Nadie es justificado en Cristo si no está también santificado en Cristo, y nadie es santificado en Cristo si no es también glorificado en Cristo. Desde el momento en que Dios nos une a Jesús, la gloria crece lentamente dentro de nosotros: primero la semilla, luego el tallo, luego el capullo. Y “cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, también vosotros apareceréis con Él en gloria” (Colosenses 3: 4). En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, el capullo florecerá por completo.
En Cristo, la gracia no solo llena nuestro pasado (en la justificación) e impregna nuestro presente (en la santificación); también adorna nuestro futuro. Por eso, Pedro escribe: “Poned toda vuestra esperanza en la gracia que os será traída por la revelación de Jesucristo” (1ª Pedro 1: 13).
La gracia llegó en la Primera Venida de Cristo, trayendo justicia y santificación (Tito 2: 11 ; 3: 5-7). Y la gracia llegará en la Segunda Venida de Cristo, trayendo glorificación. ¿Y que pasará? Jesús “transformará nuestro cuerpo de humillación para que sea como su cuerpo glorioso” (Filipenses 3: 21). “Todos seremos transformados” (1ª Corintios 15: 51). En todo lo que podamos ser, "seremos como Él" (1ª Juan 3: 2).
Sin embargo, incluso entonces, cuando nuestra conformidad con Cristo sea completa, el río de la gracia seguirá fluyendo. Mientras caminemos resucitados a través de los Nuevos Cielos y la Tierra Nueva, nuestra glorificación se convertirá en el telón de fondo para que Dios muestre, a través de todas las edades venideras, “las inconmensurables riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2: 7). Cada latido de nuestro corazón glorificado hará eco de la gracia de Aquel que se unió a nosotros en la tumba para llevarnos a la gloria.
-Scott Hubbard
(Gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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