16/06/2017
El
Antiguo Testamento no es carente del conocimiento de los dones
espirituales. El problema es que muchas veces hemos fallado en
reconocerlos o conectarlos con la lista de 1 Corintios 12. Pero
véase, por ejemplo, Deuteronomio
34:9,
9
Y Josué hijo de Nun fue lleno del
espíritu de sabiduría,
porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de
Israel le escucharon e hicieron como Yahweh había ordenado a Moisés.
No
es difícil igualar “el
espíritu de la sabiduría”,
que fue administrado cuando Moisés “puso
sus manos sobre él”,
con el don espiritual de sabiduría en 1
Corintios 12: 8.
Además, Pablo dice en 1
Timoteo 4:14,
14
No descuides el don espiritual dentro de ti, el cual te fue otorgado
mediante profecía con
la imposición de las manos
del presbiterio.
Vemos,
entonces, que los
dones espirituales no comenzaron con Pentecostés en el Nuevo
Testamento, ni tampoco era una nueva práctica el dotar a los hombres
con dones espirituales por “imposición
de manos”.
Esta práctica ha disfrutado de una larga historia que se remonta al
menos a los tiempos de Moisés y Josué.
Salomón
también tenía un don divino de sabiduría (1
Reyes 4:29),
lo que le dio la capacidad de administrar justo juicio (1
Reyes 3:28).
Éxodo
35:31-34
enumera más dones espirituales:
31
Y lo ha llenado [a
Bezaleel]
con el Espíritu de Dios, en sabiduría [chokmah],
en entendimiento [tabuwn,
“comprensión, inteligencia”]
y
en conocimiento [Da'ath,
“conocimiento,
ciencia”]
y
en toda labor [melakah,
“trabajo, ocupación, negocio”]
…
34 también ha puesto en su corazón poder enseñar [yarah,
“disparar flechas, enseñar”]
…
Hay
más dones del Espíritu de los enumerados en 1 Corintios 12. De
hecho, Santiago
1:17
nos dice que “toda
buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto”.
Lo
importante es saber que los
dones espirituales no se introdujeron en Pentecostés, ni se limitan
al Nuevo Testamento. Los
dones espirituales han estado con nosotros desde el principio, porque
el Espíritu Santo ha estado con nosotros desde el principio de los
tiempos.
Sabiendo
esto, es evidente que también hay que definir estas palabras de
acuerdo con sus definiciones hebreas, pues aunque Pablo escribió en
griego a una audiencia griega, que estaba usando palabras griegas
para expresar patrones de pensamiento hebreo.
La
sabiduría
(chokmah),
entonces, se
pone de manifiesto en el juicio;
es decir, es
la capacidad para discernir la verdad y para dar un veredicto
adecuado de acuerdo a la mente de Dios,
como se establece en la Ley. Lo mismo sucede con Salomón, cuya
capacidad de discernir la verdad sorprendía a la gente de su época.
Chokmah
es la inteligencia en el juicio, para ser perspicaz y discernir.
Como todas las cosas hebreas, chokmah
tiene
sus raíces en la Ley, porque viene de Dios y es una expresión de Su
propio carácter.
Recuerde
que en la anterior discusión de Pablo, en los dos primeros capítulos
de su carta, cómo Pablo encontró que era necesario distinguir entre
“la
sabiduría de este mundo”
(1
Corintios 3:19)
y “sabiduría
de Dios”
(1
Corintios 2:7).
La
sabiduría de este mundo es del “espíritu
del mundo”
(1
Corintios 2:12),
mientras que el don de sabiduría es del Espíritu de Dios.
Hay
sabiduría y conocimiento del alma, y hay sabiduría y conocimiento
espirituales. Puesto que Pablo distinguió entre los dos en los
primeros capítulos de su carta, no hablaremos más de esto en el
capítulo 12. Sin embargo, tenemos que leer el capítulo 12 con esto
en mente, porque este entendimiento del alma y del espíritu es
fundamental para el capítulo 12.
Fe
(aman)
En
1
Corintios 12:9
Pablo enumera la “fe” como el tercer don espiritual, diciendo “a
otro, fe por el mismo Espíritu”.
Pablo
implica que la
fe (como un don del Espíritu) no se da necesariamente a todos los
creyentes,
sino “a
otro”.
Sabemos, por supuesto, que una
fe básica es necesaria para la justificación,
porque somos “justificados
por la fe”
(Romanos
3:28;
5:1).
Además, “la
fe viene por el oír”
(Romanos
10:17),
lo que significa que nadie
tiene fe sin oír la voz interior de Dios.
Por lo tanto, incluso la justificación por la fe es un don de Dios,
porque Dios
debe hablar antes de que un hombre puede oír y responder.
Sin embargo, la
fe como un don espiritual va más allá de la fe que justifica.
La Justificación
por la Fe es una experiencia de Pascua,
mientras que el Don
de Fe es una experiencia de Pentecostés.
Por lo tanto, hay
más de un nivel de fe que Dios nos ha dado.
Esto se ve reflejado en la declaración de Pablo en Romanos
1:17,
17 Porque
en él la justicia de Dios se revela por
fe y para fe,
como está escrito, “Mas el justo por la fe vivirá”.
Debemos
entender que esto significa que la
justicia de Dios se revela, capa por capa, desde la
fe
de Pascua
a la fe
pentecostal;
y, por extensión, a la
fe
de Tabernáculos.
Al comienzo Israel mantuvo la Pascua por la fe; por lo tanto, ellos
fueron capaces de salir de Egipto y ser llamados “la
iglesia en el desierto”
(Hechos
7:38 KJV).
Pero cuando llegaron al Monte Horeb, no pudieron aumentar su fe a un
nivel pentecostal, porque ellos se negaron a escuchar la voz de Dios
(Éxodo
20:18,19,20,21).
Su fe, entonces, fue limitada; fue suficiente para ser llamados “la
Iglesia”, pero no fue suficiente para ser llamados vencedores. Por
esta razón, Hebreos
3:19
nos dice, que no fueron capaces de entrar en la tierra prometida “a
causa de incredulidad”,
es decir, por su falta de fe. La advertencia implícita es que
necesitamos la verdadera fe pentecostal con el fin de llegar a la
Tierra prometida. Hebreos
4:1
advierte,
1
Por lo tanto, temamos que, permaneciendo aún la promesa de entrar en
su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.
La
palabra hebrea para fe es aman,
que es ser
fiel.
Es la raíz de emeth,
que significa “verdad”.
Puesto que la fe es por el oír, la
fe genuina viene por el oír la verdad.
Uno no se salva por oír una mentira, porque las mentiras provienen
del mundo, no de Dios. Así, una vez más debemos tener en cuenta el
origen o fuente de lo que creemos que es la verdad.
Verdad
Cuando
escuchamos y respondemos a la Palabra de Dios, la fe genuina es
evidente. Muchos de ellos tienen “fe” en otros dioses o profetas,
pero esa “fe” no tiene poder para justificar o para salvar. La fe
que justifica sólo viene por el oír la voz de Dios. El verdadero
oír es evidente cuando una persona cree que la Palabra es verdad.
Así, el Salmo
119:142
dice: “Tu
ley
es la verdad”
(emeth).
Una vez más, en el
Salmo 119:151,
leemos: “todos
tus mandamientos son verdad”.
De hecho, el
Salmo 119:160
dice, “la
suma
de tu palabra es verdad”.
En
esto radica un problema, pues no
todos los creyentes en la Iglesia creen realmente esto;
su
creencia está mezclada con incredulidad.
Algunos, por ejemplo, rechazan la Ley; otros rechazan los dones del
Espíritu. En otras palabras, su fe es parcial. Para decirlo de otra
manera, su fidelidad
a la verdad es
defectuosa.
Es
precisamente por esta razón que la fe tiene más de un nivel o capa.
Por definición, todos los creyentes tienen fe en un nivel de Pascua,
porque si no creen que la sangre de Jesucristo tiene el poder para
limpiar del pecado, ni siquiera son cristianos. Pero no todos los
creyentes han aumentado su nivel de fe a un nivel pentecostal, donde
estamos dispuestos a escuchar la voz de Dios cuando Él habla Sus
Mandamientos. Incluso aquellos que se llaman pentecostales menudo
rechazan la Ley, pensando que es carnal, y por lo tanto muy poco de
la Ley está escrita en sus corazones (Hebreos
8:10).
Dios ofreció escribir Su Ley en los corazones de Israel en el tiempo
de Moisés, pero ellos se negaron. Por lo tanto, Dios dio la ley a
Moisés, que estaba dispuesto a escuchar, y se grabó en tablas de
piedra. El resto de la Ley probablemente fue escrito en papel (papiro
egipcio) o en placas de cobre. El punto es que bajo el Antiguo Pacto
la Ley se mantuvo externa, a menos que las personas desarrollaran
oídos espirituales, por los cuales podrían escuchar y creer las
promesas de Dios bajo el Nuevo Pacto.
El
Don de Fe, entonces, que viene por el oír la verdad que es inherente
a la Ley Divina, se transfiere de tabletas externas, placas o papel a
las tablas del corazón. Cuando
la Ley está escrita en el corazón, una persona comienza a tomar de
la naturaleza de Cristo.
Ya no tiene que obedecer una palabra externa impuesta sobre un
corazón dispuesto; él hace
las obras de Cristo, por naturaleza, no a la fuerza.
Él va más allá de la obediencia
a un acuerdo
(lo cual ocurre en Tabernáculos).
Eso sólo es posible a través del
Don
de
Fe.
El acuerdo está ligado a la palabra AMÉN,
que se deriva de la palabra hebrea aman.
La palabra hebrea amén
significa “verdad, en verdad, que así sea”.
Se expresa en el Nuevo Testamento (KJV) como “verdad, en verdad,”
o, como algunos lo traducen, “realmente, realmente; de cierto de
cierto”. Es la manera griega de decir “amén,
amén”
(Nehemías
8:6),
y siempre significa un
acuerdo.
Sin
embargo, incluso la fe pentecostal no es la forma más alta de fe,
porque es una época de crecimiento y aprendizaje. Pentecostés es,
pues, una fiesta
con levadura
(Levítico
23:17)
en
necesidad de la prueba del fuego
(Bautismo de Fuego) para detener
la acción de fermentación.
Pentecostés es la fiesta
del desierto.
La Fiesta
de los Tabernáculos
es el objetivo de Pentecostés, que significa la
entrada a la Tierra Prometida.
Por lo tanto, Pentecostés es un tiempo en el que todavía estamos
aprendiendo
la obediencia hasta
el momento en que entramos en un acuerdo
total.
Podemos
medir nuestro propio corazón por preguntarnos si estamos de acuerdo
con Su Ley, o simplemente cumplimos con Sus mandatos cuando somos
guiados por el Espíritu. En cualquier área de la vida en que
debamos someter nuestra
propia voluntad a la voluntad de Dios,
muestra que todavía estamos en el entrenamiento de obediencia.
Cuando una persona
comienza a someter su voluntad rebelde a la Ley de Dios, muchas
quejas
se interponen; nos
sometemos, pero “a regañadientes”.
Cuando llegamos al lugar donde los mandamientos de Dios podemos
hacerlos de forma
natural y con alegría,
entonces se puede decir que estamos de acuerdo. Este es el nivel más
alto de fe.
Etiquetas: Serie Enseñanza
Categoría: Enseñanzas
Dr. Stephen Jones
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