Hace muchos años que un servidor, empujado por la situación financiera y la presión conyugal, se embarcó en un negocio cuando la voluntad de Dios era que se estuviera quieto. Ese emprendimiento fue un 'Ismael' disfrazado de 'negocio de coches clásicos para bodas y otros eventos sociales', pero que gracias a la misericordia del Padre también fue bendecido, como ocurrió con el hijo de Agar (Gén. 17: 20, Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que lo bendeciré).
Obviamente mi 'Ismael' retrasó mi 'Isaac' y para que éste viniera aquel debió más tarde ser despedido. Sin embargo, en el ínterin Dios lo usó para enseñarme a andar en el Camino de Santidad de Isaías, la Senda Real de la fe y la dependencia solo en Él (Isaías 35: 8).
Hasta hoy nunca en mi vida había sentido al Señor tan cerca y obrar tantos milagros como en aquel tan duro, pero a la vez maravilloso, tiempo de su presencia tan manifiesta, después de haber cruzado mi Jordán y dejándolo todo para seguirlo a Él. Tal vez algún día el Señor me permita contarles muchos testimonios de esa época, incluido el de este negocio. Hoy solo les relataré algo referente al libro que les presento.
Resultó que oré al Señor que me dijera de un libro barato que yo pudiera regalar, que sin rebajar mucho el margen comercial a la vez fuera bueno para que Él pudiera usarlo, para impactar las vidas de todos los contratantes del servicio, quienes recibirían el libro como regalo de empresa.
El Señor contestó mi oración haciendo que en la librería cristiana donde habitualmente apagaba mi sed voraz de Dios, apareciera el libro 'Jesús Nuestro Destino'. Como la editorial estaba sacando los restos de antiguas ediciones a precios de saldo, el costo estaba muy reducido; algo así como un 10 o 20% del precio normal de un libro de tamaño estándar de tapa blanda (unas 100-150 pesetas, el equivalente a un café, cuando los libros costaban entre 500 y 1000, allá por el año 1998).
Yo siempre realizaba una dedicatoria manuscrita, añadiendo algún texto bíblico y luego lo entregaba a las, habitualmente, parejas que contrataban un servicio de coche.
En unas pocas ocasiones el Señor me permitió ver a quienes estaban llegando esos libros. Una de ellas llegó a un matrimonio que celebraba sus bodas de oro, resultando que ella era creyente de una iglesia evangélica de la zona, pero su marido no; al parecer recibir ese libro fue una señal para ellos, según me contó el pastor de la iglesia, Sr. Luna, al que yo conocía, que fue quien me lo contó.
En otra ocasión el libro fue a parar a unos padres que tenían a su hija en coma desde unos 6 o 7 años.
De nuevo otro libro fue a parar en manos de una persona que me confesó que tenía una metástasis cancerígena.
El lavadero de coches donde yo acudía recibió otro de los libros, con motivo de la celebración de la comunión de una de sus hijas. El libro acabó en las manos de la madre del chico del lavadero, quien me confesó luego que su madre enferma fue impactada, porque le gustó mucho.
En lo que duró la vida de ese negocio ismaelita se repartieron unos pocos cientos de libros y, supongo, que algún día el Señor mostrará lo que esa obra evangelística pudo dar de sí.
Sin más preámbulos, disfruten del libro y sean bendecidos a través de él.
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