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EL SEÑOR MI MAESTRO II, Octavius Winslow


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"Sabemos que has venido de Dios como maestro".
Juan 3:2


No podemos dejar de lado ninguno de los oficios mediadores de Cristo, mucho menos con Su oficio como PROFETA, o MAESTRO. El vino para hacer conocida la Salvación. Antes de que Él pueda oficiar en Su Altar como Sacerdote, o sentarse sobre Su Trono como Rey, Él debe revelar el Plan de redención de Dios  como Profeta.

Mira, oh alma mía, una o dos de las clasificaciones de Jesús como tu Maestro. Él es un maestro DIVINO, un “Maestro venido de Dios”, para hacerse conocido, para revelarse a la mente y para desvelar el corazón del Padre. Sus propias palabras son, “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera REVELAR” (Mat.11:27). ¡Qué bendito Revelador de Dios es Jesús! Él quita el velo y me muestra al Padre como ningún planeta en toda su gloria podría, como ninguna montaña en toda su magnitud podría, como ninguna flor con toda su belleza podría, y como ninguno, de los más grandes, más sublimes, y más preciosos objetos en la naturaleza podría. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).

Él es también un Maestro HUMANO. No podríamos aprender de los ángeles. Nuestra torpeza cansaría su paciencia, nuestra caprichosidad agotaría su amor, nuestras preguntas desconcertarían su conocimiento. Nuestro maestro debe ser como nosotros, humano. Y debido a que es un humano, Él es capaz de tratar gentilmente a las personas, aunque ellos sean ignorantes y caprichosos. Ya que Él está sujeto a las mismas debilidades que ellos tienen (Heb. 5:1-2).

Él debe ser gentil, paciente, e infinito en conocimiento. Tal es Jesús. ¡Oh, con que inquebrantable amor e infatigable paciencia —soporta nuestra torpeza, indiferencia e ingratitud!— Jesús nos enseña las preciosas cosas de Su Palabra, y aún las más gloriosas y preciosas cosas de El mismo. “Señor, yo aprendería humildemente desde ti, y de ti, lo que Tú eres, y lo que Tú verdad es; nunca, pero nunca, me dejes abandonar tus pies”.

¿Y qué es lo que Jesús nos enseña? Él nos enseña la plaga de nuestro propio corazón, la extraordinaria maldad del pecado, la odiosidad y nada del yo, la futilidad de la criatura, y la insuficiencia del mundo. Él nos hace familiarizarnos con el corazón y carácter de nuestro Padre —Sus pensamientos de paz, Sus propósitos de gracia, y diseños de misericordia. Él nos revela su propia gloria y belleza, plenitud y preciosidad. En una palabra, Él enseña cada verdad espiritual y santa lección, esenciales para la totalidad de nuestra educación para un Cielo de conocimiento perfecto, pureza y amor.

¿Y cómo nos enseña Jesús? Él nos enseña por la iluminación del Espíritu Santo, por la letra de la Palabra, por las dispensaciones de Su providencia, y por las comunicaciones de Su gracia; —si, por todos los eventos y circunstancias, alegrías y penas, luces y sombras de nuestra solemne y escabrosa vida. 

Él te está enseñando, Oh alma mía, más de tu propio vacío y de Su autosuficiencia, por una pena santificada, por una tentación intensa, que, quizás, alguna vez hayas experimentado en toda tu experiencia previa —porque, “¿Quién enseña cómo Él?” ¡Oh, qué universidad en el entrenamiento del creyente para el Cielo es la escuela de la aflicción de Jesús! El astrónomo solo adquiere eficientemente y prácticamente un conocimiento de su sublime ciencia cuando el sol se ha puesto, y el manto negro de la noche cubre todo objeto en el oscuro ébano.

Así nosotros, los estudiantes de una más divina, más sublime, y más santa ciencia —“el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo” (2 Cor. 4:6)— llegamos a ser lo más espiritual y experimental en nuestros logros, cuando el sol del bien terrenal se ha puesto, y la noche sin estrellas de lloro y de la aflicción que aparta todo ‘objeto de la criatura’ de nuestra vista.

¡Bendito Maestro! Tú frecuentemente me has enseñado en la más profunda oscuridad de la adversidad, más de lo que alguna vez he aprendido en la más brillante luz del sol de la prosperidad.

“¡Oh Señor! Da a tu siervo un espíritu humilde, manso y enseñable, dispuesto a aprender cualquier lección o verdad en alguna escuela o camino que tu infinita sabiduría y amor pueda designar”.

“Vuestro camino, no el mío, Oh Señor,
¡Sin importar cuan oscuro sea!
Guíame con Tu propia mano,
Escoge el sendero para mí”.


 Octavius Winslow

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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