ESTUDIO-VIDA DE GENESIS
MENSAJE SETENTA Y SEIS
DESPUÉS DEL QUEBRANTAMIENTO
b) Todavía necesitaba ser sometido
a circunstancias específicas
Lo que tenía Jacob en Siquem era bueno, pero todavía necesitaba pasar por ciertas circunstancias (34:1-31), porque él todavía no había vuelto a Bet-el. Jacob debe de haber estado feliz y contento en Siquem, que significa “hombro” y representa la fuerza. Después de que Abraham llegó a Siquem, fue fortalecido. Jacob debe de haber experimentado lo mismo. Inclusive compró una parcela de tierra y allí erigió su tienda (33:19). Ciertamente él fue fortalecido y vivió allí como uno de los llamados de Dios. Sin embargo, todavía no había llegado a la meta de Dios. Un día sucedió algo repentino: su única hija, Dina, fue deshonrada (34:1-2). Para entonces, Jacob tenía once hijos y una hija. Si él hubiese tenido once hijas y un hijo, la situación habría sido muy distinta. Si una de las once hijas fuese deshonrada, la importancia sería mucho menor que con una hija única. Fue sumamente grave que se abusara de la única hija de Jacob.
Este suceso excepcional e inesperado debe de haber sido propiciado por Dios. Dina había ido a ver a las hijas del país (34:1). Si ella no hubiera hecho eso, nunca habría sido deshonrada. Cuando fue a ver a las hijas del país, ella se encontró en dificultades, y se produjo este lamentable incidente. ¿Cree usted que aquello fue un accidente? Es posible que Jacob y su familia así lo hayan pensado, pero a los ojos de Dios no lo fue; sucedió bajo Su mano soberana. Esto no quiere decir que Dios deseaba que la hija de Jacob fuese deshonrada. Significa que esta lamentable eventualidad ocurrió bajo la mano soberana de Dios para perfeccionar a Jacob, Su escogido.
El principio también se aplica hoy. Dios tenía un propósito con Jacob, e indudablemente tiene un propósito con cada uno de nosotros, Sus escogidos. El propósito que tenía con Jacob no consistía en que éste siguiese los pasos de su antepasado, erigiera una tienda, edificara un altar, fuese fortalecido y se estableciera. Ninguna de estas cosas cumple el propósito de Dios. En pocas palabras, el propósito de Dios consiste en tener Su casa sobre la Tierra, en edificar a Bet-el aquí en la Tierra. Siquem era un lugar bueno para Jacob, pero nunca podría satisfacer el deseo de Dios. Por consiguiente, mientras Jacob estaba establecido, satisfecho y feliz, le ocurrió este triste suceso.
Si Jacob hubiese tenido once hijas y solamente un hijo, el hijo único no habría podido hacer nada al respecto y no habría causado ninguna dificultad. Pero cuando la hija única de Jacob fue deshonrada, todos los hijos de éste se levantaron (vs. 7-31). No podían tolerar eso. Finalmente, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, mataron a todos los hombres de la ciudad de Siquem y saquearon la ciudad. Examine la situación de Jacob. El había sido escogido y llamado por Dios y él era el testimonio de Dios sobre la tierra. El seguía los pasos del primero de los llamados de Dios, viviendo en una tienda y adorando a Dios junto al altar. El era el único testimonio de Dios sobre la tierra. Pero observe lo que sucedió. Su única hija fue deshonrada. ¿Cómo pudo suceder esto a un hombre que había empezado a llevar la vida de los llamados de Dios, la vida de la tienda y el altar? Si yo hubiese estado en la posición de Jacob, posiblemente habría tenido dudas, y habría dicho: “¿Qué significa esto? Yo amo al Señor más que nunca. En cuanto empiezo a llevar una vida apropiada, siguiendo los pasos de Abraham, me sucede esto. ¿Por qué?”
Los hijos de Jacob imitaron los métodos engañosos de su padre y planearon vengarse. Aceptaron lo que pedían Hamor y Siquem de manera engañosa, diciendo a Siquem y a Hamor que podían tomar a Dina, con la condición de que todos los hombres que hubiese entre ellos fuesen circuncidados (vs. 13-17). Esta propuesta agradó a Hamor y a Siquem, y la aceptaron sin vacilación (vs. 18-19). Entonces, al tercer día, cuando sentían ellos los dolores de la circuncisión, “Simeón y Leví, hermanos de Dina, tomaron cada uno su espada, y vinieron contra la ciudad, que estaba desprevenida, y mataron a todo varón. Y a Hamor y a Siquem su hijo los mataron a filo de espada; y tomaron a Dina de casa de Siquem, y se fueron” (vs. 25-26). Después de eso, saquearon la ciudad y se llevaron las ovejas, las vacas, los asnos, los bienes que había allí, a las mujeres y a los niños. Hasta robaron todo lo que había en las casas (vs. 27-29). Jacob alude a esta masacre en Génesis 49:5-7.
En Éxodo 32 la mano exterminadora de Leví se convirtió en una bendición. Cuando los hijos de Israel adoraron el becerro de oro, Moisés dijo: “¿Quién está por Yahweh? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví” (Ex. 32:26). Luego Moisés dijo: “Así ha dicho Yahweh, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés” (Ex. 32:27-28). Aquí en Génesis 34, Leví junto con Simeón, mataron a todos los hombres de la ciudad de Hamor. Más adelante, junto al monte Sinaí, los descendientes de Leví mataron a los que adoraron el becerro de oro. Además en Números 25:7 y 8, uno de los descendientes de Leví mató a los fornicadores. Por la acción emprendida en Éxodo 32, los levitas se convirtieron en los sacerdotes de Dios.
Considere la situación en la cual se vio Jacob en este capítulo. Su hija fue deshonrada, y sus hijos engañaron al pueblo, mataron a los hombres y saquearon su ciudad. ¿Es ésta la familia de un llamado de Dios, la familia de quien es el único testimonio de Dios sobre la tierra? ¿Por qué le sucedió todo esto a Jacob? Dina, los once hijos y todos los hombres muertos, fueron un sacrificio para perfeccionar a un solo hombre, a Jacob. Tal vez usted no crea que el Señor sacrificaría a tantas personas por el bien de usted. Pero sacrificar muchas personas para perfeccionar una sola es algo maravilloso. En Génesis 34 este hombre era la única persona en la cual, con la cual y por la cual el propósito eterno de Dios había de cumplirse. Dina, los once hijos y todos los hombres de la ciudad de Siquem pudieron haber sido preservados; pero si Jacob, una sola persona, hubiese sido perjudicado, ¿qué habría pasado con el propósito eterno de Dios? Muchas veces el Señor sacrificará a otros para perfeccionarle a usted. He visto eso y lo he experimentado personalmente. Si usted tiene discernimiento, podrá ver que aún ahora Él está sacrificando a muchos para poder perfeccionarle a usted. Siquem, Hamor, todos sus compatriotas e inclusive Dina y los once hijos de Jacob, fueron sacrificados por causa de Jacob. Todo lo que se relata en este capítulo tenía como fin su perfección.
En Génesis 34:30 Jacob dijo a Simeón y a Leví: “Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa”. Jacob parecía decir: “Ustedes me lo han echado todo a perder. Por causa de ustedes, soy aborrecible para toda la gente del país. Ahora no tengo ni paz ni seguridad. Si este pueblo nos ataca, nos matarán a todos”. Jacob había llegado a Siquem en paz y a salvo. Ahora su seguridad había desaparecido, y probablemente ya no podía dormir bien. Su hija había sido deshonrada, y ahora, por culpa de sus hijos, él no se podía quedar en Siquem.
En Génesis 35:1 Dios le dijo a Jacob: “Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú”. El Señor le dijo eso a Jacob inmediatamente después de los acontecimientos del capítulo anterior. Después de lo sucedido, Jacob podía aceptar todo lo que Dios quisiera decirle. Si Dios le hubiese hablado de la misma manera unos días antes, Jacob habría dicho: “¿Diría Dios semejante cosa? Eso debe de ser producto de mi imaginación. He seguido los pasos de mi antepasado, llevando la vida de la tienda y adorando a Dios en el altar de una manera correcta. ¿Por qué debo abandonar este lugar?” Indudablemente, Dios había deseado decir esto a Jacob mucho antes. En Siquem todo le salía bien a Jacob, pero eso no podía satisfacer el deseo de Dios. Antes de la dificultad relatada en el capítulo treinta y cuatro, Dios no podía hablar a Jacob; si lo hubiera hecho, Jacob no habría prestado atención. Pero ahora que habían abusado de su hija, después de que sus hijos hubieron causado problemas, y después de que Jacob hubo perdido su paz y su seguridad, y estaba pensando qué hacer, Dios intervino y le habló, diciéndole que subiera a Bet-el. Después de todos estos acontecimientos, Jacob podía prestar atención a lo que Dios le decía: que subiera a Bet-el. En muchas ocasiones si no nos encontramos en un entorno hostil, no podemos escuchar la Palabra de Dios. Dios no es tan insensato como para decirnos algo en vano. Él espera que nos sucedan ciertas cosas.
Dios le dijo a Jacob que subiera a Bet-el, pese a que geográficamente Bet-el estaba situado al sur de Siquem. ¿Por qué no le dijo Dios: “Desciende a Bet-el”? No podemos entender eso con nuestro intelecto natural. Dios parecía decir a Jacob: “Jacob, todavía estás en un nivel bajo, pues no estás al nivel de lo que deseo. Debes levantarte y subir a Bet-el”. Dios le habló a Jacob de una manera significativa y específica, exhortándolo a subir a Bet-el para morar ahí y para edificar un altar al Dios que se le había aparecido cuando huía de su hermano Esaú. Lo que se le dijo fue corto, pero su significado era profundo. En otras palabras, Dios parecía decirle: “Jacob, te olvidaste de tu voto. Por lo menos, has descuidado el cumplimiento del mismo. Después de aquel sueño que tuviste en Bet-el, hiciste el voto de edificar una casa para Mí. ¿En qué paró aquello? Te dije que volvieras, te libré de la mano de Labán y de tu problema con Esaú, y te traje de regreso en paz y a salvo a la tierra de tus padres. No hice eso para que tú te establecieras. Ese no es Mi propósito. Mi propósito es que vayas al lugar donde recibiste el sueño, el lugar donde hiciste el voto de edificar una casa para Mí. No te quedes en Siquem, pues este lugar no debe ser tu morada. Es simplemente una estación en tu camino a Bet-el. Ahora sube a Bet-el, mora allí y edifica un altar al Dios que se te apareció”.
No considere este relato como una simple historia acerca de Jacob. Tómelo como la biografía de usted. Yo puedo dar testimonio de que he hecho lo mismo que Jacob. Sencillamente olvidé mi voto, mi consagración. Creo que todos nosotros nos hemos consagrado al Señor, especialmente en tiempo de pruebas y dificultades. Hicimos un voto, y dijimos: “Oh Señor, si me permites pasar por estas dificultades y me mantienes a salvo, me consagraré a Ti, Tú serás mi Dios, y yo te construiré una casa en este lugar”. En principio, todos hicimos un voto similar. Pero ¿ha cumplido usted su voto? Es probable que ninguno de nosotros lo haya hecho. Vemos, pues, que todos somos como Jacob. Su historia es en realidad nuestra autobiografía. Una cosa es hacer un voto al Señor y consagrarnos a Él, pero cumplir nuestro voto y llevar a cabo nuestra consagración, tal vez requiera el sacrificio de una hija, de los once hijos, de Siquem, Hamor y de muchas otras personas y cosas.
La vida cristiana frecuentemente es una vida de tormentas. Cuando oímos el evangelio por primera vez, quizá pensamos que después de hacernos cristianos, nuestras vidas estarían tranquilas y ninguna borrasca vendría. Quizá pensamos que nuestro barco navegaría con seguridad en Cristo sin pasar por una tempestad. Pero en más de cincuenta años que llevo de cristiano, se ha producido tormenta tras tormenta. Llegué a la conclusión de que la vida cristiana está llena de tempestades. ¿Cuál es el propósito de estas tormentas? Hace cincuenta años no lo entendía, pero ahora lo entiendo perfectamente. En realidad, no se trata de tormentas ni de calma, sino de ser transformados por causa del edificio de Dios a fin de cumplir Su propósito. Su vida está llena de tormentas porque usted es obstinado, porque es semejante a Jacob. Usted necesita muchas borrascas porque todavía no ha sido transformado en Israel. Quizá usted piense: “Estoy en Siquem y todo está en paz. Sigamos navegando en paz”. Esta paz puede durar muy poco tiempo, y de repente llega una tormenta, su Dina es mancillada, y todo se convierte en un caos. Esta es nuestra vida. No le eche la culpa a Dios, pues somos nosotros quienes dificultamos Su obra en nosotros. Aunque nosotros nunca hayamos orado: “Señor, mándanos una tormenta”, se ha producido toda clase de tormentas en nuestra vida. No obstante, ninguna tempestad nos ha matado. Después de pasar por tantas tormentas, seguimos vivos. El Señor indudablemente ha sacrificado mucho por nuestro bien. Queridos santos, muchos de ustedes todavía son jóvenes. Ustedes están ahora en el barco y es demasiado tarde para arrepentirse y salirse. Ustedes necesitan las tormentas.
Lo que sucedió a Jacob en el capítulo treinta y cuatro le dejó una profunda huella. Cuando llegó a una edad avanzada y dio su bendición a sus doce hijos, no olvidó lo que Simeón y Leví habían hecho. En Génesis 49:5 y 6 Jacob dijo: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros”. Según lo que Jacob dijo, Simeón y Leví no sólo mataron a hombres sino que también desjarretaron toros, es decir los dejaron lisiados cortándoles los tendones. Jacob nunca pudo olvidar ese incidente. Este fue el problema más grande por el cual tuvo que pasar. Fue peor que sus dificultades con Esaú. Esto lo atemorizó mucho, pues pensó que la gente del país lo atacaría y lo mataría. Cuando Jacob bendecía a sus hijos, aun entonces no tuvo ninguna confianza en ellos. El dijo: “En su consejo no entre mi alma”, esto es, manténganse alejados de ellos. El problema que Simeón y Leví habían causado a Jacob lo tocó en lo profundo de su ser. Después de este acontecimiento, Jacob obedeció inmediatamente la palabra del Señor de subir a Bet-el. Desde aquel momento, Jacob empezó a ser transformado. Antes de ese momento, no había experimentado ningún cambio.
Jacob se había marchado de Padan-aram y después de ser perseguido por Labán, fue librado de sus manos. El también fue rescatado de su problema con Esaú, y llegó a Sucot, donde edificó una casa para sí, y cabañas para su ganado. Creo que Jacob no se sentía tranquilo de quedarse allí. Por lo tanto, siguió su camino hasta Siquem, siguiendo los pasos de su antepasado y empezando a llevar la vida adecuada de la tienda con el testimonio del altar para vivir como llamado de Dios. No obstante, su vida en Siquem no correspondía a la norma de Dios. La meta de Dios es obtener Bet-el, Su casa en la Tierra. Así como Jacob, muchos hermanos y hermanas ahora siguen viviendo en Siquem. Han seguido los pasos de los precursores y han sido fortalecidos. Llevan la vida de la tienda y el testimonio del altar, y viven como llamados de Dios. No obstante, el deseo de Dios no es satisfecho, porque ellos no han llegado a Su nivel. Esta es la razón por la cual les suceden continuamente ciertas cosas desagradables, a fin de preparar su corazón para escuchar la Palabra de Dios y para levantarse a subir a Bet-el, a fin de morar allí y edificar un altar. Necesitamos ver todos estos pasos. En el mensaje siguiente, veremos que en el capítulo treinta y cinco, Jacob empezó a ser transformado. Su transformación empezó después de que el Señor le dijo que subiera a Bet-el.
Hoy en día, casi todos los cristianos que buscan con seriedad al Señor son como Jacob, pues viven cómodos en Siquem, pero descuidan la meta de Dios, que se realiza en Bet-el. Sin embargo, en el recobro del Señor, El desea que pasemos por Siquem y subamos a Bet-el, que pasemos por nuestra vida individual para ascender a la vida corporativa de iglesia. Si no hemos llegado a la vida corporativa de iglesia, todavía no hemos llegado a la meta de Dios. Esta es la razón por la cual independientemente de lo buenos que seamos en Siquem, no sentimos la paz ni la seguridad que nos satisface. Esto nos obliga a obedecer la Palabra del Señor, quien nos dice que salgamos de Siquem y subamos a Bet-el para poder experimentar en la Tierra la vida adecuada de iglesia en la casa de Dios.
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