Después de sus comentarios sobre mi testimonio, le pregunté (a W. Nee): “Estuve enfermo de tuberculosis durante un año, al grado de sangrar por las vías respiratorias. Un día la palabra de Dios vino, recibí fe, y la enfermedad desapareció. Pero de vez en cuando volvía a vomitar y los síntomas regresaban. ¿A qué se debe esto y cómo lo puedo vencer?"
El hermano Nee respondió lo siguiente:
En cuanto a la sanidad, debemos prestar atención a los tres factores siguientes:
1) No tiente a Dios;
2) No acepte los síntomas, y
3) Crea que la gracia es suficiente.
Timoteo padecía de una afección gástrica crónica. Pablo le aconsejó que dejara de beber agua. En aquellos días, los judíos tenían estanques de agua debajo de sus casas para almacenar agua de la lluvia o el agua extraída de algún estanque. Las bacterias proliferaban en el agua y ésta se volvía insalubre. Por eso, Pablo aconsejó a Timoteo que usara un poco de vino (1ª Tim. 5: 23), el cual estimula la circulación.
Pablo tenía el don de sanidad, y sanó a muchos enfermos, pero no sanó a Timoteo, quien también tenía dones, pero no podía sanar sus problemas gástricos. Dios no le dio ninguna palabra. Timoteo no podía decir: “No hay ninguna diferencia entre beber agua y vino". ¡No! Esto sería tentar a Dios. El no debía beber el agua del estanque de barro. Aparentemente no se ve diferencia alguna entre confiar en Dios y tentarle. La diferencia reside en si uno ha recibido una palabra de Dios o no. En apariencia, levantarse y andar con la palabra de Dios es lo mismo que levantarse y andar sin ella. Pero en realidad, levantarse y andar sin haber recibido una palabra de Dios es tentar a Dios. Si caminamos basados en la premisa de que Dios puede sanarnos, estamos tentando a Dios. Pero si Dios me habla, no necesito preocuparme por las normas de salud. Si Dios no me ha dicho nada, me debo limitar a las leyes naturales.
Observe el caso del hombre que tenía una mano seca. El Señor le dijo una palabra, y basándose en ella, el hombre no esperó hasta que los síntomas desaparecieran para creer que estaba sano. El pudo pasar por alto los síntomas. El Señor le dijo que extendiera la mano, y él lo hizo. Podemos confiar en la palabra del Señor y hacer a un lado el síntoma.
El paralítico no esperó hasta sentirse más fuerte para tomar su lecho y caminar. El Señor le dijo que tomara su lecho y caminara; así que, él lo tomó y anduvo.
Cuando recibimos una palabra del Señor, no necesitamos tomarnos el pulso ni ver si la fiebre desapareció. Si no tenemos la palabra de Dios, debemos permanecer dentro de la leyes que rigen la salud y la sanidad, pero si Dios nos dice algo específico, nos podemos darnos el lujo de ir a los extremos, sin temerle a nada.
Yo estuve enfermo, pero un día Dios mandó Su palabra para sanarme. Sólo supe que debía recibir la palabra de Dios y no prestar atención a mis síntomas. Si Dios dice que estoy sano, es porque Su palabra erradicó la enfermedad. Si fijo mis ojos en la enfermedad, la palabra de Dios pierde su eficacia. No me entusiasmaba si la fiebre bajaba ni me preocupaba si subía. Mi atención no se centraba en la temperatura de mi cuerpo, sino en la palabra de Dios. Ni la temperatura, alta o baja, ni la composición de la sangre, normal o deficiente, eran el Señor. Sólo El es el Señor. Aprendamos a reírnos de la fiebre y a confiar en la palabra de Dios y no en los síntomas. Sólo la palabra de Dios es verdadera; los síntomas son falsos. Cuando Dios dice que desaparecieron, en verdad desaparecieron. Si uno vomita sangre, Dios probablemente está probando la fe de uno. Si confiamos en la palabra de Dios y no en los síntomas, éstos desaparecerán.
Al principio yo no podía creer que estuviese sano, porque no había oído nada de parte de Dios. Pero un día la palabra de Dios vino, aunque mis síntomas seguían siendo muy graves. Me levanté y dije: “Señor, reprende los síntomas si son falsos”. Una o dos horas más tarde la enfermedad desapareció.
Algunas enfermedades son sanadas inmediatamente, otras no. Una vez, cuando estaba enfermo, le pedí al Señor que me sanara. El Señor dijo: “La sanidad no llegará pronto, pero Mi gracia te baste". Entonces El me mostró un barco que navegaba por un río y se encontró frente a una roca grande y no podía sortear ese escollo. El me preguntó: “¿He de quitar la roca para que puedas salir de esta situación, o elevo el nivel del agua para que puedas pasar por encima?" Entonces entendí la voluntad del Señor, y dije: “Señor, no te pido que soluciones el problema, sino que aumentes Tu gracia" (es decir, que podremos sobrellevar la afección con Su gracia sin tener que detener nuestra labor habitual ni quejarnos ni estar subiendo cada día al altar para que oren por nosotros. Creo que tengo varias de estas afecciones, jajaja).
El creyente está por encima de cualquier enfermedad que exista en el mundo. Si el Señor le habla a uno específicamente, no se preocupe por los síntomas. Crea que Dios es fiel y fortalézcase al tomar la palabra de Dios, y no procure que los síntomas desaparezcan. Tampoco tema que los síntomas constituyan un obstáculo. La roca posiblemente no se mueva, pero el nivel del agua subirá mucho. Este es el camino que seguimos.
En síntesis, debemos destacar estos tres factores: 1) si actuamos sin haber oído nada de parte de Dios, lo tentamos a Él; 2) si recibimos la palabra de Dios, no miremos los síntomas; 3) si la palabra de Dios no nos sana inmediatamente, entonces Su gracia nos bastará. El no desea que estemos enfermos sin suficiente gracia. Pablo tenía una enfermedad, pero trabajaba más que cualquiera. La enfermedad nunca detiene la obra. Aprenda a consagrarse al Señor, quien es verdadero y fiel.
1) no tiente a Dios;
2) no acepte los síntomas, y
3) crea que la gracia es suficiente.
Un mes antes de asistir al entrenamiento en Kuling, vomité sangre y me internaron en el hospital de Shanghai. Cuando me sentí mejor, fui a Kuling. Esa fue la razón por la cual pregunté acerca de los síntomas que se manifiestan después de que uno ha sido sanado. Después de recibir la ayuda y la dirección del hermano Nee, el Señor me mostró que en el universo sólo hay dos cosas verdaderas: Dios y Su palabra; todo lo demás es falso. Yo estaba sano porque Dios así lo había dicho, y no debía preocuparme por los síntomas. Todos síntomas eran mentira porque la palabra de Dios ya me había declarado sano. Le doy gracias al Señor porque desde junio de 1948 hasta el presente, 1991, es decir, durante cuarenta y tres años, nunca volví a vomitar sangre. Los síntomas desaparecieron por completo. ¡Alabado sea el Señor!
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