Si nosotros perdemos la visión que Dios nos ha dado, somos los únicos responsables y la perdemos debido a nuestras “fugas” de tipo espiritual. Si no aplicamos nuestras creencias acerca de Dios en los asuntos de la vida diaria, hasta ahí llega la visión. La única manera de no ser rebeldes a la visión celestial es dando lo máximo de nosotros por lo supremo de Él, lo mejor de nosotros por Su gloria. Esto sólo es posible cuando decidimos recordar continuamente la visión de Dios, pero la prueba decisiva consiste en obedecer la visión en todos los detalles de nuestra vida cotidiana, en los 60 segundos de cada minuto y durante los 60 minutos de cada hora y no sólo en nuestros tiempos de oración personal o en las reuniones públicas".
Aunque tarde, espérala..." Habacuc 2:3. No podemos hacer cumplir la visión mediante nuestros propios esfuerzos, sino que debemos vivir bajo su inspiración hasta que se cumpla por sí misma. Nos volvemos tan prácticos que la olvidamos. La vimos en un comienzo, pero no la esperamos. Nos apresuramos a hacer el trabajo práctico y cuando la visión se cumplió, ya ni siquiera la podíamos ver. Esperar una visión que se tarda es la verdadera prueba de nuestra fidelidad a Dios. Cuando nos enfrascamos en el trabajo práctico y perdemos el cumplimiento de la visión ponemos en peligro el bienestar de nuestras almas.
Espera las tormentas de Dios. La única forma en que Él siembra a santos es por medio del torbellino de Sus tormentas. ¿Vas a demostrar que eres una cáscara vacía sin semilla en el interior? Todo depende de si realmente estás viviendo en la luz de lo que has visto. Deja que Dios te lance a través de Su tormenta y no salgas hasta que Él lo haga. Si eliges tu propio lugar para ser sembrado, serás una cáscara vacía e improductiva; pero si permites que Dios te siembre, llevarás mucho fruto (Juan 15:8).
Es esencial que vivamos y andemos en la luz de la visión de Dios para nosotros.
La salvación no es tan sólo una liberación del pecado y una experiencia de santidad personal. La salvación que viene de Dios significa ser completamente liberado de uno mismo y puesto en perfecta unión con Él. Cuando reflexiono sobre mi experiencia personal de salvación, pienso en función de la libertad del pecado y la santidad personal. Sin embargo, ¡la salvación es mucho más! Significa que el Espíritu Santo me lleva a una relación íntima con la auténtica persona de Dios. Entonces, me estremezco con algo que es infinitamente más grande que yo y Su entrega por mí me alcanza y me atrapa.
Decir que somos llamados a predicar la santidad o la santificación es pasar por alto el punto principal. Somos llamados a proclamar a Jesucristo (ver 1 Corintios 2:2). El hecho de que Él nos salva del pecado y nos santifica hace parte del resultado de Su maravillosa y total entrega a nosotros.
Si nos hemos rendido verdaderamente, nunca estaremos conscientes de nuestros propios esfuerzos por permanecer rendidos, pues nuestra vida entera será absorbida por Aquel a quien nos rendimos. Cuídate de hablar de la rendición si no sabes nada al respecto. De hecho, nunca podrás saber hasta que entiendas que Juan 3:16 significa que Dios se dio a Sí mismo por completo. En nuestra entrega, debemos darnos a Dios como Él lo hizo por nosotros: total e incondicionalmente y sin ninguna reserva. Entonces no tomaremos en cuenta las consecuencias y circunstancias que resulten de nuestra entrega porque nuestra vida estará totalmente ocupada por Él.
Cuando examino mi vida debido a una fuerza que me está dominando, lo primero que debo admitir es que yo soy responsable por estar dominado de esa manera. Si soy esclavo de mí mismo, la culpa es mía porque en determinado momento del pasado decidí rendirme a mi yo. De la misma manera, si obedezco a Dios se debe a que en algún momento de mi vida me rendí a Él.
Ríndete al egoísmo y encontrarás que es la tiranía más esclavizante de la Tierra. El alma humana no tiene ningún poder en sí misma para romper la esclavitud de la inclinación que se formó al ceder. Por ejemplo, ríndete por un segundo a cualquier clase de concupiscencia y una vez que cedas, aunque te aborrezcas por haberlo hecho, te convertirás en su esclavo (recuerda la definición de concupiscencia: "Lo que quiero tener ahora", sin importar si es la concupiscencia de la carne o de la mente". Dentro del poder humano no existe liberación posible, aparte de la redención. Debes rendirte en completa humillación al único que puede romper el poder dominante que haya en tu vida, es decir, al Señor Jesucristo, "… me ha ungido para… pregonar libertad a los cautivos…", Lucas 4:18.
Cuando te rindes a algo, pronto te darás cuenta del enorme control que ejerce sobre ti. Aunque digas: “¡Ah, puedo abandonar este hábito en el momento que yo quiera!”, te darás cuenta de que no puedes y que éste te domina por completo porque cediste a él de manera voluntaria. Es fácil cantar “Cristo rompe las cadenas” y al mismo tiempo estar viviendo en una evidente esclavitud a tu yo. Pero rendirse a Jesús romperá toda clase de cautividad en la vida de cualquier ser humano.
"Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas..." Yo pido el cumplimiento de las promesas de Dios para mi vida y hago bien. Pero este solamente es el punto de vista humano. La perspectiva de Dios es que a través de Sus promesas yo reconozca el derecho que Él tiene sobre mí. Por ejemplo, ¿me doy cuenta de que mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo, o tengo un hábito corporal que indudablemente no soportaría la luz de Dios? A través de la santificación el Hijo de Dios se forma en mí y luego yo debo empezar a transformar mi vida natural en una vida espiritual por medio de la obediencia. Dios nos educa incluso en los detalles más pequeños de la vida. Cuando Él te dé convicción de pecado, no consultes con carne y sangre, con el hombre, sino límpiate en seguida. Mantente limpio en tu caminar diario.
Es necesario que me purifique de toda contaminación de la carne y del espíritu hasta que ambos se encuentren en armonía con la naturaleza de Dios. ¿La intención de mi espíritu está en perfecto acuerdo con la vida del Hijo de Dios en mí, o soy un rebelde en mi intelecto? ¿Se está formando en mí la mente de Cristo? Él nunca hablaba de los derechos que tenía, sino que mantuvo una vigilancia interna mediante la cual sometió continuamente Su espíritu al Padre. Yo también tengo la responsabilidad de conservar mi espíritu en armonía con su Espíritu. Y cuando lo hago, gradualmente Jesús me eleva al nivel en el que Él vivió: el perfecto sometimiento a la voluntad de Su Padre, sin prestarle atención a nada más. ¿Estoy perfeccionando en el temor de Dios esta clase de santidad? ¿Dios está haciendo Su voluntad en mí y cada vez más otras personas están empezando a verlo a Él en mi vida?
Debes tener seriedad en tu compromiso con Dios y dejar con gusto todo lo demás. Literalmente, coloca a Dios en el primer lugar.
Oswald Chambers
(Por gentileza de E. Josué Zambrano)
La salvación no es tan sólo una liberación del pecado y una experiencia de santidad personal. La salvación que viene de Dios significa ser completamente liberado de uno mismo y puesto en perfecta unión con Él. Cuando reflexiono sobre mi experiencia personal de salvación, pienso en función de la libertad del pecado y la santidad personal. Sin embargo, ¡la salvación es mucho más! Significa que el Espíritu Santo me lleva a una relación íntima con la auténtica persona de Dios. Entonces, me estremezco con algo que es infinitamente más grande que yo y Su entrega por mí me alcanza y me atrapa.
Decir que somos llamados a predicar la santidad o la santificación es pasar por alto el punto principal. Somos llamados a proclamar a Jesucristo (ver 1 Corintios 2:2). El hecho de que Él nos salva del pecado y nos santifica hace parte del resultado de Su maravillosa y total entrega a nosotros.
Si nos hemos rendido verdaderamente, nunca estaremos conscientes de nuestros propios esfuerzos por permanecer rendidos, pues nuestra vida entera será absorbida por Aquel a quien nos rendimos. Cuídate de hablar de la rendición si no sabes nada al respecto. De hecho, nunca podrás saber hasta que entiendas que Juan 3:16 significa que Dios se dio a Sí mismo por completo. En nuestra entrega, debemos darnos a Dios como Él lo hizo por nosotros: total e incondicionalmente y sin ninguna reserva. Entonces no tomaremos en cuenta las consecuencias y circunstancias que resulten de nuestra entrega porque nuestra vida estará totalmente ocupada por Él.
Cuando examino mi vida debido a una fuerza que me está dominando, lo primero que debo admitir es que yo soy responsable por estar dominado de esa manera. Si soy esclavo de mí mismo, la culpa es mía porque en determinado momento del pasado decidí rendirme a mi yo. De la misma manera, si obedezco a Dios se debe a que en algún momento de mi vida me rendí a Él.
Ríndete al egoísmo y encontrarás que es la tiranía más esclavizante de la Tierra. El alma humana no tiene ningún poder en sí misma para romper la esclavitud de la inclinación que se formó al ceder. Por ejemplo, ríndete por un segundo a cualquier clase de concupiscencia y una vez que cedas, aunque te aborrezcas por haberlo hecho, te convertirás en su esclavo (recuerda la definición de concupiscencia: "Lo que quiero tener ahora", sin importar si es la concupiscencia de la carne o de la mente". Dentro del poder humano no existe liberación posible, aparte de la redención. Debes rendirte en completa humillación al único que puede romper el poder dominante que haya en tu vida, es decir, al Señor Jesucristo, "… me ha ungido para… pregonar libertad a los cautivos…", Lucas 4:18.
Cuando te rindes a algo, pronto te darás cuenta del enorme control que ejerce sobre ti. Aunque digas: “¡Ah, puedo abandonar este hábito en el momento que yo quiera!”, te darás cuenta de que no puedes y que éste te domina por completo porque cediste a él de manera voluntaria. Es fácil cantar “Cristo rompe las cadenas” y al mismo tiempo estar viviendo en una evidente esclavitud a tu yo. Pero rendirse a Jesús romperá toda clase de cautividad en la vida de cualquier ser humano.
"Perfeccionando la santidad en el temor de Dios"
2 Corintios 7:1
Es necesario que me purifique de toda contaminación de la carne y del espíritu hasta que ambos se encuentren en armonía con la naturaleza de Dios. ¿La intención de mi espíritu está en perfecto acuerdo con la vida del Hijo de Dios en mí, o soy un rebelde en mi intelecto? ¿Se está formando en mí la mente de Cristo? Él nunca hablaba de los derechos que tenía, sino que mantuvo una vigilancia interna mediante la cual sometió continuamente Su espíritu al Padre. Yo también tengo la responsabilidad de conservar mi espíritu en armonía con su Espíritu. Y cuando lo hago, gradualmente Jesús me eleva al nivel en el que Él vivió: el perfecto sometimiento a la voluntad de Su Padre, sin prestarle atención a nada más. ¿Estoy perfeccionando en el temor de Dios esta clase de santidad? ¿Dios está haciendo Su voluntad en mí y cada vez más otras personas están empezando a verlo a Él en mi vida?
Debes tener seriedad en tu compromiso con Dios y dejar con gusto todo lo demás. Literalmente, coloca a Dios en el primer lugar.
Oswald Chambers
(Por gentileza de E. Josué Zambrano)
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