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SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN, Wilhelm Busch




Seguramente conoces la historia del hijo pródigo. Cuando llegó a casa dijo: «¡He pecado!» Y el padre lo recibió e hizo una fiesta de alegría.

Y ahora yo me imagino cómo continuó la cosa: A la mañana siguiente el hijo sin querer tiró la taza de café al suelo. No estaba acostumbrado ya a una mesa bien puesta, pues ya sabes que venía de cuidar cerdos. Se le cayó la taza, pues, sin querer. Y mientras la porcelana se hizo mil pedazos exclamó: «¡Maldita sea! ¡Qué mala suerte!»

¿Lo echará el padre de casa ahora? «¡Fuera! ¡Vuelve a tus cerdos!» ¿Crees que lo va a hacer?

¡No! El padre le dirá: «aceptado es aceptado». Aunque probablemente le explicará que hay que intentar no romper tantas tazas y no maldecir y acostumbrarse poco a poco a las costumbres de la casa –no obstante, no lo volverá a enviar a los cerdos.

Lo mismo ocurre cuando una persona se entrega a Jesús, hace un descubrimiento horrible: ¡la vieja naturaleza aún está vivita y coleando! Y vienen derrotas. Pero cuando vivas una derrota después de haberte convertido, no te desesperes, sino ponte de rodillas y ora tres frases: Primero: «Te doy gracias, Señor, que aún sigo perteneciéndote». Segundo: «¡Perdóname por tu sangre!» Y tercero: «Líbrame de mi vieja naturaleza!»

Pero lo primero es: «Gracias que aún soy tuyo». ¿Comprendes? La seguridad de la salvación consiste en saber que he llegado a casa y que he emprendido la lucha por vivir una vida santa como uno que ya ha llegado al hogar, no como uno a quien vuelven a echar fuera una y otra vez.


Mis hijos no tienen que venir a mí cada mañana y preguntarme: «Papá ¿podemos ser hoy otra vez tus hijos?» ¡Son mis hijos! Y aquel que es un hijo de Dios lo seguirá siendo, y sus luchas por vivir una vida santa las emprende como hijo de Dios.


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