- El libre albedríopor J. N. DarbyEl gran número de mis ocupaciones me hizo perder un poco de vista un tema importante de su carta. La doctrina del libre albedrío, que vuelve a resurgir en nuestros tiempos, equivale a afirmar que el hombre natural, según se pretende, no está totalmente perdido. Todos los que no han estado nunca profundamente convencidos de pecado, o aquellos para los cuales esta convicción se basa tan sólo en gruesos y manifiestos pecados, admiten más o menos el libre albedrío. Es la doctrina de todos los arminianos, de todos los razonadores, de todos los filósofos. Ahora bien, esta doctrina cambia completamente la idea del cristianismo y lo pervierte enteramente.Si Cristo vino para salvar lo que está perdido, el libre albedrío no tiene razón ser. No es que Dios impide al hombre recibir a Cristo; lejos de eso. Pero entonces incluso cuando Dios emplea todos los medios posibles, todo lo que es capaz de actuar sobre el corazón del hombre, eso sólo sirve para demostrar que el hombre no quiere a Cristo, que su corazón es tan corrompido, y su voluntad tan determinada a no someterse a Dios (independientemente del hecho de que el diablo le anima a pecar), que nada puede llevarlo a recibir al Señor y a abandonar el pecado. Si por esta expresión: «libertad del hombre», se entiende que nadie puede forzarle a rechazar al Señor, esta libertad existe plenamente. Pero si se admite que, a causa de la soberanía del pecado de que es esclavo, y eso voluntariamente, no puede escapar de su estado y elegir el bien (incluso reconociendo que es el bien y aprobándolo), entonces no tiene ninguna libertad. No se somete a la ley de Dios, ni tampoco puede; de modo que aquellos que están en la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:8).Ahora bien, es aquí donde tocamos más de cerca el fondo de la cuestión. Para ser salvos, ¿es necesario que el viejo hombre sea cambiado, instruido y santificado, o más bien que recibamos una nueva naturaleza? El carácter general de la incredulidad de este tiempo, no consiste en negar formalmente el cristianismo, como era el caso antes; no se rechaza abiertamente a Cristo, sino que se lo recibe como una persona, e incluso se dirá divina, inspirada (pero en cierta medida), y que restablece al hombre en su posición de hijo de Dios. Pero cuando los wesleyanos son enseñados por Dios, la fe les hace sentir que sin Cristo están perdidos, y que se trata de una cuestión de salvación. Solamente su repugnancia respecto a la pura gracia, su deseo de ganar a los hombres, una mezcla de caridad y del espíritu del hombre; en una palabra, su confianza en sus propias capacidades, hace que tengan confusión en su enseñanza y les lleva, como a otros, a no reconocer la caída total del hombre.En cuanto a mí, veo en la Escritura, y reconozco en mí mismo, la ruina total del hombre. Veo que la cruz es el fin de todos los medios que Dios empleó para ganar el corazón del hombre; y, por tanto, demuestra que ello era imposible. Dios agotó todos sus recursos; el hombre probó que es irremediablemente malvado; la cruz de Cristo lo condena, condena el pecado en la carne. Pero esta condena, que se manifestó en el hecho de que otro la sufrió, es la perfecta salvación de los que creen; ya que la condena, el juicio del pecado, está detrás de nosotros; la vida fue la salida de ella en la resurrección. Hemos muerto al pecado y somos hechos vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. La redención, la palabra misma, pierde su fuerza cuando uno conserva respecto del viejo hombre las ideas de que hablé más arriba. La redención se convierte en una mejora, una liberación práctica de un estado moral, y no es ya la redención cumplida por la obra de otro. El cristianismo enseña la muerte del viejo hombre y su justa condenación, luego la redención cumplida por Cristo, y una nueva vida, la vida eterna, descendida del cielo en su Persona, y que se nos comunica cuando Cristo entra en nosotros por la Palabra. El arminianismo, o más bien el pelagianismo, pretende que el hombre puede elegir, y que el viejo hombre es así mejorado por aquello que aceptó. El primer paso se da sin la gracia, y es realmente, en este caso, el primer paso que cuesta.Creo que debemos atenernos a la Escritura, pero según la opinión filosófica y moral, el libre albedrío es una teoría falsa y absurda. El libre albedrío es un estado de pecado. El hombre no debiera tener que elegir, puesto que está fuera del bien. ¿Por qué se halla en este estado? No debería tener voluntad, ni ninguna elección que hacer. Debería obedecer y gozar en paz. Si debe elegir el bien, es porque no lo tiene aún. En todo caso, no tomó su decisión, puesto que, en sí mismo, carece de lo que es el bien. Pero, en realidad, el hombre está dispuesto a seguir el mal. ¡Qué crueldad es proponer un deber a una criatura que ya se volvió hacia el mal! Además, filosóficamente hablando, para elegir, es necesario que el hombre sea indiferente, de otro modo ya eligió en cuanto a su voluntad; debe ser, pues, absolutamente indiferente. Ahora bien, suponiendo que sea absolutamente indiferente, ¿qué es lo que determinará su elección? Una criatura debe tener un motivo, pero el hombre no tiene ninguno, puesto que es indiferente; y si no lo es, es porque eligió.Al final de cuenta, no es nada así. El hombre tiene una conciencia, pero tiene también una voluntad y concupiscencias, y ellas son lo que lo conducen. El hombre era libre en el paraíso, pero entonces gozaba del bien. Elegía libremente, y la consecuencia fue que se volvió pecador. Dejarlo librado a su libre elección, ahora que está dispuesto a hacer el mal, sería una crueldad. Bajo la ley, Dios le presentó la elección, pero eso fue para convencer su conciencia del hecho de su estado, debido a que en ningún caso el hombre quiere ni el bien, ni a Dios.Creer que Dios ama al mundo, está perfectamente bien; pero el no creer que el hombre es en sí mismo irremediablemente perverso (y que lo está a pesar del remedio), eso es muy malo. Los que piensan así no se conocen a sí mismos y no conocen a Dios… El Señor viene, querido hermano; el tiempo que le queda al mundo se acaba. Que Dios nos encuentre velando y pensando en una sola cosa: en Aquel que ocupa Sus propios pensamientos, , nuestro precioso Salvador.Con afectuosos saludos, su hermanoJ. N. D.
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