“Cuando te hagas completamente dependiente de la vida de Cristo… nunca serás tan libre de no confiar en ti mismo como para ser un bocazas arrogante, y al momento siguiente la víctima de tu propia auto-compasión – de cualquier manera, siempre bajo la atadura del temor de qué dirán.”
Mayor Ian Thomas. La Vida Salvadora de Cristo.
Ella puede vestir tantos disfraces, de manera que no siempre es fácil reconocerla.
Ella te ayudará a enorgullecerte de tus logros y a encontrar excusas por tus fallos.
Ella puede convertir un simple regalo de Dios en sentimientos de superioridad; y entonces al primer signo de problemas tumbarte a las profundidades de la inferioridad.
Ella puede llevarte cautivo a través de los elogios de otros y hacerte sentir rechazado por la crítica más genuina.
Ella puede hacerte perseguir ferozmente una ilusión de éxito que nunca se satisface y paralizarte completamente con el temor al fracaso.
Ella te permitirá tomar el crédito por las cosas buenas que no te mereces y culpar a otros cuando pasan por tiempos difíciles.
En un instante ella puede hacerte llenarte en auto-justicia y al siguiente abrumarte con culpa y auto-compasión.
La vergüenza (culpa) es la herencia desafortunada de la humanidad cautiva en el pecado. Tú naciste con ella susurrándote al oído. Hasta que encuentres libertad de ella en el amor del Padre ella, al igual que un cáncer que se disemina, hunde sus tentáculos en todo lo que piensas o haces.
Qué horrible carga es medir nuestro valor por lo que hacemos y por cada palabra que hablan sobre nosotros. Mientras tú la escuches ella devorará tu energía y te dejará con una perspectiva distorsionada del trabajo de Dios en ti y en aquellos alrededor de ti. Desde el día en que Adán se cubrió de ella con aquellas picosas hojas de higuera, caemos a lo más bajo cuando seguimos su consejo o intentamos esconder su presencia.
Pero cuando tú encuentras tu seguridad en el asombroso amor de Dios, la voz de la vergüenza es desenmascarada. Ya no tienes que jugar nunca más sus juegos lamentándote por lo que otros piensen. Entonces realmente sabrás lo que es vivir como hijo e hija de Dios sobre la tierra.
UN TOUCHDOWN PARA JESÚS
Él era un cornerback altamente valuado por un equipo de fútbol americano profesional, y estaba sufriendo una sobredosis de escrutinio de los medios. Estaba vendiendo su talento como agente libre, y su desempeño subsiguiente había sido decepcionante. La gente estaba diciendo que estaba sobre preciado y sobre estimado. Dos veces esa tarde había fallado touchdowns y sabía que los medios tendrían mucho de que hablar sobre su desempeño ese día. Pero en unos pocos minutos en el tiempo extra interceptó un pase y corrió para anotar el touchdown ganador.
Una vez que la transmisión televisiva finalizó, ellos llevaron un micrófono a la celebración. Con una tremenda sonrisa de una milla de ancho, gritó, ―Sólo quiero agradecerle al Señor Jesucristo por darme la oportunidad de probarme a mí mismo. Siento como si Él me hubiera dicho que yo tenía la fe para hacer que esto ocurriera.‖
Mientras celebraba su touchdown, yo lamentaba su teología. Él cubrió su propia vergüenza al jactarse de que su touchdown validaba su fe. ¿Puedes imaginarte lo que vive cada día, si liga su confianza en Dios a su desempeño en el campo de fútbol?
Yo casi lloro cuando la mayoría de los atletas profesionales hablan de Dios. Lo que dicen muestra a Dios como una deidad del éxito, que recompensa con la victoria al que tiene fe. Uno de ellos, que yo respeto mucho, dijo que su victoria en el Super Bowl premió su obediencia en jugar para cierto equipo. ¿Y qué acerca de aquellos hombres a quienes Dios ha llamado a la ciudad que perdió el Super Bowl? ¿Su obediencia fue menos significativa, o sus vidas menos valiosas para Dios? Otros atletas han dicho que Dios recompensa a aquellos que ganan y le dan a él la gloria. ¿Es por eso que vemos a personas arrodillándose en la zona de anotación y reconociendo a Dios después de un touchdown, pero poniéndose furiosos cuando pierden un tackle o siendo víctimas de una intercepción?
Realmente no podemos culparlos a ellos. Para obtener el máximo galardón de una competición atlética, estos hombres y mujeres han aprendido a vivir en base al éxito de su desempeño. Han sido entrenados para medir su valía por su éxito porque así es como todos a su alrededor lo miden. Obviamente tienen mucho que ganar en ese nivel de competencia. Pero esto puede terminar en una gran distorsión de valores.
Observa un juego de campeonato y notarás que las alturas de ganar son muy altas: y las derrotas muy bajas. Más que campeonatos podríamos llamarlos un pasaje a la maníaco-depresión. No hay términos medios aquí. John Madden, analista de Fox Sports dijo de los deportes profesionales que ―las alturas de la victoria nunca igualan a las bajezas de la derrota‖. Aún convertirse en el segundo mejor del mundo parece forzar a las personas a la vergüenza y a sufrir meses de culpabilidad y decepción. Incluso los fans toman las mismas actitudes de superioridad o vergüenza.
Por favor no lean esto como una acusación contra los atletas profesionales, porque realmente todos hacemos lo mismo. Es sólo que lo mejor de nuestros mejores o peores momentos no está en la televisión.
LA VIDA BASADA EN LA VERGÜENZA
Todos hemos sentido el perverso poder de la vergüenza cuando hemos sido avergonzados por algo que hicimos o por algo que alguien más ha dicho. Nuestro rostro se sonroja y el estómago ruge, y queremos que la tierra nos trague. Pero es mucho más que eso.
La vergüenza nos dice que nadie nos amaría si realmente supiera en lo que hemos estado involucrados en el pasado o si conociera las tentaciones, dudas y motivos que aun salen a la superficie. ¿No hay cosas que esperas que nadie averigüe acerca de ti?
Así que pretendemos o hacer cualquier cosa que pensemos que nos haga sentir incluidos y no nos damos cuenta de que todo el mundo está haciendo lo mismo. Casi todo el tiempo alguien me pide ayuda para lidiar con un pecado o lucha y casi siempre preceden su confesión con la siguiente frase: ―Yo sé que probablemente nadie más lucha con esto. Pero…‖ La vergüenza con frecuencia nos mantiene alejados de ser lo suficientemente auténticos como para darnos cuenta de que los demás están luchando con las mismas cosas que nosotros.
Sentirnos inferiores es sólo un lado de la vergüenza. Aquellos que actúan con superioridad y aquellos que se jactan en sus logros también están reaccionando a la culpa. Esos comportamientos sólo son una máscara para un profundo sentido de inadecuación personal, usualmente a costa de las demás personas.
Todo esto nos hace fácilmente manipulables. Nuestros deseos de ser queridos, de encajar, y de no ser avergonzados son las cosas que el mundo utiliza para presionarnos dentro de su molde y es además lo que con frecuencia nosotros mismos usamos para obtener lo que queremos de los demás. La mayor parte de la publicidad apela a estos motivos en algún nivel.
La religión organizada también puede ser una maestra en su utilización. Cuando la gente quiere que hagamos algo por ellos, nos presionan en base a sus propias necesidades como una forma de que respondamos. La vergüenza hace que sea imposible para nosotros decir que no y le da poder a la murmuración y al chisme. Amenaza con humillarnos o dejarnos si no nos conformamos a lo que otros quieren, y promete aprobarnos y afirmarnos cuando lo hacemos.
Aprendemos muy tempranamente este patrón. A los niños con frecuencia se les hace sentir que son amados y apreciados en la medida en que satisfacen las expectativas de sus padres. Luego, cuando los hijos comienzan a tomar en cuenta la opinión de sus amigos más que la de sus padres, es irónico que a los padres les sorprenda tanto. Es el mismo uso de la vergüenza.
El miedo de ―lo que otros piensen‖ puede tanto restringirnos de hacer lo que sabemos que es correcto como motivarnos a hacer cosas que terminen haciéndonos daño.
Recuerdo cuando recibí un pin bañado en oro cuando tenía once años por haber asistido durante dos años consecutivos sin falta a la escuela dominical. La afirmación que recibí por mi logro y el aplauso de todos los adultos en la congregación fue como una bebida intoxicante. Me hizo sentir superior a otros que no habían sido tan dedicados y me lanzó a una búsqueda persistente por beber de ese brebaje durante la mayor parte de mi viaje espiritual.
Pensaba que esa sed era mi amiga para acercarme más a Jesús, sin darme cuenta que por casi treinta años fue mi carcelera, empujándome a servir a las expectativas de los demás. Jesús no quería usar mi vergüenza para impulsarme a grandes cosas sino más bien liberarme de ella.
LA VIDA LIBRE DE VERGÜENZA
El relato siempre me ha maravillado. Una mujer cuya reputación por el pecado era bien conocida en su comunidad, entró en la casa de un fariseo donde un grupo de ellos estaban compartiendo una comida con Jesús. Ella se abrió camino alrededor de la mesa hasta que lo encontró, y entonces quebró un frasco de perfume caro sobre sus pies y los lavó con su cabello.
¿Cómo pudo ella siquiera haberse atrevido a ir a casa de aquellos que la despreciaban tanto? ¿Y cómo pudo haber tocado a Jesús de esa manera cuando seguramente todos en la habitación malinterpretarían su acto de amor? ¿No debería ella haber sentido vergüenza como para siquiera mostrar su cara en ese lugar? ¡Tú pensarías de esa manera, pero no!
Obviamente ella había sido profundamente tocada por Jesús, sus pecados habían sido perdonados y ahora la única cosa que importaba para ella en esa habitación llena de miradas de desaprobación era la mirada de aprecio que vio en los ojos de Él.
Lo que comenzó en el jardín – nuestro sentido de vergüenza – es absorbido en la presencia de Jesús. Ella fue liberada de la necesidad opresiva de preocuparse acerca de lo que otros piensan de ella y fue capaz de hacer simplemente lo que ella más quería hacer.
Descubrir cuánto te ama el Padre te hará cada vez más libre de caminar sin vergüenza, delante de Dios y delante de los hombres. A pesar de que la vergüenza restringe a la gente del pecado cuando están bajo la ley, en Cristo la vergüenza ya no tiene ningún propósito.
Debido a que tu pecado fue consumido en Jesús sobre la cruz, no hay absolutamente ninguna condenación o culpa para nadie que vive en él. Tú puedes gustar de ese milagro de la cruz cada día. Ahora puedes estar con tu Padre tal cual eres, aún en el proceso de transformación, y no tener que esconder nada. Puedes compartir con él tus secretos más oscuros mientras aprendes de él como caminar libre de ellos. Él sabe que tú no puedes arreglarlos por ti mismo y sólo espera que tú lo reconozcas y le pidas su ayuda.
Mientras él te enseña cómo caminar sin vergüenza con él, además te descubrirás a ti mismo caminando libre de vergüenza en el mundo. Habiendo sido intimidado por la vergüenza toda tu vida, con frecuencia sin siquiera saberlo, te sorprenderás de cómo cambia tu vida en su ausencia.
Este es un increíble regalo que Dallas Willard en La Divina Conspiración expresó de la siguiente manera: ―¿Te gustaría no tener la necesidad de que otros te elogien, y no sentirte paralizado y humillado por el desagrado y la condenación de los demás? ¿No te gustaría además tener la fortaleza y el entendimiento que te permitiera de manera sincera y natural bendecir a aquellos que te maldicen – o te engañan, despidiéndote en el trabajo, escupiéndote en una confrontación, riéndose de tu religión o cultura, o aún matándote?‖
Aquellos que ya no están influenciados por la vergüenza finalmente viven vidas auténticas – igual que como son por dentro. Es un alivio tremendo el ser conocido exactamente por quien tú eres, permitiéndole a la gente que conozca tanto tus fortalezas como tus debilidades. La gente libre de vergüenza privilegia la realidad sobre la imagen, la sinceridad sobre la pretensión, y a la honestidad sobre la falsedad. Admito que hay un costo en vivir auténticamente en un mundo perdido mientras los demás tratan de aprovecharse de ti. Pero no he conocido a nadie que habiendo vivido de esa manera haya regresado a la tierra de la pretensión.
SIN NINGUNA REPUTACIÓN
He sido un esclavo de mi reputación casi toda mi vida y eso ha sido una carga muy opresiva. Lo vi por primera vez en mi vida en una conversación con una amiga. Ella me había pedido que le escribiera una carta explicándole mi papel de mediador en una disputa entre ella y su socia de negocios. Ellas comenzaron el negocio aparte de su cercana amistad y ahora ya no podían seguir trabajando juntas. No se ponían de acuerdo sobre cómo dividir el negocio y me pidieron ayuda. Les dije de entrada que probablemente no podríamos encontrar una solución que les pareciera justa a ambos, pero que encontraríamos una donde ambos se sintieran igualmente engañadas. Después de unas pocas horas de manejar juntos algunas opciones, finalmente llegamos a la solución.
Ahora, seis meses después, una de ellas me llamaba diciendo que la otra persona les estaba diciendo a sus amigos cómo había sido engañosamente sacada de su negocio. Ella quería que le escribiera una carta describiéndole el proceso por el que habíamos pasado para proveer una solución, para probar que la otra mujer era una mentirosa.
―Estoy dispuesto a hacer eso, Jill,‖ le dije por teléfono, ―pero déjame decirte algo para que lo consideres primero. Esto podría ser una oportunidad para morir a tu reputación.‖ Mientras las palabras salían de mi boca recordé sacudir mi cabeza sorprendido de lo que yo les había dicho.
Los cuatro años anteriores yo también había sido víctima de algunos rumores difundidos acerca de mí y mi familia, por aquellos que querían desacreditar mi ministerio. Yo preparé respuestas a sus mentiras, pero cada vez que lo hacía Dios me prevenía de enviarlas. ―Quiero que desistas de servir a tu reputación y que la confíes a mí,‖ fue todo lo que me dijo. Recuerdo que Jesús mismo se hizo alguien sin reputación. Esta fue la época más dolorosa de mi vida. ¿Cómo podría yo animar a alguien a un proceso similar?
Pero esa mañana cayó sobre mí cuánto había trabajado la libertad del Padre en mí esos cuatro años. Si la gente malentendiera mi ministerio o creyera las mentiras sobre mí, eso era asunto de Dios, no mío. Mi trabajo era simplemente hacer aquello que me pidiera Dios sin la horrible necesidad de defenderme a mí mismo y de asegurarme que les agradara a los demás en el proceso. Ahora yo podía disfrutar de los frutos de su libertad.
Yo quería que Jill tuviera lo mismo, a pesar de que ella estaba chocada por mi ofrecimiento. Le conté mi historia y terminé con estas palabras, ―Jill, mientras tú tengas que guardar tu reputación eres esclava de cualquiera que quiera mentir acerca de ti. Aquellos que te conocen suficientemente bien, no necesitan una carta; y aquellos que no, no creerán la carta de todas formas.
Nunca escribí la carta y Jill descubrió la increíble alegría de vivir libre de las opiniones de las demás personas. Yo sé que esto fue doloroso, pero cuando tú sabes que el Padre te ama completamente y que tu reputación está segura en sus manos, nunca más tendrás que apelar por la aprobación de los demás.
Esa libertado no sólo será una de las más grandes bendiciones del viaje, sino que además es la llave para amar a otras personas de la misma manera en que te amas a ti mismo.
Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén.
JUDAS 24-25
Para tu viaje personal
Pregúntale a Dios cómo los comportamientos basados en la vergüenza se manifiestan en tu relación con él. Búscalo para identificar donde la jactancia, el juicio, la murmuración, la auto-compasión, y la preocupación acerca de lo que otros piensan están ocasionando que vivas para la vergüenza en vez de vivir para él. También pídele que te revele todas las áreas donde el cubrirte por vergüenza lastima tus relaciones con los demás. Pídele a Dios que te lleve lo suficientemente cerca de él como para que ya no necesites vivir en la atadura de la vergüenza
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