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Términos básicos de la Escritura: 2 - ¿QUÉ ES LA SALVACIÓN?, Dr. Stephen Jones

 

https://godskingdom.org/blog/2023/01/what-is-salvation

Hace un siglo, Edgar Goodspeed, profesor de griego bíblico y patrístico en la Universidad de Chicago, publicó su traducción del Nuevo Testamento (1923). Un día, mientras estaba sentado en un banco del parque, una joven se acercó a él y le preguntó: "Señor, ¿es usted salvo?" Él la miró y notó su sincera preocupación por salvar a los perdidos, y respondió: "¿Quieres decir que fui salvado, estoy siendo salvado o seré salvo?"

La joven, por supuesto, no sabía de qué estaba hablando, así que le explicó cómo se afirman las tres cosas en el Nuevo Testamento.

El punto es que hay más en la idea de la salvación de lo que la mayoría de la gente entiende. Se puede decir que fuimos salvos cuando Jesús murió en la cruz y resucitó de entre los muertos. Nuevamente, podemos fechar la salvación en el momento en que la fe apareció en nuestros corazones. Pero luego hay una vida de fe, en la que estamos siendo salvos, como un proceso, no como un solo momento de tiempo. Y finalmente, hay una meta a alcanzar, después de que se haya completado el proceso.



Las Fiestas del Señor

Hay tres salvaciones que, juntas, forman una salvación completa. Estas tres se llaman Justificación, Santificación y Glorificación. Las tres salvaciones se expresan en las tres fiestas principales del Señor, si entendemos su significado.

La Pascua es el momento en el que tenemos fe en la sangre del Cordero. Fue el punto donde somos salvos en nuestro espíritu (justificados por la fe - engendramiento), porque el Espíritu de Dios mora en el Lugar Santísimo de nuestro templo. Somos sacados de la casa de la esclavitud—nuestro “Egipto”—y comenzamos el proceso de salvación en nuestro viaje por el desierto hacia la Tierra Prometida.

La segunda salvación es la santificación, que viene a través de Pentecostés. La característica principal del viaje por el desierto es nuestra experiencia pentecostal, que el propio Israel vio cuando el fuego de Dios descendió sobre el monte Sinaí y pronunció los Diez Mandamientos. Es de suponer que, como en Hechos 2: 6, el pueblo, incluida la multitud mixta, escuchó la voz de Dios hablando en su propio idioma.

Todos sus campamentos en el desierto contenían lecciones pentecostales por las cuales nuestras almas están siendo salvas (gestación). En otras palabras, nuestra salvación rompe el velo que separa nuestro Lugar Santo del Lugar Santísimo. El Bautismo del Espíritu Santo trae la gloria de Dios del Lugar Santísimo al Lugar Santo, donde afecta nuestro Candelero (luz de la revelación), la Mesa de los Panes (la revelación de la Palabra) y el Altar del Incienso (vida de oración).

El proceso de salvación no termina con Pentecostés. Pentecostés es cómo Dios nos procesa en nuestro caminar diario con Dios hasta el momento en que seamos transformados a su semejanza. Esa transformación es la meta, el punto final (sin embargo, se produce el nacimiento al cruzar el velo entre el Santo y el Santísimo, al entrar en tabernáculos a nivel de vida. Después crecemos hasta el momento de la manifestación en nuestro cuerpo). Ocurre, dice Pablo, “en un momento [atomos, un cambio atómico], en un abrir y cerrar de ojos” (1ª Corintios 15: 52). El abrir y cerrar de un ojo, es decir, un parpadeo, indica un momento en el tiempo, no un proceso prolongado. Este momento es donde la gloria de Dios irrumpe por la puerta de nuestro templo y aparece en nuestro Atrio Exterior, que es el reino del cuerpo. Romanos 8: 23 lo llama “la redención de nuestro cuerpo”. Cuando esto ocurra, tendremos una salvación completa de espíritu, alma y cuerpo a través del desarrollo de las tres fiestas del Señor: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. La salvación final se representa en la entrada de Israel en la Tierra Prometida (esto se produjo justo tras cruzar el Jordán, por lo que la salvación final equivaldría a la conquista total de la tierra).



Liberación

El término salvación proviene de la palabra hebrea yeshua (o yasha), que muchos reconocerán como el nombre hebreo de Jesús. Él es nuestro Libertador, Aquel que libró a Israel de la casa de la servidumbre, que libró a Israel en el desierto y que finalmente los libró cuando entraron en la Tierra Prometida.

Los Jueces también fueron libertadores, tipos de Cristo, que libraron a los israelitas de varios cautiverios a lo largo del libro de Jueces. Estos también pueden ser llamados salvadores/redentores, como vemos en Abdías 21 KJV, “salvadores subirán al monte Sion (Zion) para juzgar al monte de Esaú”. La NASB dice: “los libertadores subirán al monte Sion (Zion) para juzgar al monte de Esaú”.

Entonces, cuando decimos que Jesús es nuestro Salvador, el término indica que Él nos libera del enemigo. Esto puede referirse a la liberación del cautiverio de una nación como Babilonia o, en un nivel más profundo, es la liberación del pecado y la muerte. Pablo nos dice que la muerte es el último (o supremo) enemigo (1ª Corintios 15: 26).

A la mayoría de los cristianos en los últimos 1500 años se les ha enseñado que la salvación se trata de ser liberados o salvados de un infierno ardiente. Ellos definen la “muerte” en términos de infierno en lugar de mortalidad. Lo reservaremos para un estudio posterior. Por ahora, debemos preguntarnos, ¿De qué estamos siendo salvados? ¿De qué estamos siendo liberados? Una pregunta más positiva es: ¿En qué estamos siendo salvados?

La respuesta obvia es que estamos siendo salvados de la muerte y hacia la vida. Este es el gran “cambio” que tiene lugar con la salvación en sus tres etapas. La justificación nos salva en el sentido de que nos “consideramos” a nosotros mismos, es decir, al “viejo hombre”, como muertos (Romanos 6: 11 KJV). Contar es “considerar” (Romanos 6: 11 LBLA) que el viejo hombre está muerto, aunque en realidad todavía vive. Esto no es un pretexto ni una mentira, sino una realidad jurídica.

Las palabras "contar", "considerar" o "imputar" provienen de la palabra griega logizomai, que se define en Romanos 4: 17 KJV como que Dios "llama las cosas que no son como si fueran". La ilustración es cuando Dios le dijo a Abraham: “Te he puesto por padre de muchas naciones”, aunque Abraham aún no tenía hijos.

Así también nosotros damos por muerto al viejo hombre de la carne, llamando lo que no es como si fuera. La NASB presenta esto de una manera más positiva, diciendo: "Dios, que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe". Cada vez que Dios habla, las cosas son traídas a la existencia. En otras palabras, la existencia se origina y depende de la Palabra de Dios. Las palabras son creativas. Por lo tanto, cuando declaramos, o consideramos, que el viejo hombre de la carne está muerto, se convierte en una realidad que se establece en los atrios del Cielo, esperando una manifestación completa en la Tierra en un tiempo posterior.

La justificación tiene sus raíces en la muerte del viejo hombre, porque Pablo dice (literalmente) en Romanos 6: 7, “porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”. Esto nos da la perfección legal, aunque todavía no seamos perfectos. Aunque todavía pecamos, Dios nos reconoce como perfectos antes de tiempo, porque así está registrado en la Corte Divina. No obstante, esta justificación y liberación es solo la primera parte de la salvación, porque no está completa hasta que seamos realmente perfeccionados.

La santificación es nuestro viaje desde “Egipto” a la Tierra Prometida. En esta segunda etapa, “morimos cada día” (1ª Corintios 15: 31). No es suficiente considerarnos muertos a través de nuestra experiencia pascual de justificación. Debemos morir continuamente, porque el viejo hombre no está realmente tan muerto después de todo. Morimos diariamente durante toda nuestra experiencia de santificación en el viaje por el desierto. Esta es la segunda fase de la salvación, o liberación del pecado y la muerte.

La fase final de la salvación es la glorificación del cuerpo, que ocurre en un momento de tiempo cuando entramos (conquistamos) en la Tierra Prometida. La glorificación es aquello hacia lo que estamos siendo salvos. Es la herencia que Dios nos ha prometido. No es el “cielo” per se, sino que es una condición celestial, donde el Cielo viene a la Tierra y se manifiesta plenamente en nuestro cuerpo. Cuando somos completamente como Jesús, teniendo un cuerpo glorificado como el que Él tuvo después de su resurrección, entonces podemos decir que somos verdaderamente salvos en su totalidad, habiendo sido librados del pecado y de la muerte.



Los dos pactos

La Tierra Prometida dada a los israelitas fue la tierra de Canaán. Pero esto era solo un tipo y sombra de una herencia mayor que Dios tenía la intención de dar. La entrada de Israel en Canaán no los liberó del pecado, como lo muestra la historia bíblica. La herencia de una tierra es buena, pero a menos que heredemos nuestra propia tierra, nuestro cuerpo que está hecho del polvo de la tierra (Génesis 2:7), estaremos muy lejos de la gloria de Dios (Romanos 3: 23).

Nunca debemos pensar que los bienes raíces representan la herencia de salvación que Dios prometió a los que creen en Él. En el mejor de los casos, solo puede representar un paso hacia la salvación total. Solo puede ser una imagen tenue, un tipo y una sombra, de "mejores promesas" (Hebreos 8: 6) aún por venir.

El libro de Hebreos relaciona estas “mejores promesas” con el “mejor pacto” en el mismo versículo. Esto se refiere al Nuevo Pacto que es “mejor” que el Antiguo Pacto bajo Moisés.

El Antiguo Pacto se basaba en las promesas de los hombres a Dios, quien prometió en Éxodo 19: 8: “¡Todo lo que el Señor ha dicho, haremos!” El Nuevo Pacto se basa en las promesas de Dios a los hombres de Hebreos 8: 10,

10 Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su mente, y las escribiré en su corazón y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Este Nuevo Pacto es una promesa unilateral de Dios. El Antiguo Pacto dice: “SI en verdad obedeces” (Éxodo 19: 5). El Nuevo Pacto dice: “Yo haré” y “ellos serán”. Mientras que al pueblo le resultó imposible cumplir su voto a Dios, Dios puede cumplir su voto a nosotros. Esto no es simplemente un voto para hacer que la salvación esté disponible para todos, sino una promesa para salvar a todos al final.

Vemos esto claramente en la reafirmación del voto de Dios al final del viaje de Israel por el desierto, donde Él hizo un segundo pacto con ellos (Deuteronomio 29: 1). Le dijo a Moisés que reuniera a todo el pueblo, incluidas las mujeres, los niños y los extranjeros entre ellos. Luego les dijo en Deuteronomio 29: 13-15,

13 a fin de estableceros hoy como su pueblo y ser vuestro Dios, tal como os lo dijo y lo juró a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob. 14 Ahora bien, no solo con vosotros hago este pacto y este juramento, 15 sino también con los que están aquí con nosotros hoy en la presencia del Señor nuestro Dios y con los que no están aquí con nosotros hoy.

Este fue un pacto del tipo de lo que Dios prometió a Abraham, Isaac y Jacob. La mayoría de nosotros sabemos que el Nuevo Pacto se basó en la promesa dada a Abraham. El Nuevo Pacto en realidad precedió al Antiguo Pacto con Moisés. La diferencia fue que Dios le hizo una promesa a Abraham, y Abraham simplemente creyó que Dios podía hacer lo que dijo que haría (Romanos 4: 21-22). El Antiguo Pacto con Moisés era muy diferente, ya que requería que el pueblo obedeciera a Dios para que el pacto fuera válido y para que el pueblo recibiera los beneficios de ese pacto.

El Antiguo Pacto puso sobre el hombre la responsabilidad de hacer algo (“obras”) para recibir salvación y liberación. El Nuevo Pacto puso sobre Dios la responsabilidad de cambiar los corazones de los hombres para que se convirtieran en su pueblo y que Él fuera su Dios.

La mayoría de los cristianos de hoy intentan salvarse cumpliendo su propio voto a Dios. Por eso, muchos se sienten acosados por la culpa cuando descubren que son incapaces de cumplir los votos que hicieron con buenas intenciones. Luchan (como lo hice yo en mi vida temprana), tratando desesperadamente de ser perfectamente obedientes a Dios, pero fallando diariamente en alcanzar la gloria de Dios. Muchos entonces cuestionan su salvación.

Una vez que reciben la revelación de que su salvación se basa en el voto de Dios y no en el suyo propio, se quita una gran carga de sus hombros y agradecen a Dios por su bondad. Entonces ven que Dios tiene la intención de salvar a todos, no solo a los que estuvieron en la presencia de Dios para escuchar el juramento de Dios en los días de Moisés (Deuteronomio 29: 14), sino también a "los que no están aquí hoy con nosotros" (Deuteronomio 29: 15).

La gran mayoría de las personas no estaban allí ese día y todavía son beneficiarios de la promesa de Dios. Nosotros mismos estamos incluidos en ese número y estamos entre aquellos a quienes Dios hizo este juramento de hacernos su pueblo y ser nuestro Dios.

Al igual que con Abraham, solo se requiere que creamos que Dios es capaz de cumplir su promesa para con nosotros, porque leemos en Romanos 4: 21-22,

21 y estando [Abraham] plenamente seguro de que lo que Dios había prometido, también era poderoso para cumplirlo, 22 por tanto, también le fue contado por justicia.

La promesa de Dios está asegurada. Toda la Tierra en verdad será salva, como Dios prometió. Pero nuestra salvación está programada de acuerdo con nuestra fe en que Dios puede cumplir el juramento que nos hizo. Esta es la fe abrahámica. Esta es la fe del Nuevo Pacto. Dios ha prometido poner sus Leyes en nuestras mentes y escribirlas en nuestros corazones. Esto no siempre ocurre durante la vida de uno. De hecho, la mayoría de las personas nunca tienen tal fe durante su vida en la Tierra. Pero hay una Era por venir, en la que los muertos resucitarán, en la que Dios ciertamente cumplirá sus promesas a la gran mayoría de la humanidad.

La única pregunta real es si creemos o no en esto o si pensamos que Dios es incapaz de cumplir su promesa de restaurar toda la Tierra al propósito para el cual fue creada.


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