
AVANZAMOS MÁS ALLÁ DEL BLOG FINISTERRE. CRUZADO EL JORDÁN, EL REMANENTE FIEL ESPERA EL APOTEÓSICO DERRAMAMIENTO FINAL DE LA FIESTA DE TABERNÁCULOS, PLENITUD DE PENTECOSTÉS, EL MEJOR VINO DEL FINAL, ¡LA MANIFESTACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS! // "La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Yahweh de los Ejércitos; y daré paz en este lugar...". Hg. 2:9 // "No estoy diciendo, 'regresemos a Pentecostés'; estoy diciendo, '¡avancemos!'” (G.H.Warnock)
TRADUCTOR-TRANSLATE
LOS DOS PACTOS EXISTEN UNO AL LADO DEL OTRO, Dr. Stephen Jones (GKM)
Fecha de publicación: 26/03/2025
Tiempo estimado de lectura: 5 - 6 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/03/the-two-covenants-exist-side-by-side/
LA CARNE DE LA PALABRA - Parte 2 (Diferencia de la salvación en el Antiguo y en el Nuevo Pacto), Dr. Stephen Jones
Tiempo estimado de lectura: 6 - 8 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
SANSÓN - Parte 3 (Final). Dr. Stephen Jones
Estudio de EFESIOS - Parte 32 - LA ARMADURA DE DIOS (Parte 4) (El Yelmo de Yahshua), Dr. Stephen Jones
Efesios 6: 17 dice:
17 Y tomad el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Estos son los dos últimos elementos de la armadura de Dios que Pablo enumera en este pasaje. Hay seis piezas de armadura, aunque por alguna razón las notas del Dr. Bullinger en The Companion Bible agregan una lanza a la lista para que sean siete. No explica por qué.
El Yelmo de Yahshua
Sin duda Pablo supo acerca de “un yelmo de salvación” de Isaías 59: 17, donde el profeta lo menciona, junto con la coraza de justicia.
Un casco cubre la cabeza. Nuestra Cabeza es Jesucristo. El nombre hebreo de Jesús es Yahshua, que significa “salvación”. Por lo tanto, “el yelmo de la salvación” es también el yelmo de Yahshua-Jesús. Sin duda, Pablo quiso identificar el yelmo con Jesús, quien es nuestra salvación.
A lo largo del Antiguo Testamento, la palabra yahshua (y yasha) profetizan de Cristo. Sin embargo, la conexión era oscura hasta que el ángel del Señor se le apareció a José en un sueño. El ángel le confirmó que María efectivamente había sido fecundada por el Espíritu Santo y que al niño le debía a poner el nombre de Jesús (o Yahshua), “porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 21).
Parece, entonces, que José estuvo entre los primeros en recibir la revelación, conectando la palabra yahshua con la salvación que vendría a través del Mesías con ese nombre. Incluso María no pareció recibir esta revelación, aunque un ángel se le había aparecido antes. Esa conversación se centró en el significado del nacimiento virginal.
A ella también se le reveló que “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; y por eso el santo Niño será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1: 35). En otras palabras, Cristo fue llamado Hijo de Dios específicamente porque María había sido fecundada, no por José ni por ningún hombre, sino por “el Altísimo”.
Lo mismo ocurre con nosotros, si hemos sido engendrados por Dios y si hemos transferido nuestra identidad al hombre de la nueva creación. Jesús estableció el modelo para todos los Hijos de Dios.
Al octavo día de su nacimiento, Jesús fue presentado al sacerdote en el templo, donde fue registrado formalmente bajo el nombre de Yahshua (Lucas 2: 21). Allí, un anciano llamado Simeón reconoció a Jesús como el Mesías. Sin duda, él había recibido revelación—quizás muchos años antes—de que el nombre del Mesías sería Yahshua y que Él nacería en la Fiesta de las Trompetas (el Día del Año Nuevo Hebreo). Sabía, por tanto, que sería presentado en el templo al octavo día del nuevo año.
Simeón había recibido una promesa personal de Dios de que vería al Mesías antes de morir (Lucas 1: 26). Por lo tanto, Simeón estaba esperando en el templo ese año para ver si los padres traerían un hijo al octavo día de las Trompetas y llamarían su nombre Yahshua.
Lucas 1: 27-30 dice:
27 Y vino en el Espíritu al templo; y cuando los padres trajeron al niño Jesús para cumplir con él el rito de la Ley, 28 entonces él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo: 29 Ahora, Señor, sueltas a tu siervo para que se vaya en paz, conforme a tu palabra, 30 porque mis ojos han visto tu salvación [“yahshua”].
Más recientemente, un rabino muy respetado, Yitzhak Kaduri, hizo el mismo descubrimiento antes de morir a la edad de 108 años. Afirmó que había conocido al mesías llamado Yehoshua o Yahshua. Sin embargo, se refería a otro hombre que vive hoy. Debe haber discutido esto con otros rabinos prominentes, porque varios de ellos compartían esa creencia.
http://www.yeshuahamashiach.org/Kaduri_names_Messiah.htm
El punto es que la revelación del nombre del Mesías en las Escrituras no es tan oscura que uno no pueda conocerla. Desgraciadamente, habiendo rechazado a Jesús como el Mesías, buscan a otro con ese nombre. Uno no puede ponerse el yelmo de la salvación aparte del verdadero Yahshua.
El yelmo de Yahshua es para aquellos que creen que Jesús es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16: 16). Los falsos mesías nacen de la simiente carnal, que no puede resultar en inmortalidad o incorrupción (1ª Pedro 1: 23-25). Ni ningún falso mesías puede ser llamado Hijo de Dios, porque no fue engendrado por el Dios Altísimo.
Quizás Pablo se estaba refiriendo al yelmo de Yahshua cuando en Romanos 13: 14 escribió,
14 Antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para los deseos de la carne.
El turbante del sumo sacerdote como casco
Cuando comparamos la armadura romana con el atuendo del sumo sacerdote, vemos que el yelmo de la salvación es comparable al turbante del sumo sacerdote. Levítico 8: 9 dice:
9 Puso también el turbante sobre su cabeza, y sobre el turbante [“mitra”, KJV], en la parte delantera, colocó la lámina de oro, la corona sagrada, tal como el Señor lo había mandado a Moisés.
Este turbante estaba hecho de lino fino (Éxodo 28: 39). Se le ataba un hilo azul (Éxodo 28: 37) para “recordar todos los mandamientos del Señor” (Números 15:38-40). El azul es el color del Cielo y de la Ley. Por lo tanto, Pablo escribió en Romanos 7: 14, “sabemos que la ley es espiritual”.
Sobre el turbante se colocaba el nezir, “la corona sagrada” (Éxodo 29: 6), que consagraba al sumo sacerdote con el llamamiento de nazareo. Por eso, a los nazareos se les permitía entrar en el santuario como si fueran sacerdotes. Santiago, el hermano de Jesús, era nazareo y solía orar diariamente en el santuario por la ciudad de Jerusalén, hasta que fue apedreado por creer en Jesús (62 dC). Véase Lecciones de la Historia de la Iglesia, vol. 1, capítulo 25.
La placa de oro estaba inscrita con las palabras, "Santo para el Señor (o Santidad al Señor)" (Éxodo 39: 30). Sabemos que nuestro gran Sumo Sacerdote es Jesucristo mismo. Aunque Jesús no era un sacerdote del Antiguo Pacto, sin embargo, tanto Moisés como Aarón eran tipos de Cristo a su manera. Por lo tanto, las vestiduras del sumo sacerdote eran una representación carnal de las vestiduras espirituales dadas a nuestro Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec. Entonces, el turbante, con su placa de oro, puede ser visto como el Yelmo de Salvación, o el Yelmo de Yahshua.
Nuestro Sumo Sacerdote no tenía pecado, habiendo cumplido la Ley durante toda su vida (Hebreos 9: 28 KJV). Su “turbante” tenía un hilo azul para recordar todos los mandamientos. Aunque a menudo sus enemigos lo acusaban de pecado, esas acusaciones eran falsas. Violó el entendimiento común de la Ley—la Ley del Sábado en particular—pero, de hecho, sanar a la gente en el sábado estaba diseñado para ayudar a la gente a entrar en el Reposo de Dios, razón por la cual se dio el sábado.
En cuanto a la lámina de oro, o corona santa, Hebreos 5: 1, 3 dice:
1 Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres, es constituido por los hombres, en lo que a Dios se refiere, para ofrecer tanto ofrendas como sacrificios por los pecados... 3 y por eso está obligado a ofrecer sacrificios por los pecados...
El sumo sacerdote era "santo", porque era apartado por un llamamiento especial "para ofrecer sacrificios por los pecados". Los hombres ordinarios no podrían hacer esto por sí mismos. Incluso si ofrecían un sacrificio, se les requería que llevaran la sangre del sacrificio al lugar donde Dios había puesto su nombre y se la dieran al sacerdote para que la ofreciera sobre el altar (Levítico 17: 3-5).
Así que Jesús vino a la Tierra y fue apartado para hacer la obra que ningún hombre podía hacer, ni siquiera los sumos sacerdotes levitas, quienes antes de ministrar a la gente primero tenían que ofrecer un sacrificio por sus propios pecados. El sacrificio de Jesús fue superior en el sentido de que pudo ofrecerse a Sí mismo como el Sacrificio final, y lo hizo sin tener que ofrecer un sacrificio por ningún pecado personal.
Cuando nosotros mismos nos ponemos el yelmo de la salvación, significa que hemos aceptado a Yahshua como nuestra Cabeza. Además, testificamos que Él es santo, que Él estaba calificado para hacer el gran sacrificio por nosotros, y que Él recordó y cumplió toda la Ley (hilo azul) sin ningún pecado. Por el hecho de que Él nunca nos mandará pecar, es claro que se nos instruye a recordar la Ley, como dijo el profeta (Malaquías 4: 4). Jesús afirmó esto en Mateo 5: 17-19.
Este es el significado de ponerse el Yelmo de la Salvación, que es nuestra armadura espiritual. El hilo azul en el turbante se relaciona directamente con la coraza de justicia, con el cinturón de la verdad y con la espada del Espíritu, que es su Palabra.
EL ÚNICO NOMBRE DADO A LOS HOMBRES PARA SER SALVOS, Scott Hubbard
En un mundo de tolerancia y pluralismo, pocas afirmaciones de verdad tienen un sabor tan amargo como éste: Jesús es el único camino a Dios. O como dice tan audazmente el apóstol Pedro:
"No hay salvación en nadie más, porque no hay otro nombre dado bajo el cielo por el cual debamos ser salvos". (Hechos 4: 12)
¿Solo un nombre para ocho mil millones de personas? ¿Solo un Salvador para casi siete mil grupos de personas? ¿Solo un camino hacia el Cielo para hombres y mujeres, jóvenes y viejos, urbanos y rurales, asiáticos y americanos y africanos y europeos?
Pedro, aparentemente, no se avergonzó de la afirmación. “Que sea notorio para todos ustedes”, comenzando (Hechos 4: 10). Pero lo que Pedro proclamó, muchos de nosotros susurramos, especialmente entre aquellos que se ofenden. “Ningún otro nombre” puede sonar bien en un grupo pequeño, pero nuestras voces pueden romperse en la mesa de la cocina de un vecino. La vergüenza, no la audacia, podría marcar incluso a los que aman el nombre de Jesús.
Quizás, entonces, necesitemos ayuda para sentir la maravilla de que haya algún nombre. A este mundo de maldición y pecado, donde la mitad de nuestra casa cuelga al borde del precipicio del juicio, Dios le ha dado un nombre.
Según todos los cálculos, deberíamos vivir en un mundo sin nombre.
Deberíamos caminar al este del Edén, sin la promesa de un hijo venidero. Deberíamos trabajar duro bajo Faraón, sin un brazo extendido para rescatarnos. Deberíamos temblar ante Goliat, sin tener a David para lanzar sus piedras. Deberíamos colgar nuestras arpas en Babilonia, sin esperanza de una canción futura.
Por nuestra cuenta, por supuesto, luchamos por consentir en tan funestos deberes. Sentimos, aunque no hablemos, no que debemos perecer, sino que Dios debe salvarnos. Sentimos que el Cielo, no el infierno, es el destino predeterminado de la humanidad. Hablamos de cien caminos montaña arriba porque suponemos, en el fondo, que la mayoría (si no todos) merecen llegar a la cima.
Sin embargo, sentimos, percibimos y asumimos así solo cuando sentimos, percibimos y asumimos que nuestro pecado es más pequeño de lo que Dios dice. Para aquellos con opiniones leves sobre el pecado, nada podría ser más ofensivo que el hecho de que haya un solo nombre. Pero para aquellos que, como Job (Job 42: 6), o Isaías (Isaías 6: 5), o Pedro (Lucas 5: 8), o Juan (Apocalipsis 1: 17), se han visto arrojados a la presencia del Santo, poco podría ser más maravillosamente sorprendente.
¿Por qué Dios debería enviar un amanecer para perforar nuestra elegida oscuridad? ¿Por qué el Padre debería levantarse y correr para encontrarse con su hijo descarriado? ¿Por qué Cristo debe convertirse en nuestro Oseas para redimirnos del burdel? ¿Por qué se debe derramar la sangre del Cielo para recuperar a los que odian el Cielo? ¿Por qué Jesús debe dar su nombre para rescatar a los crucificadores?
Solo porque los cálculos del Cielo van más allá de la mera justicia.
Ahora, escucha de nuevo las palabras que tantas veces ofenden o avergüenzan:
"En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres en que podamos ser salvos". (Hechos 4: 12)
La exclusividad de Jesucristo ciertamente se sienta en el centro de las palabras de Pedro, como una piedra de tropiezo o una roca de caída (Hechos 4: 11; Romanos 9: 33). Sin embargo, esparcidas alrededor de esa piedra hay joyas tan hermosas que la afirmación de Pedro, lejos de ofender o avergonzar, debería romper los corazones de los pecadores y desatar las lenguas de los santos.
"Hay . . . [un] nombre . . . dado _"
Cuando el Hijo de Dios nació en Belén, nació en un mundo sin nombre salvador. Ningún nombre entre los sabios filósofos de Grecia podría salvar. Ningún nombre en el panteón expansivo de Roma podría salvar. Israel, por supuesto, se había refugiado durante mucho tiempo en el nombre de Yahweh (Éxodo 34: 6–7). Sin embargo, incluso Yahweh esperó el día en que daría su nombre de una manera nueva y, a través de Él, una salvación mucho más allá de la imaginación de los judíos (Jeremías 23: 5–6; Joel 2: 32).
Luego, en esa noche solitaria, el Dios del Cielo dio un nombre a los pecadores perdidos y moribundos. Aquel día nos nació en la ciudad de David un Salvador, llamado Jesucristo el Señor (Lucas 2: 11). Anímense, exiliados del Edén. ¡Ánimo, esclavos de Faraón! Alzad vuestra cabeza, soldados de Israel. Tocad vuestras arpas, prisioneros de Babilonia. Tu Dios ha venido y te ha dado un nombre.
"Hay . . . [un] nombre bajo el cielo dado a los hombres".
Dios podría haber dado este nombre a los Césares y Herodes del mundo. Podría habérselo entregado a los sabios y poderosos. O, lo más probable, podría habérselo confiado solo a los judíos. En cambio, dio un nombre bajo (todos) los cielos, entre (todos) los hombres.
Dondequiera que hombres y mujeres vivan bajo el cielo, por muy lejos que se haya desviado la imagen de Dios, allí debe ir este nombre. Debe correr más allá de Jerusalén; debe llegar más allá de Judea; debe volar fuera de Samaria para encontrar los confines de la Tierra (Hechos 1: 8). Como canta el salmista: “¡Desde la salida del sol hasta su puesta, el nombre del Señor es alabado!” (Salmo 113: 3).
Así es y será en Jesús. Su nombre se encontrará con el amanecer del Este. Su nombre mirará la puesta del sol Occidental. Y en todas partes en el medio, todas las personas “serán benditas en Él, todas las naciones lo llamarán bienaventurado” (Salmo 72:17).
"Hay . . . [un] nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual debemos ser salvos".
Dios le ha dado un nombre. Este nombre es para todos los que están debajo del cielo. Y aquí está el propósito de Dios, el deseo de Dios, al dar ese nombre universal: mi pueblo debe ser salvo (Hechos 2: 21).
Dios tuvo a bien envolver la salvación en las sílabas de este nombre. “Llamarás su nombre Jesús”, le dijo el ángel a María, “porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 21). “Dios ve”, “Dios se compadece”, “Dios fortalece”, cualquiera de estos nombres hubiera sido maravilloso. Pero Jesús , “Dios salva” — o más literalmente, “ Yahweh salva”. Con razón María se maravilló (Lucas 1: 46–55).
Dios no envió este nombre al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él (Juan 3:17).
Entonces, en Jesús, escuchamos el único nombre que salva. Podemos, si queremos, alimentar la ofensa o la vergüenza por el hecho de que Dios haya dado un solo nombre. O podemos agradecer a Dios por ese nombre, atesorar ese nombre y unirnos a Dios mismo para difundir ese nombre dondequiera que no se cante.
Si lo hacemos, nos sumamos a una misión que no puede fallar. Escuche a Dios Todopoderoso retomar el anhelo del Salmo 113: 3 y convertirlo en una promesa profética, sellada dos veces:
"Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso mi nombre será grande entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá a mi nombre incienso y ofrenda pura. Porque mi nombre será grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos". (Malaquías 1: 11)
Su nombre será grande: en Zambia y Nueva Zelanda, en India e Islandia, en China y Colombia, y en las calles oscuras de nuestras propias ciudades. Y con ese fin, Dios nos ha hecho administradores de su sagrado nombre. En Cristo, podemos hacer brillar la luz que abre las tinieblas (Lucas 1: 78–79), hacer bajar la mano que levanta a los caídos (Salmo 40: 2), levantar la serpiente que sana a los mordidos (Juan 3: 14–15), y decir el nombre que salva al pecador.
No hay otro nombre dado entre los hombres por el cual debamos ser salvos. Y, oh, qué Nombre tan glorioso es.
Scott H.
(Gentileza de E. Josué ZAMBRANO TAPIAS)
MULTIMILLONARIO JUDÍO ACEPTA A JESÚS Y ENCUENTRA PAZ Y NUEVA VIDA: "ÉL ME HABLÓ", Testimonio en Acontecer Cristiano

Libro: ISAÍAS PROFETA DE LA SALVACIÓN LIBRO IX (Final), Dr. Stephen Jones
![]() |
135 Páginas |
Introducción sinóptica caps. 59-66
Isaías 59-66 es la revelación culminante del profeta sobre el Mesías del Nuevo Pacto y su obra exitosa a pesar de los fracasos de la humanidad:
Isaías 59 muestra la desesperanza de la condición del hombre y su incapacidad para ser salvo por su propia voluntad a través del Antiguo Pacto. Luego, el profeta establece un nuevo camino de salvación que se basa en el Nuevo Pacto. Este nuevo camino se basa en la voluntad de Dios que interviene en los asuntos de los hombres para que se cumplan las promesas de Dios.
Isaías 60 muestra cómo la luz de la verdad se levantará por fin para disipar todas las tinieblas. El pueblo de Dios en todas partes se convertirá en la encarnación de esa verdad, porque la gloria de Dios se verá sobre ellos irradiando la naturaleza de Dios.
Isaías 61 muestra la exaltación del pueblo de fe que irradia la verdad y la luz de Dios. A los que antes fueron oprimidos y afligidos en los reinos de los hombres se les dará autoridad sobre las naciones. No oprimirán a sus antiguos opresores, como motivados por la venganza, sino que gobernarán con el ejemplo, como Cristo dirigió con el ejemplo.
Isaías 62 da una imagen del gran matrimonio entre el Cielo y la Tierra. Aunque solo unos pocos estarán casados con Dios al principio, llevarán al resto de la humanidad a la misma experiencia, para que se cumpla el propósito original de la Creación. La Reconciliación de Todas las Cosas traerá la unidad del Nuevo Pacto a este matrimonio. Al final, todos serán parte de esta nueva ciudad, la Nueva Jerusalén.
Isaías 63 reprende a Edom por reclamar el crédito por la cosecha pisoteada. El pisar las uvas es una metáfora bíblica común de la conquista. Las propias uvas representan el mundo de los incrédulos, que hay que pisar para extraer el vino para la mesa de Dios.
La primera parte de este capítulo expone la soberanía de Dios, quien es el único que ha pisado las uvas. La última mitad del capítulo relata el propósito subyacente y el significado de la historia de Israel y la obra del “ángel de su presencia” (es decir, Peniel). Peniel es el Ángel de la Transfiguración.
Isaías 64 es la oración del profeta que invoca la promesa de Dios. El profeta reconoce a Dios como Creador y como nuestro Padre celestial, el Soberano que es el único que puede convertir los corazones de la gente. Él es el gran Alfarero; nosotros somos mera arcilla en sus manos.
Isaías 65 reconoce que el mundo entero permanece en tinieblas, excepto unos pocos a quienes Dios ha escogido personalmente para ser los primeros frutos de la Nueva Creación. Son los llamados herederos que reciben una doble porción según su llamado, autoridad y responsabilidad. En este capítulo, el profeta expone la idea del pueblo Amén, mostrando que son los primeros en estar de acuerdo con la voluntad y la mente de Dios.
El principio del Amén se establece entonces como el principio subyacente de la gran recreación del mundo. Tanto los Cielos Nuevos como la Tierra Nueva, así como la Nueva Jerusalén, se crean como la voluntad de Dios y los hombres se vuelven uno. Por último, esto se representa metafóricamente en términos de lobos y corderos en paz entre sí. Las serpientes tampoco serán el enemigo por más tiempo.
Isaías 66 es la culminación de este libro, que muestra el Cielo como el Trono de Dios y la Tierra como el estrado de sus pies. Un estrado o taburete es un lugar donde se pueden descansar los pies, y esta metáfora muestra el final de la Nueva Creación. Así como Dios descansó después de la Primera Creación, también puede descansar después de la Recreación. No puede descansar, por supuesto, hasta que haya logrado hacer todo lo que se propuso. Tampoco descansará hasta que toda la Creación se haya reconciliado consigo mismo.
El profeta también describe esto como el nacimiento de un hijo.
Finalmente, en las palabras últimas del profeta, se establece la promesa de Dios diciendo: "Todo el género humano vendrá a postrarse ante Mí". Esto cumple la Palabra del Señor dada anteriormente en Isaías 45: 23, "ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua jurará lealtad". No muchos han podido captar el alcance de esta salvación universal, ni pueden ver cómo Dios pudo hacer tal cosa. Sin embargo, cuando entendemos la soberanía de Dios y la naturaleza del Nuevo Pacto que procede de Él, podemos creer que Dios puede hacer todo lo que se ha propuesto.
A lo largo del libro de Isaías, vemos la revelación de la soberanía de Dios. En la última mitad del libro, comenzando con el capítulo 40, vemos el Nuevo Pacto establecido. Mientras que los votos de los hombres y las buenas intenciones inevitablemente no alcanzan la gloria de Dios, los votos y las intenciones de Dios inevitablemente tienen éxito en todos los sentidos. Cualquier buena obra que dependa de la voluntad del hombre seguramente fracasará, pero cualquier buena obra que dependa de la voluntad de Dios no puede fallar.
Isaías ha sido llamado el Profeta de la Salvación y también es conocido como el profeta “universalista”. Algunos definen su “universalismo” simplemente en términos de su inclusión de los extranjeros en el ámbito del amor de Dios. Pero su punto de vista universalista era más que eso, porque la perspectiva del Nuevo Pacto del profeta le dio la fe necesaria para creer que al final Dios salvaría a toda la humanidad. Sus profecías abarcaron toda la Tierra en el plan divino, y el éxito de Dios estaba firmemente arraigado en su capacidad soberana para cumplir sus promesas.
A menudo se ha señalado que los 66 capítulos de Isaías son un microcosmos de los 66 libros de la Biblia en su conjunto. Hay 39 libros en el Antiguo Testamento, que se correlacionan con los primeros 39 capítulos de Isaías. Asimismo, los 27 libros del Nuevo Testamento se correlacionan con los últimos 27 capítulos de Isaías.
Por supuesto, la división de la Biblia en capítulos y versículos no se hizo hasta hace solo 700 años, por lo que uno puede cuestionar la validez de esas cosas. No obstante, la división en el libro de Isaías ha sido tan sorprendente que muchos críticos han afirmado que el libro tiene dos autores. Hablan regularmente del primer y segundo Isaías, con la esperanza de desacreditar su inspiración y erosionar su autenticidad.
Sin embargo, la revelación de Isaías se erige como un pilar de la verdad. Inspiró al apóstol Pablo, quien encontró en sus páginas el carácter y la naturaleza del Nuevo Pacto. En el análisis final, no importa si uno o dos autores escribieron el libro de Isaías, porque su verdadero Autor fue Dios mismo. Hay otras partes de las Escrituras que fueron escritas por autores anónimos, como los últimos párrafos de Deuteronomio, que registran la muerte de Moisés.
ISAÍAS, Profeta de la Salvación - LIBRO VII - Parte 9: Dios asume la responsabilidad de la salvación de todos, Dr. Stephen Jones
24-10-2020
Dios continúa hablando al Mesías en Isaías 49: 3, diciendo:
3 Me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel, en quien mostraré mi gloria”.
Al llamar al Mesías Israel, algunos han pensado que Israel era el Mesías. Este punto de vista es sostenido por algunos judíos de hoy que piensan que el actual Estado Israelí es el Mesías. Sin embargo, cuando vemos que Israel es un título otorgado a quienes merecen su testimonio, en lugar de una designación racial o incluso nacional, el significado es claro.
Jacob no nació israelita. Se le dio ese nombre / título cuando finalmente entendió la soberanía de Dios. Su nuevo nombre Israel testificó que finalmente aprendió que "Dios gobierna". Esto debe contrastarse con su vida como Jacob, donde pensó que Dios necesitaba su ayuda para cumplir sus promesas.
Jesús era el Mesías prometido, y desde el principio comprendió lo que significaba ser llamado Israel. Es por eso que Él siempre se remitió a su Padre celestial, sin hacer nada excepto lo que vio hacer a su Padre, y no hablar nada excepto lo que escuchó decir a su Padre. Por su ejemplo, un israelita se define como alguien que ejerce la autoridad correctamente, sabiendo que toda autoridad está bajo Dios. La autoridad se sujeta así a Aquel que la autorizó.
Al final, Cristo someterá toda la Creación al Padre, y “también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1ª Corintios 15: 28). Al Mesías se le confió la Creación precisamente porque el Padre sabía que no usurparía la soberanía para Sí mismo, como lo han hecho todos los demás gobiernos.
La promesa de gloria
Por lo tanto, cuando Dios dice que mostrará su gloria en Israel, comienza con el Mesías y se extiende desde allí hasta el Remanente de Gracia que será el primero en ser glorificado como Cuerpo. En Juan 17: 5 Jesús oró:
5 Ahora, Padre, glorifícame junto a ti con la gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera.
Pero no terminó ahí, porque Juan 17: 22-23 continúa,
22 La gloria que me has dado, yo les he dado, para que sean uno, como nosotros somos uno; 23 Yo en ellos y tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que Tú me enviaste y los amaste, como Tú me has amado a Mí.
El Padre es glorificado en Cristo; Cristo es glorificado en su Cuerpo. La plataforma de la gloria es la unidad. La voluntad de Jesús estaba en unidad con la voluntad de su Padre celestial, porque dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10: 30). Esta fue la expresión de Jesús de acuerdo con la voluntad y el plan del Padre. Cuando los creyentes (Jacob-s) en el mundo crezcan hasta la madurez espiritual y estén en total acuerdo con Cristo, entonces ellos también se convertirán en israelitas glorificados en quienes Cristo es glorificado.
Al final, la gloria del Señor cubrirá la Tierra “como las aguas cubren el mar” (Isaías 11: 9). Dado que las aguas cubren el mar alrededor del 100 por ciento, sabemos que Su gloria cubrirá el 100 por ciento de la Tierra. Pero esto se cumplirá por etapas, no todo a la vez. Primero Cristo recibió la gloria; luego el Remanente de Gracia Vencedor al comienzo de la Era de Tabernáculos; luego, mil años después, el resto de la Iglesia será glorificado con inmortalidad; y finalmente, en el Jubileo de la Creación, el resto de la Creación será liberada a la libertad y gloria de los Hijos de Dios.
Este es el plan a largo plazo de la gloria de Dios que cubrirá toda la Tierra. Se necesita mucho tiempo para lograr la unidad total entre el Cielo y la Tierra, donde los dos llegan a un acuerdo total. Este es el gran matrimonio cósmico prometido en las Escrituras y descrito en Génesis 2: 24, “y serán una sola carne”.
Mientras tanto, sin embargo, la gloria de Dios parecía esquiva a lo largo de la historia. Debido a que iba a llevar tanto tiempo, los hombres a menudo se desanimaban cuando veían lo imposible que les resultaba alcanzar la unidad por el poder de su propia voluntad.
Trabajando en vano
Isaías 49: 4 dice:
4 Pero yo dije: “En vano me he afanado, en nada y en vanidad he gastado mis fuerzas; sin embargo, seguramente [aken] la justicia [mishpat, “el acto de decidir un caso”] que se me debe a mí está con Yahweh, y mi recompensa con mi Dios”.
La traducción de NASB (arriba) hace que parezca que Cristo mismo se estaba quejando. Pero Jesús nunca expresó tales pensamientos. Nunca pensó que "trabajó en vano". Esta es más bien una imagen de los israelitas exiliados que aún eran carnales y que aún estaban trabajando bajo el Antiguo Pacto para librarse del cautiverio y perfeccionarse por sus propias obras.
En otras palabras, esta es la voz de Jacob, no de Israel. Esta es la voz de la gente del Antiguo Pacto a quienes su propio voto requiere que obtengan la salvación a través del poder de su propia voluntad. De hecho, el Antiguo Pacto no fue diseñado para tener éxito sino para fracasar; fue diseñado para llevar a todos los hombres a la conclusión de que no funciona, para que pudieran buscar otra solución, el Nuevo Pacto, donde Dios mismo promete perfeccionarnos por el poder del Espíritu que obra en nosotros.
La meta parecía imposible de alcanzar, "pero seguramente" (aken) Dios mismo tiene la solución y decidirá el caso de una manera que traiga la solución. ¿Qué hará Dios al respecto? La respuesta está en los siguientes versículos. Isaías 49: 5-6 dice:
5 Y ahora dice Yahweh, que me formó desde el vientre para ser su siervo, para traer a Jacob de regreso a él, para que Israel fuera reunido a él (porque yo soy honrado ante los ojos de Yahweh, y mi Dios es mi fuerza), 6 Él dice: “Es una cosa demasiado pequeña que seas Mi Siervo para levantar las tribus de Jacob y restaurar a los preservados de Israel; también te haré luz para las naciones, para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”.
Vemos aquí que nuestro Dios soberano ha asumido la responsabilidad de “traer a Jacob de regreso a Él” y “levantar las tribus de Jacob y restaurar a los preservados de Israel”. Dios hizo esto al enviar a su Hijo al mundo para que fuera el mediador del Nuevo Pacto, para que Dios pudiera cumplir su voto del Nuevo Pacto de salvar al mundo. Primero Cristo, luego los verdaderos israelitas (los discípulos de Cristo), debían ser "una luz para las naciones", para que "Mi salvación [Yahshua] llegue hasta los confines de la tierra".
Esta declaración presagió la Gran Comisión de Mateo 28: 18-20. La luz de Cristo, revelada anteriormente en Isaías 9: 2-3, iba a comenzar con el Mesías mismo en la tierra de Zabulón y Neftalí (Isaías 9: 1), pero iba a aumentar a través de los discípulos hasta alcanzar “el fin de la tierra". El máximo logro, por supuesto, es salvar al mundo entero. Cuando la “Salvación” de Dios (es decir, Yahshua) llegue al “fin de la tierra”, entonces todas las cosas estarán bajo sus pies y Dios habrá cumplido su voto o promesa.
https://godskingdom.org/blog/2020/10/isaiah-prophet-of-salvation-book-7-part-9
FUIMOS RESCATADOS DE LA DEPRAVACIÓN TOTAL, Scott Hubbard
Es un principio espiritual establecido, que los pequeños pensamientos sobre el pecado conducen a pequeños pensamientos de Cristo. Si pensamos que se nos ha perdonado poco, poco amaremos (Lucas 7: 47). Sin embargo, el mismo principio se aplica a aquellos que simplemente han olvidado cuánto han sido perdonados. Y en un grado u otro, todos somos propensos a olvidar.
De ahí el mandato del apóstol Pablo de recordar cómo era la vida sin Cristo:
"Recordad que en un tiempo vosotros los gentiles según la carne . . . estabais . . . separados de Cristo, alienados de la comunidad de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo". (Efesios 2: 11-12)Recuerde, Pablo les dice a los Efesios, que una vez estuvieron separados, alienados, alejados, sin esperanza. Porque entonces, y solo entonces, significaría algo que en Cristo hubieran sido reconciliados, acogidos, adoptados, salvos.
Así también con nosotros. Si vamos a amar mucho a Cristo, debemos recordar las profundidades de las que nos salvó. Si vamos a atesorar todo lo que tenemos en Él, debemos recordar quiénes éramos sin Él.
Los autores bíblicos nunca hablan en voz baja sobre nuestro pecado. Pablo no duda en describirnos como “muertos”. . . en pecados” (Efesios 2: 1), y Juan nos llama “ciegos” (1ª Juan 2: 11). A los ojos de Jesús, incluso los más generosos entre nosotros somos, sin embargo, “malos” (Lucas 11: 13). No debemos estremecernos, entonces, en aplicar a nuestro "yo" la infame etiqueta de "totalmente depravado".
A pesar de las percepciones populares erróneas, la depravación total comienza con una afirmación bastante modesta. La doctrina no sugiere (como algunos creen erróneamente) que somos tan malos como podríamos ser, sino solo que cada parte de nosotros es mala: nuestra mente, corazón, voluntad, afectos. Ninguna de nuestras facultades dejó el Edén sin caer. Como escribe JC Ryle:
"Podemos reconocer que el hombre tiene todas las marcas de un templo majestuoso a su alrededor: un templo en el que Dios una vez habitó, pero un templo que ahora está en ruinas totales. Un templo en el que una ventana rota aquí, una puerta allí y una columna allí, todavía da una vaga idea de la magnificencia del diseño original, pero un templo que de punta a punta ha perdido su gloria y caído de su alto estado".El hombre caído camina por la tierra como un templo en ruinas, a la vez magnífico y miserable. Nuestras mentes, que una vez recibieron la luz de la verdad, ahora están “oscurecidas” y “vanas” (Efesios 4: 18; Romanos 1: 21). Nuestros corazones, que una vez palpitaron con santa pasión, ahora están “endurecidos” y son “engañosos” (Efesios 4: 18; Jeremías 17: 9). Nuestra voluntad, que una vez obedeció los mandatos de Dios, ahora se niega a escuchar su voz (Jeremías 9: 6 ; Juan 5: 39-40).
El templo de la humanidad puede estar todavía en pie, pero el pecado habita en cada habitación en ruinas. Aparte de Cristo, somos totalmente depravados.
La depravación total se convierte en una píldora doctrinal más difícil de tragar cuando consideramos algunas de sus implicaciones. Por ejemplo, en nuestro estado caído, no podemos someternos a Dios (Romanos 8: 7), no podemos agradar a Dios (Romanos 8: 8; Hebreos 11: 6), y lo más sorprendente de todo, no podemos hacer lo bueno (Juan 15: 5; Romanos 14: 23). “Nadie hace lo bueno”, nos dice Pablo, “ni siquiera uno” (Romanos 3: 12).
¿Cómo le damos sentido a tal afirmación? ¿No vemos a los no cristianos ayudar a sus vecinos y cuidar a sus hijos todos los días? ¿No recordamos nosotros mismos haber hecho varias buenas obras antes de seguir a Cristo?
Sin duda, los escritores bíblicos están dispuestos a otorgar una especie de bondad a los impíos. Incluso el malo puede "dar buenos dones", dice Jesús (Lucas 11: 13). Asimismo, Pablo asume que los gobernantes saben reconocer la “buena conducta” y que los ciudadanos paganos saben cómo mostrarla (Romanos 13: 3). Pero la bondad que ignora a Dios, por útil que sea para una sociedad bien ordenada, nunca puede agradar a Dios, como tampoco lo puede agradar un cántico de alabanza a Baal simplemente porque tenga algunas notas agradables. Si nuestra bondad no es a través de Dios, por Dios y para Dios (Romanos 11: 36), entonces estamos obrando al servicio de un ídolo.
Quizás si Dios fuera periférico a este mundo, si tuviera un interés e importancia meramente marginales, entonces la bondad no cristiana calificaría como verdadera virtud. Quizás sí, como escribió una vez C.S. Lewis: Si Dios fuera menos un Padre en el Cielo y más un “abuelo en el Cielo, una benevolencia senil. . ., cuyo plan para el universo fuera simplemente que se pudiera decir verdaderamente al final de cada día, 'todos se lo pasaron bien', entonces incluso Él estaría satisfecho con nuestras bondades seculares.
Pero, ¿y si Dios es en cambio el Sol resplandeciente del universo? ¿Qué pasa si nuestro mayor deber (¡y felicidad!) es amarlo con todo el corazón, alma, mente y fuerza (Marcos 12: 30). ¿Qué pasa si el mismo aliento en nuestros pulmones es su don (Hechos 17: 25)? ¿Qué pasa si está celoso de recibir la gloria de nosotros que se merece (Jeremías 13: 11)? ¿Qué pasa si la historia se precipita hacia un día en que solo Él será exaltado (Isaías 2: 17)? Si ese es el caso, entonces no hay verdadera virtud sin verdadera adoración. No hay bien sin Dios.
En nosotros mismos, somos totalmente depravados; a los ojos de Dios, somos totalmente desagradables. Estos dos hechos, tomados en conjunto, nos llevan a un tercero: sin Cristo, estamos irremediablemente condenados.
El juicio, de hecho, ya ha comenzado. Pablo escribe: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Romanos 1: 18). Dice, se revela, no que se revelará. ¿Y cómo está Dios revelando su ira? Al entregarnos a nuestros pecados favoritos. “Dios los entregó a los deseos de sus corazones. . . . Dios los entregó a pasiones deshonrosas. . . . Dios los entregó a una mente degradada” (Romanos 1: 24, 26, 28). Deseamos la libertad de Dios, sin darnos cuenta de que, cuanto más libres somos de Él, más esclavizados estamos al pecado.
La ira de Dios ya permanece sobre nosotros (Juan 3: 36). Y a menos que Dios mismo intervenga para quitarnos su ira, nuestras mentes oscurecidas se oscurecen más; nuestros corazones endurecidos se endurecen más; nuestras voluntades torcidas se vuelven cada vez más torcidas. Trabajamos todos los días al servicio de nuestro pecado, acumulando todo el tiempo el único salario que este amo puede dar: la muerte (Romanos 6: 23).
Muy pronto, estaremos ante el gran Juez, cuyos ojos son demasiado puros para mirar el mal, y ante quien nuestros pecados secretos quedan al descubierto (Habacuc 1: 13; Salmo 90: 8). ¿Qué esperanza tendremos en ese momento? Con cada parte de nosotros depravada y nuestras mejores obras desagradables, ¿qué podemos decir en nuestra defensa? Aparte de Cristo, nada; estamos irremediablemente condenados.
El retrato de la humanidad bajo el pecado es sombrío, tan sombrío que muchos preferirían olvidarlo por completo. Sin embargo, lo hacemos a costa de nuestro más profundo consuelo.
Cuando los que están en Cristo escuchan el mandato de Pablo de recordar y permitir que en nuestro pecado nos cubra con su sombra, llegamos a un lugar que no esperamos: no fuera del Edén, con querubines custodiando la entrada; no junto al Lago de Fuego, con las llamas que amenazan el juicio; sino más bien bajo las nubes de tormenta del Calvario, donde, “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5: 8). Si bien no pudimos escapar de nuestra depravación, si bien no pudimos ganar la aprobación de Dios, si bien no pudimos evitar la condenación, el Hijo de Dios derramó su preciosa sangre.
Recordar nuestro pecado de esta manera, lejos de enviarnos a la desesperación, profundiza nuestra seguridad. Porque si Cristo nos amó entonces, mientras nosotros no queríamos tener nada que ver con Él, ¿no seguirá amándonos ahora (Romanos 5: 10)? Nuestro pecado nos recuerda que el amor de Dios nunca se basó en nuestra dignidad, porque no la teníamos, sino solo en la de Cristo.
John Newton dijo en su lecho de muerte la famosa frase: "Soy un gran pecador, y Cristo es un gran Salvador". Las dos declaraciones siempre van juntas. Si nuestro pecado fue pequeño, entonces también lo es nuestro Salvador. Pero si fuimos depravados, desagradables y condenados, entonces nuestros pensamientos de Cristo como nuestro gran Salvador serán siempre grandes.
Scott Hubbard
(gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)