Apocalipsis 19: 15 dice:
15 Y de su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones; y El las regirá con vara de hierro; y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios, el Todopoderoso.
El primer hecho obvio a considerar en este versículo es que si Cristo hubiera herido a las naciones de manera carnal, todas estarían muertas. ¿Cómo, entonces, podría “regirlas con vara de hierro”? Algunos podrían decir que Él gobernará sobre los sobrevivientes. Sin embargo, a esas mismas personas les gusta decirnos que la venida de Cristo es una fecha límite, después de la cual nadie puede salvarse. ¿Gobernará entonces a los incrédulos que están encerrados en su mentalidad incrédula? ¿Usará su “vara de hierro” de manera tiránica, esclavizando a los que lo odian y forzando la obediencia de todos los que no están de acuerdo con su Ley?
En absoluto. La “vara” es su Cetro, un símbolo del derecho a gobernar. No es una vara que se use para golpear a los desobedientes. Una vara de hierro no es un palo doloroso que pueda romper sus huesos; significa que es un cetro inquebrantable. Un rey derrocado tiene un cetro roto, pero Cristo lleva una “vara de hierro”. Ha reclamado el cetro de un Reino que no pasará, que no podrá ser quebrantado, y que nunca más podrá ser usurpado.
La sentencia divina sobre Jerusalén
Recuerde de la parábola de Jesús en Lucas 19: 12 que Él debía ir "a un país lejano" (es decir, el Cielo) "para recibir un reino para sí mismo, y luego volver". En la parábola, los "ciudadanos lo odiaron y enviaron una delegación tras él, diciendo: 'No queremos que este hombre reine sobre nosotros'". Esta parábola describe el conflicto entre Jesús y los principales gobernantes (sacerdotes) de Jerusalén. Rechazaron su derecho a gobernar y apelaron a la Corte celestial, rogándole a Dios que no permitiera que Jesús fuera el heredero al trono.
El intervalo entre las dos venidas de Cristo fue el tiempo asignado para que se resolviera este caso judicial. Al final, sin embargo, el noble debía “regresar”, y después de dar recompensas a sus seguidores, Lucas 19: 27-28 nos da la resolución del asunto,
27 Pero a estos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos acá y mátenlos en mi presencia. 28 Y después de haber dicho estas cosas, iba adelante subiendo a Jerusalén.
Está claro que Jesús estaba hablando de los gobernantes judíos en Jerusalén cuando los sentenció a muerte. Pero el mandato: “traerlos aquí”, sugiere que no estaban allí hasta que fueron traídos a Jerusalén. Sugiere que el propósito subyacente del sionismo moderno es que Dios lleve un grupo representativo de regreso a la Vieja Tierra para ser sentenciado en la escena del crimen. Hoy éstos serían los representantes de aquellos que rechazaron a Cristo y usurparon su Trono hace muchos años. En cuanto al juicio mismo, Jer. 19: 10-11 nos dice que Jerusalén y sus habitantes serán destruidos de tal manera que nunca más serán reparados (reconstruidos).
Asimismo, Pablo, que identifica la Jerusalén terrenal como Agar, y a sus ciudadanos como los hijos de la carne (Gál. 4: 25, 29), dice que debe ser “echada fuera”, porque no pueden ser herederos con la Compañía de Isaac, “el hijo de la mujer libre” (Gálatas 4: 30).
Esta profecía, sin embargo, no se menciona directamente en Apocalipsis 19. Juan nos da una imagen de Cristo regresando a la Tierra, pero no específicamente a Jerusalén. Sin embargo, de muchas otras profecías está claro que Jerusalén es el lugar del juicio divino en su Segunda Venida. La mayoría de los maestros modernos nos dicen que Él vendrá a salvar Jerusalén y sus habitantes judíos, pero de hecho Él viene a Jerusalén para, como dice la parábola, “matarlos en mi presencia” (Lucas 19: 27). Sus enemigos no son los árabes, ni los rusos, ni las tropas chinas, sino aquellos líderes judíos y sus seguidores, los que en la parábola “no querían que yo reinara sobre ellos”.
¿Cómo logrará esto Cristo? El propósito general de la espada que sale de su boca es convertir a los hombres, en lugar de matarlos. Pero esta espada espiritual es también el juicio decretado por la Palabra hablada. Entonces, ¿qué sucederá realmente? Desde mi punto de vista, la destrucción de Jerusalén seguramente implicará la muerte de muchas personas, particularmente de aquellos que continúan oponiéndose al derecho de Cristo de reinar sobre ellos, aquellos que usurparon el cetro en su primera aparición. Algunos puede que se arrepientan en el último minuto, así como algunos se han arrepentido a lo largo de los siglos, pero eso no evitará la destrucción de Jerusalén. Las personas que se arrepientan podrían ser protegidas divinamente durante este tiempo de destrucción, o tal vez podrían ser llevados a abandonar Jerusalén, tal como la Iglesia primitiva abandonó la ciudad antes de que fuera destruida en el año 70 dC. La verdadera solución será evacuar la ciudad antes de su destrucción, porque Cristo no salvará la ciudad en el último momento para hacerla su capital. Si bien la ciudad misma será destruida, parece que un tercio de sus habitantes se arrepentirá y será perdonado (Zacarías 13: 8-9).
Según el pacto al que un hombre se aferre, así será juzgado. Cualquiera que pretenda estar bajo el Antiguo Pacto será juzgado a la manera del Antiguo Pacto. Cualquiera que afirme estar bajo el Nuevo Pacto será juzgado de una manera del Nuevo Pacto. De los creyentes del Nuevo Pacto, Jesús dice en Juan 5: 22-24,
22 Porque ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo el juicio dio al Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. 24 De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree en el que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a juicio, mas ha pasado de muerte a vida.
Pero a aquellos judíos que rechazaron al Mediador del Nuevo Pacto para continuar siguiendo (así lo creen) al mediador del Antiguo Pacto, Jesús les dice en Juan 5: 45,
45 No penséis que Yo os acusaré delante del Padre; el que os acusa es Moisés, en quien habéis puesto vuestra esperanza.
Jesús les dijo que Moisés los acusará, porque apelaron a él y al pacto que él medió. El problema era que tampoco creían en las palabras de Moisés, pues él escribió de Jesús en prácticamente todas las páginas de la Ley. Entonces Jesús continuó en Juan 5: 46-47,
46 Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a Mí; porque de Mí escribió él. 47 Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo creeréis en mis palabras?
Está claro, entonces, que los judíos serán juzgados por Moisés, porque lo han reclamado como su juez. Los cristianos que están bajo el Nuevo Pacto “no vendrán a juicio”, y esto incluye a cualquier judío individual que pueda arrepentirse incluso en el último minuto. El área gris, por supuesto, se ve con los cristianos que reclaman el Nuevo Pacto pero que, en la práctica, viven por el Antiguo Pacto. Quizás estos sean el tipo de creyentes que serán “salvos así como por fuego” (1ª Corintios 3: 15).
Volviendo a nuestro estudio de Apocalipsis 19, la Segunda Venida de Cristo trae juicio sobre la Tierra. La forma del juicio será de acuerdo al nivel de conocimiento de cada persona y al pacto (voto) al que se adhiere ante el juez a quien apela.
El veredicto de la Corte divina también dependerá de la identidad de cada persona cuando cada uno se identifique en la Corte. Aquellos que reclaman una identidad carnal como hijos del viejo Adán o del Israel carnal serán juzgados de acuerdo con el estándar del Antiguo Pacto, que regula el comportamiento carnal. El que reclama identidad espiritual, uno que ha sido engendrado por el Espíritu, no será juzgado, porque él es una Nueva Creación que no tiene pecado (1ª Juan 3: 9, traducción literal).
En Apocalipsis 19: 15, Juan representa a las naciones siendo juzgadas en un lagar metafórico. Las naciones son así representadas como uvas que son pisoteadas en el lagar para extraer el vino nuevo para la gran Mesa de la Comunión de Dios. Esas “uvas” difieren de la cebada (que se aventa) y del trigo (que se trilla). Sin embargo, las tres formas del juicio divino están diseñadas para quitar la carne y extraer el pan del grano y el vino nuevo de las uvas.
La “feroz ira de Dios”, como ya hemos mostrado, es su pasión, o “calor”, que proviene de su naturaleza. Dios es amor (1ª Juan 4: 8), y Dios también es “celoso” (Éxodo 34: 14). La palabra hebrea traducida “celoso” es kanna, de la raíz kana, “ser celoso”. Los celos son una manifestación negativa de ser celoso, pero el significado principal de la palabra no tiene que ver con los celos.
En Juan 2: 2 leemos que Jesús asistió a una fiesta de bodas en Caná. En la explicación de Juan de este milagro, cuenta cómo Jesús purificó el templo (Juan 2: 13-16). El siguiente versículo (17) dice:
17 Se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consumirá.
En otras palabras, los discípulos recordaron el Salmo 69: 9, donde “celo” proviene de la palabra hebrea kina, cuya raíz es kana, o cana. El punto del relato de Juan es mostrar cómo el celo apasionado de Cristo por la casa de su Padre lo había alejado de sus hermanos (Salmo 69: 8).
En las bodas de Caná, Jesús trasformó el agua en vino para representar el cambio atómico que se avecina en nuestros cuerpos. El agua estaba en seis tinajas de piedra (Juan 2: 6). El número seis es el número del hombre, así que somos las tinajas de agua siendo transformadas a su imagen. Es celoso y apasionado por hacer esto. Él no se detendrá hasta que haya cumplido esa pasión.
La historia de Jesús limpiando el templo es otro lado de esta historia, porque también somos el templo de Dios que necesita ser limpiado antes de que nuestros cuerpos puedan ser glorificados. Cambiar el agua en vino es el equivalente a echar fuera de nuestro corazón el amor al dinero, para que nuestros templos ya no parezcan una cueva de ladrones.
Cana es también la raíz de cananeo, que significa “comerciante, banquero o habitante de las tierras bajas”. Zac. 14: 21 profetiza, “no habrá más cananeo en la casa de Yahweh de los ejércitos en aquel día”. Por lo tanto, Jesús expulsó a los banqueros, es decir, a los cananeos, gritando: "¡Dejen de hacer de la casa de mi Padre una casa de mercado!" (Juan 2: 16).
Todos sus juicios son extensiones de su Naturaleza y están diseñados para ganar el amor de su Creación. Su amor apasionado y fanático es implacable y no cesará hasta que cada templo haya sido limpiado, cada cántaro llenado de vino nuevo y toda la Creación haya sido reconciliada con Él. Cuando finalmente todos estén de acuerdo con Él, y Él no tenga más “enemigos” que luchen contra Él, entonces la muerte misma será abolida (1ª Cor. 15: 26), y Dios será “todo en todos” (1ª Cor. 15: 28).
Entonces se cumplirá la palabra escrita en su manto en Apocalipsis 19: 16,
16 Y en su manto y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Él será Rey sobre todo lo que Él ha creado, porque ha prometido hacer de toda la humanidad su pueblo. Él ha tomado la responsabilidad sobre Sí mismo de volver los corazones de todos los enemigos y pecadores, para que realmente lo reconozcan como el Heredero del mundo.
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