10-01-2020
"Él es nuestra paz".
Efesios 2: 14
Hay una hermosa gradación en el desarrollo de la gracia del Espíritu en el alma del creyente: primero paz, luego gozo. Es una provisión caritativa y bondadosa de nuestro Dios. Tristemente, no hay sino pocos cristianos regocijados; y a pesar de todo, en la carencia de gozo (el tema de nuestra siguiente meditación), que gran consuelo el que podamos llegar a un estado de paz, siendo este un fruto del Espíritu que crece en lo más abajo del árbol que, “produce toda clase de frutos” (Ap. 22: 2), y, así pues, más accesible que la más elevada gracia del gozo, un fruto situado en las ramas más elevadas, y que crece en una región soleada, “El reino de Dios no es … sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14: 17).
Por tal motivo, frecuentemente escuchamos la experiencia agonizante de la expresión de los santos de Dios —“No estoy gozoso, pero estoy en paz; no tengo gran éxtasis o transportación de sentimientos, pero mi alma descansa de manera grata y con fe en Jesús, soy guardado en perfecta paz”. [Bueno, este no es ningún pequeño logro cristiano y bendición divina; y si nuestra paz es (parte del) fruto genuino del Espíritu, que brota de la fe sencilla en Jesús, el efecto de su sangre que comunica la paz sobre la conciencia vale incontables mundos, y “sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4: 7)] (ver comentario de José abajo). Unas pocas reflexiones pueden ayudarnos en el pleno entendimiento de este bendito estado.
En primer lugar, debemos tener siempre presente la gran verdad esencial de que, Cristo no solamente puede hacer la paz, darnos paz, y transferir su paz como un precioso legado, sino que, Jesús mismo es nuestra paz. “Cristo es nuestra paz” (efectivamente, pero Cristo formado en nosotros). Este pensamiento nos eleva por encima de un mero dogma, a una Persona: por encima de la verdad de Cristo, a Cristo mismo.
Dios dice del pecador que discrepa con Él —“Que él acuda a mi fortaleza, para que haga la paz conmigo, que conmigo haga la paz” (Isa. 27: 5). Ahora, “Cristo es poder de Dios” (1ª Cor. 1: 24), o, la fortaleza de Dios, apoderándose de quienes en fe estamos en “paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (es distinta de la paz de Dios) (Rom. 5: 1). Por este motivo la expresión tan general, “él hizo su paz con Dios”, como se aplica a muchos que salen de este mundo sin ninguna prueba Bíblica de conversión, involucra una ilusión espantosa y error fatal. El pecador no puede por sí mismo hacer su paz con Dios. Cristo ha hecho ya la paz, o más bien, Cristo es, Él mismo, nuestra paz; y hasta que creamos en Cristo, y hayamos recibido a Cristo, nuestra paz de la que hacemos alarde es falsa —es paz, no de vida, sino de muerte— la paz de Satanás, fácilmente concebida; no la “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (creo que aquí Winslow debiera referirse más bien a la paz de Dios).
Sí, Jesús es nuestra paz. Él se paró en la brecha, llevó el pecado, soportó la Cruz, y sufrió la condenación. Sobre Él cayó el golpe que doblegó su santa alma en angustia en la Tierra, y que también, aseguró nuestra reconciliación con Dios. “Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1ª Tim. 2: 5), Jesús “El príncipe de paz” (Isa. 9: 6).
Y entonces la obra expiatoria de Cristo en sus secciones distintivas —la sangre que perdona, y la justicia que justifica— es el canal a través del cual la paz fluye hacia el interior de nuestras almas. La primera se designa como “la sangre que comunica la paz”, la otra es representada como situándonos en un estado de justificación gratuita y plena, y también llevándonos a la experiencia de paz con Dios (distinta de la paz de Dios) mediante nuestro Señor Jesucristo. Admira, pues, oh alma mía, el medio por el cual tu verdadera paz corre —la sangre de Cristo aplicada a la conciencia, y la justicia de Cristo colocada en ti por el Espíritu. El Señor puede darte paz en la aflicción (paz de Dios).
Cuando la tormenta se enfurezca y las aguas estén oscuras y agitadas, debajo de la superficie, vuestra paz que proviene de Dios a través de Cristo, puede correr como un río (¿paz que sobrepuja todo entendimiento?). Vosotros estáis firmemente anclados en la fe sobre Dios. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isa. 26: 3).
Ponte en guardia contra aquello que comprometería tu paz, oh alma mía. No juegues con la tentación, ni trates con ligereza la conciencia, ni camines alejado de Jesús. Lávate diariamente en la Fuente, y tu paz será como un pozo que mana siempre.
“Si él diere reposo, ¿quién inquietará?” (Job. 34: 29).
“Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera” (2ª Tes. 3: 16).
(Los comentarios parentéticos en letra negrita más pequeña son de José)
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
Comentario de José:
Me regocijo porque esta es la primera vez que escucho a alguien decir que los componentes del fruto del Espíritu se alcanzan en hermosa gradación, es decir, gradualmente o escalonadamente. Al menos lo es el crecimiento y la maduración del fruto, porque cuando Cristo ha sido formado en nosotros, teniéndole a Él tenemos el fruto completo. Esto, efectivamente, lo confirma nuestra propia experiencia.
Sin embargo creo que es conveniente hacer algunas matizaciones.
Primeramente, hemos de distinguir entre la paz que viene con la justificación (salvación del espíritu), nuestra Pascua en "Egipto", que nos otorga consciencia de que nuestros pecados han sido perdonados. Esta es la PAZ CON DIOS, en la que Cristo nos hace descansar (… "Yo os haré descansar", Mateo 11: 28).
Pero no podemos quedarnos ahí, sino proseguir hasta el final de nuestro camino pentecostal muriendo al yo, a la carne, en el cruce de nuestro Jordán, para que Cristo, el amor, sea formado en nosotros. Cristo es el único fruto del Espíritu, porque Dios es amor. Este fruto viene de una vez, cuando damos a luz al Cristo que fue engendrado en nuestro espíritu. Esta culminación de nuestra etapa pentecostal nos saca del desierto anímico (salvación del alma), para acampar en la tierra prometida de Tabernáculos, que es Cristo formado en nosotros. Así conquistamos la PAZ DE DIOS, una paz que nosotros hallaremos si la buscamos denodadamente (… "hallaréis descanso", Mateo 11: 29), como primera manifestación de fruto ÓCTUPLE del amor formado en nosotros.
Según
el texto de Romanos 4: 17, citado arriba por Winslow, establecida la
Justicia, después viene la PAZ y, sobre la base de la paz, a
continuación el GOZO. Esta no es la justicia posicional o
imputada, sino la justicia experiencial,
la que se corresponde con los tipos de la obra de la segunda paloma y
el segundo chivo, con los que el pecado es quitado. Con la primera
paloma y el primer chivo el pecado solo había sido cubierto,
ahora es quitado,
llevado lejos de nosotros. Cuando cruzamos el Jordán y
entramos al Reino, Cristo, nuestra justicia, ha sido dado a luz en
nosotros.
Más adentrados en Tabernáculos, además de la PAZ y el GOZO, después seguirán las otras características del fruto del Espíritu: PACIENCIA, AMABILIDAD, BONDAD, FIDELIDAD, MANSEDUMBRE y DOMINIO PROPIO. Parece que la gradación u orden en el texto de Gálatas 5: 22-23 es inversa a la de Romanos, es decir, de las ramas más altas del Árbol de Vida, a las más bajas.
También creemos que a la PAZ CON DIOS (Pascua) y a la PAZ DE DIOS (al final de Pentecostés-inicio de Tabernáculos, cuando el holocausto ha sido totalmente consumido en el fuego del altar) le continuará la "PAZ QUE SOBREPUJA TODO ENTENDIMIENTO" (paz propia de la tercera fase de Tabernáculos).
Esta paz que sobrepuja el entendimiento, a mi entender, es una paz sobrenatural, que algunas personas tal vez puedan gustar coyunturalmente por medio de alguna experiencia extática, que Dios pueda haberles concedido a modo de preparación, para enfrentar algún tiempo de prueba especialmente fuerte y dolorosa; o como un regusto premonitorio de lo que les aguarda en la plena madurez.
Al menos, este fue mi caso y sé que Maite Melendo relata una experiencia semejante en su libro "Soledad Acompañada". Tal vez este tipo de paz PROFUNDA E IMPERTURBABLE, CAPAZ DE DORMIR EN MEDIO DE LA TORMENTA, pueda ser un estado permanente para los vencedores en la plenitud de su madurez y, sin duda, lo será cuando éstos reciban sus cuerpos glorificados.
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