10
Vosotros
todos estáis hoy en presencia de Yahweh vuestro Dios; los cabezas de
vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los
varones de Israel; 11
vuestros niños, vuestras mujeres, y tus extranjeros que habitan en
medio de tu campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca
tu agua; 12 a punto de entrar en el pacto de Yahweh tu Dios, y
en su juramento, que Yahweh tu Dios concierta hoy contigo,
13 para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti
por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus
padres Abraham, Isaac y Jacob.
Lo
primero que vemos en esto es las diversas clases de personas que se
enumeran en los versículos 10 y 11. Los “jefes” eran los jefes
de las tribus. Su derecho de la dirección se transmitió a ellos de
los hijos de Jacob originales, que habían declarado a sus sucesores
(normalmente sus hijos primogénitos).
Debajo
de ellos llegaron otros ancianos, oficiales, y los jefes de familia.
Debajo de ellos estaban sus esposas e hijos y “el
extranjero que está dentro de sus campamentos”.
Debido a que la estructura gubernamental se basaba en la sucesión,
de acuerdo a la voluntad del jefe precedente, que lo más a menudo
era el hijo primogénito de cada jefe que sucedía a su padre. Todos
los que estaban bajo su autoridad se beneficiaban de la tribu o del
patrimonio familiar.
Es
importante tener en cuenta en el versículo 12 que
todas estas personas
estaban delante de Dios y entraron en ese pacto “para
confirmarte hoy como su pueblo”.
Todos ellos, hombres, mujeres, niños, e incluso los extranjeros se
convirtieron en “su
pueblo”.
Esta fue la declaración de Dios sobre la ciudadanía en la iglesia
que estaba a punto de convertirse en un reino.
¿Quiénes son el pueblo de Dios?
Los
que dicen que los extranjeros no podían llegar a ser hijos de Israel
deben entender que hay dos definiciones principales de un israelita.
Una de ellas es que un israelita es un descendiente genealógico de
Israel; la segunda es que un israelita es un ciudadano de la nación
de Israel . En los días de Moisés, los extranjeros no alteraron su
genealogía mediante la obtención de la ciudadanía de Israel, pero
no obstante, se incluyeron en la nación de Israel y, como tales, se
convirtieron en “su pueblo” y, más concretamente, en
miembros de alguna de las tribus.
También
he oído decir que antes de Cristo los no-israelitas no podían
salvarse. La salvación es una función del Pacto, y todos los
extranjeros en Israel estaban obligados a estar delante de Dios como
participantes en ese Pacto. Esta es la base de la declaración del
profeta muchos años después en Isaías
56:6,
que habló de “los
extranjeros que sigan al Señor ... y se mantengan firmes mi pacto”.
En
otras palabras, el Pacto que había hecho con Israel “mi
pueblo”
no se limitaba al Israel genealógico. Isaías dice que la intención
de Dios era que el templo fuera “una
casa de oración para todos los pueblos”
(Isaías
56:7).
Juramento de Dios del Nuevo Pacto
El
segundo punto importante encontrado en Deut.
29:12,13
es que todas estas personas se convirtieron en el pueblo del Pacto a
causa del juramento de Dios
-no a causa de su propio juramento. Entraron “en
su juramento, que Yahweh tu Dios concierta hoy contigo”.
Dios
mismo estaba haciendo este juramento con el fin de cumplir Su promesa
a Abraham, Isaac y Jacob (vers. 13). Esta promesa a Abraham se ve más
claramente en Génesis 15, donde Dios lo puso en un “sueño
profundo”
(Génesis
15:12)
y luego hizo el pacto por Sí mismo. Por lo tanto, era un pacto
incondicional que podría ser roto sólo si fuera posible que Dios
violara Su palabra, o si Dios fuera de alguna manera incapaz de hacer
bien con Su juramento.
El
juramento que Dios hizo en Deut.
29:12,13
es simplemente una repetición de esa “promesa” que Dios dio a
Abraham anteriormente.
En ambos casos, el juramento aún no se había cumplido, porque era
una promesa a largo plazo.
Las
promesas de Dios sentaron las bases del Nuevo Pacto que fue
profetizado en Jer.
31:31-34
y confirmado por Jesucristo, que medió ese Pacto. Este
Pacto de Deuteronomio es otro testigo del Nuevo Pacto, pues es
diferente del Pacto hecho en Éxodo
19:5,
el cual, dijo,
5
Ahora
pues, si
diereis oído a mi voz, y [si
vosotros]
mantenéis
mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos, porque toda la tierra es mía.
Se
demuestra que el Primer
Pacto
en
Éxodo 19
estaba condicionado
a la obediencia de la gente,
mientras que el Segundo
Pacto en Deuteronomio 29
se demuestra que estaba condicionado
a la capacidad de Dios para cumplir Su promesa a Abraham, Isaac y
Jacob.
Esta distinción es importante, porque los israelitas eran incapaces
de obedecer el Primer Pacto; por lo tanto, se requería un tipo
diferente de pacto para salvar a los hombres. Jeremías
31:32
dice,
32
No
como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la
mano para sacarlos de la tierra de Egipto, mi pacto que ellos
rompieron …
Él
va a decirnos que este
Nuevo Pacto sería algo que Dios haría en nuestro nombre.
Se dice en el verso 33, “Pondré
mi ley en vuestro interior y sobre sus corazones la escribiré; y yo
seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”.
En otras palabras, Dios se comprometió a asumir la responsabilidad
para que esto ocurriese, y Él de hecho lo ha hecho, por primera vez
con Su muerte y resurrección, y en segundo lugar mediante el envío
del Espíritu Santo en Pentecostés para escribir Sus leyes en
nuestros corazones.
El juramento de hacer de nosotros Su pueblo
Tanto
Moisés como Jeremías enlazan este Pacto con ser “mi
pueblo”
y con que Dios sea “su
Dios”.
La implicación es que, sin este Pacto, no eran el pueblo de Dios, ni
tampoco Yahweh (Jesús) era Su Dios. Esto se demuestra por Oseas
1:9,
donde el profeta proféticamente llamó a su hijo Lo-Ammi,
“no
es mi pueblo”, lo que significaba que la esposa del Profeta era una
ramera, representando las fornicaciones de Israel como la nación
yendo tras dioses falsos. Tal
adulterio espiritual produjo hijos ilegítimos que eran Lo-Ammi,
independientemente de su genealogía física del hombre llamado
Israel.
En
otras palabras, ser “mi
pueblo”
no es posible, sin tener al Dios de Abraham como Su Dios.
Bajo el Pacto de Éxodo (es decir, el Antiguo Pacto), la gente rompió
su voto de obediencia y sumisión a Su marido. Ellos cometieron
adulterio, por lo que el juicio de Dios dijo, “vosotros
no sois
mi pueblo, y yo no soy vuestro Dios”
(Oseas
1:9).
La
única manera de que los hijos de Israel podrían restablecerse como
pueblo de Dios era por medio de un Nuevo Pacto, donde Dios mismo
tomaría la responsabilidad de trabajar por Su Espíritu en los
corazones de las personas. Los que tratan de adherirse al Antiguo
Pacto se encontrarán bajo la condenación, porque, como dice Pablo
en Rom.
3:23,
“todos
han pecado”.
Él cita a David, así, diciendo en Rom.
3:10,
“No
hay justo, ni aun uno”.
El Pacto es universal
El
Pacto de Deuteronomio muestra claramente que se aplica a todos,
independientemente de su genealogía, sexo, edad o condición. Al
entrar a este Pacto, todos se convirtieron en el pueblo de Dios,
porque Dios prometió ser Su Dios. En otras palabras, algunas de las
personas de Dios son hijos físicos de Israel que descienden desde el
hombre llamado Israel;
pero en la definición más amplia del término, Dios mira todo Su
pueblo, que al final se convierte en parte de una sola nación
llamada Israel,
es decir, el Reino.
Y
no sólo se aplicaba esto a esa generación, sino a todos los que
vendrían después,
porque Moisés dice en Deut.
29:14,15,
14
Ahora,
no solamente con vosotros estoy haciendo este pacto y este juramento,
15 sino también con los que están aquí hoy con nosotros en la
presencia de Yahweh nuestro Dios,
y
con los que no están aquí hoy con nosotros.
La
amplitud de esta declaración deja claro que Moisés no estaba
limitando este Pacto a los descendientes de los israelitas, sino a
todos, incluso a aquellos que no estaban presentes para escuchar y
ser testigos de ese juramento. Necesariamente esto incluía todas
las naciones de la Tierra, porque ellas no estaban presentes. En
otras palabras, el
juramento y el Pacto de Dios era para beneficiar a todas las naciones
y a todos los hombres de cada generación.
Es una declaración de la reconciliación
universal, que Dios
prometió por Sí mismo.
Ni
una sola vez en todo este discurso Moisés requiere a las personas
hacer un voto de obediencia a fin de hacer efectivo el Pacto. El
juramento siempre se dice que es algo que Dios estaba haciendo. Como
veremos, sin embargo, Dios se reservó el derecho de
disciplinarles a ellos por la desobediencia e incluso destruirlos
como nación. De hecho, lo hizo en los siglos posteriores. Debido
a que Su juramento en Deuteronomio era incondicional, Él también
tomó la responsabilidad sobre Sí mismo de obrar en los corazones de
todos los hombres para que se salven al final.
Salvación por medio de juicio
La
mayoría de la gente no tiene conocimiento de cómo Dios podría
hacer esto. Ellos creen que la única posibilidad de salvación para
un hombre es tener fe en Dios durante su tiempo de vida. Como la
mayoría de los hombres viven y mueren sin tener fe en Cristo,
piensan que este es el final de la materia y que todas esas personas
que se perderán para siempre.
Citan He.
9:27,
“Está
establecido que los hombres mueran una sola vez y después de esto el
juicio”,
y
suponen
que no hay salvación en el Juicio Divino.
Sin embargo, el profeta dice en Isaías
26:9,
9
...
Porque cuando la tierra contempla tus juicios, los moradores del
mundo aprenden justicia.
En
el siguiente versículo el profeta pasa a explicar que si al impío
solamente se le diera gracia, sin exigirle que rinda cuentas, él no
aprende justicia. La mejor traducción de Isaías
26:10
está en la Versión Concordante, que dice:
10
Si
la gracia se muestra a los malvados, fracasarán para aprender
justicia; en una tierra de corrección, cometerán maldad, y no
podrán ver el orgullo de Yahweh. Yahweh, tu mano exaltada no verán.
11
Sin embargo, verán y serán avergonzados por el celo de la gente
disciplinada ...
En
otras palabras,
incluso si los malvados viven en un país justo y recto, continuarían
obrando injustamente, porque no tienen la percepción de la mente de
Dios.
Por lo tanto, a
estas personas es necesario enseñarlas la justificación por medio
de juicio.
Entonces, estas personas indisciplinadas de hecho percibirán Sus
caminos, porque van a ser “avergonzados
por el celo de las personas disciplinadas”.
Esta
es una referencia al hecho de que el
“Río
de Fuego”
que salía del Trono en Dan.
7:9
juzga a las personas de acuerdo a la “Ley de Fuego” de Dios
(Deut.
33:2).
Cuando la ley juzga a pecadores que no tienen nada con que pagar una
indemnización por su pecado, los pecadores son “vendidos”
(Éxodo
22:3),
y puestos bajo la autoridad de hombres justos, que son los
responsables de enseñarles justicia. Esta Ley se cumplirá en su
mejor forma en el Gran Trono Blanco en Rev.
20:11-15.
Todos jurarán fidelidad a Cristo
23
He
jurado por mí mismo, la palabra ha salido de mi boca en justicia y
no volverá atrás, que a mí se doblará toda rodilla, y toda lengua
jurará lealtad.
¿Cuándo
Dios hizo un juramento tal? Se encuentra en Deuteronomio
29:10-15,
donde Dios hizo un juramento incondicional a todo Israel, incluyendo
a los extranjeros entre ellos, para establecerles como Su pueblo y
ser Su Dios. Pablo se refiere a esto en Fil.
2:10,11,
10
para
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, de los que están en
el cielo y en la tierra, y debajo de la tierra, 11 y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Isaías
dice que todos los hombres harán “juramento de lealtad” a Dios.
Pablo dice que “toda
lengua confesará que Jesucristo es el Señor”.
Pablo también nos dice en 1
Cor. 12: 3,
“nadie
puede decir que Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo”,
que trabaja dentro de nuestros corazones de acuerdo con los términos
del Nuevo Pacto. Como
la mayoría de los hombres no juran lealtad a Jesucristo durante su
tiempo de vida en la Tierra, es obvio que lo harán después de haber
muerto, es decir, en el Gran Trono Blanco
cuando son levantados para el juicio. Y cuando lo hagan, será “para
la gloria de Dios”,
quien podrá entonces afirmar que ha cumplido Su juramento.
Los
juicios de Dios están diseñados no sólo para restaurar el orden
legal, haciendo que los hombres paguen restitución de sus pecados
pasados, sino también para corregir a los pecadores y hacer que se
arrepientan. Debido
a que ningún hombre puede confesar que Jesucristo es el Señor, sin
obra del Espíritu Santo, es evidente que los pecadores que serán
juzgados en el Gran Trono Blanco serán salvos y llenos del Espíritu
Santo en ese momento. Su
tiempo de juicio será en ese gran “Lago de Fuego”, que es el
carácter de Dios mismo (Deut.
5:4).
Será un tiempo en que Dios va a escribir la Ley de Fuego en sus
corazones como Él prometió hacerlo en Deuteronomio 29.
La
Edad del Juicio que sigue al Gran Trono Blanco llevará a la madurez
espiritual a aquellos que están siendo juzgados en el “fuego” de
Dios. Este proceso continuará hasta el momento del Jubileo
de la Creación,
cuando la Ley profetiza la cancelación de toda deuda (pecado) , y
todo el mundo vuelve a su herencia en Cristo (Lev.
25:10).
http://www.gods-kingdom-ministries.net/teachings/books/deuteronomy-the-second-law-speech-9/chapter-4-gods-oath-to-all-men/ |
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