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EL SEÑOR MI MAESTRO, Octavius Winslow




"Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; 
y decís bien, porque lo soy".
Juan 13:13


Emancipado de la esclavitud de Satanás, el creyente llega a ser siervo de Cristo, y no hay más alto honor, de ahora en adelante, que Cristo sea su  Maestro. Cuán maravilloso cambio —¡la libertad de la criatura, por el cautiverio del esclavo; el servicio de la santidad, por la paga de injusticia; Cristo su Maestro, por Satanás su dictador; y Canaán, con sus colinas revestidas de vides y llanuras soleadas, sus ríos fluyentes y brisas aromáticas, por las calderas, los hornos de ladrillo, ¡y la oscuridad de Egipto! Todo eso cumple la gracia —porque, por la gracia de Dios somos lo que somos— y todo está involucrado en la relación el que El Señor, nuestra porción, nos sustenta como nuestro Maestro. 

Está claro que nuestro Señor no se rehusó a admitir esa relación, sino que la aceptó y la aprobó. No como un  título vacío, sino como un apelativo profundamente significativo, Él lo reconoció y lo elogió de parte de Sus discípulos. Igualmente lo hizo para que nos sea de reclamo a Él como nuestro Maestro, y para que diligentemente inquiramos cuales son los privilegios, deberes y las bendiciones que fluyen hacia nosotros de esta relación elevada y sagrada.

Como nuestro Maestro, pertenecemos a la escuela de Cristo. En otras  palabras, somos Sus discípulos y aprendices. Platón tuvo su escuela, Pitágoras la suya, y cuán orgullosos estuvieron los discípulos de cada uno al  ser identificados con ellos; así mismo declaraban ya fuera al uno o al otro como Sus maestros. Cristo es nuestro Maestro. Él es divino, Su escuela  sobrenatural (del otro mundo), Sus discípulos espirituales, Su doctrina y Su enseñanza de Arriba. ¡Alma mía! En este sentido —el superior, el más sagrado y el más solemne— no podemos a llamar a ningún hombre Maestro sino solo a Cristo.

Hay muchos en este impío y ritualista siglo que ponen sobre sus cabezas “Escuelas” de los pensamientos religiosos y profesores de las doctrinas teológicas, seguidos por multitudes de admiradores irreflexivos y engañados, pero cuyas doctrinas y práctica, si somos leales a Cristo, debemos ignorar y apartarnos al igual como de la prenda saturada con la plaga. Prueba a los espíritus por la palabra Revelada de Dios, para que muchos falsos maestros, y los que niegan al Señor Jesús, mientras todavía asumen presuntuosamente la insignia de Su religión, y falsamente visten el uniforme de Su Iglesia, desaparezcan lejos. ¡Alma mía! Siéntate a los pies Jesús, y bebe del vino puro del evangelio que fluye exquisitamente desde sus labios Ungidos de Gracia.

Como nuestro Maestro, estamos obligados a obedecer Sus mandamientos. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Y verdaderamente, Señor, Tus mandamientos no son gravosos y arbitrarios, sino que Tu yugo es fácil, y ligera Tu carga; y en el uso de Tu yugo y llevando Tu carga hay una recompensa presente y grande. “Tus caminos son caminos deleitosos, Y todas tus veredas paz” (Prov. 3:17). Dulce y agradable es estar a Su servicio. Se mezcla el acto más humilde con el honor más alto, la obligación más dificultosa con la libertad  más perfecta, la auto negación más severa con el goce más exquisito, el ofrecimiento más pobre con la recompensa más rica. Oh alma mía, en el trabajo para Cristo tu estas sirviendo a un buen, amoroso y fiel Maestro; y sin importar cuan oculto tu ámbito y humilde tu empleo, Su gracia te socorrerá, Su bendición te impulsará, y Él, en el Último Día reconocerá públicamente y con gratitud, y recompensará espléndidamente el vaso de agua fría dado, y el frasco de ungüento fragante quebrado, en Su nombre y para Su gloria.

Como nuestro Maestro, nosotros, sus siervos, debemos imitarle. “El siervo no es mayor que su señor. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:14-16). 

¡Señor, Pueda yo caminar tan cerca contigo, servirte tan fielmente, y asemejarte tan bien, para que, en el siervo, el mundo pueda rastrear la imagen del Maestro, de Quién yo soy y a quién sirvo, y glorificar Su Nombre grande y precioso".
“Señor, Si vuestra gracia impartís,
Pobreza de espíritu y mansedumbre de corazón,
Yo, como mi Maestro, seré arraigado en humildad (o sencillez)”.

- Octavius Winslow

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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