Meditando en Dios
Todos los cristianos de todas las edades y de toda variedad de doctrina han coincidido a lo menos en una cosa: todos han creído que es cosa muy importante que el cristiano con aspiraciones espirituales serias aprenda a meditar en Dios.
Deje que un cristiano insista en levantarse por encima del promedio corriente de la experiencia espiritual, y se enfrentará con la necesidad de conocer a Dios como la meta ideal de toda la doctrina cristiana. Déjele explorar las maravillas del Dios Trino y Único y pronto descubrirá que es imperativa una sustanciosa y persistente meditación en la Persona de Dios. Para conocer a Dios bien debemos pensar en El continuamente. Nada que el hombre haya descubierto acerca de sí mismo o de Dios ha revelado que haya un camino corto a la espiritualidad pura. Sigue siendo gratis, pero es algo enteramente costoso.
Por supuesto, el conocer bien a Dios presupone también un sano y no escaso conocimiento teológico. Buscar a Dios aparte de la revelación que El ha hecho de Si mismo en las inspiradas Escrituras es no solo vano, sino peligroso. También debe haber completo conocimiento y confianza en Jesucristo como Señor y Redentor. Cristo no es uno de los muchos caminos con que se puede llegar a Dios, ni es el mejor entre varios; El es el único camino. "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi" (Juan 14:6). Creer otra cosa es ser algo menos que cristiano.
Estoy convencido que la escasez de grandes santos en estos tiempos, aun entre aquellos que creen verdaderamente en Cristo, se debe, a menos en parte, a nuestra negligencia en dar suficiente tiempo para cultivar el conocimiento de Dios. Nosotros somos nerviosos cristianos occidentales, victimas de la filosofía del activismo trágicamente incomprendido. Obteniendo y gastando, yendo y viniendo, comprando y vendiendo, organizando y promocionando, trabajando y jugando—esto solo constituye nuestra vida. Si no estamos haciendo planes, o trabajando para llevar adelante algún plan, nos sentimos fracasados, estériles, eunucos sin fruto, parásitos en el cuerpo de la sociedad. El evangelio del trabajo, como alguien lo ha llamado, ha desalojado al evangelio de Cristo de muchas iglesias.
En un esfuerzo por llevar adelante la obra del Señor a menudo perdemos de vista al Señor de la obra, y literalmente, fastidiamos al pueblo del Señor. He oído a más de un pastor decir que tiene una iglesia "viva", y para demostrarlo señala ufano un apretado calendario de actividades, con reuniones cada noche y a veces más de una en el día. Por supuesto esto no prueba nada, excepto que el pastor y la iglesia se guían por una mala filosofía espiritual. Una gran parte de esas actividades consumidoras de tiempo son inútiles, y algunas hasta son ridículas. "Pero", dice ese laborioso pastor, "las actividades promueven el compañerismo y mantienen a nuestro pueblo unido".
Yo respondo que lo que ellas proveen no es compañerismo, y si esto es todo lo que esa iglesia puede hacer para mantener al pueblo unido, entonces no es una iglesia cristiana según el modelo del Nuevo Testamento. El centro de atracción en una verdadera iglesia cristiana es el Señor Jesucristo. Y si quieren una definición de lo que es verdadero compañerismo, dejen que el Espíritu Santo lo haga: "Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan, y en las oraciones" (Hechos 2:42).
El hombre mundano nunca puede descansar. El "tiene que estar haciendo algo" o "yendo a alguna parte". Esto es uno de los resultados de la caída, un síntoma de una enfermedad mortal; y encuna un liderazgo obtuso y cerrado tratando de jugar con esta terrible intranquilidad, en vez de curarla por medio de la Palabra y el Espíritu.
Si las muchas actividades en que algunas iglesias se envuelven febrilmente condujeran a la salvación de los pecadores o a la edificación de los creyentes, ellas se justificarían fácil y triunfalmente; pero no es así la cosa. Mis observaciones personales me han llevado a la conclusión de que muchas, quizás todas, las actividades en las cuales se envuelven las iglesias corrientes no conducen en ninguna manera al cumplimiento de la verdadera obra de Cristo en la tierra. Espero estar equivocado, pero tengo miedo de estar en lo cierto.
Nuestras actividades religiosas deberían estar programadas de modo que dejasen una buena cantidad de tiempo para cultivar los frutos de la soledad y el silencio. Pero debe recordarse sin embargo que esos momentos de quietud y silencio que logremos arrancar del clamoroso día pueden ser malgastados. Debemos dirigir nuestra meditación hacia Dios; de otro modo gastaríamos nuestro tiempo platicando con nosotros mismos. Estos momentos pueden aquietar nuestros nervios, pero en ninguna manera mejorarán nuestra vida espiritual.
Al acercarnos a Dios debemos colocarnos en Su presencia con la confianza que El es el buscador, no nosotros. El ha estado esperando para revelarse a nosotros, hasta que nosotros eliminemos suficientemente el ruido, de modo que podamos oírlo y sentirlo. Entonces debemos enfocar todos los poderes de nuestra alma sobre el Dios Trino y Único. Sea que una persona u otra reclame nuestro interés no hace diferencia. Debemos confiar en que el Espíritu Santo concentrará nuestro interés en la Persona que en ese momento necesitamos más.
Una cosa más. No trate de imaginarse a Dios o usted tendrá un Dios imaginario; ni tampoco haga, como algunos lo hacen, "poner una silla para Dios". Dios es Espíritu. Habita en su corazón, no en su casa. Considere las Escrituras, y deje que la fe le muestre a usted como es Dios, según está revelado allí. Nada puede igualar a una visión tan gloriosa.
A.W. Tozer
Por gentileza de PILAR MEDRANO
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