El gozo significa el perfecto cumplimiento de aquello para lo cual fui creado y nací de nuevo, y no la realización exitosa de mis escogencias personales. El gozo de nuestro Señor procedía de la ejecución de lo que el Padre le había enviado a hacer. Y Él nos dice: "Como me envió el Padre, así también yo os envió", Juan 20:21.
¿Recibiste un Ministerio del Señor? Si es así, debes ser fiel a Él, estimando tu vida como preciosa tan sólo para el cumplimiento de ese ministerio. Piensa en la satisfacción de escuchar que Jesús te diga: "Bien, buen siervo y fiel", Mateo 25:21, de saber que has llevado a cabo lo que te envió a hacer. Todos debemos hallar un lugar en la vida y espiritualmente lo encontramos cuando recibimos un ministerio del Señor. Para lograrlo, debemos tener comunión íntima con Jesús, conocerlo no sólo como nuestro Salvador personal y estar dispuestos a experimentar el efecto pleno de Hechos 9:16, "yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre".
¿Recibiste un Ministerio del Señor? Si es así, debes ser fiel a Él, estimando tu vida como preciosa tan sólo para el cumplimiento de ese ministerio. Piensa en la satisfacción de escuchar que Jesús te diga: "Bien, buen siervo y fiel", Mateo 25:21, de saber que has llevado a cabo lo que te envió a hacer. Todos debemos hallar un lugar en la vida y espiritualmente lo encontramos cuando recibimos un ministerio del Señor. Para lograrlo, debemos tener comunión íntima con Jesús, conocerlo no sólo como nuestro Salvador personal y estar dispuestos a experimentar el efecto pleno de Hechos 9:16, "yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre".
"¿Me quieres? Entonces, apacienta mis ovejas", Juan 21:17. Él no nos está dando a escoger cómo podemos servirle. Está pidiendo absoluta fidelidad a Su comisión, una fidelidad que podemos discernir cuando estamos en la comunión más cercana posible con Dios. Si tú has recibido un ministerio del Señor Jesús, sabrás que la necesidad no es lo mismo que el llamamiento; la necesidad es la oportunidad de ejercerlo. El llamamiento consiste en ser fiel al ministerio recibido cuando estabas en una verdadera comunión con Él. Esto no implica que existe toda una serie de diferentes ministerios que están señalados para ti. Significa que tendrás que ser sensible a lo que Dios te ha llamado a hacer, lo cual a veces puede requerir que pases por alto las exigencias de servicio en otras áreas.
Para estar unida a Jesucristo, una persona tiene que estar dispuesta no sólo a renunciar al pecado, sino a toda su manera de ver las cosas. Ser nacido de nuevo por el Espíritu de Dios significa que debemos soltar antes de que podamos sujetar algo más. En las primeras etapas lo primero que debemos abandonar es toda pretensión y fingimiento. Lo que nuestro Señor quiere que le presentemos no es nuestra bondad, nuestra honestidad o nuestros esfuerzos por hacer lo mejor, sino el pecado real y cabal. En verdad, eso es lo único que Él puede tomar de nosotros. Y lo que nos da a cambio por nuestro pecado es justicia real y cabal. Pero debemos abandonar toda pretensión de ser algo y todo reclamo de que merecemos consideración por parte de Dios.
Después el Espíritu de Dios nos mostrará qué más necesitamos abandonar. En todas las etapas de este proceso de entrega vamos a tener que renunciar a nuestra pretensión de que tenemos derecho sobre nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a renunciar al control sobre todo lo que poseemos, sobre nuestros deseos y todo lo demás en nuestra vida? ¿Queremos identificarnos con la muerte de Jesucristo?
Antes de rendirnos completamente, siempre sufrimos una aguda y penosa desilusión. Cuando un ser humano se ve a sí mismo como realmente lo ve el Señor, lo que realmente lo impresiona no son los abominables pecados de la carne, sino la horrible naturaleza del orgullo de su propio corazón que se opone a Jesucristo. Cuando se mira a la luz del Señor, la vergüenza, el horror y una agobiante convicción lo afectan profundamente.
Si en este momento te estás enfrentando a la pregunta de si te rindes o no, toma la determinación de atravesar la crisis, entrégalo todo y Dios te hará apto para todo lo que exige de ti.
¡Qué pregunta tan punzante! Cuando nuestro Señor nos habla de la manera más sencilla, Sus palabras nos conmueven más. Nosotros sabemos quién es Jesús y, sin embargo, Él nos pregunta: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Nuestra actitud hacia el Señor debe ser siempre audaz, muy atenta y emprendedora.
"Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con el", Juan 6:66. Desistieron de andar con Jesús. No regresaron al pecado, pero se alejaron de Él. Muchos en la actualidad están consumiendo sus vidas y trabajan para el Señor, aunque en realidad no están andando con Él. Lo que Dios pide constantemente de nosotros es que seamos uno con Jesucristo. Después de haber sido apartados mediante la santificación, debemos disciplinar nuestra vida espiritual para tener esta íntima unidad con Él.
Cuando Dios te dé un entendimiento claro y categórico de lo que quiere, no intentes mantenerte en esa relación por ningún método en particular. En cambio, vive una vida natural dependiendo por completo de Él. Nunca trates de vivir tu relación con Dios en una línea de conducta que no sea la suya, lo cual significa absoluta consagración a Dios. El secreto de andar con Jesús es tener certeza de que yo no sé, pero Él sí.
Pedro solamente vio a Jesús como alguien que podía ministrarle salvación a él y al mundo. Pero nuestro Señor quiere que seamos sus compañeros, unidos por el mismo yugo. Más adelante, en el versículo 70, Jesús le recuerda amorosamente a Pedro que fue escogido para acompañarlo. Y ninguno de nosotros puede responder por otros esta pregunta: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
(Por gentileza de Esdras J. Zambrano)
Para estar unida a Jesucristo, una persona tiene que estar dispuesta no sólo a renunciar al pecado, sino a toda su manera de ver las cosas. Ser nacido de nuevo por el Espíritu de Dios significa que debemos soltar antes de que podamos sujetar algo más. En las primeras etapas lo primero que debemos abandonar es toda pretensión y fingimiento. Lo que nuestro Señor quiere que le presentemos no es nuestra bondad, nuestra honestidad o nuestros esfuerzos por hacer lo mejor, sino el pecado real y cabal. En verdad, eso es lo único que Él puede tomar de nosotros. Y lo que nos da a cambio por nuestro pecado es justicia real y cabal. Pero debemos abandonar toda pretensión de ser algo y todo reclamo de que merecemos consideración por parte de Dios.
Después el Espíritu de Dios nos mostrará qué más necesitamos abandonar. En todas las etapas de este proceso de entrega vamos a tener que renunciar a nuestra pretensión de que tenemos derecho sobre nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a renunciar al control sobre todo lo que poseemos, sobre nuestros deseos y todo lo demás en nuestra vida? ¿Queremos identificarnos con la muerte de Jesucristo?
Antes de rendirnos completamente, siempre sufrimos una aguda y penosa desilusión. Cuando un ser humano se ve a sí mismo como realmente lo ve el Señor, lo que realmente lo impresiona no son los abominables pecados de la carne, sino la horrible naturaleza del orgullo de su propio corazón que se opone a Jesucristo. Cuando se mira a la luz del Señor, la vergüenza, el horror y una agobiante convicción lo afectan profundamente.
Si en este momento te estás enfrentando a la pregunta de si te rindes o no, toma la determinación de atravesar la crisis, entrégalo todo y Dios te hará apto para todo lo que exige de ti.
"¿Queréis acaso iros también vosotros", Juan 6:67
"Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con el", Juan 6:66. Desistieron de andar con Jesús. No regresaron al pecado, pero se alejaron de Él. Muchos en la actualidad están consumiendo sus vidas y trabajan para el Señor, aunque en realidad no están andando con Él. Lo que Dios pide constantemente de nosotros es que seamos uno con Jesucristo. Después de haber sido apartados mediante la santificación, debemos disciplinar nuestra vida espiritual para tener esta íntima unidad con Él.
Cuando Dios te dé un entendimiento claro y categórico de lo que quiere, no intentes mantenerte en esa relación por ningún método en particular. En cambio, vive una vida natural dependiendo por completo de Él. Nunca trates de vivir tu relación con Dios en una línea de conducta que no sea la suya, lo cual significa absoluta consagración a Dios. El secreto de andar con Jesús es tener certeza de que yo no sé, pero Él sí.
Pedro solamente vio a Jesús como alguien que podía ministrarle salvación a él y al mundo. Pero nuestro Señor quiere que seamos sus compañeros, unidos por el mismo yugo. Más adelante, en el versículo 70, Jesús le recuerda amorosamente a Pedro que fue escogido para acompañarlo. Y ninguno de nosotros puede responder por otros esta pregunta: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
(Por gentileza de Esdras J. Zambrano)
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