"Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve?
¿No es el que se sienta a la mesa?
Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve".
Lucas 22:27
¡Es con la modestia y humildad más profunda que el bolígrafo traza el encabezado de esta meditación! El Señor de vida y gloria, el Creador de todos los seres, el Hacedor de todos los mundos, —¡Nuestro Siervo! ¡Asombrosa verdad! ¡Increíble condescendencia! ¡Insondable gracia! Pero, aunque sea inmensa, es nuestro privilegio recibir esta verdad. Increíble como puede parecer, estamos obligados a creerla, porque Él mismo lo ha declarado: “Yo estoy entre vosotros como el que SIRVE” (Luc. 22:27). Conforme con esto es la enseñanza de Su apóstol “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de SIERVO, hecho semejante a los hombres” (Fil.2:6-7).
Alma mía, tú has estado contemplando al Señor tu Porción en el carácter de un Maestro —ahora siéntate a Sus pies y estúdiale en el oficio de un Siervo. Escucha su lenguaje: “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el
que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros
como el que sirve”.
En qué luz impresionante hace que este oficio se sitúe Su grandeza. Solo el verdaderamente grande es quien puede realmente descender. Así como el sol aparece más grande y más resplandeciente a su puesta, así Cristo, el sol de justicia, nunca se sometió más a Sí mismo como cuando en su punto más bajo tocó el horizonte de nuestra humanidad; como cuando ocultó, el Dios en al hombre, al Rey en la persona, al Maestro en el siervo, "luego se inclinó para lavar los pies de los discípulos, y les limpió con la toalla con la cual fue ceñido". Oh alma mía, que este maravilloso espectáculo aumente tu admiración e intensifique tu amor.
Fue la Divinidad de vuestro Señor que selló cada Palabra que habló con un significado tan impresionante, y que invistió cada acto que desempeñó con una magnificencia tan sublime. Aprende de esto en que nunca eres verdaderamente más grande como cuando estas sirviéndole en Sus santos —siendo condescendiente, en la imitación de Él, para con los hombres de condición baja. Ningún santo de Dios es demasiado bajo, y ningún servicio demasiado humilde como este, para despertar tu amor, animar tu compasión, y dedicarte al servicio. Piénsalo no por encima de tu dignidad y posición para abandonar tu morada grandiosa y visitar la humilde cabaña de un pobre, anciano, sufriente santo, y en algún acto humilde y amoroso llegar a ser el siervo de ese ‘sacerdote real’; esa ‘hija del Rey’, 'ese hijo de Dios', afectado por el sufrimiento, batallando con la escasez, y, más que todo, su alma quizás en conflicto con la oscuridad, incertidumbre y tentación espiritual. Oh, que privilegio servir a ese enfermo, doliente y afligido a quien Jesús ama; y haciendo esto atrapar las campanadas de Su voz mientras caen sobre el oído, “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mat. 25:40).
Y aun Jesús nos está sirviendo. Él está entre nosotros, y por una clase de miles de actos condescendientes nos está ministrando. Él nos está dando gracia para conquistar el pecado, supliéndonos con fuerza para derrotar al malvado, administrando consuelo en todas nuestras penas, siendo condescendiente en nuestros asuntos modestos, aliviando nuestras enfermedades, liquidando nuestras perplejidades, mitigando nuestros sufrimientos, calmando nuestras aflicciones, y haciendo los corazones de los demás, amorosos y compasivos hacia nosotros. Oh sí, Jesús hace que todas nuestras camas de enfermedad, invisiblemente y silenciosamente se retiren de nuestras habitaciones, observa con la mayor vigilancia cuidadosa y delicada alrededor de nuestro sofá, y en miles maneras dulces administra para nuestro consuelo.
Si tal es el Servicio del Salvador por nosotros, ¿Cuál, oh alma mía, es tu servicio para Él? ¿Estás disponiéndote para Cristo, consagrando tu cuerpo, talento, influencia, tiempo, voluntariamente e incondicionalmente al Señor?
Entonces escucha Sus palabras alentadoras: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 20:26).
Luego viene el servicio final de Jesús: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Luc. 12.37).
Luego viene el servicio final de Jesús: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Luc. 12.37).
Octavius Winslow
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecemos cualquier comentario respetuoso y lo agradecemos aún más si no son anónimos. Los comentarios anónimos no serán respondidos.