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Sionismo Cristiano - Cap. 1: LA GRAN DISPUTA, Dr. Stephen E. Jones y John Tyler



Tanto los “israelíes” como los palestinos creen en general que la vieja tierra de Canaán les pertenece. Hoy en día, la persona promedio sabe poco (o nada) sobre el origen de esta disputa, que volvió a surgir hace más de un siglo. Sin embargo, los líderes mundiales están bien informados sobre el asunto y eligen bando en consecuencia.

Los no cristianos, cuyas opiniones se basan en gran medida en principios de justicia, ven al Estado “Israelí” como autor de una gran injusticia hacia los palestinos, que fueron desplazados de sus hogares donde habían vivido durante siglos. Los cristianos suelen adoptar una visión más simplista e interpretan las Escrituras en el sentido de que Dios dio la tierra a los judíos. Combinado con su perspectiva del “Viejo Pacto”, son completamente indiferentes hacia el pueblo palestino (incluso hacia los palestinos cristianos) y, por lo tanto, muestran su catastrófica ignorancia.

La cuestión realmente se centra en quién tiene derecho a reclamar la tierra. Esta pregunta es profundamente compleja, porque hay muchos malentendidos bíblicos e históricos involucrados; entre ellos, ¿cuándo comenzó todo? ¿Con los cananeos en los días de Josué? ¿Con la conquista musulmana en el siglo VII dC? ¿Con la Declaración Balfour de 1917? ¿Con la resolución de la ONU de 1947? ¿Con el establecimiento del Estado “Israelí” en 1948?

En 2023, la guerra en Gaza llevó esta cuestión a un punto volcánico. Para comprender el problema, debemos alinearnos con todas las profecías bíblicas relevantes, así como con las Leyes que sustentan estas profecías. La Ley no es sólo un documento moral sino también profético.

Hoy no es posible resolver el dilema Israel-Palestina sin conocer la historia de Esaú-Edom. El verdadero origen de la controversia comenzó con los hermanos Jacob y Esaú, que ambos reclamaban el Derecho de Primogenitura o de Nacimiento y, por tanto, el derecho a poseer la tierra de Canaán.



La controversia o pleito de Sión

Isaías 34 es una profecía de juicio sobre Edom (el apodo de Esaú era Edom, “Rojo”, como vemos en Gén. 36: 1). Entonces, leemos en Isaías 34: 8-9 (King James Version):

Porque es el día de la venganza del Señor, y el año de la retribución de la controversia de Sion.

La NASB traduce la última frase, "la causa de Sion". La palabra hebrea es reeb, “contienda, controversia, disputa, pleito”. La raíz de la palabra (un verbo) significa "llevar a cabo un caso o demanda legal". Entonces, esta es una profecía sobre un caso legal en el Tribunal Divino, donde Dios emite un fallo formal y vemos los resultados del mismo en eventos terrenales. Isaías 34: 9-10 predice los resultados de su veredicto:

9 Sus corrientes se convertirán en brea, y su tierra suelta en azufre [sulfuro], y su tierra en brea ardiente. 10 No se apagará de noche ni de día; su humo subirá para siempre [olam, “indefinidamente”], de generación en generación será desolada; nadie pasará por ella por los siglos de los siglos [netsakh, “continuamente”].

Por esto sabemos que Edom iba a ser juzgada con fuego y azufre, una reminiscencia del juicio divino sobre Sodoma y Gomorra. Isaías carecía de la terminología técnica o la perspicacia para describir una explosión nuclear, pero parece que eso es lo que estaba contando. Obviamente, tal evento aún no ha ocurrido, lo que demuestra que el juicio de Dios sobre Edom está reservado para el fin de los tiempos.

Cuando Judá conquistó Edom en el año 126 aC, no ocurrió nada que coincidiera con el pronunciamiento de Isaías. Los edomitas conquistados simplemente se convirtieron al judaísmo y, como dice Josefo, “en adelante no fueron otra cosa que judíos” (Antigüedades de los Judíos, XIII, ix, 1).

La Nueva Enciclopedia Judía Estándar (edición de 1970) nos dice:

Los edomitas fueron conquistados por Juan Hircano, quien los convirtió por la fuerza al judaísmo, y desde entonces constituyeron parte del pueblo judío” (p. 587).

La Enciclopedia Judía (edición de 1903) nos dice:

A partir de entonces los idumeos dejaron de ser un pueblo separado, aunque el nombre 'Idumea' todavía existía (en) tiempos de Jerónimo” (siglo V).

La conquista y absorción de Edom/Idumea por Judá está fuera de toda duda. Ningún historiador creíble ha negado jamás esta historia. Por lo tanto, la nación que alguna vez se conoció como Edom (o Idumea en griego) dejó de existir para siempre, aunque el pueblo mismo sobrevivió. Durante el siglo siguiente, los hombres todavía se referían a ellos como la rama idumea del judaísmo, pero después de la guerra romana, el nombre se fue extinguiendo gradualmente y la gente dejó de distinguir a los idumeos de los judíos.

La Enciclopedia Judía (edición de 1925) nos dice sin rodeos:

Edom está en la judería moderna” (Vol. 5, p. 41).

El significado de esto, desde un punto de vista bíblico, es que esta fusión entre Judá y Edom significa que los judíos ahora tienen dos conjuntos de profecías que cumplir. Debemos agregar que si los edomitas se hubieran convertido verdaderamente a Dios en sus corazones por la fe, se habrían convertido en ciudadanos del Reino. Pero la conversión forzada sólo encarcela a las personas en una religión.

En este caso, los edomitas recibieron la circuncisión carnal, pero no la circuncisión del corazón. La circuncisión del corazón es el único tipo de circuncisión que tiene algún valor para Dios (Rom. 2: 28-29), y eleva a las personas a una relación que reemplaza a la genealogía. Por esta razón, cualquier judío o edomita que reciba la circuncisión del corazón ya no es judío ni edomita, sino que es parte del un nuevo hombre (Efesios 2: 15) que Dios está creando en la Tierra. En el Reino de Dios, Pablo dice: no hay judío ni griego (Gálatas 3: 28), ni nadie es conocido como edomita. A todos se les otorgan nuevas identidades y el mismo estatus de ciudadanía.



¿Quién es un judío?

Los edomitas carnales (físicos) fueron absorbidos por los judíos, que más tarde rechazaron a Jesús como el Cristo (Juan 1: 11), junto con su circuncisión del corazón del Nuevo Pacto. Sólo unos pocos aceptaron a Jesucristo como Rey de Judá, y éstos, dice Pablo, son los verdaderos miembros de la tribu de Judá a quienes Dios reconoce (Rom. 2: 29; Fil. 3: 3).

Por esta razón, hubo una división en Judá entre los seguidores de Cristo y los que lo rechazaron. Cada grupo reclamó para sí el Mandato de Dominio dado a Judá en Génesis 49: 10. Cada uno afirmó ser el heredero de la promesa. El lado carnal, que afirmaba tener una conexión genealógica con Judá el patriarca, era con mucho el grupo más grande, pero los seguidores de Jesús estaban unidos con el legítimo Rey de Judá, el único que podía reclamar el Mandato de Dominio. Donde estaba el rey estaba la propia tribu, sin importar el número de personas. No se puede pretender ser de la tribu de Judá y al mismo tiempo rechazar al Rey legítimo de esa tribu.

Por eso, mientras que la nación de Judá-Edom del primer siglo en adelante, que rechazó al Rey Jesús, continuó siendo reconocida por los hombres como “judíos”, Dios reconocía sólo a aquellos que tenían la circuncisión del corazón, y no según algún sentido de etnicidad. La Iglesia (ecclesia) no reemplazó a los judíos; la Iglesia fue, de hecho, Judá desde el principio, porque son los únicos que “alaban” a Dios de una manera aceptable (Judá significa “alabanza”). Ese es el punto de la enseñanza de Pablo en Rom. 2: 29, diciendo:

Su alabanza no proviene de los hombres, sino de Dios.

En otras palabras, el estatus de una persona en la tribu de Judá no se basa en el reconocimiento de los hombres, sino en el reconocimiento de Dios.

[Traductor: Creo que se entiende mejor diciendo “que Dios sólo recibe o reconoce la alabanza que procede de los que tienen su corazón circuncidado”]



Igualdad ante la Ley

A la tribu de Judá se agregaron muchos de otros grupos étnicos al estar unidos al Rey por la fe. Su derecho a unirse a la tribu por fe fue establecido desde el principio (Isaías 56: 6-8). Los propios judíos carnales, que basaban su estatus en la genealogía, construyeron un muro divisorio en los terrenos del templo para mantener a los prosélitos (y a las mujeres) alejados de Dios. Esto era ilegal, porque leemos en Núm. 15: 15-16:

En cuanto a la asamblea, un estatuto habrá para vosotros y para el extranjero que habita con vosotros, estatuto perpetuo por vuestras generaciones; como tú eres, así será el extranjero delante del Señor. Una misma ley y un mismo decreto habrá para vosotros y para el extranjero que habita con vosotros.

Respecto a la observancia de la Pascua, Éxodo 12: 49 agrega:

La misma ley se aplicará al natural que al extranjero que reside entre vosotros.

Asimismo, todos debían guardar las Fiestas del Señor, incluso los extranjeros. La Fiesta de las Semanas (es decir, Pentecostés) debía ser observada por los extranjeros (Dt. 16: 10-11), al igual que la Fiesta de las Cabañas o Tabernáculos (Dt. 16: 13-14). Ninguno era excluido.

Hubo muchos extranjeros que salieron de Egipto con los israelitas bajo el mando de Moisés. Por esta razón, el Rey Jesús derribó la barrera del muro divisorio (Efesios 2: 14) para restablecer la unidad y la justicia igualitaria en el Reino. La idea de un “pueblo elegido” basado en su genealogía no es bíblica, porque crea dos clases desiguales de ciudadanos y le da a la carne dominio sobre la fe.

Por lo tanto, aquellos que desean establecer el Reino estarán destituidos de la gloria de Dios si no reconocen esta Ley de Dios y la obra del Rey Jesús de demoler el muro divisorio. Dios está obrando con un hombre nuevo, no con dos hombres desiguales.

Esta fue una de las principales disputas que surgieron cuando Jesucristo vino a reclamar los derechos de su trono en el primer siglo. Sus derechos fueron impugnados por los líderes religiosos de la época, por lo que durante los últimos 2.000 años esta cuestión ha permanecido sin resolverse, a la espera de un veredicto final del Cielo.

El argumento se describió en una de las parábolas de Jesús en Lucas 19: 12-27, donde vemos cómo un noble [Cristo] fue a un país lejano [el Cielo] para recibir un reino para sí y luego regresar”. Leemos en el versículo 14:

Pero sus ciudadanos lo odiaban y enviaron una delegación tras él, diciendo: "No queremos que este hombre reine sobre nosotros".

Cuando el noble regresó, recompensó a quienes apoyaron su reclamo al trono. Pero en cuanto a los que se le oponían, leemos en el versículo 27:

Pero estos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, tráelos aquí y mátalos en mi presencia.

En otras palabras, la disputa sobre el Mesías se resolverá en el momento de la Segunda Venida de Cristo. Se decía que aquellos que rechazaron a Cristo serían traídos de regreso “aquí” (es decir, a Jerusalén), para ser juzgados. Esto también se ha cumplido [o se está cumpliendo, porque han sido llevados allí, pero aún no han sido ejecutados] a través del sionismo.

Ahora vivimos en el Tiempo del Fin cuando esto se logrará. El sionismo ha proporcionado el motivo para traer a los enemigos de Cristo de regreso a la vieja tierra para ser juzgados por oponerse a su reclamo como legítimo rey de Judá. Entonces, si bien el sionismo es una violación de la voluntad de Dios (en el sentido de que trata a las personas de manera desigual), todo es parte del Plan de Dios.

Al Estado “Israelí” se le dieron 76 años para arrepentirse y evitar el juicio divino. El 29 de noviembre de 2023 se cumplieron 76 años desde la Resolución 181 de la ONU, que estableció legalmente la llamada “Solución de dos Estados”. La importancia de un ciclo de 76 años en la profecía es un tema detallado y complejo en sí mismo, más allá del alcance de este documento [Al respecto pueden estudiar el libro del Dr. Stephen Jones “Secretos del Tiempo”].

Basta decir que al Estado “Israelí”, que representa a Esaú-Edom, se le han dado sus 76 años para que demostrara si era digno o no de la Primogenitura y para ostentar el nombre de la Primogenitura, Israel. Sin embargo, sólo unos pocos individuos se han arrepentido (y éstos, sin duda, se salvarán), pero la mayoría fueron llevados de devuelta a la vieja tierra para representar a Edom en su juicio divino.

No se equivoquen en absoluto sobre esto: quienes los hombres llaman judíos o sionistas (aquellos que despreciaron y continúan despreciando al Rey Jesús, hasta el punto de organizar su cruel asesinato), son en realidad los ENEMIGOS DE DIOS. ¡DESPIERTA Iglesia! ¡Tu apoyo equivocado a “Israel” es nada menos que traición! ¿Qué más tiene que hacer “Israel” para demostrar que no son dignos de la Primogenitura? ¡Al menos, los últimos tiempos lo han demostrado de manera inequívoca! No den por sentado que el único lugar con escombros será Gaza; en el futuro, una cantidad mayor permanecerá en su mente y conciencia.

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