"El restaura mi alma…"
Salmos 23:3
Este no es el menos importante deber del Pastor —bajo cuya semejanza nuestra meditación pasada se contempló a nuestro bendito Señor— para ir en búsqueda de los extraviados del rebaño. Sería ciertamente una extraordinaria rareza, si no hubiera ningún cordero tonto, ninguna oveja inconstante y desorientada del redil. La historia del creyente es una historia de declives y restablecimientos, de desviaciones y retornos, de recaídas y del Señor restaurando. El alma regenerada es inclinada algunas veces a la rebeldía contra el Señor. El sol naturalmente no declina más, ni los planetas se salen de su centro, que lo que el corazón del creyente se desvía de Dios.
“¡Oh mi Señor, cuántos, y ocultos son los extravíos de Ti de mi alma, solo Tú lo sabes! Cuán frecuentemente mi amor se enfría, mi fe desfallece, mi celo decae, y me canso, y estoy listo para detenerme en Tú servicio. Mío es lo pecaminoso, lo errante de corazón, lo inconstante para contigo como el viento cambiante; lo falso de mis votos como un arco roto. Pero tú, oh Señor, eres mi Pastor, y Tú restauras mi alma; compadeciéndote de mis debilidades, conociendo mis extravíos, y siguiendo todos mis pasos; Tú restableces, curas, y perdonas a Tu pobre y tonta oveja, propensa a alejarse de Tu costado herido y protector, en la búsqueda de lo que solo puede ser encontrado en Ti".
Él nos restaura de manera tierna. Cuando Él pudo justamente encargar un mensajero severo para despertarnos de nuestro ensueño, o traer nuestro pecado para rememorarlo, Él envía un dulce Natán para decirnos, “Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7) —algún tierno y amoroso mensajero, llenado con la ‘mansedumbre y gentileza de Cristo’ para recordarnos de nuestra recaída (apostasía), para que tratemos con nuestro pecado, y para conseguir guiarnos de vuelta al Salvador, hacia quien nuestro amor se había enfriado, y de quien nuestros pies se habían apartado. Recuerda Su propio trato tierno. Obsérvale cruzando montañas y valles en busca de una oveja que se había extraviado; no descansa hasta que la haya encontrado —entonces, colocándola sobre Su hombro, de un modo cariñoso y tierno, la carga hasta el redil, entre las acogidas del rebaño, la música de su propio gozo restaurado y las canciones de los santos.
La fidelidad de Jesús en nuestra restauración no es menos evidente. Aunque demostremos deslealtad e incredulidad —y oh, ¡que palabras podrían describir nuestra infidelidad a Cristo! — sin embargo, Él es fiel y no puede negarse a Sí mismo. Es una dulce verdad, oh alma mía, que nunca deberías olvidar, que el amor y lealtad y promesas de Jesús nunca son negadas o afectadas por vuestra conducta hacia Él. Cuando nuestro amor a Jesús se enfría o nuestras constituciones espirituales y afectos fluctúan, somos propensos a inferir un cambio similar en el Señor; consideremos que, para despertarnos de nuestra somnolencia, para traernos a la reflexión y oración, Él puede suspender las apreciables manifestaciones de Su presencia y las comunicaciones especiales de Su gracia; y, cesando de estar de pie y llamar, puede retirarse un momento, dejándonos exclamar, “Abrí yo a mi amado; Pero mi amado se había ido” (Cant. 5:6). Aun así, Su tierno amor no se apartará de nosotros, ni permitirá que Su fidelidad falle.
Oh, el amor de Jesús refrena nuestra rebeldía, examina nuestros extravíos, cautiva, cura y restaura nuestras almas. Ciertamente Él no abandona a Su pueblo, aunque ellos le abandonen un sinnúmero de veces. ¿Cómo podría Él darle la espalda a aquellos que ha comprado con Sus sufrimientos, gemidos y lágrimas? ¿Cómo podría Él abandonar la obra de gracia forjada en esas almas, por medio de Su Espíritu? Él puede retirarse por un momento, poco a poco para despertarnos de nuestra pereza y sueño, para que al final cuando Él regrese otra vez, nuestros labios canten agradecidamente, “Él restaura mi alma”.
¿Y para que propósito son todas las correcciones amorosas del Señor y fieles reprensiones —Sus mesuradas, aunque a menudo dolorosas, e incluso aplastantes aflicciones— sino para traer de vuelta nuestros corazones extraviados al Señor? Oh vara fructífera, oh dulce amargura, oh nube brillante, oh amorosa y tierna corrección, que refrena mis extravíos, desvía mi camino para que no pueda encontrar mis amantes, y hace volver mis pies de vuelta a Sus caminos deleitosos y Sus senderos de paz.
“El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia, por amor de su nombre” (Sal. 23:3 LBLA).
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
“El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia, por amor de su nombre” (Sal. 23:3 LBLA).
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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