De manera que podemos decir confiadamente:
El Señor es mi ayudador; no temeré
Lo que me pueda hacer el hombre.
Hebreos 13:6
El creyente está tan desamparado en sí mismo al igual que está sin dote en el mundo; y ambas lecciones solo son aprendidas por la experiencia; la primera, en la escuela del vacío del alma; y la otra, en la escuela de la insuficiencia de la Tierra. ¡Santificada enseñanza que lleva a tan benditos resultados!
Pero la lección de nuestro desamparo espiritual no solamente se estudia una sola vez, y se aprende para siempre. ¡Oh no! Es una lección diaria y de cada hora, que se enseña en cada evento e incidente de nuestra vida; sin embargo, nunca se completará hasta que pasemos al más amplio ámbito, los más sublimes estudios, el más alto y noble conocimiento de la gloria. ¡Oh, qué estudio divino esperan nuestras facultades engrandecidas! ¡Qué sublimes revelaciones, de nuestra santidad completa! ¡Qué océano de felicidad, para nuestros corazones perfectos en el amor a Dios!
Pero el presente es el tiempo de nuestra educación espiritual para el Cielo, y para que la gran verdad de Dios se nos enseñe por el más profundo conocimiento de nosotros mismos (de toda nuestra flaqueza mental y negligencia moral, por la disciplina de la prueba, tentación y pena) y es para que aprendamos esto: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). “Estaba yo postrado” dice David, “y Él me ayudó” (Sal. 116:6 KJV).
Ve cuanto Dios nos enseña. En primer lugar, el alma postrada en tierra antes del levantamiento del Señor. ¡Oh, cuán bajo podemos ser llevados! Bajeza en nuestra vida espiritual, desprovistos de la gracia del Espíritu, escasos en las evidencias cristianas, abatidos en nuestra mente, cuerpo y estado; no obstante, hemos experimentado la verdad de la Palabra de Dios “Cuando fueren abatidos dirás tú: Enaltecimiento habrá” (Job. 22:2). ¡Oh mi alma!
¿Está el Señor, por Su enseñanza oculta, o por Sus dispensaciones aflictivas, moviéndote abajo, y trayéndote abajo? Es nada más para traerte a testificar, como el salmista “Estaba yo postrado; y ÉL me ayudó” (Sal 116:6 KJV) ¡Nada más mira a nuestro Ayudador! Nuestro Ayudador es MARAVILLOSO. “ÉL me ayudó”. “El Señor es mi Ayudador”.
El Señor Jesús es todo suficiente como nuestro Ayudador. “He puesto el socorro” dice el Padre, hablando del Hijo, “sobre uno que es poderoso” (Salmo 89:19). El Padre requirió ayuda en la redención de Su Iglesia escogida. Él lo encontró en Su igual y coeterno Hijo, en quien se reunían todos los requisitos divinos y humanos para la salvación de Sus elegidos. El favor que el Padre puso sobre el Hijo, también era ayuda para nosotros. Por lo tanto el Señor es nuestro Ayudador Todo-poderoso, amoroso, compasivo, y sí, el Todo-suficiente para todas las necesidades que tengamos.
Nuestra ayuda es OPORTUNA. Viene solo al momento que la necesitamos, y no en el momento más preferible. Cuando ocurre nuestra postración en la tierra es el momento de Su levantamiento. Su ayuda, también, es en Su propio tiempo. El Señor nunca está antes de Su tiempo, y nunca después de éste, en Sus intervenciones de gracia a nuestro favor.
Espera, entonces, Su tiempo, ¡Oh alma mía! Su tiempo es el mejor. “Bienaventurados todos los que esperan en Él” (Isa. 30:18). Su ayuda, también, es EFICAZ. La ayuda humana fracasa al llegar a nuestra cuestión. La ayuda del Señor nunca es frustrada, Su ayuda nunca es insuficiente a nuestra necesidad, aunque esa necesidad pueda ser urgente y desesperada. ¡Confía, entonces, en el Señor, Oh alma mía! Porque “Él ha dicho: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb.13:5-6).
Pero ahora, en cuanto a la naturaleza de la ayuda que necesitamos, cada creyente camina, por lo general, en su propio camino, pero el Señor lo conduce por una peculiar ruta hacia Él mismo, una ruta en la cual él no puede observar ninguna otra huella que las de Cristo, y ciertamente una ruta tan angosta que solo admite como su compañero a Cristo.
¿Es tu necesidad temporal? Todos los recursos del Cielo y de la Tierra son de Cristo, y Él, que alimentó a cinco mil personas con unos poos panes, Él no dejará, a Su amado hijo, descuidado y sin suministro. Llora importunamente, “¡Señor, ayúdame!” hasta que venga Su ayuda.
¿Es tu necesidad espiritual? ‘Toda la plenitud’ mora en Jesús. Y si tu necesidad es el perdón de pecado, o el sentido de aceptación en Cristo, o la gracia que venza alguna poderosa y dominante dolencia, o apoyo y consuelo en la tristeza presente, o dirección en alguna confusión complicada, o salvación en nombre de la persona que amas; sigue llorando, “Señor, ayúdame” y tu oración no será en vano, de manera que podemos decir confiadamente: “EL SEÑOR ES MI AYUDADOR; NO TEMERÉ”.
Octavius Winslow
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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