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EL SEÑOR MI ESPERANZA, Octavius Winslow




1 Timoteo 1:1:  
y de Cristo Jesús nuestra esperanza

Que posesión tan preciosa para el alma del creyente, que brota del Señor como su Porción, es la esperanza. Róbale al pobre de lo suyo —aunque lo que tenga no e más que algo terrenal, y descolorado como el sol de la tarde en pleno verano— y lo habrás de sumergir en el oscuro y profundo abismo del desánimo y desesperanza. 

El hombre sin esperanza es el ser más miserable en el Universo. Pero con la esperanza del cristiano brillando en su corazón –una esperanza de a cual Dios es el Dador, Jesús el Fundamento, el Espíritu Santo el Autor, y el Cielo la meta–no existe entre los dichosos, un ser más feliz que él. Así el creyente es “salvado por esperanza” (Rom. 8:24). 

Mira, alma mía, por un momento esta invaluable parte de tu porción, y aprende más cuidadosamente en lo que consiste, ‘el deleite reconfortante que imparte, la santa obligación que impone, la magnífica revelación que anticipa y revela al ojo clarividente de la fe’.

¿Cómo llega el alma del creyente a la posesión de Cristo como su esperanza?

El primer paso es renunciar a todo lo demás. Una esperanza del Cielo construida sobre la obediencia a la Ley, sobre nuestros méritos personales, sobre cualquier cosa buena que podamos imaginar que somos o que podamos hacer, es una falsa esperanza; y el que insiste en esto, con toda seguridad es un iluso e infeliz que lamentablemente y eternamente será avergonzado. También, la esperanza que brota de los privilegios de la congregación, de las ordenanzas religiosas, de los regalos de caridad y deberes piadosos, es igualmente falsa y dañina.

Pero tú, oh creyente, no has aprendido así de Cristo. Si así es, has sido enseñado por Él en la verdad como está en Jesús. El Espíritu Santo ha escrito la sentencia de muerte sobre ti mismo, y sobre todas las obras muertas que pueden brotar de ti; y huyendo del vestido contaminado por la peste de tu propia justicia, has corrido hacia Cristo, y envolviéndote por medio de la fe en Su justicia, forjada por Su obediencia y teñida en Su sangre, eres justificado y salvado. "Eres acepto en el amado"“Hermoso como Tirsa; y mirra, áloe y casia exhalan todos tus vestidos; Desde los palacios de marfil te recrean” (Can. 6:4; Sal. 45:8). Y ahora posees una “buena esperanza por gracia” (2 Tes. 2:16) y “paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1). 

Con tal esperanza vayamos a elevar cantos altos y claros de acciones de gracias “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su abundante misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” (1 Ped. 1:3-4).

Mira bien que la lámpara de tu esperanza cristiana esté constantemente moldeada y brillantemente ardiendo. El aceite que alimenta la lámpara de oro se extrae de Jesucristo, y la mano que moldea la llama es la fe. No desesperes si a veces el sol de tu esperanza —cambiando de figura— es por un momento sombreada, o es parcialmente eclipsada. Establecida sobre Jesucristo y brotando de Él, no puede expirar totalmente, ya que Él mismo es nuestra esperanza. La corrupción interna puede esforzarse en debilitarla, la adversidad exterior puede parecer sacudirla, las tentaciones de fuentes ocultas pueden atacarla terriblemente, pero a pesar de todo, tu esperanza del Señor no perecerá, sino que, construida sobre Cristo, nutrida por Cristo, protegida por Cristo, y deseando estar en la compañía y a la misma vez disfrutando de Cristo por siempre, como la bella puesta del sol, la esperanza crecerá más grande y más brillante mientras desciende, hasta que se disuelva en el resplandor eterno del Cielo, que es la absorción de su fructificación llena de gloria.

Con tal esperanza como Cristo, cuan fuerte y seria es la obligación de rechazar toda impiedad y deseo mundano, y vivir sobria, justa y piadosamente en este presente siglo malo. Cuán modesta y sumisamente deberíamos reverenciar toda disciplina dolorosa de nuestro Padre, ya que Él nos ha dado a Su amado Hijo para que more en nuestros corazones “La esperanza de gloria” (Col. 1:27). Por tanto “aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Jn. 3:3).

¡Anímese, entonces, el inconsolable desesperado! 


Octavius Winslow

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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