"Alma mía, espera solamente en Dios,
porque de Él procede mi esperanza".
Salmos 62:5
Es pecado, así como es mortificación, del creyente, esperar demasiado de la criatura, y muy poco del Señor. En un caso, la decepción, usualmente penosa y humillante, es el resultado inevitable; en el otro, un
cumplimiento precioso de la divina promesa llena de gracia: “Los que esperan en Mí no serán avergonzados” (Is. 49:23).
Cuán sublime y bendita la experiencia de David, expresada en la porción que sugiere nuestra presente meditación, “Alma mía, reposa solamente en Dios, porque de Él procede mi esperanza”. Mira, primero, el OBJETO de la esperanza del alma del creyente —que es Dios.
La fe, esperanza y amor no podrían extender sus alas más alto. Y a pesar de todo, ¡Por más divino que sea este Objeto de la esperanza, por más elevado y excelso que sea el lugar de Su morada, por más santo y radiante que sea Su naturaleza, el alma más humilde que cree y espera, elevando su mirada anhelante puede alcanzarle, y así hacer realidad su mayor y más plena esperanza! ¡Oh, cuán ligeramente abordamos la suficiencia de Dios! — ¡Cuánto limitamos al Santo de Israel! — ¡Cuánto nos confinamos a desconfiar de Jesús!
¡Alma mía! ¿Alguna vez Dios en Cristo te ha fallado, alguna vez te ha decepcionado? ¿Alguna vez ha habido —puede haber alguna vez— algo confuso en Su sabiduría, algo desconcertante en Su poder, alguna disminución en Sus recursos, algún agotamiento en Su bondad, fidelidad, y amor? ¡Nunca! Entonces, oh Alma mía, deja al hombre, cesa de poner carne por tu brazo (Jer. 17:5), abandona tu esperanza de ayuda, provisión y simpatía en la criatura, y espera solamente en Dios.
Y estudia, alma mía, la ACTITUD —de espera. Esta es la postura de la fe, la disposición de amor, la expresión de paciencia y esperanza. Somos a menudo muy impacientes con las demoras del Señor en nuestro favor. Podemos de hecho orar, “no te tardes” (Sal. 40:17); y sin embargo la expectativa puede demorarse en su tiempo determinado, pero, aunque se retrase, sin duda vendrá. El Señor puede mantenerte largo tiempo esperando ante el Trono, para poner a prueba tu sinceridad y tu fe, y probar tu amor, pero, en definitiva, Él se manifestará —tu oración es escuchada y será contestada.
Y observa la EXCLUSIVIDAD de esta esperanza. “Alma mía, espera solamente en Dios” —únicamente en Él. ¡Ah! ¡Cuán dura lección! ¡Cuán firmemente e idolátricamente nos adherimos a la criatura! Con la criatura en una mano, y con el Creador en la otra, pensamos abrir camino a través de todas las oposiciones, dificultades y necesidades. ¡Pero, no! Esto no debe ser así. El Señor debe tener nuestra simple, honesta, y exclusiva confianza. Él no consentirá que esperemos del hombre lo que solamente puede ser encontrado en Él. Él es un Dios celoso, y poseerá nuestros corazones honestos e indivisos.
¿Estás buscando salvación? Abandona toda esperanza de encontrar perdón, paz, y esperanza en algo de tus obras; y simplemente y únicamente aférrate con fe a Jesús, y tu esperanza de ser salvo —salvo sin ninguna obra tuya, salvo del poder, la culpa y condenación del pecado, salvo ahora, salvo inmediatamente, salvo para siempre— nunca será avergonzada.
¿Y qué, ¡oh alma mía!, podrías esperar? ¡Todo! No hay limitación. La promesa de Dios es, “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Sal. 81:10). ¿Podría la lengua ser más simple y explícita, o la promesa más plena y preciosa? Espera, oh alma mía, grandes cosas de Dios. Espera grandes provisiones de gracia de parte de Jesús. Deja que tu esperanza sea elevada como Su ser, amplia como Sus recursos, inmensa como Su amor. Espera Su respuesta a tu oración; espera el cumplimiento de Su Palabra; espera Sus suministros providenciales para tu necesidad; espera compasión y consolación en tu aflicción; espera salvación en el monte del peligro; espera, en el último momento angustioso, fortaleza, apoyo, y rescate; gracia para ayudaros en todo tiempo de necesidad. Y cuando el corazón y carne desfallezcan, y pases el valle de sombra solitario, espera que Jesús estará contigo allí; y tu esperanza no será defraudada ni avergonzada. “Alma mía, espera solamente en Dios, porque de Él procede mi esperanza”.
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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