Cuando te des cuenta de que estás a punto de hacer algo mal, debes intentar evitarlo. Pero si fallas y haces igualmente lo que está mal, entonces debes llevar con valor la humillación que sientas. Cuando experimentes primero el mal antes de hacerlo, tienes que tener cuidado de no resistir al Espíritu de Dios, que te está advirtiendo del peligro. Si le ignoras, su voz se hará más y más delicada. Si sigues por esa senda incorrecta, no tardará mucho en que no le oigas hablar nada en absoluto. Tu debilidad humana no es nada en comparación con volverse deliberadamente sordo a la voz del Espíritu Santo que habla en lo profundo de ti.
Los defectos que no ves hasta que no caes, no sanarán por enfadarse con ellos. Más bien es lo contrario. Tu impaciencia con ellos es tan sólo tu orgullo herido por presenciar su caída. Lo único que puedes hacer es llevar la humillación que tus pecados te traen. Siente tus faltas, arrepiéntete de ellas, no las excuses, pero no te amargues o te desanimes ante tus imperfecciones.
Es normal que lo que tú quieres dar a Dios no sea lo que Él te está pidiendo. Lo que Él quiere de ti es lo que más amas. Él quiere el “Isaac” de tu corazón ... el único hijo, el amado. Quiere que rindas a Él todo a lo que más te aferras. Hasta que no hagas esto no tendrás descanso. “¿Quién ha resistido al Todopoderoso y ha estado en paz?” ¿Quieres que Dios te bendiga? Entrégaselo todo y Él estará contigo. ¡Qué consuelo, qué libertad, qué fuerza, que madurez cuando el amor propio ya no se entrometa entre tú y Dios!
Nunca te desanimes contigo mismo. No es cuando te das cuenta de tus faltas cuando estás siendo más malvado. En realidad nunca ves tus pecados hasta que empiezan a ser sanados. No te adules, ni tampoco te impacientes contigo mismo. El desánimo no es humildad. De hecho, el desánimo es el desespero de tu orgullo herido. Tus faltas te pueden ser de utilidad si te sanas de la vana confianza que tienes en ti mismo. Dios sólo te deja sentir tu debilidad para que puedas buscar tu fuerza en Él.
Nunca actúes contra la luz que está en tu interior. Sigue a Dios.
Los grandes actos de virtud son raros porque a duras penas se nos exigen. Cuando te llegue la oportunidad de hacer algo grande, ya tienes su propia recompensa: la emoción, el respeto ganado por otros, y el orgullo que acompañará a tu habilidad de hacer esas “grandes” cosas.
Los pequeños detalles que se hacen bien continuamente, sin que se noten, son algo mucho más importante. Estos pequeños detalles atacan a tu orgullo, a tu pereza, a tu estar centrado en ti mismo, a tu quisquillosa naturaleza. Es mucho más atrayente hacer grandes sacrificios por Dios, por muy duros que sean, para que así puedas hacer lo que te dé la gana con las pequeñas decisiones de la vida. La fidelidad en los detalles pequeños prueba mucho mejor tu verdadero amor por Dios. Lo que importa es el camino lento y espeso en vez de los arrebatos emocionales pasajeros.
Algunas veces te aferras a boberías en vez de a las cosas importantes. Sería mucho más doloroso renunciar a alguno de tus pasatiempos que dar una gran suma de dinero por razones caritativas. Te ves arrastrado con mucha facilidad por insignificancias por el simple hecho de que parezcan inocentes. No obstante, cuando Dios se lleve estas pequeñeces, pronto descubrirás, por el dolor de su
ausencia, cuán apegado estabas a ellas.
Además, si te niegas a entregar las menudencias, ofenderás constantemente a tu familia, a las personas con las que trabajas, ¡y a todo el mundo! Nadie creerá que amas a Dios cuando tu comportamiento se hace añicos ante los detalles pequeños que son los que realmente importan. Si no haces pequeños sacrificios, ¿cómo creeremos que harás los grandes? Puede que al principio necesites valor para atender a los pequeños detalles. Puede que no sea fácil. Acepta la dificultad como la disciplina de Dios que habrá de procurarte la paz. Las cosas se harán más fáciles.
PEQUEÑOS DETALLES
Los grandes actos de virtud son raros porque a duras penas se nos exigen. Cuando te llegue la oportunidad de hacer algo grande, ya tienes su propia recompensa: la emoción, el respeto ganado por otros, y el orgullo que acompañará a tu habilidad de hacer esas “grandes” cosas.
Los pequeños detalles que se hacen bien continuamente, sin que se noten, son algo mucho más importante. Estos pequeños detalles atacan a tu orgullo, a tu pereza, a tu estar centrado en ti mismo, a tu quisquillosa naturaleza. Es mucho más atrayente hacer grandes sacrificios por Dios, por muy duros que sean, para que así puedas hacer lo que te dé la gana con las pequeñas decisiones de la vida. La fidelidad en los detalles pequeños prueba mucho mejor tu verdadero amor por Dios. Lo que importa es el camino lento y espeso en vez de los arrebatos emocionales pasajeros.
Algunas veces te aferras a boberías en vez de a las cosas importantes. Sería mucho más doloroso renunciar a alguno de tus pasatiempos que dar una gran suma de dinero por razones caritativas. Te ves arrastrado con mucha facilidad por insignificancias por el simple hecho de que parezcan inocentes. No obstante, cuando Dios se lleve estas pequeñeces, pronto descubrirás, por el dolor de su
ausencia, cuán apegado estabas a ellas.
Además, si te niegas a entregar las menudencias, ofenderás constantemente a tu familia, a las personas con las que trabajas, ¡y a todo el mundo! Nadie creerá que amas a Dios cuando tu comportamiento se hace añicos ante los detalles pequeños que son los que realmente importan. Si no haces pequeños sacrificios, ¿cómo creeremos que harás los grandes? Puede que al principio necesites valor para atender a los pequeños detalles. Puede que no sea fácil. Acepta la dificultad como la disciplina de Dios que habrá de procurarte la paz. Las cosas se harán más fáciles.
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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