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Dios no te llama a SENTIR... te llama a MORIR, Watchman Nee, Reflexiones Cortas
https://www.youtube.com/watch?v=gbukOdhbJVQ
Transcripción del vídeo:
Vivimos tiempos en los que muchos confunden intensidad con espiritualidad, emoción con santidad y sensaciones con la voz de Dios. El alma se ha acostumbrado a buscar consuelo en lo que siente y no en lo que cree, pero el llamado del Señor no es a sentir más, es a morir. Sí morir, morir al alma que quiere gobernar, morir al YO que quiere controlar morir a la necesidad constante de experimentar algo para poder obedecer.
Watchman Nee enseñaba que Dios no trata con nuestras emociones, sino con nuestra vida y la vida natural caída y autónoma debe ser llevada a la cruz, porque mientras no haya muerte no habrá fruto y mientras el alma busque protagonismo el espíritu no tendrá libertad.
El problema no es sentir. Dios nos creó con alma y sentir es parte de nuestra humanidad. El problema es vivir desde el alma, gobernados por lo que sentimos y no por lo que creemos. Porque el alma puede exaltarse, puede deprimirse, puede ilusionarse y también desanimarse; pero no puede guiarnos. Sólo el Espíritu regenerado, en comunión con el Espíritu Santo, puede llevarnos a la verdad. Por eso el Señor no vino a activar nuestras emociones, vino a llevarnos a la muerte de cruz. Como dijo el apóstol Pablo en Gálatas 2: 20,
"Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí".
Ese “ya no vivo yo” no es una frase poética, es una sentencia de muerte para el alma que quiere dirigir. Muchos hoy dicen, "No siento a Dios". Y por eso abandonan la
oración, la obediencia, o la comunión. Otros dicen, "Siento que debo hacer esto", y se lanzan a decisiones carnales disfrazadas de fe; pero Dios no nos guía por sentimientos, sino por su Espíritu y ese Espíritu no se mueve en medio de la exaltación del alma, sino en la muerte del YO.
Watchman Nee enseñó que una de las mayores barreras para que el creyente camine en el espíritu, es su insistencia en vivir desde el alma el alma. Busca confirmaciones externas. El espíritu reposa en la Palabra, el alma quiere experimentar; el espíritu quiere obedecer, el alma clama, "Hazme sentir”; pero Dios responde, quiero hacerte morir".
Desde el principio el alma del hombre fue creada para estar bajo el gobierno del espíritu. En el diseño original el espíritu era la lámpara que iluminaba el camino. El alma era el siervo que obedecía y el cuerpo el instrumento que ejecutaba. Pero cuando el pecado entró el orden se invirtió, el cuerpo dominó, el alma se exaltó y el espíritu murió. Así comenzaron a gobernar las sensaciones, las emociones, los razonamientos humanos y los impulsos del YO.
Por eso el nuevo nacimiento no consiste sólo en ser perdonado, sino en que el espíritu del hombre sea resucitado y vuelto a unir con el Espíritu de Dios. Y entonces comienza el proceso que muchos ignoran: la cruz aplicada al alma para que el alma deje de gobernar y vuelva a su lugar de sumisión. Esta cruz no se manifiesta en momentos eufóricos ni en campañas de exaltación, se manifiesta en la obediencia diaria en decir no a lo que el alma quiere aunque parezca bueno, en renunciar a lo que sentimos cuando lo que sentimos contradice lo que Dios ya ha dicho, en llevar nuestras emociones a la muerte, no para anularlas, sino para que pasen por el fuego y regresen santificadas. Como escribió el apóstol Pablo en Romanos 12: 1,
“Os ruego pues hermanos por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo santo agradable a Dios que es vuestro culto racional”.
Aquí no hay lugar para el alma exaltada. Hay un llamado al altar, a ser ofrecidos,
a ser consumidos, a ser reducidos.
Watchman Nee mostró que una de las señales de que el alma aún gobierna es la necesidad constante de estímulo. El alma eufórica necesita palabras que la conmuevan, cantos que la eleven, experiencias que la sacudan; pero cuando no siente nada se detiene, cuando Dios calla se confunde, cuando no hay fuego se desanima. ¿Por qué?, porque nunca aprendió a vivir en el espíritu, porque nunca murió, porque su raíz no es Cristo, sino la sensación de estar cerca de Él... Pero Dios no se agrada de quienes caminan por vista. Él busca a los que le creen aunque no sientan nada, a los que siguen cuando todo está oscuro, a los que obedecen aunque estén quebrados, a los que han sido llevados a la muerte y desde allí viven.
La muerte del alma no es una muerte visible. No ocurre en un instante ni deja marcas exteriores. Es una obra interna, profunda, prolongada, y por eso es tan difícil de aceptar, porque no se siente gloriosa, no produce resultados inmediatos, no genera aplausos; al contrario parece pérdida, parece derrota, parece que todo se ha apagado; pero en realidad es allí donde la gloria comienza, porque Dios no puede llenar lo que no ha sido vaciado, no puede vestir lo que no ha sido despojado, no puede edificar sobre una vida que aún se pertenece a sí misma. Y mientras el alma siga viva, mientras quiera dirigir, decidir, interpretar o reaccionar, el espíritu será sofocado.
Watchman Nee decía que muchos creyentes fracasan, no por falta de sinceridad, sino porque su alma nunca fue llevada al Gólgota. El creyente que vive desde el alma busca experiencias para afirmar su fe, pero el que ha muerto no necesita sentir nada para saber que Dios es fiel. Ha aprendido a descansar en la Palabra aunque su alma grite lo contrario. Ha aprendido a callar, aunque su alma quiera justificarse. Ha aprendido a esperar aunque su alma quiera correr. Ha aprendido a entregarse aunque su alma quiera retener, porque ha muerto. Y el que ha muerto ya no reacciona como antes, ya no vive para sí como declara 2ª Corintios 5: 15,
“Y por todos murió para que los que viven ya no vivan para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
Esta es la verdadera libertad: la muerte del alma; no la muerte de nuestras emociones, sino su sujeción; no la muerte de nuestra voluntad, sino su entrega; no la muerte de nuestra personalidad, sino su transformación. Porque cuando el alma ha pasado por la cruz puede ser renovada y cuando es renovada se convierte en un instrumento dócil, obediente, útil. Ya no se impone, ya no se resiste, ya no se compara, ya no se
exalta..., simplemente sigue el espíritu.
Y eso es lo que Dios busca. Almas que hayan muerto para que Cristo viva. No cristianos más sensibles, sino cristianos más crucificados; no creyentes que lo sientan todo, sino discípulos que se rinden en todo; no hombres que tengan poder, sino hombres que han perdido el suyo para que el de Cristo se manifieste.
La mayoría de los creyentes modernos han sido educados en un evangelio de sensaciones. Se les ha dicho que si no sienten la presencia de Dios entonces algo anda mal, que si no lloran al orar su oración no fue profunda, que si no tiemblan al cantar el Espíritu no descendió. Pero esto no es fe, esto es alma y el alma es inestable. Tan pronto se eleva como se derrumba, tan pronto cree como duda, tan pronto canta como se deprime; por eso quien camina por el alma será siempre arrastrado por sus propias mareas interiores, pero aquel que ha sido crucificado con Cristo no vive de sensaciones, vive de certezas, vive por lo que está escrito, vive por lo que Dios ha dicho, no por lo que su alma; siente como declara Hebreos 10: 38,
"Más el justo vivirá por la fe y si retrocediere no agradará a mi alma".
Este es el contraste entre la vida del alma y la vida del espíritu. La primera necesita estímulos constantes, la segunda permanece firme aunque no haya señales visibles; la primera se desalienta fácilmente, la segunda se fortalece en medio de la espera; la primera busca consuelo, la segunda busca obediencia. Y es por esto que morir es tan esencial, porque mientras el alma siga ocupando el trono Cristo será un invitado y Cristo no vino a ser huésped, vino a reinar; pero para reinar el yo debe ser quitado y para que el yo sea quitado debe morir, No se disciplina no se mejora no se moldea se crucifica.
Como enseña la carta a los Gálatas 2: 20,
“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí”.
Esta verdad cambia todo. Ya no busco sentir algo para saber que Dios está conmigo; ya no dependo de una emoción para adorar; ya no espero una atmósfera para obedecer; he aprendido que morir al alma es vivir en el Espíritu-espíritu y vivir en el Espíritu-espíritu es andar por fe, caminar en obediencia y descansar en Cristo, aunque mi alma esté en silencio; porque la verdadera espiritualidad no se mide por cuanto siento, sino por cuánto obedezco; no se mide por mis lágrimas, sino por mi cruz y no se mide por mis palabras, sino por cuánto de mí ha sido dejado atrás para que Cristo viva.
El alma desea siempre ser oída, clama por atención exige protagonismo, quiere participar en todo; el alma quiere interpretar lo que pasa, evaluar lo que siente, opinar sobre lo que Dios hace, pero en el camino del Espíritu no hay lugar para el protagonismo del alma. El alma debe callar, no porque sea mala en sí misma, sino porque no fue diseñada para liderar, sino para seguir y mientras no se le enseñe su lugar el alma gobernará con confusión, mezclando lo emocional con lo espiritual, lo psíquico con lo eterno. De allí surgen tantas falsas espiritualidades, tantas vidas cristianas inestables, tantos movimientos basados en emociones sin discernimiento.
Es urgente que el creyente entienda que hay una diferencia entre vivir desde el alma y vivir desde el espíritu. Desde el alma uno busca consuelo, desde el espíritu uno busca comunión; desde el alma uno pide alivio, desde el espíritu uno anhela santidad; desde el alma uno clama por respuestas, desde el espíritu uno se entrega en obediencia, incluso sin respuestas.
Por eso la cruz no fue diseñada para castigar sino para liberar. No es un símbolo de represión sino de redención. Es en la cruz donde nuestra alma encuentra su límite y nuestro espíritu haya su libertad. Como enseña Romanos 8: 13,
“Porque si vivís conforme a la carne moriréis más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne viviréis”.
Notemos que no dice que el alma muere sola ni que se reprime con disciplina. Dice que por el Espíritu se hace morir. Este es un proceso activo, voluntario, rendido; no es automático, no es mágico. Es una cooperación entre nuestra voluntad y la vida divina en nosotros, una entrega diaria al gobierno del Espíritu Santo, una rendición continua a la cruz; porque sólo cuando muero a mis sensaciones Cristo puede enseñarme a caminar por fe, sólo cuando renuncio a entenderlo todo Él puede darme la paz que sobrepasa todo entendimiento y sólo cuando dejo de medir mi vida espiritual por emociones puedo comenzar a vivir una espiritualidad firme, profunda, silenciosa, pero verdadera. Porque el Espíritu no grita, no dramatiza, no emociona. El Espíritu transforma.
Muchos creyentes se desesperan cuando no sienten la presencia de Dios. Piensan que el silencio es abandono, que la sequedad es castigo, que la oscuridad es señal de
pecado; pero estas ideas no vienen del Espíritu, son pensamientos generados por un alma que aún no ha sido sometida a la cruz; porque el Espíritu nunca interpreta la ausencia de sensación como ausencia de Dios. El Espíritu sabe que Dios es aún cuando no se manifieste, que Dios actúa aún cuando no lo percibamos, que Dios habita aún cuando el alma no lo experimente.
La vida espiritual madura no depende de la sensibilidad, sino de la fidelidad; no camina según lo que siente, sino según lo que cree. Por eso Dios permite temporadas de sequedad para purificar nuestra motivación. Él retira todo estímulo emocional para que descubramos si lo seguimos por lo que sentimos o por lo que Él es. ¿Seguiremos caminando cuando no haya consuelo. ¿Seguiremos creyendo cuando no haya señales? ¿Seguiremos orando cuando no haya respuestas?
Ésta es la verdadera espiritualidad, una que no necesita muletas emocionales, una que se apoya sólo en la Roca Eterna de la Palabra. Como está escrito en 2ª Corintios 5: 7,
“Porque por fe andamos no por vista”.
Y esa fe no depende de sensaciones ni de señales ni de confirmaciones emocionales. Esa fe es una decisión profunda del espíritu regenerado que ha aprendido a confiar en el carácter de Dios, no en la atmósfera del momento. Por eso morir a las emociones del alma no es apagar el corazón, sino encender el espíritu; no es volverse insensible, es volverse firme; no es vivir sin afecto, es vivir sin depender de él para obedecer.
El alma eufórica quiere gritar que Dios está y el alma deprimida quiere afirmar que Dios se fue, pero ninguna de las dos dice la verdad, porque la verdad no nace en el alma, la verdad habita en el espíritu y sólo desde allí se puede discernir la realidad divina.
Cuando el alma es llevada a la cruz se calla, se sujeta, se aquieta, y, por fin, se vuelve útil al propósito eterno. Ya no domina, ya no decide, ya no contamina. El alma crucificada se vuelve un instrumento dócil en manos del espíritu. Y ese es el llamado que Dios hace hoy, no a sentir más, sino a morir más. Una vida cristiana centrada en lo que se siente es una vida frágil. Frágil en la prueba, frágil en la espera, frágil en la comunión; porque cuando el alma gobierna todo depende del clima interior y si el alma se nubla la fe se apaga, si el alma se entristece el gozo desaparece, si el alma se ofende el amor se enfría. Pero la cruz vino a poner fin a esa tiranía.
El Espíritu no busca fortalecer al alma caída, sino crucificarla; no vino a educarla, sino a sustituirla como centro de gobierno. Y mientras el alma no se rinda no puede haber avance real.
El creyente que aún busca emociones para validar su comunión terminará confundido, porque Dios no nos da emociones para vivir sino vida para sobreponernos a ellas.
En el espíritu regenerado hay una fuente constante de paz, de gozo, de f,e de amor. No son ráfagas emocionales, sino frutos espirituales. Por eso está escrito en Gálatas 5: 22,
“Más el fruto del espíritu es amor: gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad...”
Este fruto no nace del alma estimulada, sino del espíritu gobernado por Cristo.
¿Y cómo se logra ese gobierno? Muriendo. No se trata de sentir menos, sino de depender menos de lo que sentimos; no se trata de apagar el alma, sino de sujetarla al Espíritu-espíritu. Como enseñó el apóstol Pablo en Gálatas 5: 25,
“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”.
No basta con tener al Espíritu hay que andar en Él y andar en Él es dejar que Él decida, no el alma; que Él dirija, no el yo; que Él determine el rumbo, no el ánimo.
La madurez espiritual es en el fondo una obra de sustitución. Donde antes gobernaba el alma ahora gobierna el Espíritu-espíritu, por eso el Señor no nos llama a cultivar sensaciones, sino a renunciar a todo lo que nos impida vivir desde su vida; no nos llama a intensificar lo que sentimos, sino a abandonar lo que nos controla: no nos llama a reforzar el EGO espiritual sino a destruir la raíz del YO natural. Esta es la gran tragedia de muchos creyentes, que hoy buscan sentir a Dios más que obedecerle; buscan consuelo más que transformación; buscan experiencias más que muerte; pero el llamado de Cristo sigue siendo el mismo de Lucas 9: 23,
“Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”.
Lo que Dios busca en nosotros no es una emoción intensificada, sino una voluntad
rendida. Él no te pide que sientas más, sino que vivas menos para ti. El Espíritu Santo no fue enviado para amplificar tus sentimientos, sino para darte una nueva vida que no depende de ellos. Por eso el camino del creyente no es ascender en emociones, sino descender en entrega.
La cruz no adorna la cruz mata y en esa muerte nace la verdadera vida, la que no fluctúa, la que no se quiebra, la que no se exalta con la euforia ni se hunde con la tristeza, la vida que fluye desde el Espíritu de Cristo en ti.
Ora conmigo en tu interior:
Señor no quiero seguir buscando sentirte, quiero vivir en ti. Crucifica en mí todo lo que no te sirve. Crucifica el yo, el alma exaltada, el deseo de controlar y resucita en mí una vida nueva, una obediencia silenciosa, una comunión constante. Amén.
Si esta reflexión tocó tu vida compártela con alguien que necesite oír esta verdad, porque quizás, al igual que tú, otro hermano o hermana en Cristo está esperando ser liberado de la esclavitud de sus emociones, para entrar en la libertad de una vida guiada por el Espíritu.
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