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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/08/the-solution-to-sauls-bad-precedent-part-6/
Saúl fue descalificado al principio de su reinado por temor a que el pueblo se dispersara o desertara del ejército. Este patrón se repitió en la Iglesia, cuando los líderes tomaron medidas carnales para retener su membresía, especialmente ante las demoras divinas. La Iglesia Primitiva creía que Cristo vendría pronto, y cuando él retrasó su venida, el pueblo se apartó.
Saúl ofreció el sacrificio él mismo, aunque no era sacerdote, ni sacerdote aarónico ni sacerdote de Melquisedec. Por lo tanto, asumió un llamado (autoridad) que no le correspondía. Más tarde, Dios le dijo al rey David que era «sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (Salmo 110: 4), y por esta razón se le permitió a David comer el pan de la Mesa de la Proposición y acercarse al Arca del Pacto en el Tabernáculo de David.
Pero Saúl no pertenecía a ese orden sacerdotal. Hay que ir más allá de Pentecostés para ser sacerdote de Melquisedec. Cuando Juan escribió en Apocalipsis 20: 6 que quienes reinarán con Cristo por mil años serán «sacerdotes de Dios y de Cristo», no se refería al orden aarónico, sino al de Melquisedec. Estos son los Vencedores que resucitan en la Primera Resurrección.
La victoria de Jonatán y la maldición de Saúl
Jonatán, el hijo de Saúl, fue un ejemplo de Vencedor. Él y su escudero tomaron la guarnición filistea sin que el grueso del ejército israelita lo supiera. Pero cuando los centinelas vieron que los filisteos huían, se unieron a la batalla y la ganaron (1ª Samuel 14: 22, 23). Pero Saúl tomó entonces otra decisión insensata. 1º Samuel 14: 24 dice:
24 Los israelitas estaban en gran aprieto aquel día, porque Saúl había hecho jurar al pueblo: «Maldito el hombre que coma pan antes del anochecer, hasta que yo me haya vengado de mis enemigos». Así que nadie del pueblo probó pan.
El decreto de Saúl pudo haber sonado religioso, pero no era buena idea ayunar el día de la batalla. En cualquier caso, Jonatán no escuchó ese decreto, pues había ido antes a la guarnición filistea. Leemos en 1º Samuel 14: 27:
27 Pero Jonatán no había oído cuando su padre hizo jurar al pueblo; por lo tanto, extendió la punta del bordón que tenía en su mano y lo mojó en el panal de miel, y puso su mano sobre su boca, y sus ojos brillaron [ore, “se volvieron luz, iluminados”].
Esta es una forma interesante y profética de describir el sabor de la miel. Es más que un simple subidón de energía, como leemos en Esdras 9: 8, después de que el pueblo se arrepintió del pecado:
8 Pero ahora por un breve momento ha habido gracia de parte del Señor, nuestro Dios, para dejarnos un remanente que haya escapado, y para darnos una estaca en su lugar santo, a fin de que nuestro Dios ilumine nuestros ojos y nos conceda un poco de resurrección en nuestra servidumbre.
Iluminar los ojos resulta en un avivamiento, es decir, restaurar la vida o vencer la muerte. En las lenguas del Cercano Oriente, los ojos se consideraban un barómetro de la fuerza vital. Ello implica resurrección, vinculando así a los Vencedores (como Jonatán) con la primera resurrección.
Así leemos en el Salmo 13: 3,
3 Considera y respóndeme, oh Yahweh Dios mío; Ilumina mis ojos, para que no duerma el sueño de la muerte.
Vemos aquí cómo David anhelaba la revelación divina que iluminara sus ojos. Sin ella, dormiría el sueño de la muerte.
Nuevamente, leemos en el Salmo 19: 8 que «el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos». Este es un modismo hebreo que implica adquirir fuerza, ya sea física o espiritual. El cumplimiento máximo de esto es la fuerza para resucitar y ponerse de pie.
La maldición de Saúl profetizaba de cómo la Iglesia maldeciría a los Vencedores por su deseo de tener una visión clara. La miel, en este caso, representa el Evangelio del Reino, que se presentó en tiempos de Moisés como «una tierra que fluye leche y miel» (Números 14: 8). Jonatán fue el Vencedor de su época, quien no sólo destacó entre sus hermanos, sino que también fue maldecido por su propio padre, el rey pentecostal.
Esto sentó un precedente para lo que hemos visto en la Edad Pentecostal, cuando los líderes de la Iglesia exigían conformidad e incluso mediocridad. La historia muestra cómo la Iglesia persiguió no sólo a los herejes genuinos, sino también a los Vencedores que se desviaban de los límites de los credos y las tradiciones eclesiásticas que se presumían que contenían toda la verdad.
El juicio de Jonatán
Cuando alguien le contó a Jonatán sobre la maldición de su padre, leemos en 1º Samuel 24: 29, 30,
29 Entonces Jonatán dijo: «Mi padre ha turbado la tierra. Mira cómo se me han iluminado los ojos al probar un poco de esta miel. 30 ¡Cuánto más si el pueblo hubiera comido hoy libremente del botín que encontraron de sus enemigos! Pues ahora la matanza entre los filisteos no ha sido tan grande».
Los israelitas ganaron la batalla, pero la victoria fue sólo parcial debido a la maldición de Saúl. Esa noche, el ejército estaba hambriento, y leemos en 1º Samuel 14: 32, 33:
32 El pueblo se abalanzó con avidez sobre el botín, tomó ovejas, bueyes y terneros, los degolló en el suelo y los comió con la sangre. 33 Entonces le informaron a Saúl: «Mira, el pueblo está pecando contra el Señor al comer con la sangre». Y él respondió: «Has actuado con traición; hazme rodar una gran piedra hoy».
La Ley prohibía a cualquier persona, israelita o extranjera, comer o beber sangre (Levítico 17: 12), lo que significaba que el pueblo de Dios no debía ser sanguinario ni cruel. Saúl decidió culpar al pueblo por violar esta Ley, en lugar de arrepentirse por haber pronunciado una maldición tan insensata. Cuando alguien hace algo que hace pecar a otro, viola la Ley por poner un tropiezo delante del ciego (Levítico 19: 14). Hacer que otro peque lo hace responsable del pecado del otro. Otro ejemplo de tal responsabilidad se puede ver en Mateo 5: 32 (KJV).
Como la batalla estaba incompleta, Saúl le preguntó a Dios si debía terminarla al día siguiente. Leemos en 1º Samuel 14: 37:
37 Saúl consultó a Dios: «¿Debo ir tras los filisteos? ¿Los entregarás en manos de Israel?». Pero Dios no le respondió aquel día.
El corazón de Saúl aún no era recto, pues aún no reconocía ni se arrepentía de su propio pecado. Sin embargo, practicó la religión. 1º Samuel 14: 38 dice:
38 Saúl dijo: «Acérquense, todos los jefes del pueblo, e investiguen y vean cómo se ha cometido este pecado hoy. 39 Vive el Señor, que libra a Israel, aunque fuere en mi hijo Jonatán, sin duda morirá». Pero nadie del pueblo le respondió.
Saúl juró («¡Vive el Señor!») castigar al causante de sus problemas. Echaron suertes con el Urim y Tumim del efod, y se descubrió que Jonatán era quien había comido miel durante la batalla. Saúl, entonces, decidió mantener su imagen de justicia religiosa ejecutando a Jonatán. Sin embargo, hay que reconocer que el propio pueblo lo detuvo. 1º Samuel 14: 45, 46 dice:
45 Pero el pueblo le dijo a Saúl: «¿Debe morir Jonatán, el que ha traído esta gran liberación a Israel? ¡Ni hablar! ¡Vive el Señor, que ni un solo cabello de su cabeza caerá a tierra, porque ha obrado con Dios hoy!». Así que el pueblo rescató a Jonatán, y no murió. 46 Entonces Saúl dejó de perseguir a los filisteos, y los filisteos regresaron a su lugar.
Por lo tanto, Saúl juró ejecutar a Jonatán (v. 39), mientras que el propio ejército juró («Vive el Señor») evitar su muerte. Este es un buen ejemplo que demuestra que el pueblo mismo tiene el poder de oponerse al rey pentecostal —o a cualquier otro líder de la iglesia— para hacer lo correcto. Se supone que los líderes de la Iglesia deben ser ejemplos y administradores de su posición, pero cuando se apartan del orden de Dios, nadie está obligado a seguirlos ciegamente hasta el abismo.
Dicho esto, recuerden que ningún líder es perfecto y nadie conoce toda la verdad. Se debe dar la mayor gracia posible.
Una última reflexión... Jonatán estaba más capacitado para ser rey que su padre. Pero el pueblo había pedido un rey como las naciones, así que les tocó Saúl. Me pregunto qué habría pasado si hubieran pedido un rey piadoso.
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