en averiguarlo.

Comienzo del Trabajo Duro

Al pasar el tiempo, llegamos a ser líderes en esa iglesia. Comenzamos visitando gente con el ministerio de evangelismo, y yo me uní al grupo de alabanza; luego quedé a cargo del ministerio de jóvenes, y finalmente llegué a ser uno del equipo de pastores de la iglesia, y luego también mi esposa llegó a ser pastora. Servimos en todas las formas que pudimos, desde colocar las sillas para los cultos hasta predicar, dar consejerías y cualquier cosa que se nos pidiera. Nuestra agenda estaba siempre llena de actividades de la iglesia – cultos, reuniones, consejerías, reuniones especiales de oración, retiros, seminarios, etc. La gente creía que nosotros éramos un buen ejemplo en la iglesia, y nosotros también lo creímos, por un tiempo.
A la gente de esa iglesia les caíamos bien por varias razones que mencionaban, y nosotros siempre tratábamos de estar a la orden de quienes lo requirieran. Sin embargo, nunca pudimos desarrollar una relación cercana y profunda con los pastores principales, ni con nadie más en realidad. Queríamos ser cercanos con los pastores, y creo que ellos también, y de algún modo lo intentamos, pero simplemente no fue posible. Ellos trataron de darnos apertura, especialmente cuando tratamos de hablar de nuestros problemas matrimoniales, los cuales se habían vuelto más serios con el paso de los años. Nosotros siempre pensamos, y agradecimos, el hecho de que ellos hicieron muchas cosas por nosotros, como el apoyarnos en nuestros “ministerios” y hasta ayudarnos económicamente en algunas ocasiones.
Yo no entendía con claridad por qué nunca podíamos prosperar en nada, y aun si recibíamos algún buen ingreso, como sucedió en ocasiones, nunca era suficiente. Dábamos diezmos y ofrendas, y creíamos que lo hacíamos con corazones sinceros, pero no mirábamos la bendición en ello. Otros miembros sinceros de la congregación también nos decían que a ellos les sucedía igual.
Como yo no estaba experimentando satisfacción en ninguna área de mi vida, empecé a preguntarme si es que algo no estaba bien con la iglesia en general. Para empezar, yo sabía de mis pecados y fracasos personales, pero pensé que eso me pasaba sólo a mí. Sin embargo, yo miraba que nuestros amigos también estaban cansados y frustrados con el trabajo de la iglesia y en reuniones y consejerías, nos dábamos cuenta de pecados y de situaciones de sus vidas personales. Delia y yo nos sentíamos frustrados e impotentes al ver que no éramos capaces de ayudar, aunque algunos pensaban que les ayudábamos. En realidad, en muchas formas nosotros estábamos peor que alguna gente que tratábamos de ayudar.

Un Año Crucial

Al inicio de 2009, empezamos un estudio Bíblico con y para los líderes de la iglesia. Yo era uno de los maestros, y una de las lecciones del programa se trataba de la cruz. Ese tema me tuvo ocupado en mi mente y en mi corazón. Cuanto más leía sobre el mismo en la Biblia, más me daba cuenta de que eso no era real en mí, ni en nadie más que yo conociera.
Empecé a clamarle al Señor que me mostrara el camino de la cruz. Yo me preguntaba por qué ninguno de los cristianos que yo conocía eran perseguidos, aborrecidos, o rechazados por el mundo, excepto por nuestras molestas actitudes o por nuestra hipocresía. También observaba que en los niveles más altos, “apóstoles” y “profetas” de la misma ciudad realmente no tenían buenas relaciones entre sí; más bien actuaban como gente de negocios, muy diplomáticos, quienes siempre buscan su propia conveniencia en cualquier relación.
Yo creía que la cruz era algo que yo nunca había experimentado en mi vida, y no es que yo entendía de qué se trataba realmente. En una ocasión, después de predicar en el culto de un domingo por la tarde, terminé llorando y orando con estas palabras: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de mi Dios?” (Salmo 42:1) No podía dejar de orar esas palabras; fue un gemir muy real en mi corazón, no simple poesía como para impresionar a la audiencia.
En abril del mismo año, yo estaba buscando información sobre falsos profetas en el internet. Llegué a The Path of Truth donde encontré una larga lista de falsos profetas y maestros. Leí algo de información que tenían allí y luego miré una ventana con una invitación a hablar con ellos. Entré al chat y hablé con Paul Cohen. Le dije algo sobre mí y le comenté que andaba buscando información sobre falsos profetas en caso de que yo o mis pastores tuviéramos alguna marca de falsedad. Por supuesto que yo no creía eso, pero me sentí movido a expresarlo así. Chateamos por unos minutos y luego le dije que escribiría más acerca de mí mismo y de mi iglesia.
Le escribí una carta a Paul contándole sobre mi situación en la iglesia y lo que yo estaba percibiendo durante esos días. Le conté sobre las cosas buenas que según yo teníamos y acerca de algunas inquietudes mías. Le dije que yo temía que habíamos terminado sirviendo más a los cultos de la iglesia que al Señor de la Iglesia.
Cuando Paul me respondió, me escribió una extensa carta que realmente me impactó. Primero, pensé que se requería que alguien tuviera la vida de Dios para que se tomara el tiempo de responderme en forma tan cuidadosa, profunda y extensa, siendo yo un extraño. Sentía que Dios había empezado a hablarme y empecé a experimentar una profunda necesidad de salir de la iglesia para ver la realidad de Dios, pero no estaba tan seguro que ese fuera el camino correcto. Algo que hasta me dio miedo fue que Paul me dijo que sentía testimonio de que en nuestra iglesia había adulterio y fornicación tanto en lo espiritual como en lo físico. Años atrás, yo había cometido adulterio físico y me lo había guardado en secreto. Yo no quería enfrentar esa realidad con nadie. También sentía yo que, a pesar de todo, yo le pertenecía al Señor, así que entonces estaba en adulterio espiritual si estaba en una iglesia que no era Su Iglesia.
Tuvimos algunos intercambios tratando varias ideas sobre los caminos de los hombres y los caminos del Señor, pero yo no estaba totalmente convencido de que estuviera oyendo la verdad absoluta. De hecho, aunque yo había dicho que andaba investigando sobre los profetas falsos para ver si mis pastores o yo pudiéramos caer en esa categoría, yo no esperaba que tal posibilidad fuera real. Entonces preferí apartarme y volver a hacer lo que sabía hacer en la iglesia, pero tratando de hacerlo mejor o de poner más diligencia en mi “ministerio” y en mis clases de “discipulado.”

Abriendo Los Ojos

Los siguientes seis meses fueron una verdadera tortura para mí y para mi esposa. Habíamos estado destruyéndonos el uno al otro más que suficiente, pero las cosas empeoraron en nuestro matrimonio, y el trabajo de la iglesia se volvió una pesada carga, tan abrumante que ya casi no lo podíamos soportar. La rutina, la monotonía, la falta de realidad que vivíamos cada día y cada semana en la iglesia era un buen reflejo de nuestra relación matrimonial, o al revés. Todo se estaba derrumbando, llenos de engaño, misterio y de vanos esfuerzos para que las cosas funcionaran.
En cada culto, yo empecé a notar más errores en las enseñanzas, como nunca antes. Sin embargo, yo consideré que esa no era una buena razón para tomar una decisión radical de dejar la iglesia. Pero yo seguía clamando a Dios que me mostrara el camino. Yo no estaba seguro de cuál era el camino, pero hubo algo de lo que me convencía cada vez más: Estábamos en el camino equivocado, el cual no nos llevaba más que a nuestra inevitable destrucción, junto con muchas otras personas.
Curiosamente, al inicio de ese mismo año, Mirna había dado una interesante profecía. Ella dijo: “Este año tomaremos un camino que nunca hemos andado, cruzaremos un Jordán espiritual y ¡la ramera será desnudada!” Me pregunto si ella llegó a averiguar de qué estaba hablando ella misma; nunca lo explicó. Sin embargo, esas palabras se hicieron realidad para nosotros en una forma muy seria.
Mi esposa se preocupó cuando le anuncié que definitivamente dejaríamos la iglesia. Ella se sentía insegura, pero a la vez, ella sentía la misma necesidad. Ella no soportaba estar allí con una idea en mente que no se realizaba. Me preguntó: “¿De verdad vamos a salirnos de la iglesia? ¿Qué vamos a hacer después? ¿Cuándo tomaremos acción?”
Después que salimos de la iglesia, el “apóstol,” Bernardo Símonson, especuló que fue mi esposa quien me sacó de la iglesia. En cierta forma, así fue, pero no como él se imaginó. En octubre de 2009, le dije a Delia que yo sentía que Dios nos iba a confirmar nuestra salida durante la siguiente reunión de liderazgo de ese mes. El 21 de octubre tuvimos un retiro de liderazgo donde se darían nuevos lineamientos en cuanto al sistema de trabajo de la iglesia para el siguiente año.
Curiosamente, Bernardo empezó su participación diciendo: “Hemos oído la palabra ‘iglesia’ por tanto tiempo, y yo les puedo decir que no tenemos idea de lo que eso significa. Es mucho más de lo que hemos pensado, y pronto les voy a estar hablando más de eso. Por ahora, puedo decirles que tenemos mucho por hacer, pero queremos trabajar solamente con los que de verdad estén comprometidos. Los que se sienten vacilantes, mejor vayan y búsquense otro lugar ahora. Decídanse, pues no vamos a caminar con gente a medias…”
Esas palabras retumbaron en mi corazón como el sonido de una trompeta. Era como que Dios me estuviera diciendo, “¿Quieres mas confirmación?”
Luego, le tocaba hablar a Mirna. En cada sesión que teníamos con líderes y pastores, Bernardo y de Mirna se quejaban de nuestro trabajo, pero ¡esta vez, ella se lució! Empezó dirigiéndose a los jóvenes, diciéndoles que no pusieran su mirada en nosotros - los adultos - como ejemplos a seguir.
Esta es una generación vetusta; ellos ya no harán mucho. Sus corazones se han endurecido y ya no van a cambiar. Ustedes son los llamados a hacer la obra, pero no hagan como estos han hecho…” dijo ella, entre otras cosas, en una forma abrupta.
¡Vaya, esas palabras siguen resonando en mi mente! No porque me ofendieran – yo sabía que ella tenía razón por lo menos en parte. Pero yo estaba sorprendido de que ella pensara que sus “pastores” y líderes mayores estuvieran en tal condición, y aun así considerarlos pastores y líderes. Esa era una terrible contradicción.
Yo ya le había preguntado a ella, en otra reunión de pastores, qué estaba ocurriendo en la iglesia. Yo le pregunté: “Si nosotros no damos la talla como pastores, ¿cómo podemos esperar que las ovejas algún día lleguen a conocer al Señor?” Luego agregué: “Siento que algo anda terriblemente mal con la iglesia en general, no sólo la nuestra, sino como un todo. Esto me hace pensar en las palabras del apóstol Pablo a los Corintios donde él les dijo que temía que ellos hubieran sido engañados así como la serpiente engañó a Eva.”
Mirna trató de comprenderme y dijo que se iba a tomar el tiempo de platicar conmigo en privado, como yo se lo había pedido. Ella lo hizo así, y cuando le expresé mis pensamientos con más detalles, ella dijo que yo me estaba enfocando en la forma externa de hacer las cosas. Dijo que era una crisis personal por la que yo estaba pasando, un ciclo de cansarme de hacer lo correcto en mis propias fuerzas, descarriarme y luego regresar al camino.
¡Usted tiene que romper con ese ciclo!” concluyó ella.
Yo vi que sus palabras tenían sentido. Yo sabía que yo “obedecía” a Dios solamente por un tiempo y luego volvía a caer en pecado, sin experimentar un verdadero cambio en mí, así que pensé que ella podía tener razón en lo que me dijo. Sin embargo, yo seguía sintiendo que estábamos llenos de contradicciones, las cuales realmente yo no entendía. Por ejemplo, ¿cómo podía ser yo un pastor?

Tiempo de Partir

Entonces, en esa reunión de líderes en octubre, Dios usó las palabras de Bernardo y de Mirna para confirmarme que era tiempo de partir. Todo el año, yo me había estado preguntando qué pasaría con la profecía que se dio al inicio. Después de ese retiro, llamé a Mirna y le pedí que nos diera un tiempo para hablar con ella y con Bernardo.
Creo que es hora de que nosotros crucemos ese Jordán de una vez por todas,” le dije.
Ella aceptó reunirse con nosotros al día siguiente. Cuando anuncié mi decisión de salir de la iglesia, ella se sorprendió, pero dijo que ya se esperaba algo así desde el momento en que la llamé. Yo les dije que estábamos muy agradecidos por todo lo que ellos habían hecho por nosotros y que no teníamos problemas con nadie de la iglesia.
Sin embargo, siento que si no tomo este camino, me muero,” concluí.
Ellos se sintieron algo confundidos por el hecho de que yo no sabía hacia dónde me dirigía. No iba para ninguna iglesia y fui enfático en que no pensaba iniciar una nueva. También aclaré que no íbamos a persuadir a que nos siguiera nadie de la iglesia.
Mirna dijo que por muchos años en su ministerio, ella había visto gente ir y venir, pero nosotros éramos los primeros de quienes ella realmente no sabía qué pensar. “Con todo y todo,” concluyó ella, “no quiero ser un obstáculo en algo que el Señor podría querer hacer con ustedes. Así que no podemos detenerlos, aunque quisiéramos que no se fueran.”
Yo le había orado a Dios que si era Su voluntad que saliéramos, nuestra plática con Bernardo y Mirna sería en paz. Bernardo quiso persuadirnos, pero Mirna dijo que estaba bien dejarnos ir. Quedamos en que tendríamos una plática más adelante por si había algo que yo quisiera expresar una vez que me sintiera libre de la presión de que ellos fueran autoridad sobre nosotros. A mí me pareció muy bien esa idea, así que establecimos una fecha para dirigirnos a todos los líderes para despedirnos y aclarar que nos íbamos en paz con todos.
El 4 de noviembre de 2009, tuvimos esa reunión. Fue en uno de los salones de la iglesia y era con todos los líderes y pastores de la iglesia local y de otras iglesias hijas de fuera de la ciudad. Yo llegué allí más temprano que todos. Como estaba solo, abrí mi Biblia y me fui directo al libro de Lamentaciones, a un pasaje que nunca me había detenido a mirar:
Se ha cumplido el castigo de tu iniquidad, oh hija de Sion: Nunca más te haré llevar cautiva…” (Lamentaciones 4:22).
Cuando leí esa Escritura, se me llenaron de lágrimas los ojos, y sentí como que estaba saliendo de una prisión, aunque había sido necesaria en mi vida. Sentí que el Señor realmente me estaba hablando, animándome a tener fe y seguir todo el camino.
La gente nos bendijo en esa reunión y oraron por nuestro bienestar en el camino que habíamos decidido tomar. Teníamos emociones mezcladas – paz, temor, libertad, dolor, etc. Pero yo tenía la convicción de que estábamos obedeciendo al Señor antes que a los hombres, y así se lo declaré a la congregación. Con lágrimas en mis ojos, les dije que ellos habían sido nuestra familia todos esos años, pero que el Señor nos estaba llamando a salir, de modo que era mejor obedecerle a Él aunque nos costara todo.
Mi esposa estaba algo resentida porque habíamos oído comentarios de que habíamos caído en apostasía; creíamos que Bernardo había hecho esos comentarios sin mencionar nuestros nombres. Era bastante obvio de quiénes estaba hablando, pero él nunca nos lo dijo directamente y hasta trató de aclarar que no estaba refiriéndose a nosotros. Eso sólo Dios lo sabe con seguridad. Entonces Delia se quejó de ellos como cuerpo de líderes, diciéndoles que si hubieran sido los amigos que decían ser, no estarían juzgándonos por nuestra decisión, pues ni siquiera entendían por lo que estábamos pasando. Les dijo que era obvio que nunca nos habían conocido.
Fue gran discurso el que pronunció Delia, aunque habíamos acordado que no íbamos a mencionar nada del asunto. Eso molestó mucho a Mirna y probablemente la hizo cambiar de opinión sobre si era el Señor el que estaba tratando con nosotros. Ella hasta nos aconsejó allí mismo, que nos olvidáramos de esa iglesia y que no volviéramos a poner atención a lo que pasara allí. Ella nos advirtió que, “como madre,” era su deber proteger a sus hijos. Por supuesto, ella dijo esas cosas en forma muy diplomática. Luego ellos oraron por nosotros y toda la congregación vino y nos despidieron con besos y abrazos, llorando y confundidos acerca de por qué exactamente era que nos teníamos que ir.
Dos días después, se convocó una reunión de líderes. Con preocupación, algunos amigos que quedaron en la iglesia nos informaron que a todos ellos se les advirtió acerca del “espíritu” que nos había atrapado. Mirna les dijo que el Espíritu Santo le había revelado a ella que nosotros habíamos sido engañados en el internet. Es interesante el hecho de que en esos días yo estaba desconectado de cualquier persona, real o virtual, aunque yo seguía leyendo de varios sitios del internet; nos sentíamos muy solos, solamente con la esperanza de que Dios estaba de nuestro lado para liberarnos. Mirna les dijo que cortaran toda relación con nosotros, en persona o por teléfono o como fuera. Ella les advirtió que podrían “contaminarse.”
Mientras tanto, mi madre y parte de mi familia siguieron en esa iglesia por algunos meses hasta que el Señor les mostró que las cosas no andaban bien, que Él no estaba en ese “ministerio.” Pero ésta es otra historia.

Tiempo de Desierto y de Juicio

Cuando salimos, el primer domingo nos quedamos en casa. Sentimos una impresionante sensación de libertad y liberación, como si habíamos andado caminando por kilómetros y luego tomábamos un descanso. De verdad que fue un descanso, pues el Señor nos estaba preparando para confrontar nuestra realidad, la cual estaba oculta aun a nosotros mismos. Ese domingo leímos todo el libro de Oseas, y sentimos que todo el libro nos hablaba directamente a nosotros, así como a la iglesia, pero no sabíamos exactamente cómo. Yo seguí leyendo los libros de los profetas y cada día miraba yo en ellos cómo era que el Señor miraba a las iglesias de estos días.
Dos meses después de nuestra partida, el 31 de diciembre de 2009, yo decidí contactar a Paul Cohen en The Path of Truth otra vez. Yo le había estado pidiendo dirección al Señor, pues yo admitía que no podríamos lograrlo nosotros solos. No podíamos ser llaneros solitarios. Algunas personas nos habían dicho que si empezábamos una iglesia, con gusto se unirían a nosotros. Yo pensé en la condición tan ciega que estaba el pueblo; ellos no tenían ni idea que nosotros podríamos estar mucho peor que ellos.
Le escribí una carta a Paul y le conté acerca de los últimos acontecimientos. Paul me informó que Víctor me había escrito una carta que yo nunca respondí, pero la verdad es que nunca recibí esa carta. Todo fue obra del Señor para Sus propósitos con nosotros, especialmente para mostrar que Su obra con nosotros era más interna que externa, de modo que no pusiéramos nuestra confianza en los hombres o en motivaciones externas para salir fuera del campamento. Realmente estoy agradecido que hayamos salido del sistema de la iglesia sin necesidad de presión humana; fue una obra interna que no me dejaba en paz hasta que obedecí.
La mejor parte del viaje estaba por comenzar. Ahora que yo había establecido una comunicación más estable con Víctor y Paul, ellos empezaron a aclararme muchas cosas. Una cosa que dijeron fue que habíamos sido dolorosamente contaminados por la Ramera. Esto se hizo evidente en lo que seguimos adelante, y cuando se llegó el tiempo de confrontar nuestros pecados y nuestra naturaleza de pecado. El Señor comenzó a exponer nuestros pecados ocultos, por sueños y directamente.
Tuvimos un tiempo tan difícil con la confrontación y la confesión de pecados, pues habíamos sido entrenados – no directamente, pero implícitamente – a guardarnos las cosas como para preservar nuestra imagen intacta. Fue tan duro admitir nuestra maldad y pedir perdón y perdonar. Sin embargo, fue la experiencia más liberadora el ser capaz de admitir y confesar nuestros pecados ocultos los cuales habían resultado en circunstancias que claramente testificaban contra nosotros. Estoy hablando de confesar adulterio (espiritual y físico), mentiras, orgullo, engaños y temores perversos. En realidad nunca habíamos conocido al Señor y más bien éramos Sus enemigos completamente, aborreciendo la verdad y amando las mentiras, prefiriendo nuestras propias vidas antes que la Suya. El Señor me mostró una Escritura que, entre muchas otras, yo aprendí dolorosamente en la práctica:
Salmo 50:16-21 (RVG)
(16) Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que narrar Mis leyes, y que tomar Mi pacto en tu boca?
(17) Pues tú aborreces la instrucción, y echas a tu espalda Mis palabras.
(18) Si veías al ladrón, tú corrías con él; y con los adúlteros era tu parte.
(19) Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño.
(20) Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia.
(21) Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto sería Yo como tú; pero Yo te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.
Durante estos años que han pasado desde que salimos de la iglesia, hemos visto la impresionante bondad del Señor, así como también hemos podido ver nuestra iniquidad. Estábamos tan engañados sobre nosotros mismos que podíamos engañar a otros, pero a Dios no se le puede engañar, definitivamente.
Su misericordia ha sido mucho más grande que nuestras expectativas; Él ha estado haciendo un maravilloso trabajo de exponer, limpiar, sanar, reprender, enseñar y restaurar en formas muy específicas, como nunca antes. Él nos ha dado, junto a otros pocos aquí en Honduras, la gracia para ver la realidad por lo que es. Ahora podemos diferenciar entre la verdad y el error mas fácilmente; nuestro juicio de las cosas y de nosotros mismos había estado tan torcido que hasta creíamos saber mucho, así como tanta gente, pero ya no estamos engañados, por la gracia de Dios.
Doy gracias al Señor por lo que Él nos ha provisto en The Path Of Truth, un verdadero refugio contra la tormenta, porque Él está presente aquí. Yo tuve un sueño, breve pero muy significativo, cuando yo no sabía mucho acerca de Víctor y Paul, pero sí había leído algo en su sitio web:
Yo veía que mi familia y yo llegábamos a un lugar al pie de una montaña. La tierra se miraba tan fértil, tan suave y limpia, rodeada de colinas llenas de pinos verdes. Llegamos a una pequeña cabaña, hecha de trozos de roble, como las que yo sólo había visto en películas. De la cabaña salieron dos hombres muy altos, como de 3 metros de altura. En medio de ellos dos estaba mi papá quien había muerto en 2004. Ellos vinieron a recibirnos muy contentos, invitándonos a quedarnos. Yo iba al frente; mi esposa, mi mamá y otras personas venían después de mí. Yo empecé a hablar con aquellos hombres y con mi padre, pero no sé qué decíamos, sólo que ellos nos daban una bienvenida muy cálida.
Ese fue el final del sueño. Así que aquí estoy hoy, junto con otros familiares y amigos, aprendiendo los caminos del Señor que son contrarios a los que habíamos conocido antes. Ha sido un verdadero reto, nada fácil, pero por Su gracia, estamos en el camino que debemos andar. Él nos ha hecho saber, en muchas formas, que Él ha fijado sus ojos sobre nosotros, no porque seamos algo, sino porque no somos nada. Y por Su gracia continuaremos hasta el final.
El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalipsis 3:5 RVG)

Edwin Martin Romero
Tegucigalpa, Honduras

NOTA DEL ADMINISTRADOR:
Sobre este ministerio sugerimos leer la nota introductoria, que pusimos en nuestro primer artículo:



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