NOTA ADMINISTRADOR:
Hace dos días que he empezado a leer la biografía de la Señorita Barber, de quien Watchman Nee aprendió su más importante lección: lo que significa "llevar la cruz y ser como el Cordero".
Acabo de encontrarme con un breve relato testimonial de mi amado Nee, que ya conocía, pero me parece tan transcendental, que he decidido compartirlo con ustedes. Definitivamente, sin esta lección de "llevar la cruz" bien aprendida Dios no podrá usarnos y tendrá que buscar a otros que estén dispuestos a hacerlo.
Todos los resaltados son míos.
JOSÉ
En octubre de 1936 Watchman Nee dio su testimonio personal cuando habló a un grupo en Kulangsu, Fukién, acerca de aquellos días difíciles de perfeccionamiento:
En ese tiempo nuestro grupo era de siete obreros. Teníamos una reunión cada viernes, pero la mayor parte del tiempo se iba en argumentos entre el otro líder del grupo y yo. Como jóvenes estábamos orgullosos de nuestras ideas y rápidamente criticábamos las opiniones del otro. En ocasiones salí de mí mismo y me fue difícil admitir que yo estaba equivocado.
Cada sábado visitaba a la hermana Barber y me quejaba de la actitud del otro hermano, y le pedía que interviniera y corrigiera sus errores. Ella me reprendía diciendo que él era cinco años mayor que yo, diciéndome: “La Escritura dice que el menor debe obedecer al mayor”. Yo contestaba: “Es imposible que lo haga; un cristiano debe actuar de acuerdo a la razón”. Ella decía: “No debe importarle quién tiene la razón y quién no, porque la Escritura dice que el menor debe obedecer al mayor”.
Algunas veces lloraba por las noches después de una disputa del viernes por la tarde. Al siguiente día iba a verla de nuevo para expresar mis quejas, con la esperanza de que ella me vindicase, pero lloraba de nuevo al regresar a casa el sábado. Yo quería haber nacido unos pocos años antes.
En cierta controversia, tenía buenas razones y pensé que cuando le expusiera a ella lo equivocado que estaba mi colaborador, yo definitivamente ganaría el caso. Ella dijo: “Si el colaborador está equivocado o no es otro asunto. Ahora estás delante de mí acusando a tu hermano. ¿Eres como uno que está llevando la cruz? ¿Eres como el Cordero?”
Me sentí verdaderamente avergonzado de haber sido interrogado por ella y jamás lo olvidaré. Lo que hablé y mi actitud ese día definitivamente no eran como una persona que lleva la cruz, ni como el Cordero.
Fue de esta manera que aprendí a someterme a mi colaborador mayor. Debo decir que durante aquel año y medio, aprendí la mayoría de las lecciones más preciosas de toda mi vida. Mis pensamientos estaban llenos de caprichos, pero Dios quiso que yo experimentara la realidad espiritual. Comprendí el significado de llevar la cruz.
Hoy, en 1936 tengo más de cincuenta colaboradores. Ello no hubiera podido ser posible sin la lección de sumisión que aprendí durante ese tiempo. Me temo que yo no hubiera sido capaz de laborar juntamente con nadie. Dios me puso en tales circunstancias para que pudiera estar bajo la restricción del Espíritu Santo.
Por dieciocho meses no tuve la oportunidad de exponer mis propuestas, y sólo pude llorar y sufrir dolorosamente. Sin esto yo nunca me hubiera dado cuenta que soy una persona muy difícil. Dios estaba quitando los bordes cortantes de mi personalidad para que pudiera enseñar a los obreros más jóvenes que la característica preeminente al servir a Dios es el espíritu de mansedumbre, de humildad y de paz. La ambición, la intención y la capacidad son de poco valor si no estamos llevando la cruz de Cristo.
He andado por este camino, así que no puedo sino confesar mis errores. Todo lo mío está en la mano de Dios. No es cuestión de estar en lo correcto o equivocado, sino de si somos como alguien que lleva la cruz o no. En la Iglesia lo correcto o incorrecto no tiene lugar; lo único que cuenta es si llevamos la cruz y aceptamos su quebrantamiento. Ello traerá el derramamiento de la vida de Dios y el cumplimiento de Su voluntad.
Durante ese período de dieciocho meses aprendí de la experiencia continua de someterme a mi hermano mayor. Mi cabeza estaba llena de ideas, pero con el tiempo comprendí que esa no era la manera de llevar la cruz o de ser como el Cordero de Dios.
Hoy, en 1936, tenemos más de cincuenta obreros y mi capacidad para laborar juntamente con ellos ha aumentado debido a las experiencias de esos primeros años (Weigh, 15–17).
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