Libro: SALID
DE ELLA PUEBLO MÍO, Peter White
Capítulo
Tres
AUTORIDAD Y
SUMISIÓN EN EL REINO DE DIOS
Sin sumisión
no se pueden formar en nuestras vidas ni el carácter ni la naturaleza de Dios.
Son
cristianos quienes nacen del Espíritu de Dios, por medio de su fe en Jesucristo
y en todo cuanto Él cumplió en el Calvario. Son salvos y su destino, cuando
mueran, es el cielo. Sin embargo, se supone que la salvación de Dios también
debe tener un efecto profundo sobre nuestras vidas terrenales, según se deduce
de la exhortación de la Escritura a: "...ocuparnos
en nuestra salvación con temor y temblor" (Fil. 2:12).
Este
versículo nada tiene que ver con que trabajemos para ir al cielo. Jesús se
encarga de eso. El pasaje se refiere a otro aspecto de la salvación que se
aplica a nuestras vidas en la tierra. Si vivimos en obediencia a las enseñanzas
de Jesús, gozaremos los beneficios de ser salvos del mundo y podremos
experimentar y gozar los privilegios de ser hijos de Dios. Jesús no tiene problemas en
llevarnos al cielo. Esa parte de su salvación es un regalo de su gracia. Sin embargo,
tiene un gran problema con nuestras libres voluntades, a las que jamás se
impone, aunque anhela nuestra sumisión voluntaria
a sus enseñanzas y a la voluntad de Dios. Si la sumisión no es voluntaria, se
convierte en subordinación.
El resultado
natural de nuestra obediencia a Jesús se traduce en la sumisión de nuestros
propios deseos y de nuestros egoísmos a los deseos de nuestro Señor y a las
necesidades de los demás.
La única
prueba verdadera de nuestro amor a Jesús, se encuentra en nuestra obediencia a
Cristo. Todas
nuestras actividades religiosas, nuestra sabiduría, conocimiento y manipulación
de las Escrituras, así como nuestras buenas obras, pueden tener sus raíces en
nuestro ego y ser improductivos por completo, si no estamos en sumisión a Él.
La única medida de nuestro amor por Jesús se muestra y encuentra en cuánto
obedecemos sus enseñanzas.
El objetivo
total de nuestra sumisión se halla en QUE CRISTO SEA FORMADO EN NOSOTROS.
El Nuevo
Testamento nos enseña a someternos a Dios y luego resistir al diablo, que huirá
de nosotros. Pero el diablo no huirá solamente a causa de nuestra sumisión a Dios. La Escritura también
nos enseña a someternos unos a otros,
pues el propósito de este sometimiento es para que vengamos a ser más como
Jesús, el primogénito entre muchos hermanos. También se nos ordena recibir reprensión y correcciones de
quienes nos aman y cuidan de nuestras almas. Asimismo se nos exhorta a someternos a las autoridades puestas por
Dios. Por tanto, una
actitud sumisa es esencial para quienes quieren crecer y desarrollarse hacia la
madurez en el Reino de Dios.
Sin embargo, la naturaleza y función de la autoridad
en el Reino de Dios, se opone diametralmente a la naturaleza y función de la
autoridad mundana (babilónica). En consecuencia, debemos renovar nuestras
mentes en esta área o caeremos en las redes del enemigo que de manera constante
oscurece nuestro entendimiento, nos quita las cosas buenas de Dios, nos las
hace inaprovechables y se complace en obstaculizar siempre nuestro crecimiento
espiritual verdadero.
Durante
siglos satanás ha introducido en las iglesias estructuras mundanas de autoridad y conceptos mundanos de
autoridad y sumisión. Como resultado, casi todos los cristianos viven esos
conceptos mundanos y no tienen ni idea que tales puntos son inaceptables en el
Reino de Dios. El concepto mundano de autoridad significa poder para gobernar a
los demás, para imponer nuestras voluntades, opiniones y decisiones a quienes
están bajo nosotros. El concepto mundano de sumisión significa subordinación y
una obediencia incuestionada a los líderes. A menudo esta obediencia tiene sus
raíces en el temor a quienes poseen la autoridad. Si un cristiano tiene estas
ideas, estará abierto al engaño satánico en la forma más sutil. En su deseo
genuino de agradar a Dios y de no ser rebelde, procurará someterse a todo
anciano o a cualquier ministro ordenado o pastor. Las mujeres harán lo mismo y
se someterán a sus esposos, en algunos casos aunque sus peticiones sean
perversas o su comportamiento intolerable, inclusive satánico, pues creen que
así agradan a Dios. Esta
clase de sumisión ciega o de obediencia incuestionada, no es lo que Dios quiere
y en verdad obstaculiza el crecimiento espiritual y la extensión del Reino de
Dios.
Si deseamos
llegar a la madurez en Cristo, debemos entender cómo funciona el gobierno en el
Reino de Dios y particularmente que todos nosotros tenemos como responsabilidad no someternos a un
liderazgo erróneo o en engaño, sobre todo cuando se trata de líderes inmaduros
o mundanos.
De acuerdo
con la inspiración del Espíritu Santo, tal como se puede leer en las Escrituras
que se compilaron en la Biblia, nuestra sumisión impone y crea una autoridad
sobre nuestras propias vidas. Esto se deduce de las siguientes palabras del
apóstol:
"¿No sabéis que si os sometéis a alguien
como esclavos para obedecerle, SOIS ESCLAVOS DE AQUEL A QUIEN
OBEDECEIS...?" (Ro. 6:16).
Por tanto,
la sumisión a una autoridad equivocada es una necedad. Debemos tener
discernimiento sobre las cosas en las que obedecemos y, obviamente, mucho más
respecto a quienes nos presentamos en sumisión.
Siempre
nuestro primer deber es someternos a Dios. Siempre la sumisión a nuestro REY tiene
prelación sobre cualesquiera otras cosas. La sumisión a los demás cristianos debería sujetarse a un
criterio: "¿Aquellos que
verdaderamente nos aman lo hacen incondicionalmente, y su preocupación
principal es formar más de Cristo en nosotros?" Si su énfasis
primordial está en conformarnos a sus creencias, doctrinas, reglas, requisitos
o a las constituciones de su organización religiosa o de su
"iglesia," entonces seamos prudentes, o podremos encontrarnos como
esclavos de algo o de alguien distinto de Cristo.
Pertenecer a
una iglesia que tiene sus pastores y ancianos, y obedecerlos, no es necesariamente
la sumisión en el sentido que Dios la quiere. Somos responsables de discernir si han sido colocados
allí por el Señor, o si esa posición de autoridad viene de uno de los sistemas
jerárquicos del mundo. En el Reino de Dios todos los conceptos y
principios se oponen totalmente a los del sistema mundano, cuyo diseño viene
del príncipe de este mundo. Por tanto, el gobierno de Dios es completamente
opuesto en naturaleza y funciones a la manera como obra el gobierno en los sistemas
y estructuras mundanos. EL GOBIERNO DE DIOS SIEMPRE PRODUCIRÁ EL GOZO Y LA PAZ
DEL ESPÍIRITU SANTO. En consecuencia, debemos cuestionar toda forma de gobierno
que no produzca paz y gozo en nuestro espíritu. Si nos domina, nos constriñe, o nos quita nuestro propio
proceso para hacer decisiones, entonces NO ES DE DIOS y estamos en la
obligación de resistirla y rechazarla.
El fracaso
en seguir este paso, al final nos pondrá en una miserable esclavitud religiosa
y nos estancaremos en una niñez espiritual, pues haremos sólo lo que se nos
dice para conformarnos al sistema, o perderemos nuestro gozo y nuestra paz.
Esto se produce porque el Espíritu Santo, que se halla dentro de nosotros, no
se puede jamás poner de acuerdo con el espíritu del mundo que obra ahí, en el
sistema religioso.
En todos los
sistemas religiosos del mundo se encuentran las mismas características de entender
la autoridad y la sumisión. El judaísmo exige obediencia a la autoridad
rabínica. El islamismo reclama de sus fieles una obediencia total a todos los
ayatollahs y mullahs. La iglesia católica abraza una autoridad suprema a su
Papa, con sus cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes, que forman una
autoridad de estructura piramidal, una jerarquía, a la que todo buen católico
se debe someter. En todas
las denominaciones protestantes, inclusive en los movimientos donde los hogares
se consideran como iglesias, casi todas las tendencias organizativas tienen una
estructura de control donde también se ve en acción la forma piramidal. Quienes
están arriba ejercen la autoridad. La coerción, las manipulaciones, el rechazo
y hasta la fuerza, son los métodos habituales para ejercitar la autoridad
mundana. Los sistemas
pueden ser muy sutiles o, por el contrario, bien notorios, pero si alguien no
se conforma y somete a los líderes, esas son las armas que al final se usarán.
Todo eso
está en rebeldía directa contra las claras órdenes de Jesús, quien prohibió a sus
discípulos el ejercicio de la autoridad en la forma como el mundo lo hace: "...Sabéis que los gobernantes de las
naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen potestad sobre
ellas. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande
entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros será vuestro siervo" (Mt. 20:25-27).
Hasta cuando los hijos de Dios no tengan el deseo
genuino y común de obedecer a Cristo y convertirse en sus discípulos perfectos,
los reinos de este mundo nunca vendrán a ser el Reino de Dios. Los
cristianos no tomamos en serio las palabras de Jesús y un poderoso espíritu de engaño nos impide ver que
Él es nuestra autoridad final. Si el Rey Jesús dice algo, entonces eso debe
ser lo definitivo. Sin embargo, estamos tan atados por los conceptos mundanos
que hasta usamos versículos de las Escrituras para contradecir sus enseñanzas y
luego seguimos nuestra comprensión
errada de esos versículos en lugar de obedecer al Señor. En efecto,
Jesús enseñó con toda claridad que quienes gobiernan o dirigen su Iglesia no se
deben enseñorear de los demás, es decir, no tienen ninguna razón para ejercer
la autoridad como el mundo lo hace.
En el Reino
de Dios se nos ordena convertirnos en siervos de aquellos a quienes dirigimos. Un
apóstol, anciano, pastor, esposo, o cualquier otro líder, no puede obrar de
modo diferente al de Jesús, quien nunca se impone a
alguien para someterlo a Él. Jesús da sus instrucciones y
luego permite
a sus discípulos obedecerle o no. Nunca los amenaza, ni manipula, ni los obliga. Y lo que es
todavía más maravilloso, jamás los rechaza o deja de amarlos si le desobedecen.
Cuando
Jacobo y Juan pidieron sentarse a la diestra y a la izquierda de su gloria
(Marcos 10:35-40), eran inmaduros, y
todavía estaban llenos de los conceptos mundanos de liderazgo y autoridad. Sus
mentes no habían alcanzado aún el nivel de siervos de Cristo; sus pensamientos,
sin renovar, eran competitivos y les
llevaban a pedir posiciones de importancia. Lo mismo pasó con los otros
discípulos que se enojaron ante la petición de los dos hermanos (Mateo 20:24). Entonces
Jesús los reunió a todos, les enseñó las diferencias entre la autoridad del
mundo y la autoridad de su Reino, y luego pasó a revelarles sus naturalezas y
espíritus completamente distintos.
Es posible
hacer una paráfrasis de las palabras de Jesús en Mateo 20: 25-28, de la siguiente
forma:
"Ustedes saben cómo se usa la autoridad en
el sistema del mundo, pero en mi Reino no será así. Ustedes deben aprender a
ser siervos de aquellos a quienes enseñan o dirigen, y para ejercer la autoridad no tienen que apelar a su oficio, o a su
ministerio a fin de hacer que los demás se les sometan. No pueden usar las promesas de recompensa o promoción o
estatus para manipular a las personas, como se hace en el mundo. El Reino
de Dios no funciona de esa manera. Ustedes solamente PUEDEN SERVIR Y DEBEN
PONER SUS DESEOS Y SU VIDA AL SERVICIO DEL BIEN DE LOS DEMÁS, según yo lo
demuestro con mis enseñanzas y con mi propia vida."
Jesús es
nuestro "modelo de hijo" y nunca le vemos obligar, manipular, o
forzar a alguien para que le obedezca o le siga. Con todo denuedo proclamó la
Palabra de Dios y que si se rechazaba su palabra, no haría ningún intento para
imponerla, ni iba a rogar a las gentes que le siguieran. Jamás usa su autoridad
espiritual para de alguna manera controlar a los demás. De la misma forma, el Espíritu Santo nunca nos
controla o nos quita el proceso de tomar nuestras decisiones. Nos guiará y nos
dirigirá, pero no empleará la fuerza para doblegar la más leve de nuestras
resistencias a Él.
Dios es
amor y espera que nuestra sumisión sea por completo voluntaria, sólo porque le amamos
y le respetamos. Los líderes en el Cuerpo
de Cristo no están por encima de su Maestro, y también deben esperar que otros se les sometan voluntariamente por amor y
respeto hacia ellos y porque sobre ellos se reconoce la unción de Dios. El
Rey nos ha prohibido usar la autoridad espiritual a fin de obtener una sumisión
que no sea voluntaria. Si eres obispo, o pastor, o anciano, o apóstol, o esposo que das
liderazgo a la esposa y a la familia, estás limitado por las mismas órdenes de
Jesús, si en verdad Él es tu Señor y Maestro.
El Nuevo
Testamento nos enseña con toda claridad a obedecer a nuestros líderes y a someternos
a su autoridad. Por tanto, es muy fácil producir mediante la teología bíblica
una comprensión equivocada del gobierno de la iglesia, que producirá un
liderazgo autocrático y seguidores bajo subordinación, que no entienden la
naturaleza ni el espíritu de la autoridad en el Reino de Dios. Mientras la
Escritura exhorta a los creyentes a obedecer a quienes velan por sus almas (Hebreos
13:17), jamás exhorta a los líderes a exigir la sumisión de los demás a su liderazgo
o ministerio. A los maridos se les exhorta a amar a sus esposas;
no se les ordena exigir sumisión ni dominar a sus mujeres, ni forzar sus
voluntades. Solamente se prescribe a las mujeres sujetarse a sus propios
esposos, como al Señor.
"Gobernar
bien" en el Reino de Dios es muy distinto a ser un gobernador o a tener
autoridad en el sistema del mundo, pero como la mundanalidad ha invadido todos
los sistemas religiosos, encontramos cristianos en posiciones de liderazgo que
se comportan como autoridades mundanas. En efecto, mientras algunos maridos
dominan a sus esposas, otros precisamente por su falta de inteligencia y de una
adecuada relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en una forma que
hasta se puede considerar y catalogar como una verdadera torpeza, por decir lo menos,
con algo de suavidad, destruyen la capacidad de la
mujer cristiana para tomar decisiones y, en muchísimos casos,
también destruyen sus matrimonios. De esta manera satanás triunfa y la pobre
pareja engañada ve la destrucción de sus vidas, simplemente por la ignorancia
sobre la autoridad espiritual que viene de Dios.
Los
pastores, los ancianos o los diáconos, en casi todas las estructuras de las
iglesias, consideran como un insulto si hay alguna oposición entre los miembros
del rebaño. El estatus se busca y se conserva, mientras se esgrime el poder
para hacer que los demás se conformen. En verdad, hay muy pocas diferencias
entre tales iglesias y una organización de negocios en el mundo. Si el Gerente
o los Directores toman decisiones, y los empleados no se muestran de acuerdo o
no las obedecen, entonces resultan renuncias o despidos. En las iglesias se
aplican varias formas de excomunión, al seguir la misma filosofía mundana.
En el Reino
de Dios NO HAY COSAS TALES COMO CLÉRIGOS Y LAICOS. Este engaño del diablo está
en conflicto directo con la enseñanza del Nuevo Testamento donde estipula que todos
los hijos de Dios son sacerdotes, con acceso directo al Señor. Sólo los paganos
necesitan sacerdotes para poder acercarse a Dios por medio de ellos. La
clerecía apenas existe en Babilonia, y su objeto es dividir la familia de Dios
en clases, y dejar que la mente de satanás controle las mentes de quienes están
en cautividad. Los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, no
son el clero; simplemente son hombres y mujeres, dones del Cristo resucitado
que Él brinda a la humanidad. No es posible manufacturar o fabricar los dones
en esas personas dotadas y producirlas como se producen los profesionales, por
ejemplo, abogados o ingenieros. Sólo Dios puede ungir y darnos esos miembros
esenciales de su Iglesia, pero necesitamos discernimiento para poder
reconocerlos. En la Iglesia de Jesús no tienen un sitio preciso ni adecuado las
jerarquías clericales que funcionan a su amaño en otros sistemas religiosos. La división entre clero y
laicado que se encuentra en el islamismo, el judaísmo y en nuestras iglesias
cautivas de Babilonia, produce estructuras que, a pesar de ser funcionales, se
oponen a los designios de Dios para su Iglesia que debe ser un organismo vivo,
no una organización religiosa.
Los líderes
en el Cuerpo de Cristo necesitan entender que las enseñanzas de Pablo sobre sumisión
y sometimiento, no son preceptos ni órdenes para que ejerzan una autoridad
mundana sobre aquellos a quienes deben cuidar en sus iglesias, congregaciones o
comunidades. Desde el
punto de vista de nuestras mentes naturales parece no solamente irreal, sino
hasta una completa tontería, colocar a alguien en una posición directiva, y
decirle luego que no puede ejercer ninguna autoridad sobre aquellos a quienes
dirige. Sin embargo, no debemos considerar las cosas desde el punto de vista de
la mente natural, que es el punto de
vista del mundo; por el contrario, más bien tenemos que aprender a ver las
cosas con una mente renovada, la mente
de Cristo.
Jesucristo,
el Señor de toda la creación, es nuestro ejemplo perfecto de autoridad en el Reino.
Nunca la ejerce sobre sus discípulos. Utiliza las parábolas y da órdenes,
pero nunca va a forzar nuestra sumisión. Aún más que eso, no grita, no se
enfurece, no se pone de mal humor, ni nos rechaza cuando fallamos en
obedecerle. Su amor y su gracia hacia nosotros no se afectan con nuestra falta de
sometimiento a Él. Jesús siempre espera nuestra sumisión voluntaria que es la única forma válida de sumisión en su Reino. Nuestro deseo de obedecerle, que es la única medida de nuestro amor por
Él, debe venir de haber derribado las tentaciones de nuestra voluntariedad, sin
que haya ninguna coerción por su parte. Si no es así, Él no quiere ni acepta nada. Tal es la naturaleza de la autoridad, la sumisión y el
sometimiento en el Reino de Dios.
Sólo
deberíamos someter nuestras vidas en el Cuerpo de Cristo a la autoridad o al
liderazgo que demuestren la naturaleza del Señor. La autoridad espiritual verdadera, que se origina de Dios,
proviene de la unción y de una mente renovada, la mente de Cristo. No
llega por títulos como "Pastor, Anciano, Reverendo, Evangelista, Apóstol,
Profeta, o Maestro" dados por otros
que, sin saberlo, están cautivos en Babilonia. Pero tampoco la
impide si un líder nació y se levantó en Babilonia y se le dio un título.
Muchos, muchos clérigos profesionales son verdaderamente ungidos por Dios y su
sinceridad nunca jamás se puede poner en duda. Si no tienen
conciencia de estar presos en las redes babilónicas, esto no evita que el Señor
les use, aunque Él desea ardientemente que salgan de la esclavitud que sufren
dentro de los muros de Babilonia.
Los hombres
y mujeres a quienes Dios ha dado SU autoridad no se conocen por sus títulos, profesiones,
capacidad intelectual o ni siquiera por sus conocimientos bíblicos. Se distinguen y reconocen por su humildad y sus corazones de siervos. Un pastor formado, establecido y
puesto en esa posición verdaderamente por Dios, es compasivo, amable y misericordioso, y no busca sus propios
caminos. No le preocupará que no asistamos
a las reuniones para "sostener" su predicación, o si estamos o no de
acuerdo con toda su teología. Su
preocupación principal será la conducta de nuestra vida diaria, nuestras relaciones y las actitudes de nuestro
corazón. Su objetivo más importante será ver más de Cristo formado en nosotros.
Si las metas
de nuestros líderes son conformarnos a cada uno a su "teología o
conceptos" y construir estructuras y organizaciones más grandes y mejores,
entonces debemos cuestionar si entienden que el crecimiento espiritual no tiene
nada que ver con cifras o con que tengamos todos la misma teología. EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL SE
RELACIONA ENTERAMENTE CON EL NIVEL EN QUE LA VIDA DE DIOS SE HAYA DESARROLLADO
EN NOSOTROS. ¡Cuidado con someter nuestras vidas a un liderazgo eclesiástico
que no entienda con claridad esto, pues entonces se nos guiará a objetivos
erróneos y se impedirá nuestro crecimiento espiritual!
Tener
objetivos adecuados es esencial para todo discípulo del Rey y su Reino. Sin la
meta apropiada no es posible entender o enseñar correctamente la sumisión.
Pablo define así el enfoque preciso y certero de una enseñanza sana:
"Pues el propósito de este mandamiento es
el AMOR nacido de CORAZÓN LIMPIO, y de BUENA CONCIENCIA, y de FE NO
FINGIDA" (1 Ti. 1:5).
Se necesita
entender la sumisión en este contexto, pues el único propósito del sometimiento es que por su medio
permitamos a Dios, y a nuestros hermanos, conformarnos a la imagen de Cristo.
Aquí se requiere la renovación de nuestras mentes hasta cuando aprendamos a
pensar, hablar y actuar como Dios lo hace. Esto tomará muchos años y
algo de sufrimientos pero, al final, en nuestros corazones tendrá lugar la
transformación. Nuestro hombre interior crecerá hasta cuando dejemos de ser "carnales" como los creyentes
infantiles de Corinto, y seamos hombres
espirituales a quienes guía y dirige el mismo Espíritu de Dios.
EL SOMETIMIENTO no es una doctrina legalista que se
debe imponer a toda costa, pues hemos encontrado su base doctrinal en el Nuevo
Testamento. Es una ACTITUD
que se necesita EN NUESTROS CORAZONES, antes que nuestra voluntad se pueda
alinear con la voluntad de Dios. Quienes no tienen el deseo de recibir
reprensiones, enseñanzas o corrección de otros discípulos del Rey y su Reino,
todavía no tienen "voluntad para hacer la voluntad de Dios," y no se
les puede discipular.
Sin embargo,
si somos sinceros en nuestros deseos de llegar a ser discípulos del Señor, no
debemos permanecer como niños crédulos, que no piensan, sino aprender a ser
sabios en los caminos de Dios, de manera que no nos sometamos insensatamente.
Hay cuatro
niveles de autoridad, de importancia decreciente, que todo discípulo debe entender:
1. Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
2. Las
Escrituras -según las entendamos.
3. NUESTRA
PROPIA CONCIENCIA ante Dios.
4. Otros
cristianos, o la autoridad secular.
La autoridad de nuestra propia conciencia tiene un
nivel de autoridad muchísimo más alto que el de cualquier otro ser humano. Todo hombre
y toda mujer tienen el derecho de obedecer a su
propia conciencia bajo Dios. Nadie tiene derecho para violar nuestra conciencia
como cristianos. No importa si esa persona es una autoridad secular, un esposo,
un pastor, un apóstol, un maestro, un arzobispo, un anciano, un sacerdote, un
miembro del cuerpo gobernante, o del presbiterio, o el Papa. En los niveles
descendentes de la escala de autoridad, todos están en una categoría inferior a
la de nuestra propia conciencia. Sin embargo, es vital para cada uno de nosotros
asegurarnos que no hemos endurecido nuestra conciencia, ni hemos permitido que
se haya cauterizado de tal manera que sólo elijamos obedecer aquellas órdenes o
los mandamientos de Jesús que nos gustan o que concuerdan con nuestra teología
particular. Una obediencia incuestionada a los líderes de la iglesia puede no
ser sumisión espiritual, sino necedad que nos lleva al engaño. Si eso nos pone
en cautiverio a un sistema religioso y a las tradiciones humanas, esa no es la
voluntad de Dios. Así se
desobedece al Rey, y nos lleva a una "mala conciencia y a una fe
fingida."
La fe
sincera es creer en nuestros corazones. No es dar un consentimiento mental
porque alguien nos dice lo que debemos creer. Romanos 14 nos enseña que pecamos
si hacemos algo contrario a nuestras convicciones delante de Dios. Por tanto,
debemos resistir cualquier intento que pretenda obligarnos o dominarnos, en
contra de nuestras más íntimas convicciones y de las advertencias de nuestro
corazón. Si resistimos a
esa "vocecita quieta y callada" dentro de nosotros, resistimos al
Espíritu Santo, que es infinitamente más sabio que todos los seres humanos
juntos.
Es básico y fundamental para nuestras vidas tener
siempre presente que el Espíritu Santo es quien mueve los corazones de los
hijos de Dios en Babilonia y quien nos llama a salir de allí para que pasemos a
la Nueva Jerusalén. A medida que crecemos en comprensión espiritual y renovamos
nuestras mentes, podemos encontrar que la "iglesia" a la que
pertenecemos, se hace inadecuada, y que el Espíritu Santo nos urge a movernos.
Como casi ningún líder en las iglesias entenderá esto, luchará por guardar y
mantener "los miembros de su comunidad." Cuando encuentra que no nos
puede retener, decide que estamos engañados o "demonizados" o que
somos rebeldes ingobernables. A los creyentes que tienen la experiencia de esas
situaciones, con frecuencia se les hiere y ofende, debido a la falta de
sabiduría de tales líderes que luchan a fin de persuadirlos para que no se
vayan, y luego los rechazan o condenan, cuando se levantan en libertad. Debemos
tener corazones humildes y gentiles hacia esos líderes, pues aún no han comprendido
lo que el Señor hace hoy. Tienen el temor que quienes dejan "su
iglesia" pueden contaminar el pensamiento de los que se quedan. Sinceramente creen que quienes
no están de acuerdo con ellos, son víctimas del error y por eso luchan para
proteger sus "reinitos."
De manera semejante, si eres pastor, anciano o
líder, y el Espíritu Santo te llama a salir del sistema, puedes enfrentar
incomprensiones, cóleras, y aun heridas graves por parte de las personas que te
quieren controlar. Esta es la reacción carnal y natural de la junta directiva,
los ancianos, los diáconos o de las congregaciones, a algo que no entienden. Si
el Espíritu Santo te dirige a salir de la membresía de una iglesia o de una
situación de liderazgo, no te afectes por la falta de comprensión de aquellos a
quienes dejas. Sobre todo, que el rechazo que hacen de ti, o la difamación que
te brinden, no vayan a hacer disminuir tu amor hacia ellos. Si no pueden
entender tu necesidad de obedecer al Señor más que a sus tradiciones y conceptos,
entonces debes tenerles compasión por su ceguera espiritual y recordar que sólo
por la gracia de Dios, tus ojos se han abierto. También, únicamente por la
gracia del Altísimo crecemos en sabiduría y entendimiento espirituales.
Dios ama de la misma manera a todos sus hijos,
sean obedientes o desobedientes. LOS QUE SE QUEDAN EN BABILONIA O LOS QUE VAN A
LA NUEVA JERUSALÉN.
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