CAPÍTULO DIECISIETE
LLEGA A LA MADUREZ
(Del capítulo anterior: Watchman Nee recalcaba la necesidad de que el hombre exterior fuese quebrantado para que el espíritu pudiera brotar. El afirmaba que el quebrantamiento del hombre exterior no puede realizarse en poco tiempo. Dios propicia todas las situaciones y circunstancias en nuestra vida con este único fin. Dicho quebrantamiento es la consumación de la disciplina del Espíritu Santo).
El libro de Génesis revela que al final de la vida de Jacob, éste había madurado hasta convertirse en Israel. En Watchman Nee también vemos una vida que maduró después de numerosas experiencias con el Señor y de muchos sufrimientos. Su madurez se manifestaba de diversas maneras:
- Tenía una perfecta unidad con el Señor porque todo su ser estaba lleno de Él. Resultaba difícil encontrar algo natural en su ser; estaba siempre en el espíritu y no dejaba que su carne le estorbara ni que su hombre natural lo restringiera.
- Siempre estaba presto a ministrar al Señor en los demás. No le era necesario prepararse para hacerlo; podía ministrar vida a los demás continua e instantáneamente. Watchman Nee había alcanzado gran madurez en la vida divina:
- Tenía mucho discernimiento y podía comprender con precisión la condición de los demás. Tenía la habilidad de aislar el problema de una persona y diagnosticar su verdadera condición.
- Tenía un gran corazón y llevaba con gozo las cargas de los demás, las cuales no eran muy pesadas para él; el cuidado que les proporcionaba podía ser comparado con un océano, pues los cuidaba sin reservas. Llevaba la carga del recobro del Señor al edificar a las iglesias en China. No obstante, nada indicaba que estuviera haciendo algún esfuerzo ni que estuviera luchando para cumplir su comisión.
- En el trato con los demás, se notaba de inmediato su afabilidad, su ternura y su delicadeza. No fingía; el sabor de estas virtudes rebosaba simple y espontáneamente de la plenitud de su vida madura.
- Daba testimonio de que estaba dispuesto para ser arrebatado o martirizado. Mientras escribo estas palabras, veo sobre el escritorio que tengo frente a mí dos pisapapeles de piedra. En uno de ellos se puede leer la inscripción de su lema: “Mi futuro consistirá en ser arrebatado o en ser martirizado”.
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