Vara y Cruz No Son la Misma Cosa
Para el cristiano, castigo y llevar la cruz son parecidos pero no idénticos. Ellos difieren en un número importante de cosas. Las dos ideas se usan comúnmente como sinónimas, pero hay sin embargo una distinción bien marcada entre ellas. Cuando las confundimos en nuestra mente no estamos pensando con propiedad. Y cuando no pensamos rectamente respecto a la verdad, nos perdemos algunas bendiciones que podríamos haber gozado.
La cruz y la disciplina están muchas veces juntas en las Escrituras, pero no son la misma cosa. La disciplina es impuesta sin el consentimiento del que la sufre. La cruz no puede ser impuesta por otro. Aun Cristo sufrió la cruz por Su sola y libre elección. Hablando de su vida que pondría en la cruz dijo: "Nadie me la quita; yo la pongo de mi mismo". El tuvo muchas oportunidades de escapar de la cruz, "pero afirmó su rostro como diamante, y se encaminó a Jerusalén". La única compulsión que conoció fue la compulsión del amor.
El castigo es un acto de Dios; el llevar la cruz es un acto del cristiano. Cuando Dios en su amor pone la vara de corrección en las espaldas de Sus hijos, no les pide permiso. El castigo sobre el creyente no es voluntario, excepto en que él acepta la voluntad de Dios con el consentimiento de que la voluntad de Dios incluye castigo. "Porque Dios al que ama, castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si soportáis el castigo. Dios se os presenta como a hijos, porque, ¿qué padre es aquel que a su hijo no castiga?"
La cruz nunca viene insolicitada; la vara siempre lo hace. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz, y sígame". Aquí hay una clara, inteligente decisión, una decisión que debe ser hecha por el individuo con determinación y reflexión. En el reino de Dios nadie se encuentra de sorpresa con una cruz.
Pero, ¿qué es la cruz para el cristiano? Obviamente no es el instrumento de madera que los romanos usaban para ejecutar la sentencia de muerte a los acusados de crímenes capitales. La cruz es el sufrimiento que el cristiano soporta como consecuencia de seguir a Cristo en perfecta obediencia. Cristo eligió la cruz al elegir el camino que conducía a ella: y así es con Sus seguidores. En el camino de la obediencia encontramos la cruz, y tomamos la cruz cuando entramos en ese camino.
Así como la cruz se encuentra en el camino de la obediencia, el castigo se halla en el camino de la desobediencia. Dios nunca castiga a un hijo perfectamente obediente. Pensemos en nuestros padres carnales; nunca nos castigaron por obedecer sino por desobedecer.
Cuando sentimos el golpe de la vara debemos pensar que momentáneamente estamos fuera del camino. Por el contrario, los dolores de la cruz indican que estamos en el buen camino. Pero el amor del Padre no es más o es menos según seamos nosotros. Dios no nos castiga para poder amarnos, sino porque nos ama. En una casa bien ordenada ningún hijo desobediente puede esperar zafarse del castigo. En la casa de Dios ningún cristiano descuidado puede esperar lo mismo.
Pero, ¿cómo podemos saber, en una situación dada, si lo que sufrimos son los dolores de la cruz o de la vara? El dolor es dolor, cualquiera sea la fuente de donde proviene. Jonás, huyendo de la voluntad de Dios, no sufrió una tempestad peor que Pablo cumpliéndola; el mismo mar embravecido amenazó la vida de ambos. Y Daniel en la cueva de los leones pasó tanto peligro como Jonás en el vientre de la ballena. Los clavos dolieron tanto en las manos de Cristo como en las manos de los dos ladrones crucificados por sus propios pecados. ¿Cómo, entonces, podemos distinguir la cruz de la vara?
Creo que la respuesta es clara. Cuando la tribulación viene no tenemos más que fijarnos si es impuesta o elegida. "Bienaventurados vosotros cuando os persigan y os rechacen, y digan de vosotros todo mal", dijo el Señor. Pero esto no es todo. Agrega luego cuatro palabras: "por mi causa, mintiendo". Estas últimas palabras muestran que el sufrimiento del cristiano viene voluntariamente, y que es escogido por causa de Cristo y Su justicia. Si la acusación que nos lanzan los hombres es cierta, entonces no hay bendición. Nos defraudamos a nosotros mismos cuando tratamos de convertir nuestro castigo en una cruz y de regocijamos en aquello por lo cual debiéramos más bien arrepentimos. "Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios" (1 Pedro 2:20). La cruz está siempre en el camino de la justicia. Sentimos el dolor de la cruz solamente cuando sufrimos por causa de Cristo y por nuestra propia voluntad y elección.
Creo que también hay otra clase de sufrimiento que no cae dentro de las categorías enunciadas. No viene ni de la vara ni de la cruz, no está impuesto como un correctivo moral ni es resultado de nuestra vida y testimonio cristiano. Viene en el curso de la naturaleza y sale de muchas enfermedades que hereda la carne. Visita a todos igualmente en mayor o menor grado, y no parece tener ningún significado espiritual claro. Su origen puede ser fuego, inundación, congojas, heridas, accidentes, enfermedades, vejez, debilidad o por la mala condición en general del mundo. ¿Qué podemos hacer con ello? Bien, algunas almas grandes han logrado cambiar esos males para bien. Por la oración y sometimiento ellos han cortejado la adversidad para que sea su amiga, y han hecho del dolor y la pena maestros que les instruyan en las artes celestiales. ¿No vale la pena emularlas?
A.W. Tozer
Por gentileza de PILAR MEDRANO
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