Y se sentará para afinar y limpiar la plata.
Malaquías 3:3
Este es uno de los cargos de nuestro Señor en Su misión mediadora —el oficio y trabajo de un Afinador y Purificador de Su Iglesia. La redención está involucrada en algo más que en el pago de la culpa y condenación del pecado; la redención asegura igualmente nuestra liberación (emancipación) de la tiranía y poder del pecado —nuestra santificación, así como nuestra salvación, es tanto una aptitud, igualmente como un título de gloria.
No fue suficiente que Cristo adquiriera el “Campo” —la Tierra— por motivo de la “Perla” —la Iglesia; sino que después de haber encontrado la preciosa joya, es Su propósito moldearla en una corona de gracia, desgastándola Él mismo hasta que “el fin venga” cuando haya entregado el reino a Su Padre, entonces Su Iglesia redimida será una “corona de gloria en la mano del Señor, y diadema de reino en la mano de nuestro Dios” (Isa.62:3).
Es un pensamiento consolador saber que nuestra refinación está en las manos de Jesús —las manos que fueron perforadas por nosotros en la Cruz. Señor, déjame siempre caer en Tus manos, sin importar si corriges, o reprendes, o matas, y no en las manos del hombre, porque numerosas y muy compasivas son tus misericordias.
¡Alma mía! Tu afinador y purificador es Jesús. Jesús forma todas tus pruebas; Jesús envía todas tus aflicciones; Jesús mezcla todos tus dolores; Jesús conforma y equilibra todas las nubes de tu peregrinaje; Jesús prepara y calienta el horno que te refina como plata y te purifica como oro.
Entonces, ¡Oh alma mía! No temas al cuchillo que te hiere, a la llama que te quema, la nube que te oscurece, a las olas que se levantan sobre ti —Jesús está en todo esto, y tú estas tan seguro como si hubieses alcanzado el ambiente dichoso, donde la vid no necesita poda, y el mineral no necesita purificarse, donde el cielo nunca es oscurecido, y sobre cuyas arenas de oro no hay tormentas de adversidad que alguna vez soplen u olas de dolor que alguna vez se rompan.
Y, Oh alma mía, cuanta necesidad profunda hay de esta refinación y purificación del Señor. ¡Cuánta corrupción interior, cuánta carnalidad, cuánta mundanería, cuánto egoísmo, cuánta idolatría hacia la criatura, cuánta incredulidad que deshonra a Dios, que imperativamente demandan la búsqueda del llameante y purificador fuego del horno de Cristo! Y el fin de todo esto es —para que tu pecado sea quitado, y te hagas participe de la santidad Divina.
Y el indicio de la posición del Refinador. “Y se sentará para afinar y limpiar la plata”. Sería fatal para su propósito que la fundición y la refinería salieran de su lugar mientras la masa líquida estuviese fundiéndose e hirviéndose en el horno. Pero ahí, Él pacientemente se sienta, mirando y moderando la llama, y removiendo la basura y la escoria mientras flota en la superficie del mineral fundido. Entonces Cristo se sienta como un Afinador; y con un ojo que nunca duerme, y con una paciencia con la que nunca se cansa, y con un amor que nunca enfría, y con una fidelidad que nunca flaquea (titubea), mira y controla el proceso que purifica nuestros corazones, pule nuestras gracias, santifica nuestra naturaleza, e imprime más vívidamente Su propia imagen de hermosura sobre nuestra alma. Si Él te colocó en el fuego, Él te llevará a través del fuego, “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Ped. 1:7).
Pero que dulce y reconfortante es la verdad que el creyente no está solo en el fuego. El Refinador está con nosotros como ocurrió con sus tres hijos que pasaron a través del horno llameante encendido por el rey. El Señor nos tendrá como piedras pulidas; y como algunos creyentes están más oxidados y algunos más aleados que otros (y algunos, llamados más altos que otros), ellos necesitan una escofina más áspera y un horno más caliente. Esto puede representarse por la gran severidad de la prueba que a través de la cual algunas de las joyas preciosas del Señor son llamadas a pasar. Y no menos queridos a Su corazón son ellos por eso. Está dicho que Dios tuvo un Hijo sin corrupción, pero ningún hijo sin corrección; porque también Jesús “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Heb. 5:8). Mira, alma mía, tu Porción es tu Afinador.
Estate quieto, sé humilde y sumiso. El cuchillo está en la mano del Señor, la llama está bajo el control del Salvador.
Octavius Winslow
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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