Cuando
el creyente experimenta la obra de la Cruz de una manera completa,
llega a una vida pura en la cual todo es para Dios, todo está en
Dios, y Dios está en todo. No queda nada para el yo. Hasta el deseo
de ser feliz desaparece. El amor propio muere y el único objetivo de
su vida es hacer la voluntad de Dios. En tanto que Dios esté
complacido, lo demás no importa. Su único objetivo es obedecer a
Dios independientemente de lo que sienta. Esta es una vida pura.
Aunque Dios le dé paz, bienestar y gozo, él no disfruta estas cosas
con el fin de satisfacer sus deseos; todo lo ve desde la perspectiva
de Dios. Su vida anímica terminó. Dios le da una vida espiritual
que es pura, sosegada, verdadera y que depende de la fe. Dios lo
destruyó, pero El mismo lo restableció. Todo lo anímico fue
destruido, y lo espiritual es edificado.
Por gentileza de Rafael Restrepo
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