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EL SEÑOR MI GOZO, Octavius Winslow


El gozo del Señor es vuestra fuerza | CristiaNotas


"Con todo, yo me alegraré en Yahweh, 
Y me gozaré en el Dios de mi salvación".
Habacuc 3:18


Del retoño humilde de paz ahora ha surgido la flor fragante del gozo—una gracia más elevada y de un estado más avanzado en la vida dichosa del creyente. De modo que esta es una consecución en la vida divina al que ¡desafortunadamente! nada más que pocos cristianos llegan, y que ya se han confraternizado. Y, sin embargo, es una gracia análoga del Espíritu, que crece en el mismo “árbol de la vida,” aunque, como señalamos, se encuentra en sus ramas más altas y más iluminadas por el sol. El precepto apostólico, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4), es tan personalmente y tan solemnemente impuesto como ningún precepto santo de la Palabra de Dios. ¡Oh, alma mía! Este precepto podría ayudarte a alcanzar en cierta medida este estado alto y santo, si consideraras alguna de las razones por que el hijo de Dios debiera ser un cristiano gozoso, ¡sí, siempre gozoso!

En primer lugar, debiéramos regocijarnos de que Dios es nuestro Dios en un pacto eterno. ¿Puede el ala de la fe elevarse más alto? ¿Hay además de ésta otra, una más noble o más rica fuente de felicidad? ¡Seguramente no! Para ser capaces de decir, en el ejercicio de la fe humilde y filial, “Dios es mi Dios, mi Padre, mi Porción, mi Todo” debemos arrancar el fruto más rico y dulce que crece en el árbol de la vida. 

¡Oh, elévate a este, alma mía! ¡Alza tus alas demasiado caídas y sube a lo alto! Escucha las palabras del mismo Dios con respecto al remanente, o a la tercera parte dejada en Jerusalén, a quienes el meterá en el fuego, y los refinará como se refina la plata, y los probará como se prueba el oro —diré: “Este es mi pueblo”, y ellos dirán: “Yahweh es mi Dios" (Zac. 3:19). ¡Oh, que gozo colocar la mano de la fe en el Señor y exclamar: Este Dios es mi Dios! Todas Sus perfecciones me sonríen, todos Sus atributos me rodean, todas Sus riquezas están a mi disposición; Él es mi Dios por siempre y para siempre, y será mi guía hasta la muerte.

¡Oh, alma mía, qué rica e insondable fuente de gozo es Jesús! Todos los oficios que Él ocupa, todos los parentescos que Él conserva, todas las provisiones que Él posee, te pertenecen. Sus pensamientos se entrelazan sobre ti, Su corazón palpita por ti, Sus ojos están sobre ti, Su mano te guía y guarda momento tras momento. ¿Quién podría no estar gozoso al poder decir: “Cristo es mi hermano, mi Goel (pariente más cercano), Cristo es mi Amigo, que siempre me ama; Cristo es mi Redentor, que me rescata de la condenación; Cristo es mi Sumo Sacerdote, que hace constante y favorable intercesión por mí dentro del velo? ¡Oh, comprende qué porción, qué tesoro, qué socorro tan presente, qué poderoso, compasivo, y pleno Salvador, Jesús es; y así el agua de vuestra pena será transformada en el vino de vuestro gozo.

Oh, qué gozo debería de ser el que poseas un trono de gracia al que puedas acudir en cualquier momento. El que conoce por experiencia personal y dulce el privilegio y poder de la oración, debe ser un cristiano gozoso. ¿Existe un privilegio más alto, santo, dulce a este lado de la gloria? Aunque oscuro el nubarrón esté, aplastante la carga, amarga la pena y apremiante la necesidad, el momento en que el creyente se levante y se entregue a sí mismo a la oración, el nubarrón se desvanece, la carga se cae, la pena se alivia, la necesidad es satisfecha y más que proporcionada. “Los que miraron a Él fueron alumbrados” (Sal. 34:5). ¡Oh, qué gozo es este — ¡Acceder, por la sangre de Cristo, a la más santa y absorta gloria resplandeciente que rodea el trono del amor del Padre! ¡Y qué gozo saber que somos salvos! Entendiendo este hecho, no sería para nada exagerado si nuestro gozo lo proclamáramos desde las azoteas: “¡Soy salvo! ¡Soy salvo! ¡Para siempre salvo!” 

¡Considera lo que es el Infierno! ¡Reflexiona lo que es el Cielo! Para así entonces saber y estar lo bastante seguro de que somos arrebatados del uno y que pronto llegaremos al otro. ¡Oh, esto es “gozo inefable y glorioso” (1 Ped. 1:8)! La consideración de estar en el Cielo para siempre con el Señor —sin más pecado, ni más sufrimiento, ni más lágrimas, ni más muerte, ni más separación— oh, es lo suficiente para levantarnos mejor de la tribulación presente, y para hacer que en el desierto a través del cual viajamos resuene de nuestros cánticos de gozo, hasta que ascendamos para cantar para siempre el nuevo cántico ante el Trono de Dios y el Cordero.

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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